martes, 7 de noviembre de 2017

La Torre. Aran Dramática. 40 Festival de Teatro de Badajoz


                                




Cuando el genial aragonés pintó dos gañanes, enterrados hasta las rodillas, solucionando sus cuitas a garrotazos, ignoraba que estaba efectuando una radiografía; certera y punzante; del hispano per saecula saeculorum. Ninguna iconografía más acertada para ese cartel (diseñado por el director) para la obra,que se incardina dentro del corpus dramático de Eugenio Amaya. Una dramaturgia ¿trilogía o tetralogía?, con calado social, espejo de la desoladora situación en que habitamos, ya sea el “pelotazo” inmobiliario (La Torre), la corrupción política, las herencias, la recalificación urbanística (Demolition), la financiación ilegal (Anomia) o las repercusiones en el núcleo familiar de una sociedad sin valores.(En Familia), que ya fue reseñada en este blog:


http://elgabinetedekaligari.blogspot.com.es/2015/10/en-familia-aran-dramatica_27.html


No cabe duda que la compañía y el autor optan por un teatro comprometido, a pie del cañón. Alimentándose de los parámetros del teatro documental de Peter Weiss y su “estética de la resistencia” o las influencias del “Teatro Político” de inspiración marxista de Erwin Piscator o la dialéctica épica de Bertolt Brecht, a la sombra del teatro independiente  y su obligación con la sociedad. Un teatro de compromiso, desgraciadamente, mucho más usual en países anglosajones.


También los escenarios del dramaturgo forman ya parte de sus propios estilemas y obsesiones. El claustrofóbico y espartano sótano de “Anomia” o el desolador páramo del extrarradio en “La Torre”. En el caso de “En Familia”, el ambiente opresivo nace del mismo núcleo familiar, aparentemente “normal”.
Claudio Martín (Coriolano, En Familia), diseña ese decorado periférico, páramo poligonero con troncos que simbolizan el yermo interior del promotor Márquez y el divorciado Pérez. Convertido en desolador cosmos donde se enfrentan en un duelo denso, de alta calidad literaria (quizás excesiva en algún instante), para destilar dos formas diferentes de enfrentarse a la propia decadencia y a la mutua necesidad.


Jorge Moraga se bautiza con pulso firme en su primer texto de larga duración, donde se respira la complicidad con el equipo y los años de trabajo juntos. La esgrima interpretativa y verbal consigue que la obra se convierta en un continuo devenir, pleno de matices y giros, que estos dos contundentes actores extraen con  solvencia de un texto al que insuflan vida durante la hora y media de la función. Quizás algo más de movimiento escénico sería la guinda del pastel. Pero no es más que una opinión de espectador embelesado. Una obra certera, un dardo envenenado al corazón de una sociedad donde la picaresca de antaño se ha convertido en gualtrapía. Donde el esfuerzo ha devenido en medradores, abrazafarolas, monaguillos y palmeros de  guardarropía. Un paisaje humano de trileros de cuello blanco, mentecatos con aforamiento y felones con suplementos en la nómina, pagada por todos los ciudadanos. Una paleta tan desoladora como ese paisaje, donde los personajes habitados por Cándido Gómez y Quino Díez son trasuntos de los gañanes que pintara Goya. Excelente trabajo.

Javier Mata, diseño de iluminación; Pepa Casado, caracterización y maquillaje; Pedro Martín-Romo, música; Koke Rodríguez, diseño de sonido y Manuela Vázquez, producción ejecutiva.

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