
La aventura de los jóvenes en contra de un
sistema opresivo, inhumano y violento, que se disfraza con piel de cordero, es
un alegato contra la tiranía con la fuerza del amor. Una oda al coraje por encima
de las circunstancias y a la pureza de los sentimientos. El retrato femenino
descansa sobre la asombrosa interpretación (sencilla, pero llena de matices,
fluida pero con la intensidad de un río desbordado) de la joven Zhou Dongyu,
que consigue despertar una empatía sin límites en el espectador. Que siente,
padece y sufre ese horror cotidiano que significa habitar un periodo histórico,
dónde algún déspota o dictadura arrasan la vida de los ciudadanos. Zhang Yimou
aboga por el intimismo más extremo y la interiorización de las vivencias, en la
otra orilla de sus anteriores producciones.
El otrora autor de acrobacias
desmesuradas, envueltas en cromatismo desbordante, de una estilización
impactante o rebuscada, con coreografías aéreas, brillantísimas danzas y
trepidante ritmo, deviene en propuesta encerrada en cuatro paredes o bucólicos
escenarios. Desde el esplendor de las épicas batallas de Hero, al colorido preciosista y la poética marcial (con un concepto
visual insuperable) de La Casa de las Dagas Voladoras. Desde la
recreación histórica recargada de derroche estético en La
Maldición de la Flor Dorada ,
pasando por la sensible y lúcida denuncia sobre la miseria rural en Ni uno menos, hasta la polémica (en lo
político) desatada por ¡Vivir! (prohibida en su país) debido a la
denuncia que este drama; protagonizado por la hermosa Gong Li; hacía del
gobierno chino. El bagaje como cineasta de Zang Yimou ha renovado el género del
wuxia, sin perder la capacidad para conciliar lo poético con lo comercial. Sus
mejores obras ofrecen un lirismo no exento de militancia como Sorgo Rojo (1987), debut como autor,
historia de un difícil romance; de hermosa factura visual; que obtuvo el Oso de
Oro en Berlín. Gong Li volvería a ser protagonista en Semilla de Crisantemo, duro retrato de la China de los años 20 y del
sometimiento de la mujer al medio social, que obtuvo entre otros la Espiga de Oro de la Seminci de Valladolid.
Público y crítica suelen coincidir en designar El Camino a Casa como una de las mejores obras del director. Una
vez más, protagonista femenina luchando contra los elementos, alternancia del
color y el blanco y negro, melancolía no exenta de acusación social. La marca
de la casa.

Música espartana y
escasa, audible en algún momento dramático. Quizás el espectador occidental
sienta un cierto distanciamiento ante esta forma de sentir la vida, esa
devoción hacia la persona amada, esa entrega a la familia para caer en
desgracia puede parecer falta de coraje. Pero es justamente todo lo contrario.
Los sentimientos se muestran en un delicado ejercicio de belleza y delicadeza. El
método del autor de seleccionar actores debutantes y pedirles que sintieran y
no actuaran, le permitió una página en blanco donde reinterpretarlos como en
caligrafía china. Dejando huella. Armada de una fotografía excepcional (en sus
inicios fue director de fotografía) y la banda sonora de Chen Qigang, consigue
el difícil equilibrio entre la risa y el dolor, entre la inocencia de los
muchachos y la maldad del entorno político. Apreciable el trabajo de los
secundarios que aportan matices imprescindibles al guión. No nos equivoquemos,
el horror y la perversidad de la dictadura, habitan bajo la piel delicada y
sensible de estos amantes improbables y condiciona sus vidas, aunque ellos lo
enfrenten con oriental parsimonia. Una hermosa creación de Zhang Yimou.
Descubridor de musas como Gong Li o la encantadora Zhang Ziyi, a las que ha
arrancado sus mejores interpretaciones. Esperemos que el futuro depare a la
joven Zhou Dongyu las mismas opciones.