lunes, 25 de septiembre de 2017

Paraíso. Andrey Konchalovsky. El horror del limbo.

                                           



País Rusia
Director Andrei Konchalovsky
Guion Elena Kiseleva, Andrey Konchalovsky
Música Sergey Shustitskiy
Fotografía Aleksandr Simonov
Reparto Yuliya Vysotskaya, Christian Clauss, Philippe Duquesne, Peter Kurth, Jakob Diehl, Viktor Sukhorukov, Vera Voronkova, Jean Denis Römer, Caroline Piette
Género Drama
Duración 130 min.


Konchalovsky es un director capaz de pergeñar productos tan disímiles con una buddy movie de encefalograma plano, protagonizada por el otrora chico disney Kurt Russel y el icono del cine de acción Silvestre Stallone, plena de explosiones frases lapidarias (Voy a volarte la jodida cabeza) y todos los tópicos del subgénero, para en una maniobra neorrealista de funambulismo saltar al otro lado y presentar el costumbrismo a fuego lento, el remanso de lo cotidiano y composiciones elegantes donde redescubrir lo esencial (El Cartero de las Noches Blancas). Por no hablar de su colaboración con Tarkovski para el guión de Andréi Rubliov o de la soporífera y carente de emoción “El Cascanueces en 3 D”. Hasta llegar a esa promesa de autor que fue el lirismo y la poesía de la notable “Siberiada”




En “Paraíso”, el moscovita se decanta por un blanco y negro aséptico (en la línea del Haneke de “La Cinta Blanca”), decorados parcos y estudiada composición. Nos ofrece su propia visión del  holocausto. Una mirada esforzada por cuanto trata de abarcar situaciones y personajes de amplio calado en escaso metraje. La ruptura del ritmo dramático se produce en un arriesgado movimiento sin red. El director introduce a los personajes mirando a cámara en un imaginario limbo, desde el cual relatan, justifican, hacen avanzar o retorcer la historia desde el formato cuadrado de 4:3.
Un colaboracionista que sobrevive sin cargos de conciencia, una aristócrata rusa y un oficial de las SS que mantuvo un affaire con ella en el pasado. A diferencia de otras incursiones, el cineasta expone los motivos del ascenso de esta ideología y la visión del oficial alemán durante uno de los monólogos. También presenta a un antiguo compañero de universidad, al que encuentra durante su inspección del campo de concentración. Juntos comparten el desencanto, el alcoholismo donde tratan de huir de la realidad. Una realidad que les enfrenta a sus fantasmas: jóvenes universitarios que admiraban y tratan de escribir una tesis sobre un escritor ruso, cuya esposa, le cuenta su amigo, fue eliminada en esas instalaciones. 


El autor juega con la gama de grisuras humanas. La aristócrata no tiene reparo en ofrecerse al comisario para sobrevivir. El comisario le dice sinceramente a su esposa que la ama, mientras prepara el encuentro con la rusa. El oficial de las SS es capaz de besar las manos de la sirvienta que atendió a su madre moribunda o liberar a una judía porque se lo suplica un criado, al tiempo que escucha; impertérrito; las estadísticas de eliminación humana en los  crematorios. Jugando con el brechtiano principio de interrupción (distanciamiento), que hace avanzar el recurso dramático. Gracias a las formidables interpretaciones (en especial Yuliya Vysotskaya). El film es parco en la mostración de situaciones explícitas de horror. El resultado es mucho más inquietante al presentarnos la vida cotidiana de los protagonistas, sus razonamientos, deseos, sentimientos. Lo que presta en cercanía, lo transmite en inquietud al comprender que a diferencia de las tesis de otras películas, los personajes son poliédricos. No hay una manipulación maniqueísta. 


Las diversas capas de grisura del ser humano están presentes. También resulta sugestiva la deconstrucción narrativa, esos “cortes” que se producen durante las declaraciones a cámara, que manifiestan la perplejidad, la incomprensión o la imposibilidad de explicar el todo. ¿Qué habría sido de estas personas de haber nacido en otro país o época distinta? ¿Estarían cambiados los roles? La aparente falta de secuencia dramática que retrotrae al teatro del absurdo, alcanza altas cotas de malestar cuando se subvierten los roles. En una de las escenas más inquietantes (psicológicamente), Helmut, (Christian Klaus) el oficial nazi le ofrece a Olga (Yuliya Vystskaya) un carnet de Cruz roja y un pasaporte, ante lo que ella se arrodilla y humilla hablando de “superhombres” mientras él la rechaza decepcionado con todo aquello en lo que había creído. Una mirada tridimensional sobre el horror. Las vivencias de personajes que navegan entre la luz y las sombras, entre esa zona gris donde habitan los seres humanos. El terrible epílogo describe certera y visualmente la naturaleza del nuestra errónea especie. Dos niños avanzan jugando y riendo por un camino hacia la cámara y hacia el futuro. Los bordes del sendero están sembrando de cadáveres alineados. Los niños ni siquiera los miran. Se han acostumbrado.
El mensaje final es desolador para el espectador. El presumible paraíso ofertado por el nacionalsocialismo se revela monstruoso infierno, el paraíso socialista, simplemente le sigue los pasos, y el paraíso religioso, al que aspira la protagonista, depende exclusivamente de la fe. El panorama no es muy halagüeño.

 

Lo mejor: La utilización aséptica del blanco y negro que produce una sensación de irrealidad y limbo. Las interpretaciones a cámara, certeras, desnudas, lacerantes. Que los personajes sean reales y no acartonados chicles.

Lo peor: Heinrich Himmler y su escasa relación con el personaje histórico.
Que el homenaje a la madre Rusia en una película financiada por la TV de ese país, haga olvidar el otro holocausto, que comienza con Lenin, y al cual el director podría prestar algo de atención. ¿Quizás, algún día,  una película sobre los gulag?

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