viernes, 12 de diciembre de 2014

TOCANDO FONDO (SMASHED)


                                           


Año: 2012
Duración: 78 min.
País: Estados Unidos Estados Unidos
Director: James Ponsoldt
Guión: Susan Burke, James Ponsoldt
Música: Andy Cabic, Eric Schuman
Fotografía: Tobias Datum
Reparto: Mary Elizabeth Winstead, Aaron Paul, Octavia Spencer, Mary Kay Place, Nick Offerman, Megan Mullally
Género: Drama | Cine independiente USA.

Cuando se enfrenta a una película como Tocando Fondo, el primer temor del espectador es encontrarse frente a lugares comunes, o rancios discursos sobre temas una y mil veces vistos en pantalla. El alcoholismo ha sido visitado por el cine en obras notables como Días de Vino y Rosas de Blake Edwards o Días sin huella (1945) de Billy Wilder. Leaving las Vegas mostró la vertiente más cruda de la mano de Mike Figgis y su descenso a los infiernos, sin concesiones comerciales, que sí estaban presentes en 28 días, con la Bullock intentando desencasillarse de su imagen de comedia banal. Cuando un hombre ama a una mujer (1994) de Luis Mandoki,  mostró a una Meg Ryan con aspiraciones a Oscar. Nada de esto es Tocando Fondo. Las intenciones del director de desmarcarse del drama desgarrado, o de la comercialidad de productos como los referidos, quedan patentes en el fondo (y en la forma). Sus vestiduras claramente Indies, su premio en el Festival de Sundance o la nominación a mejor actriz para Mary Elisabeth Winstead para el galardón Independent Spirit Awards, nos indican por dónde van los tiros. El guión es arriesgado.  Las posibilidades de patinazo en este espinoso foro, son saldadas por el director sin entrar a matar al toro. El matrimonio formado por Mary  Elisabeth Winstad y Aaron Paul (Breaking Bad) pasas los días envueltos en la alegría de los vapores etílicos, hasta que ella comienza el descenso y despierta en un descampado; entre vagabundos; después de haber fumado crack. El director opta por una puesta en escena que evita síndromes de abstinencia, escenas excesivamente abruptas, huyendo de lo escabroso y carga las tintas sobre las relaciones humanas y sus consecuencias. El marido de la protagonista es un inmaduro con el Síndrome de Peter Pan, que pasa sus días entre juergas, videoconsolas y alcohol, sin apoyar para nada a su esposa. 


En la visita a la madre (también alcohólica) para contarle su superación y buscar apoyo, esta les ofrece como respuesta unas copas y una falta de empatía que causa pasmo. Incluso las posibles nefastas consecuencias de conducir una bicicleta borracho, se saldan con un pequeño susto. No descendemos a los abismos de la destrucción moral y física, a la sordidez de la enfermedad, como en algunas de las referidas cintas. El peso de toda esta arquitectura descansa sobre a interpretación convincente, fresca y natural de Winstead. Los elementos dramáticos están dosificados y ese aire independiente y espontáneo, beneficia a una narración que basa la fuerza en su propia modestia. La valentía y sinceridad del director para abordar sin adornos, sin efectismos falsos de cara a la comercialidad, esgrimiendo interpretaciones histriónicas o pasadas de rosca. 
Otra obra más para añadir a esa interesante corriente del Cine Indie  que se refiere al desamor, abanderada por filmes como Blue Valentine (2010), Rabbit Hole (2010) o Like Crazy (2011). En el lado positivo la magia que destila la sensible interpretación de Mary Elizabeth Winstead, una actriz a tener en cuenta, y que ya destacó en el papel de Ramona V. Flowers en Scott Pilgrim contra el mundo (2010), o el claro progreso del director hacia ese renovador y fascinante fresco de infancia y adolescencia que resultó en Aquí y Ahora (2013). El balance menos positivo nace de esa creencia, común, de que los movimientos de cámara al hombro (steadycam) facilitan un lenguaje de aproximación cotidiana, o dan pátina de independencia, cuando en la vida real nuestro cerebro equilibra para que no se mueva todo alrededor. Los partidarios del DOGMA, que cabalguen sobre una montaña rusa, si ello les place. Para completar el aroma Indie de la cinta, el soundtrack abarca desde Andy Cabic y Eric Schuma:, autores de una composición musical con tinturas folk; junto a temas de Dark Meat o Sonny and the Sunsets. Bill Callahan firma los créditos finales con su hermosa canción: Our Anniversary




miércoles, 10 de diciembre de 2014

Homenaje a Bartolome Collado, decano de los poetas extremeños








Vaya por delante que las querencias literarias del que suscribe y sus parámetros conceptuales se encuentran en las antípodas del estilo o la visión del entorno del vate homenajeado. Dicho esto, es asunto meridiano que los lazos consanguíneos o afectivos, no trastocan mi enfoque de la realidad y no convierten esta crónica en hagiografía al uso, o elegía nublada por el apasionamiento genealógico. El homenaje realizado en la cafetería La Regenta (templo y refugio de la contracultura pacense) fue un espontaneo gesto, de amigos y allegados, de camaradas en lo literario, cofrades del verso y compinches en lo cabal, pergeñado por la batuta de Méndez del Soto. El perpetrador, era consciente (como todos) de que un homenaje a este escritor es un manifiesto latente contra la cultura oficial y el clientelismo literario, ya que Bartolomé Collado ha ejercido siempre de freelance literario, de outsider o de francotirador anti-institucional. Esta faceta de su personalidad; amén de su carácter; agreste y estepario; al que nos referiremos a continuación; le han granjeado un desierto editorial para sus creaciones, que culminó en la autopublicación de El Poeta y su Entorno. Si hay algo en lo que todos los presentes estaban de acuerdo es en la peculiaridad del carácter del homenajeado. Collado siempre ha sido un personaje inconfundible, poco afecto a los panegíricos, desconocedor del encomio o la ajena alabanza. Escaso (o nulo) practicante de la adulación y dado al exabrupto literario. Coleccionador de todas las características para no triunfar en un mundo cerrado, de autoagasajos, e intercambio de loas y jactancias varias, como es la literatura provinciana. Una broma que suele circular sobre el autor se refiere a queproporcionalmente debería tener pocos amigos en el mundo literario, e incluso más allá, que debería tener escasos simpatizantes en general. La realidad desmiente la apariencia (distante y taciturna) y su exclusión de un ambiente intelectual, pagado de sí mismo, que lo último que requiere es una mosca cojonera, que no enaltezca; y además critique; sus excelsas creaciones. Este literato es de verbo fácil (a veces demasiado) en lo cotidiano o sobre el papiro. Le tocó en suerte, convivir con una corriente poética donde los triunviratos y la poesía social estaban de moda (otro día disertaremos sobre si la poesía debe internarse en estos vericuetos) y armado de su Olivetti, se decidió por el espinoso sendero de llamar a las cosas por su nombre. Azote de paniaguados institucionales y estómagos literarios agradecidos. 



Cultivando la poesía satírica colaboró a diario en prensa, dando como resultado una ingente obra que se acumula desordenada en sus estantes y que sirve como crónica de unos años, en los que algunos no gustan de verse reflejados y otros, prefieren dejar en el tintero. Cierto es que ser objeto de un ejercicio literario punzante, no agrada a instituciones, particulares, o pesebreros en lo editorial. Pero es innegable que nadie satiriza a quien ayudó a una ancianita a cruzar la calle. Los homenajeados por la escritura irónica dan todo tipo de facilidades al cronista con su conducta y actitudes. Por muy nostálgicos de la censura que se tornen, la poesía es un arma cargada de futuro.

Aunque siempre se hace referencia a Bartolomé como poeta, lo cierto es que los reconocimientos a su literatura fuera del suelo patrio, proceden de la narrativa y la dramaturgia, campos cultivados también por el autor. Su obra merece una recopilación como testimonio de una época, de un escritor que ha sobrevivido sin formar parte de ninguna trinidad literaria, que resistió en otro período donde los poetas eran todos filósofos o filólogos, que nos sumergían en la náusea vital o la construcción críptica de la oración. Él, ofrecía un sentido del humor sarcástico frente a la adversidad, una burla del establishment y las buenas costumbres, una versificación políticamente incorrecta. Por el camino fue atesorando amistades (y perdiendo otras), compañeros de bancada en la singladura literaria como los que rindieron este hermoso homenaje. A todos ellos, que robaron parte de su tiempo para acompañar al amigo, el agradecimiento que se refleja en unas páginas que el autor no quiso leer, para no abusar de la paciencia y la vida privada de los presentes. Como colofón y para no desmentir lo de “genio y figura”, reseñar que el poeta en lugar de declamar alguna de sus estrofas intimistas, eligió para este particular una de sus obras más punzantes. Para recordar a los mortales su alejamiento de la feligresía institucional. Es lo que hay. En esta noche estuvo acompañado por algunos amigos que pudieron asistir y otros que le regalaron su obra en el fanzine de Hook Malasombra Producciones con que fue obsequiado: El cantante y poeta Nando Juglar; un clásico en nuestro terruño; Plácido Ramirez; poeta y bardo; José Mª González Campillejo, Oscar Alonso; malabarista de la vida; Juan García Sánchez, Paqui Quintana, Jose M Diez, Clara Blazquez, Antonia Cerrato, Cosme Lopez, Moises Cayetano; poeta de La Raya; Javier Feijoo; compartidor de infancias no recuperables y revitalizador del castúo; Jose M Villafaina; gurú de la crítica teatral; las actrices Meme Barrientos y Mª Luisa Borruel que dieron vida al Auto Sacramental creado por el tándem Collado/Villafaina, en un instante lleno de emoción, Pedro Montero; escritor y bloguero de pro; Jose M Sito, rapsoda y escritor; Jose M Ferrera, Fdo Garduño. José Manuel Diez, desde la distancia.


Si hay alguna ausencia, el responsable es este cronista. No por esta omisión, el agradecimiento es menor. Agradecimiento como el que Bartolomé Collado dedicó a sus amigos cómplices en lo literario y lo humano, que reproducimos a continuación.



                                     
        AGRADECIMIENTO DE UN POETA SIN FORTUNA

La literatura llama veces a nuestra puerta de forma tardía, pero no por ello su sello, su veneno son menos intensos, o se infiltran menos profundamente en  el  alma. Desde el primer día que me senté ante el hechizo de una página en blanco, este embrujo se apoderó de mi pluma,  del teclado de la máquina de escribir, que aún hoy utilizo, como reliquia y reivindicación frente a los modernos aparatos y ordenadores que no deseo  a estas alturas conocer, ni saludar. Me basta con el sonido musical y certero de las teclas. Hace uno años acompañados del humo de un cigarro, vicio que abandoné a tiempo y hoy en día políticamente incorrecto. Y que ha sido sustituido por el aroma de un buen café para mantener las neuronas en funcionamiento, lo cual a mi edad, es un  orgullo decir que funcionan a pleno rendimiento. He recorrido en estos años diversos paisajes literarios. Desde la columna diaria en prensa, un repaso satírico a la actualidad contado en verso, lo cual constituía una novedad, hasta el poema intimista, o de añoranza, algo a lo que todos los poetas se aproximan tarde o temprano, esa busca del tiempo perdido que tan solo entre versos encuentra respuesta. También el cuento llamó a mis puertas. El cuento costumbrista, la narración de lo cotidiano y el reflejo de lo aprendido que dieron como resultado algún premio, que, digan lo que digan; estimula el escasamente estimulante resultado del escritor que ejerce otras profesiones. Anduve coqueteando con el verso satírico durante algún tiempo, si conseguí o no resultados es cosa del lector y de los críticos, pero en estos  versos traté de reflejar una realidad y unas vivencias con sentido del humor que es la mejor forma de acercarse a algunas circunstancias y personajes. Me adentré en el mundo de la autopublicación, un mundo que conocen gran parte de los aficionados a la escritura, ya que no hay pastel para todos en el mundo editorial y no hay cosa más triste para un escritor que su obra ande desperdigada, como hijo pródigo, y su trabajo deshilachado. Encontré en el camino otros amantes del verbo, otros cómplices de la pluma y la ilusión frente al folio en blanco. Amigos en el tintero (o en la pantalla del ordenador) siempre dispuestos a compartir nuestras creaciones; esos hijos dolientes que nos nacen a todos; en nuestras tertulias inolvidables, donde tanto talento y amor por la literatura hemos degustado. Tardes inolvidables  regalando a oídos amigos; y conocedores; que saben apreciar el esfuerzo y el miedo a la página vacía, a la inspiración que se resiste a llegar, al producto final que no acaba de convencernos…en fin, cosas de escritores. Dicen que somos lo que dejamos escrito, qe nuestras palabras permanecen en  el  tiempo y nos identifican en el futuro. Si esto es así, muchos de los aquí presentes seremos juzgados por aquello que creamos un día y podremos transmitir nuestros pensamientos  emociones. En días como este la atmósfera se llena de buenas vibraciones. El afecto de los amigos que te acompañan y apoyan. Los amigos que encuentran un momento de sus vidas, con la que está cayendo, para dedicarlo a otros. Y de esto surge un profundo agradecimiento, Un agradecimiento de la persona y del escritor, porque todos somos luchadores y aventureros en este vasto mundo de la palabra escrita, de la palabra que permanece. Dicen que las palabras se las lleva el aire, pero lo escrito perdura, persevera en el tiempo. Y ese es el oficio (o afición) que hemos elegido y con el cual nos sentimos realizados. Esa es la actividad donde he encontrado otras personas con las mismas afinidades y pasiones. Con la obsesión de rellenar con letras o palabras las cuartillas, emborronar, hacer apuntes sentado en un banco, o donde quiera que la inspiración o  el hado, se dignen a acogerte. Alguien definió la literatura como colocar la palabra más apropiada en el sitio más exacto. Pero tiene que haber algo más, de otro modo cualquier persona avispada con la técnica necesaria podría escribir una obra apreciable. Todos sabemos que esto no  es así, que escribir duele y sirve como bálsamo. Que hace daño y cura al mismo tiempo. Pero no todo es tan sencillo como colocar palabras como en un rompecabezas; y esta diferencia es lo que hace que una vez terminada la obra sirva de bálsamo y cura para los lectores; o pase directamente al cajón del olvido. Por eso en días como hoy el agradecimiento a quienes te recuerdan es profundo y sincero. El hermanamiento con estos compañeros que sustraen un tiempo precioso de sus vidas, para regalarte su amistad, te produce una profunda emoción. Y eso es lo  que queda al final de nuestras vidas. Tan sólo los momentos que se han vivido intensamente y con afecto. Por eso hoy, en medio de la amplia catarata palabras que nos ofrece el idioma. Rodeado de la riqueza de vocabulario de nuestra lengua, tan solo encuentro una palabra. Una sola que defina vuestra presencia aquí y la mía. Gracias.

                                                   27 de Noviembre de 2014

Belleza Prohibida

                       
  Título original: Stage Beauty
  Año: 2004   Duración: 120 min
  Director: Richard Eyre
  Guión: Jeffrey Hatcher
 Intérpretes: Billy Crudup, Claire Danes, Rupert Everett, Tom      Wilkinson, Ben Chaplin, Hugh Bonneville,  Richard Griffiths


La dificultad de aproximación a un film como Belleza Prohibida, radica en las referencias que se van a intentar buscar con otra obra como Shakespeare In Love. Simetrías escasamente acep, ya que deviene en absurdo la comparación entre obras independientes, con entidad propia, con la única similitud de que se desarrollen en época similar, o dentro de  unos parámetros (teatro, sociedad) comunes. Durante el Siglo XVII, Ned Kynaston, es la “actriz” más cotizada de un Londres donde convive lo sórdido con los privilegios de la nobleza, los callejones habitados de heces de caballo, junto a la suntuosidad de la Corte del rey Carlos II (Rupert Everett). La prohibición de pisar los escenarios a las mujeres, obliga a que todos los papeles sean representados por el género masculino. Partiendo de esta absurda injusticia histórica (similar al fenómeno castrati en lo musical), Richard Eyre nos ofrece un notable retablo de época, preñado de cinismo, dentro de un ejercicio de amor por el teatro en lenguaje cinematográfico puro, transiciones visuales potentes y la cámara alternando ritmos narrativos de allegro y adagio, acordes con las sensaciones y vivencias del elenco. Acompañada en todo momento de una banda sonora que alterna compases célticos con aproximaciones al barroco cortesano y se convierte en un personaje más, narrador de las pulsiones de los protagonistas. 

Ejercicio metateatral, de continuas referencias para el aficcionado sagaz; incluso se refieren a los personajes de Punch y Judy, aquellas violentas marionetas de cachiporra, íconos del teatro británico; que convierte el texto en uno de los puntales sólidos de esta producción. Si nuestro solar patrio respirara la admiración por su Siglo de Oro que los ingleses sienten por su era dorada, otro gallo cantaría. La narración del ascenso y caída de Edward Kynaston, está planteada en clave adulta. No es un film complaciente o edulcorado, ni un cuento de hadas de la Restauracion, aunque incluso en las escenas más cruentas adquiere un tono satírico y distanciador, no exento de humor. Edward es un personaje exiliado de sí mismo, educado durante años para imitar las inflexiones, los gestos y modos de mujer, no sabe encontrar su propia identidad, y se convierte en amante del Duque de Buckingham (notable Ben Chaplin) En uno de sus diálogos, se encuentra lo que puede ser un fallo de scrip o de traducción, ya que es difícil que un noble de esa época descargue una frase como “ igual me dejo caer por allí” El amor entre bambalinas que Marie siente por el andrógino actor, es abnegado al tiempo que práctico, ya que es una mujer fuerte, que además de imitar y mimetizar los gestos, sus recursos escénicos y movimientos, utiliza el tiempo libre para actuar de incógnito; disfrazada, en un teatro suburbial. El trajín de idas y venidas en esta primera parte, contrapunteado por melodías célticas (reminiscencias Lords of the Dance) imprime un ritmo visual casi de Comedia de puertas (otras vez el metaeatro). El plantel de secundarios, de lujo, Rupert Everett (La Boda de mi Mejor Amigo, Un Marido Ideal) y Tom Wilkinson (Full Monty, ¡Olvídate de Mí!), apuntalan el edificio de una trama donde el rey es un tipo caricaturesco, excéntrico y con un satírico humor de lo más brithish, y el director del teatro, un hombre cabal y práctico que ama la escena y vive para ella. Sin olvidar la pizpireta Nell (Zoe Tapper), amante del rey, toda vitalidad; que protagoniza algunas de las escenas más picantes y políticamente incorrectas. La cortesana, actriz aficionada, sirve como eje motor de la trama que permite a la mujer volver a las tablas. Este hecho significará el ascenso de María como figura teatral y el descenso a los infiernos de Kynaston, que termina en un antro interpretando canciones obscenas y procaces, como una burla de sí mismo. María acude a rescatarlo para hacerle encontrar su propio ser. Kynaston la ayuda con su personaje  Desdémona en la representación de Otelo, interpretando al pérfido moro. 

Durante el último acto, y ante el asombro de los espectadores, exorcizan todos sus demonios interiores. Aunque presentado como un tratado sobre la confusión, el final  requerido no  es el esperado por los palomiteros, y deja en el aire la conclusión. Belleza Prohibida es un juego de espejos ambiguos, con escenas notables y diálogos inteligentes (algo que se agradece) chispeantes y equívocos. Parábola sobre la resistencia al cambio y las injusticias  sociales, colmada de geniales secuencias, como la comida en el Palacio, el instante en que el director del teatrucho clandestino se refiere a los senos de Claire Daines (Es ilegal que esas suban a escena), o el escabroso diálogo en el carruaje, donde dos damas petimetras han invitado al actor/actriz, para ver que morboso tesoro oculta bajo sus ropajes. La historia de un hombre condenado al ostracismo, despechado por su amante por no ser femenina, admirado por su interpretación por no ser masculina, incapaz de interpretar, por no saber que es realmente, está llena de amor al teatro, aunque las transiciones y ritmo sean claramente cinematográficos. No en vano el multipremiado Richard Eyre fue director del Royal National Theatre, donde produjo más de 100 obras (sin olvidar la oscarizada Iris) y está basada en la obra de teatro “Compleat Female Stage Beuty” de Jeffrey Hatcher (quien hace la adaptación al guión). Esta es una película románticamente incorrecta que posee no sólo solidez narrativa y textual, que se adentra profundamente en la psicología de los personajes, en un muestrario de miserias, sevicias, ignominias y dudas. Apoyando todo el edificio sobre la interpretación, fresca, sensible, cercana, cotidiana de una Claire Daines inmensa en su sencillez, y en el lenguaje equívoco; gestual y vital; de Billy Cudrup, en una difícil perfomance por su cercanía a la caricatura, o su peligroso sesgo patético, pero que ambos superan con creces. Belleza Robada es obra notable desde todos los ángulos. No precisa comparaciones ni modelos a seguir. Su propia inteligencia, atrevimiento, su diseño de producción, y ese impactante final en la representación/catarsis de Otelo son todo un testimonio de vida, amor al teatro y de talento narrativo. Solo este talento hace que admitamos que en 1660, los actores supuestamente negociaban contratos con porcentajes de taquilla, como estrellas de Hollywood, y que Kynaston se convierta en pionero del método Stanislavski, ofreciendo la interiorización del personaje y el naturalismo, enfrentada al amaneramiento,  la impostada afectación y artificialidad  del teatro de la época. Una broma interna que no lastra la veracidad del personaje.


martes, 9 de diciembre de 2014

Caminando entre las Tumbas



Caminando entre las tumbas
Título original: A Walk Among the Tombstones
País: USA
Estreno en España: 31/10/2014
Productora: Cross Creek Pictures, Double Feature Pictures, Exclusive Media Group, Jersey Films
Director: Scott Frank
Guión: Scott Frank
Reparto: Liam Neeson, Dan Stevens, Marina Squerciati, Boyd Holbrook, Sebastian Roché, Whitney Able, Briana Marin, Mark Consuelos, Marina Squerciati, Astro, Frank De Julio, David Harbour, Stephanie Andujar, Ólafur Darri Ólafsson, Laura Birn, Maurice Compte

El temor del espectador al acercarse a un film de estas características es encontrarse de frente con la enésima versión del justiciero urbano vía Charles Bronson y Harry el  Sucio, cuyo cetro ha sido recuperado en esta década por los Neeson y Denzel de turno, que mantienen una cierta dignidad en el género. Actores como Liam Neesom son una garantía para dotar a las cintas de cierta calidad y levantarlas del pozo sin fondo dónde termina gran parte de lo realizado en este género. Neesom se ha convertido en un imprescindible en estas adaptaciones de novela negra, uno de los pocos actores que a su edad, ha orientado su carrera; como debería haber hecho Harrison Ford; compitiendo con actores más jóvenes como el citado Denzel Whasington por el trono del thriller con  fundamento. El peligro radica en  que se convierta en un personaje ubicuo, utilizado para dar fiabilidad a las producciones, como le  ha sucedido al eficiente Morgan Freeman y termine aburriendo a la audiencia por exceso. Neesom aterriza en  el género de la  mano de Pierre Morel (Venganza), aunque lo que en aquella, y su secuela era pura adrenalina para catarsis del espectador, en este pulp noir es suciedad y atmósfera oscura durante toda su primera parte, donde en lo argumental prima la investigación sobre la pólvora. 

Caminando entre las tumbas es una propuesta atípica. El vengador no es unidimensional, está poblado de claroscuros. Matt Scuder trata de escapar de su pasado de gatillo fácil y vasos de bourbon encadenados, haciendo “favores” como detective sin licencia. El personaje creado por el escritor Lawrence Block, que en Estados Unidos es una figura del género, protagoniza varias novelas y no es la primera vez que aparece en pantalla. Jeff Bridges lo interpretó en Ocho Millones de Maneras de Morir (1986) bajo la batuta de  Hal Ashby. Scuder es un protagonista que busca la redención por un error del pasado, pero que el epílogo deja un metálico sabor de boca, ante la imposibilidad de erradicar el mal con sermones o golpecitos en la espalda. Por eso la presencia del muchacho que ejerce de ayudante, acercándonos a una metaliteratura (Watson o las referencias a Sam Spade), sirve de catalizador para dar un nuevo sentido a la oscuridad vital del ex-policía. Sin salir de los parámetros del hardboiled clásico, nos presenta unos narcotraficantes atípicos; ligeramente lelos; cuyas esposas son secuestradas y descuartizadas por dos sicokillers de inquietante presencia. Aquí es donde flojea el guión y se difuminan ligeramente las expectativas (ese videoclub clandestino y nómada para monstruos adictos, la presentación de los psicópatas, casi sobrenatural, el mórbido tarado que utilizan para sus cuitas...etc. Todo el edificio se viene abajo en la parte final, cuando terminan actuando como dos matarifes al uso, después de haber creado expectativas superiores. Narrada sin excesos visuales, ni sobredosis de adrenalina, se agradece ese rito reposado y turbio, que avanza hacia la debacle final sin coartadas, ni justificaciones. Caminando  entre  las Tumbas, se deja ver por el buen hacer de un actor como Neesom. El irlandés da verosimilitud a un personaje en busca de la expiación de sus fantasmas, que no  la encuentra del modo que él esperaba, sino  en  la  presencia de un niño que le hace salir de su concha y avistar un futuro menos lóbrego, sin caer demasiado en  el lugar común. Este ángel caído se mueve en una Nueva York espectral, donde el realismo sucio nos retorna a lo mejor de la novela negra. Si sirve como disparo de salida para retornar a un género mucho más imbricado en los personajes y el suspense, que en las ráfagas de balas y los patadones, bienvenida sea.

 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Exposición de Rafael Sanz Lobato en la Sala Europa. Badajoz


Rafael Sanz Lobato consigue atrapar el instante y acercarlo a la eternidad a través del visor de su cámara. Por que por encima de los condicionamientos técnicos, el manejo de la luz y la profundidad de campo, el obturador, las aberturas, lo que queda es la profunda huella personal que el autor imprime a sus criaturas en papel fotográfico. Y esto es algo en lo que la técnica nunca iguala al talento. En los años de postguerra un grupo de fotógrafos documentalistas tratan de buscar su propio camino, aproximándose a un realismo, no exento por ello de creatividad y de aportaciones de autor. No hay que olvidar que el paisaje que atrapan está condicionado por los márgenes del visor, es decir apartado de su contexto completo, diseccionado. Procesado por las obsesiones y pasiones de cada autor. Por ello el reflejo documentalista lo es en la medida en que la realidad pasa por el tamiz del fotógrafo y es sublimada, hasta alcanzar el concepto de arte o belleza, algo que en el original utilizado, quizás ni siquiera habitara. La visión fotográfica, transforma la realidad y obtiene de ella matices desconocidos al ojo que carece de lente y objetivo. El costumbrismo se transforma en Rafael Sanz Lobato en una suerte de surrealismo, los festejos tradicionales y religiosos, quedan anclados para siempre en un mundo fantasmagórico e irreal. Esos cielos brumosos, con mujeres habitadas de luto, esas bestias a punto de ser rapadas envueltas en una neblina irreal, la niña de blanco contrapunteada por el bulto oscuro de una anciana sin rostro.


Resulta obvio que para el espectador que contemplaba la misma escena en esos momentos, el mundo no se desarrollaba en los mismo parámetros. Que esas tonalidades extraordinarias sólo existían en la visión del artista, formaban parte de su intramundo. Si realizar una fotografía de calidad es una misión harto difícil, el documentalismo se lleva la palma en cuanto a la dificultad de captar el instante. No hay tiempo para luces de estudio, para calibrar detalles. Si además, el resultado es un profundo estudio antropológico, de amplio calado humano y social, detrás se esconde una percepción especial del entorno que solo tienen algunos privilegiados.




Los paisajes del autor destilan poesía, sus bodegones fascinan, e invitan a la contemplación de esas naturalezas muertas de una composición técnicamente apabullante. Pero son los retratos donde la inspiración del autor imprime su sello a los modelos, extrayendo de ellos una complicidad para captar el instante de expresión que los refleja sin distracciones, sin coartadas humanas. Este artista  fue galardonado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2003 y es Premio Nacional de Fotografía en 2011. Reconocimiento para una generación olvidada cuya deuda aún no ha sido reconocida. Artesano del laboratorio, impregna sus imágenes de la España Negra, de una España profunda, rural (vía Baroja) que mantiene sus rituales intactos, transmitidos por generaciones. Sanz inmortaliza esos rostros de una nación de liturgias formales, de formas externas, anclada en el pasado. Ciertamente el espectador se asombra al ver las fechas de las fotografías, la aridez de los  paisajes humanos, que nos retrotraen a décadas anteriores. Instantes mágicos que captan la mirada de mujeres invadidas de luto, de rituales etnográficos. Sanz Lobato ha convertido en eternas, unas historias ya olvidadas, envueltas en un claroscuro magistral. La composición y el plano, revelan el talento visual de este creador, pero al mismo tiempo, su percepción poética del entorno, su respeto por los protagonistas, ofrendan una sensibilidad capaz de transformar lo cotidiano en un suceso mágico. Un regalo para los ojos y el espíritu.


La Carne y el Demonio. The Flesh and the Fiends.1960






The Flesh and the Fiend
Año
1960
Duración
97 min.
País
 Reino Unido
Director
John Gilling
Guión
John Gilling, Leon Griffiths
Música
Stanley Black
Fotografía
Monty Berman (B&W)
Reparto
Peter CushingJune LaverickDonald PleasenceGeorge RoseRenee Houston,Dermot WalshBillie WhitelawJohn CairneyMelvyn HayesJune Powell
Productora
Triad Productions

No es demasiado atrevimiento afirmar que nos encontramos ante la mejor película de un director que dedico la mayor parte de su tiempo a la productora Hammer, especializándose en cintas de terror, acordes con la estética manierista y el cromatismo barroco de esta industria londinense. Curiosamente esta joya olvidada no fue desarrollada por la anterior. La productora Triad se hizo cargo del proyecto, rodando en los estudios Shepperton, contando con uno de los actores fetiches de Hammer: el versátil Peter Cushing. Las diferencias estéticas y conceptuales viajan desde en ese blanco y negro con vida propia; pleno de claroscuros; que nos regala Monty Berman, hasta la explicitud de la violencia. En esos mismos años Hammer desarrollaba sus películas de vampiros con Christopher Lee, donde la crueldad era ejercida por seres sobrenaturales o contra ellos. Pero este estilo; con abundancia de hemoglobina y estética decadente; no llega a ser más que una tímida y titubéante aproximación a la barbarie, frente a la visceral (y brutal) violencia efectiva, ejercitada por los dos sociópatas. Esta constituye la segunda aparición de estos personajes en el cine. El doctor Knox ya había protagonizado El Ladrón de Cadáveres, basada en una obra de Robert Louis Stevenson. En esta memorable película el profanador de tumbas era Boris Karloff, aunque estaba remotamente inspirada en los hechos reales, no se ajustaba con fidelidad a la historia Cushing; protagonizando sobriamente a un científico imperturbable; volcado en la medicina por encima de todo, aparece como el personaje sobre el que gira la trama, pero  los verdaderos protagonistas son los profanadores  de tumbas. Donald Pleasance; otro habitual de la escena hammeriana; y el teatral George Rose, componen dos magníficos truhanes. El primero es la personalidad dominante; con ramalazo sicópata y sádico; el segundo, desgrana un oligofrénico de naturaleza dependiente y sumisa. La perversión de Burke y Hare; los tristemente famosos ladrones de cadáveres; se presenta ligeramente asociada al miserabilismo de su entorno, como resultado de un modo de vida. 

En las primeras escenas, los compinches aparecen como unos pícaros con aires de grandeza, que hasta ese momento malviven a base de engaños y fullerías, pero sin traspasar ciertos límites. Es durante el asesinato inicíatico, cuando tras la mirada febril y enfermiza de Hare, (formidable Pleasance) surge el sicópata que se agazapaba en sus entrañas.  En estas calles ponzoñosas, magistralmente tratadas como un personaje más, todo es insania y ausencia de ética. La posadera (esposa de Burke), tras superar los escrúpulos iniciales, se vuelve cómplice de los asesinatos, preocupándose únicamente por la mala imagen que puede dar su establecimiento, si  alguien ha visto entrar a la mujer, cuyo cuerpo caliente yace sobre la cama. La verdadera historia de estos asesinos decimonónicos, que vendían los cadáveres frescos para los estudiantes de anatomía, causo verdadera psicosis en la época, llegando los parientes a dormir encima de las tumbas durante días. Aunque el profesor Knox no deja de sospechar acerca del origen de los cadáveres, no hace preguntas y muestra un profundo desprecio ante la frialdad y amoralidad de los carroñeros. El argumento paralelo corre a cargo del alumno del profesor  (John Cairney) y su relación con la díscola y alcohólica prostituta interpretada por Billie Whithelaw, unos  años antes de aparecer en La Profecía. Las siniestras callejuelas, manejadas con bajo presupuesto; pero con genialidad visual; adquieren vida propia. Regalando un ambiente de opresión y sordidez, donde la nocturnidad, los adoquines, las tabernas, crean seres inhumanos que habitan en la noche, en un claroscuro magistral y feérico. En esta fábula pervertida nada es lo que parece, el epílogo apenas nos deja atisbar la responsabilidad del médico (a pesar de su predecible redención) como mecenas e instigador de los sociópatas. En el  otro borde del abismo se nos hace comprender que  las  ciencias y la salud humana se han beneficiado de la existencia de personajes como éste catedrático, que sitúa la ciencia por encima de otras consideraciones. 

Dotada de un montaje clásico, un desarrollo de ritmo trepidante, una  fotografía certera y guiada por interpretaciones notables de todos los intérpretes, La Carne y el Demonio es una reivindicable obra de las que ya no se hacen. Sorprenden las licencias, teniendo en cuenta la época en que se rueda el film. En las escenas del burdel, el director consigue colocar estratégicamente desnudos integrales, que la censura sólo podría detectar con los modernos reproductores y sus funciones de adelante/atrás/paro. Por aquellos años la Hammer comenzaba tímidos atisbos de sexualidad, sublimándola con insinuantes vampiresas. 
La violencia mostrada en pantalla es terrible, y explícita. 

Recordando; la secuencia en que Burke trata de matar a un deficiente mental; observado por los ojos febriles de Hare, a la película de Hitchcoch Cortina Rasgada, donde se alarga la dificultad del asesinato para desasosiego del espectador. Coincide en el  tiempo esta obra con “La sangre del vampiro” (1958), de Henry Cass, y “Jack the Ripper” (1959), de Robert S. Baker y Monty Norman, para dejar a la posteridad tres notables producciones del thriller y el terror. La historia de los dieciséis asesinatos cometidos por la dualidad de tarados, ha tenido otras revisitaciones cinematográficas: El Doctor y los Diablos de Freddie Francis, o Burke & Hare (2010), de John Landis, aunque nunca se ha conseguido recoger tan magistralmente el pútrido entorno (moral y físico) como en las nebulosa fotografía de ese Edimburgo sobrenatural, en la película de John Gilling, que dedicó sus últimos ocios, a practicar la pesca en España.

martes, 2 de diciembre de 2014

Todo es Silencio. Jose Luis Cuerda





Todo es silencio
Nacionalidades: España Año: 2011
Duración: 119 min.
Género: Drama
Color o en B/N: Color
Guión: Manuel Rivas
Fotografía: Hans Burmann
Música: Sergio Moure
Interpretes: Juan Diego. Celia Freijeiro. Quim Gutierrez. Miguel Angel Silvestre
 Todo es silencio es el segundo acercamiento de José Luis Cuerda a la obra de Manuel Rivas. La primera fue su versión para la pantalla del cuento La Lengua  de las Mariposas, otra vuelta de tuerca a nuestro pasado en los años de la guerra “incivil” con un extraordinario Fernán Gómez como maestro de ceremonias. Todo es Silencio comenzó como guión, para después pasar a novela, que después sería guión, y algo de esto lastró el componente dramático que se nos antoja escaso, naufragando como posible tragedia clásica, debido a la indefinición de las pasiones y personajes. El film se sostiene prácticamente sobre la arquitectura interpretativa de Juan Diego, del que a estas alturas hay poco que decir. El personaje de El Mariscal, un contrabandista que hace citas en el latín que estudió en el seminario, es un caramelo para el actor que se recrea y luce ampliamente. Algunas de las mejores escenas son aquellas en que Juan Diego prácticamente se interpreta a sí mismo en un ejercicio metafísico. La entrevista que realiza una joven reportera a Mariscal, candidato a alcalde, permite al actor sacar todo su arsenal de inflexiones, tics y marrullerías interpretativas de quien tiene a sus espaldas horas de vuelo. El discurso a los sicarios y la conversación con la amante dejan campo libre para degustar esa riqueza de matices del personaje que administra las vidas de la cerrada comunidad. Todo es Silencio, es una pieza de cámara, endogámica, que se desarrolla en un entorno opresivo, del que parece no haber salida y todos aceptan su lugar en el mundo. Humor negro y conformidad con el destino. En una secuencia, el personaje de Mariscal es sorprendido por la Guardia Civil, mientras desarrolla sus trapicheos y Juan Diego les refiere que: In stricto senso, se le han caído cuatro billetes. El sargento corrupto le contesta que si es “in stricto senso”, los que se le han caído son diez billetes. 

La realización tiene un aroma a cine clásico, sobre todo en su primer segmento, cuando todos son niños, planos estéticos, fotografía trabajada, ambientación, etc. Pero la falta de empatía de los personajes en su etapa adulta, lastra el buen trabajo de los niños, que nos presenta esa amistad que será el eje de la narración en el futuro. Quim Gutierrez marcha del pueblo tras la muerte de su padre, dejando atrás a la chica que ama (Celia Freijeiro) y todo su mundo. Cuando regresa, lo hace como policía que investiga el narcotráfico de la zona, para descubrir que todo ha cambiado. La niña que dejó atrás, y que juraba que nunca sería pobre, es la mujer de su mejor amigo, un conductor de lanchas-alijo, que asciende en el mundo del narco. Aquí es donde flojea el guión, ya que los personajes interpretan linealmente, sin transmitir las emociones e intensidad que se requeriría en cada instante, a pesar de lo acertada de la contención de Celia Freijedo, una actriz sobria y de presencia poderosa. Una narración donde se diluye el bien y el mal, sin decantarse, ni definirse, pierde la oportunidad de mostrar una poderosa tragedia. A decir verdad el único personaje realmente negativo es el manipulador Mariscal, que tras su cháchara y chascarrillos, oculta un depredador sin conciencia. José Luis Cuerda nos ha regalado esa obra inclasificable que es El Bosque Animado, basada en el libro de Fernández Flores, la pintoresca historia de La Marrana, el surrealismo cotidiano de Amanece que no es poco, o la fábula del universo infantil que descubre la maldad del adulto en La Lengua de las Mariposas. La panorámica que el  director nos muestra en la primera parte, casi colindante con un mundo imaginativo y fantástico, choca contra el agreste desarrollo de su segundo segmento. Las interpretaciones son esforzadas, pero no consiguen alcanzar el clímax que pide a gritos la cinta. Se pierde el realismo poético y los personajes transformados en adultos no dan el juego que se prometía en sus protagonistas niños. Destacable el trabajo de Luis Zahera (Malpica) como un toxicómano que consigue dar peso y humanidad al conjunto. Todo es Silencio se deja ver, no  en vano hay detrás de la cámara un director de solvencia probada, pero el dramatismo se presenta liso, plomizo, en lugar de ese mar embravecido que prometía arrojar al espectador contra las rocas y hacerle sentir la zozobra del naufragio.