viernes, 17 de julio de 2015

Ojos de Agua. Festival del Castillo de Niebla

   
No es la primera vez que os ronlalianos visitan las páginas de este blog. Ya nos referimos a esta atrevida compañía con motivo de la representación en el "Lope de Vega", de Salamanca, de una excelente propuesta: “En un Lugar del Quijote” Tampoco es la primera vez que comentamos sobre el Siglo Dorado. La Dama Duende y La Puta Enamorada pasaron el escenario hacia estas páginas digitales. Los Ron Lalá ha perpetrado un soberbio espectáculo, apoyado en la inmensa presencia de Charo López y un texto (Alvaro Tato) de los que desearíamos escuchar con más frecuencia en nuestros escenarios. No era empresa fácil; partiendo de este libreto de lenguaje áureo; acometer una aventura de estas características. Pero Ron Lalá nunca ha tomado el sendero fácil. 
 

 Mixturando su estilo (aparentemente desenfadado) en un juego metateatral y metaliterario, con la sapiencia discursiva de Charo López en estado de gloria. Ejercicio de estilo, creado majestuosamente para el lucimiento de la primera dama, que dignifica el personaje de la “puta vieja” Celestina, lo resucita de sus cenizas como un ave fénix que reivindica su lugar en un mundo amoral y cínico, donde ella utiliza para sobrevivir las miserias ajenas. Partiendo de una idea sobresaliente y seminal: la vieja trotaconventos no ha muerto a manos del ingrato Pármeno. 
 
Está refugiada en un convento, desde el que presagia y narra sus últimos días. Esta anécdota prodigiosa de literatura dentro del teatro, de teatro dentro de la vida, de música dentro del texto de Rojas, permite a Charo López desplegar todo su arsenal escénico. Con experiencia de siglos (no por edad, por sabiduría) se mete al respetable en el bolsillo, pletórica de inflexiones, luminosidad y dominio gestual. Entre las sombras, Yayo Caceres, que dirige un espectáculo ronlalero de principio a fin. 
 

Trufado de excelentes momentos musicales, (extraordinarias las canciones interpretadas por Fran García, el díscolo espíritu redivivo de Pármeno, apoyado por la guitarra leve y exacta de Antonio Trapote. Celestina no es un personaje amoral, vive en un mundo amoral donde su propuesta vital es una cojunda sátira plena de reivindicación y regocijo vital. Sobre un escenario (Carolina Gonzalez) que reproduce el interior de un convento todo es parco, sinóptico, cada pieza juega un papel en el desarrollo de la trama y el juego dramático. Rendido homenaje al libre albedrío, a la nostalgia del tiempo perdido, a “los gozos y las sombras” vía Torrente Ballester (hermoso epílogo/homenaje). 

 

La libertad de una mujer frente al oscurantismo, la doble moral y el pernicioso machismo de la época son trasladados superando las barreras del espacio y el tiempo por el texto acerado, afilado como una saeta. Quizás las concesiones a la actualidad no fueran necesarias en un texto de este nivel, pero también es cierto que una parte importante del público no habrá oído hablar en su vida de Pármeno ni de Areusa y también tiene derecho al refocile. Días atrás, revisitando una notable serie española que adaptaba narraciones de misterio: El Quinto Jinete.  En ella, Charo López interpretaba en “La Familia Wurdalak” una joven convertida en vámpira, acompañada de un excelente Francisco Valladares. Viendo su perfil helénico sobre el escenario, está claro que posee la elegancia de los buenos caldos y mejora con el tiempo. Esta obra debería estar en las listas de los próximos premios de la farándula. Si alguien quiere disfrutar de Ron Lalá este verano, todavía estan a tiempo. El Festival de Teatro de Alcántara contiene en su programación la rompedora “En un Lugar del Quijote”. Sin duda “Ojos de Agua” es un referente para el teatro de calidad de esta temporada. Hay lugares impregnados de magia, escenarios que aportan a la obra representada la sabiduría milenaria de su entorno. 


El Castillo de Niebla es uno de estos. No obtiene el espíritu el mismo bálsamo contemplando el lienzo de esas murallas como complemento de la intrahistoria, que en un escenario convencional. Algo similar sucedió hace un par de temporadas con El Nombre de la Rosa. Quienes pudimos visionar en distintos espacios escénicos la obra, coincidimos en el encanto de un entorno como este castillo. Si además se nos ofrenda una  soberbia alcahueta remiendavirgos, remiendaconciencias y libertaria, como esta hembra antigua nacida de la alquimia interpretativa de Charo López, bajo la batuta atrevida y sapiencia de los ronlalianos, entonces, la magia está servida.

 

martes, 14 de julio de 2015

Celia Romero y Dulce Pontes en Badasom


                     
Fotografias.: F Collado
Que Badasom se ha consolidado como un referente imprescindible del mundo lusófono, lo prueba el número de asistentes portugueses a este evento. Que se ha consolidado como referente flamenco en la misma medida, se puede mensurar por los aficionados cabales que acuden cadas año al auditorio Ricardo Carapeto. Badasom es una luminaria de la fusión más certera y emocionante, como demostraron las dos oficiantes al final del concierto, hermanando el duente y el fado, en un duelo de un poderío vocal turbador e inolvidable. Rompió la noche la guitarra de Francisco Pinto, que con sus falsetas dejó patente que se come la cabuyería de la A a la Z ; y le sobra de largo; para abrirle el sendero a la voz de Celia Romero, 
La cantaora vestía de blanco, y desde las primeras notas nacidas de su garganta, afloró que su voz no era del mismo color, Que viste los tonos del quejío y el duende más atávico, los tonos de la primavera, el azahar y la hierbabuena. Celia ganó con dieciséis años, en un certamen muy reñido, la Lámpara Minera de la 51º edición del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión (Murcia). Durante la noche iba a demostrar de largo, los motivos que tuvo el jurado para otorgarle tan importante galardón. Y lo hizo acompañada de acordes novedosos, de cadencias de viola que nos acercaban a texturas sonoras árabes y se mixturaban con el arpegio y la sabia arzapúa del guitarrista, que nos transportaban a nostálgicos jardines perfumados de Batalyaws. Celia sacó el  pellizco, arrancó el "sentío", sobrada de poderío y potencia, pero sin perder de vista el clasicismo y la jondura. Se llevó al público a su terreno en soleá por bulerías, o se vino arriba en su hermosa versión del himno de Extremadura. Con  voz de musgo y sabiduría, de quejío ancestral, de ecos lejanos, se crece al final del compas y levanta al respetable que rompe en aplausos. Pero esto es solo el inicio de la noche.

F Collado

Dulce Pontes, sentada al piano, con un vestido surgido de una ilustración de Victoria Francés, comenzó su actuación dejando pasó al intimismo con composiciones como La Bohème. La versión que hace la portuguesa de este stardar, es cualquier cosa menos adocenada, plena de matices y poderío vocal, regalando esa particular modulación que la hace irrepetible. La canción "Lauridinha", describió la marcha hacia la guerra de un soldado, dentro del más puro folklore vecino. Si precisáramos una palabra para definir la música de Dulce Pontes es: ecléctica. En la noche pacense se escucharon acordes étnicos, melodías tradicionales, armonías galaicas, una inmensa versión del trovador Martin Codax,  del poema en gallego "Ai onda que eu vin veer".de entre mediados del siglo XIII y comienzos del siglo XIV. Apenas existen datos sobre la identidad de éste tañedor y poeta.


Dulce se desliza con levedad por el escenario, baila, hipnotiza, te sumerge en territorios inexplorados donde ella es monarca absoluta. Es capaz de transitar de un fado tradicional con aroma a Bairro Alto, a una melodía donde danza descalza, plena de aromas orientales, de introducir momentos intimistas con una versión potente del "Adagio" del Concierto de Aranjuez de Rodrigo, o solicitar las palmas del público para una canción tradicional portuguesa.

Como regalo para los sentidos un dueto final con "Gracias a la vida" de Violeta Parra, donde Dulce se crece con todo su armamento vocal y es respondida con gallardía y jondura por la voz de Celia. Dulce dedicó un guiño a sus compatriotas con la interpretación a dúo de  "Canción del Mar". Ésta es una canción del portugués Frederico de Brito; música y letra de Ferrer Trindade; que fue cantada por Amalia Rodrigues en 1955, bajo el título de la Soledad, en la película "Los Amantes de Tajo". Quizás la canción portuguesa más escuchada fuera de los límites lusos. 


Fotografías: F. Collado

Dulce, de blanco. Celia, de negro. Noche y día, El Ying y el Yang en la madrugada pacense. Gracias Celia. Obrigado, Dulce. Por ese abrazo final que demuestra que la música derriba fronteras. Por una noche mágica. 


                                                                                                                       Fotografías: F Collado


jueves, 9 de julio de 2015

Gotham. Primera Temporada

                                             

Precuela del universo batmaniano que como su propio nombre indica trata sobre los aconteceres en la mítica ciudad, antes del origen del hombre murciélago. De hecho el arranque de la serie se sitúa en ese instante que en las películas de Batman se trata en flashback: el asesinato de sus padres, origen del trauma y posterior catalizador del nocturno justiciero. Gotham tiene una factura impecable. El diseño de producción respeta y mima los estilemas y detalles que en el imaginario colectivo forman parte de esta ficticia urbe expresionista. Edificios imposibles, oscuridad como estética, interiores barrocos, gárgolas en azoteas, trenes imposibles por encima de la ciudad, etc. La fotografía esplendida consigue la ambientación deseada en cada momento. En el aspecto interpretativo la calidad es alta, navegando al principio de la serie el personaje del policía Gordon en las peligrosas aguas de la insustancialidad, hasta crecer en los siguientes episodios al aproximarse al lado oscuro. 

Como es obligado en estos menesteres, la palma se la llevan los villanos del acto. Desde una enorme Jada Pinkett Smith; sensual y dominatrix; en un papel creado para la serie: la pérfida y superviviente “Fish Money”, pasando por el eficiente pingüino interpretado por Robin Lord Taylor (un OSWALD COBBLEPOTT de lujo) y sus sobrevalorados traumas infantiles, hasta la caricatura de mafioso “spaghetti” del soberbio David Zayas (Don Maroni). Hay querencia por el “noir” en la ética y la estética de la trama (chantajes, venganzas, dobles y triples alianzas) y una utilización del espacio (callejones, humo, mendigos, luces de neon) que retrotraen al policiaco seminal y clásico. La presentación del origen de los diversos villanos, está imbricada dentro del guión de cada capítulo y no chirría, presentándonos la posible génesis de “alter egos” del murciélago como Joker, Poisson Ivvy, Enigma, Dos Caras, El Espantapájaros (muy interesante este episodio) entre otros villanos. El joven David Mazouz, en el papel de un Batman adolescente, consigue trasmitir con eficacia el tormento interior y a lucha de sus convicciones con el mundo sin piedad que se va encontrando. Otro de los aciertos de esta precuela es la inclusión de Selina (futura Cat Woman) y su relación iniciática con el germen de superhéroe. El rostro y la expresión de la joven son de lo más acertado en este universo batmaniano



Un cosmos donde todos los personajes se mueven en zonas grises, desde sus inicios tratando de respetar la ley y los mecanismos legales, hasta el convencimiento de que no podrán igualar el poder del mal, más que luchando con sus mismas armas (o peores). De hecho el nacimiento del héroe murciélago se basa justamente en esto. Vulnerar la legalidad para poder aplicarla. La sordidez y la corrupción campan a sus anchas incluso en el cuerpo de policía. Los capos son personajes de entidad con su propio código de honor como Carmine Falcone (excelente John Doman), Don Maroni, o los futuros villanos aún en proyecto. Aunque en Gotham nada es blanco o negro, ahí está el pasado S.A.S del mayordomo Alfred (aquí todos tienen su lado oscuro) atormentado su existencia. Otro acierto de la serie es la ausencia de mallas y disfraces de carnaval. Los personajes negativos son seres atormentados (y los positivos también) y su evolución es sicológica y progresiva. No aparecen en medio de la calle, disfrazados de pollo, intentando conquistar el mundo. Nos encontramos ante un thriller de una estética lóbrega y elaborada, que se desmenuza en múltiples argumentos secundarios, que lo hacen aún más atrayente. Baste recordar los capítulos que se desarrollan íntegramente en Arkam, o el hospital de tráfico de órganos y los experimentos de Francis Dulchmacher (The Dollmaker), para comprender que estamos ante un guión en el más puro concepto del “entertaiment” de calidad. 

También el connaisseur agradece el trabajo de iluminación para dotar de personalidad los diferentes ambientes de la mitología del comic de DC, y que diferencia las chapuzas, de los trabajos en postproducción de calidad. A caballo entre lo bizarro y el thriller de los ochenta, entre el sarcasmo del Pingüino y la escurridiza arpía Fish Money, es preciso recordar que se trata de un prime time americano, con todas las carencias que esto conlleva. Los devotos seguidores del original, de la oscuridad, de la bizarrez y lo siniestro pueden quedar decepcionados. Pero es que esta serie hay que verla olvidando su génesis en viñetas, no tratando de buscar referentes ni similitudes. De hecho resultará entretenida y novedosa.



miércoles, 8 de julio de 2015

Big Eyes de Tim Burton

                                             


Big Eyes es una obra atípica en el universo burtoniano. Una suerte de “rara avis” en la que Burton al aventurarse en la periferia de sus zonas oscuras, no se mueve con la precisión quirúrgica a que nos tiene acostumbrados en su universo estrafalario y gótico. Tal vez el truco consista en no buscar sello personal en el film, en disfrutar la película como un acercamiento a una historia que pudo haber sido inventada por el propio Burton: la historia de una impostura artística. 

En esta historia hay detalles que chirrían, como el histrionismo de Christoph Waltz  (casi un cartoon de carne y hueso) que termina agobiando, y no es otra cosa que una revisitación del imposible oficial nazi que interpretó en la fantasiosa “Malditos Bastardos”. Aunque Waltz tiene buenos momentos se deja llevar por el exceso y la desmesura, sobre todo en la etapa final de la cinta. Lejos de extraordinario Ed Word (todo genial desmesura) que recreara Johnny Deep. 

Todo lo contrario que la deliciosa Amy Adams, plena de contención y expresividad, sin descomponer el gesto. El diseño de producción recrea con efectividad una época y una forma de vida, tan alejada del universo del outsider Burton, que resulta ajena al ferviente devoto, hasta que se da cuenta que estamos ante un cuento de hadas pervertido con princesa encerrada en una torre por el ogro. En este caso cosmopolita, vendedor de humo, mundano, extrovertido. Y es que esta carga de profundidad, es una demoledora exposición de un vampirismo anímico. Reflexión sobre el arte, su concepto, o su manipulación. Sobre los popes del artificio, que entronizan la banalidad o hacen naufragar el talento. Aquellos que opinan y bendicen el producto final, y a los que en un momento del film Christoph le esputa: "Hacéis críticas porque no sabéis crear nada" Nos ha faltado algo de oscuridad, pero si nos fijamos detenidamente ya hay bastante oscuridad en los big eyes, en los tristes ojazos de estos niños desvalidos de Margaret Keane. 

Nunca estuvo Margaret en el MOMA, pero vendió millones de copias e inició un provechoso negocio de merchandising de tal modo que todo el mundo pudiera adquirir copias de su obra. Estamos en los años 50, en un país pretendidamente liberal, donde la mujer debe ocultar su condición para que su marido venda los cuadros. El color, al contrario que en otras obras burtonianas, está por todas partes. Bruno Delbonnel consigue estampas de San Francisco y Hawai acordes con el mundo kitsch en que se desarrolla el guión. Burton ha dejado entrar la luz, porque la historia lo requería. Margaret estaba ahí antes de Warhol, en manos de un hombre-niño, un inmaduro emocional que la vampirizaba. Un parasito que hasta el final de sus días siguió insistiendo en la autoría de los cuadros. El universo gótico de otras obras del autor se traslada a una morada popluxe, pero su ponzoña sigue ahí: El dominio que el caricaturesco bipolar ejerce sobre la princesa prisionera, la anulación de la persona, el universo opresivo de la buhardilla, con una ventana que no se abre para que no descubran la verdad, sin necesidad de distorsionar lo cotidiano. Margaret Keane paso de ser un producto considerada kitsch a ser objeto de colección para connaisseurs. Un ejercicio sesudo sobre la banalidad que rodea al arte y la impostura. Los ojos hiperbólicos que antes fueron ignorados, ahora eran oscuro objeto de deseo. No hay poseía malsana en Big Eyes. Aquí no esta el director de Eduardo Manostijeras o la bizarrez de Pesadilla Antes de Navidad. ¿Pero porque había de estarlo?¿No andamos a vueltas con el proceso creativo? Lo que hoy es banal, mañana puede convertirse en objeto de culto. Y Burton sabe mucho de estos menesteres. 


En algún instante la película navega peligrosamente entre la estética de telefilm (con carteles finales incluidos) y el riesgo bizarro de escenas como la del juicio final, donde el protagonista lleva el exceso a límites casi chirriantes. La belleza naif del retrato de Margaret es aplastada por la exhibición casi bufonesca (sólo falta el Jefe de Pista) del circense Christoph Waltz. En el apartado de Banda Sonora, el compositor fetiche de Tim Burton, el ecléctico Danny Elfman abandona el lado oscuro para escribir una partitura ligera, con entorno de ensueño, enfrentándose a temas como el de Lana del Rey, frente a los cuales resulta bastante discreta.





martes, 7 de julio de 2015

The Imitation Game



El espectador suele acercarse con recelo a este género de biografía liofilizada que suele convertir historias interesantes en biopics al uso, historias que zozobran en ese peligroso terreno de productos “basados en hechos reales”, o el director militante de turno  la convierte en una hagiografia tendenciosa y sectaria “ad maioren gloriam” ideológica de algún personaje admirado. The Imitation Game es cine correcto (en el más amplio de los sentidos) De consumada puesta en escena (como buen producto británico) e interpretaciones notables, especialmente la perfomance de Cumberbatch, en un personaje consciente de su propia genialidad y atormentado por la opresión social a su condición sexual. 

El acierto de The Imitation Game se basa en la sutilidad para moverse en los tres tiempos narrativos, a base de flashbacks y flashfowards, y hacerlo de modo dinámico y nada farragoso. Navegando entre el thriller atípico y el drama contenido, todo se resuelve a base de miradas (excelentes los momentos compartidos con Keira Knightley) la película transcurre en un instante, superando lo irregular o superficial del guión para trascender, merced a un pulso narrativo notable y las interpretaciones añadidas de secundarios como Matthew Goode o Charles Dance.
ALAN TURING
 El desenlace nos conduce a un universo orwelliano, donde el matemático que ha ayudado a luchar contra la dictadura y la opresión, salvando miles de vidas, tiene que sufrir en su propio entorno las sevicias de un mundo donde no todo es libertad ni tolerancia. El personaje de Keira Knightley también ha de adaptar su cerebro superior a un mundo donde la mujer se encuentra en un segundo plano. Morten Tyldum realiza su avanzadilla en territorio británico con este film, después de haber dirigido trabajos notables como el electrizante thriller “Headhunters” donde su sentido del ritmo visual ya quedaba patente. Cumberbatch es un conocido de lo espectadores por su participación en la excelente y televisiva Sherlock, donde la composición de su personaje era lo mejor de un producto novedoso y de “qualité”. En 2014, fue premiado con el EMMY al mejor actor, pero también ha participado en Amazing Grace o War Horse, de Steven Spielberg entre otras. Quizás al film le falte algo de riesgo, o una mayor crudeza y seriedad en la concepción de personajes (de hecho Turing se presenta como un antisocial) que habría dado mayor juego dramático. En cuanto a la realidad de lo vertido en pantalla, recordar que no hallamos ante una película que no se ciñe estrictamente a hechos reales. Turing era un tipo divertido al que le gustaba andar besando hombres, el papel del comandante “malísimo” no se corresponde con el oficial experto en criptografía Alastair Denniston. No existe constancia de que Turing se suicidara, y sí de que pudo ser un accidente de laboratorio (cianuro). La capacidad de decisión del grupo de Turing sobre que objetivos militares (que da lugar a una de las escenas más duras del metraje) podían ignorarse, es más que dudosa. Pero el análisis del celuloide debe obviar todos estos detalles para juzgar el trabajo cinematográfico. Quienes quieran avanzar en el mundo de Alan Turín tienen a su disposición libros como “Los matemáticos polacos, Alan Turing y el secreto de la máquina Enigma,” “Alan Turing. El hombre que sabía demasiado,” Antoni Bosch, Andrew Hodges, “Alan Turing: The enigma,” Simon and Schuster (1983), B. Jack Copeland, “Alan Turing. El pionero de la era de la información". 
Keira Knightley es uno de los rostros más interesantes del panorama cinematográfico. De angulosas facciones, se ha dejado ver en interesantes producciones como “Quiero ser como Beckham” (2002), Orgullo y Prejuicio, La Duquesa (2008) un biopic de factura formal impecable, Never Let Me Go, basada en la novela de Kazuo Ishiguro, En el límite del amor (The Edge of Love), una película sobre la vida del poeta galés Dylan Thomas (2007), junto a productos comerciales o simplemente alimenticios. 
En The Imitation Game; a pesar de la escasa relevancia de su papel; Keira consigue transmitir la peculiaridad de la relación entre los dos protagonistas, ambos desnortados y perdidos en un mundo que no les comprende. Quede pues el mensaje del sufrimiento de aquellas personas encarnado en Alan Turing, de la terrible realidad de un mundo que habiendo luchado contra la opresión, oculta en su interior el huevo de la serpiente. ¿Pretenciosa? Quizás. ¿Reacia a remover zonas oscuras? Tal vez. ¿Irregular? Puede ser. Pero ante todo un producto bien construido, de planos elegantes, trabajo visual impecable, e interpretaciones notables. Necesaria. Aunque solo sea para percibir el dolor del abismo que les separa, en las miradas de Cumberbatch y Knightley, ambos náufragos en un mundo que han salvado, pero que no les va a salvar a ellos.  Adornada con la sobresaliente banda sonora firmada por Alexander Desplat. 

lunes, 6 de julio de 2015

Medea de Vicente Molina Foix. Teatro Romano de Mérida

                 


Medea es el paradigma de la mediterraneidad. Un mito que, junto a Fedra, Antígona, Ifigenia o Electra, deviene prototipo de la fuerza interior, leyenda habitada de litoral y con inseparables matices salinos. Medea aprende las artes de la magia directamente de Circe, que la convierte en una mujer autónoma, realidad que choca directamente con los prototipos de la época. La presente versión bebe de los textos seminales de Eurípedes y Séneca, pero también; según el autor; de los versos de Apolonio de Rodas y las texturas inquietantes de los prodigiosos poemas de Ovidio.

 El mito Medeático reviste matices siniestros por su devenir, conjugados con la piedad que despierta su destino en el espectador. Medea habita un territorio entre la insania y la pasión mas desaforada. Medea es capaz de despedazar en su huida a su hermano para entretener los bajeles de su padre, que la persiguen por su traición. Esta mezcla de caracteres (Eurípedes muestra los rasgos mas turbadores, Apolonio y Ovidio la describen como hembra de gran belleza, enamorada de su marido) conforman la vengadora y la víctima de sí misma. Medea fascina por su crueldad, e inspira piedad por la renuncia a si misma, por anularse al lado de un arribista, que en esta versión deviene desmadejado fantoche, al que se le da la oportunidad de justificar sus actos, aunque su verborrea no convence a nadie. 
Este Jasón de expresión corporal que no concuerda con la gravedad de sus textos, ligeramente amacarrado, y aparentemente envuelto en los vapores de Baco, no tiene entidad para ofrecer un desafío real frente a la fuerza atávica de Medea. En un hábil instante escénico Medea reúne a los dos Jasones (el del pasado y el del presente) para narrar con exactitud la historia de su amor y sus consecuencias. 


Esto es de agradecer por el espectador, neófito en la cultura grecolatina, que naufraga ante conceptos como La Cólquida, La Hélade, Argonautas, La Oceánide y los diversos patronímicos de dioses y heróes, que para los auditorios de la época devenían cotidiano Olimpo. Para los helenos, Medea es una bárbara que llega de las costas de Asia, pero a pesar de no conocer sus costumbres, sabe que en su época no podrá sobrevivir sin un hombre a su lado. Apátrida, traidora a su padre por amor. Abandona a su estirpe y su dignidad por un hombre que después la traiciona. Una mujer que no sabe poner freno al odio, ni ponerlo al amor. Eurípedes humanizó a la Medea que en otras circunstancias no vacilaría, la hace dudar, la hace avanzar hacia una remota modernidad. 

El carácter inicial del coro de mujeres como espejo del íntimo dolor de Medea, se desvanece al conocer sus actos. Eurípides, en su interés de dar voz a la pena de las mujeres, hace del grupo otra fuerza femenina más, que junto con la nodriza tienen discursos intensos, certeros y reivindicativos. Como mujer extranjera Medea refleja los problemas de la sociedad del momento. La versión de Eurípedes, ya recibió críticas por sus caprichoso “deus ex machina”: Medea es rescatada de la venganza de Jasón por el carro de Helio. Nada más lejano de la intención de Molina Foix, que en el epílogo de esta Medea terrenal, nos esputa en el rostro que Medea somos todos. Fue en 1933 con Margarita Xirgu de protagonista y texto de Miguel de Unamuno, cuando llegó por primera vez la obra a Mérida. Unamuno respetuoso de la concepción original, daba la libertad a la protagonista, con espectacular final de carros de fuego, según la mitología griega. Varias versiones se han visto después, incluyendo la enorme obra maestra de Cherubini, cuya preciosa obertura dió paso a las voces irrepetibles de Montserrat Caballé y Jose Carreras. 

Ana Belen ya había destacado en otras piezas grecolatinas sobre este escenario. La escenografía de Plaza, aprovecha las columnas sin ocultarlas. Una enorme puerta divide los dos mundos, la dicotomía, el desdoblamiento y el triunfo final del dolor se producen alrededor de esta puerta simbólica. Consuelo Trujillo desborda sabiduría escénica, en  uno de los fértiles personajes engendrados para dotar al páramo de la tragedia clásica de instantes para el reposo y la ironía. Los hijos de Medea ni siquiera tienen nombres propios, quizás para despersonalizarlos y alejar su tragedia del espectador. Una frase define todo el transcurrir de la tragedia: “De todo lo que tiene la vida y pensamiento, nosotras las mujeres, somos el ser más desgraciado”. Es la cuarta ocasión que Ana Belen pisa el escenario de este festival, tras dar vida a La bella Helena (1995), Fedra (2007) y Electra (2012). La dramaturgia de la obra corre a cargo de Vicente Molina Foix, a partir de textos de Eurípides y Séneca, y dirige José Carlos Plaza. La precisa dicción de Ana Belén, la emisión de voz; tan difícil en estos escenarios; escollo de actores televisivos y cinematográficos, no tiene secretos para la actriz. La escenografía se vale de recursos no habituales la tragedia clásica, proyecciones (mapping) etc, que enriquecen y hacen más leve la travesía por la desdicha, especialmente en el brillante intervalo del conjuro en la montaña, instante feérico en que el personaje femenino termina de desdoblarse completamente. 

Poika Matute, correcto en sus breves intervenciones dotando a Creonte de intensidad dramática. Leticia Etala hace lo propio en sus líneas, con un personaje (Creusa) que en otras versiones ni siquiera tenía diálogos. Al modo clásico, el coro transita por los lugares que sirven de referencia visual e icónica al argumento. La puerta, imaginario umbral hacia otro mundo que nunca llegamos a visionar, donde quizás se encierra el pasado feliz de Medea. El árbol, sospechoso territorio de rituales sagrados o terribles. Toda tragedia griega es un reflejo del inconsciente colectivo, no en vano algunas patologías han sido bautizadas con el nombre de estos arquetipos (Edipo, Electra, Pigmalión) lo que convierte en universal (y atemporal) el contenido de estos textos. El preceptor interpretado por Luis Rallo es un quijotesco personaje en un mundo que en un mundo lleno de violencia trata de sembrar las raíces de la razón, con una interpretación sutil y convincente.


Esta Medea magistralmente respirada por Ana Belen, es un paseo por el amor y la muerte, por la pasión que obnubila la razón, por la razón que oprime al corazón. Un “descenso ad inferos” donde la victima se transmuta en verdugo y viceversa. La madrileña dibuja un lienzo pleno de matices donde el control de la voz, la expresividad, el dominio técnico del lenguaje corporal no opacan la pasión y transformación que tienen lugar en la hechicera, hasta recuperar su verdadero yo. Medea confiesa que sus hijos son tan sólo una extensión de su marido, una perpetuación. Ella no los necesitaba. Tan sólo el amor obsesivo y atávico hacia un Jasón que no lo merece, la alimentaba. Desaparecido éste, solo queda la destrucción total del ahora enemigo. Nadie puede luchar contra el hado. Medea es el matriarcado, la rebelión contra la falocracia imperante, Apoyada y acompañada del coro de mujeres, que sienten junto a Medea su dolor, hasta su vesania final asesinando a sus hijos, donde se abre un abismo entre ellas. Bajo la certera batuta de José Carlos Plaza y un texto/agasajo de Molina Foix, que es culto, audaz y no cede a la moda de hacer “más asequibles” los argumentos, la actriz compone un personaje inolvidable en medio del calor emeritense y las milenarias columnas.  Los afortunados espectadores contemplaron una tragedia atemporal, nacida de la alquimia interpretativa de Ana Belén. Un viaje hacia épocas y sentimientos comunes a todos los hombres. Un poema pervertido y cruel, pero veraz y certero. Una atrayente liturgia de alianza con las sombras.