
El diseño de producción juega un papel genésico mostrando ese Londres
Victoriano estéticamente correcto, pero bajo el que se adivina que subyace lo
oculto y lo enfermizo.
Impagables los escenarios, como esa horrísona habitación
de muñecos infernales en la wicht house.
John Logan y Sam Mendes ofrecen un homenaje nada velado al “gotich horror” y al
pulp más insano, con sorprendentes
tomas y movimientos de cámara que ofrecen la arquitectura de callejones,
tejados y puertos, más siniestra y umbría de los últimos años. Por otra parte
el listado de homenajes nada velados al “fantastique” enciclopédico se mezcla
con las referencias elitistas y cinéfilas (o literarias) más eruditas.
Esta
temporada descubre que el torturado hombre-lobo interpretado por Josh Hartnett,
se apellida Talbot, el nombre utilizado durante toda la saga de la Universal para sus aulladores
licántropos en blanco y negro. Al igual que sus precedentes en la pantalla, no
controla sus impulsos una vez transformado.
La creación de Josh Hartnett ofrece
un protagonista cada vez más intenso en su sobriedad y cinismo vital. Correcto
(impasible el ademán) y la mirada (excepto en los momentos en que se convierte
en el sanguinario “Lupus Dei”). Añadir que la creación de Hartnett es un
trasunto de aquel Quincey P Morris, el rudo millonario tejano que ya aparecía
en la novela Drácula de Bram Stoker. El
engendro creado por el Doctor Frankenstein adquiere el nombre de Calibán, personaje nacido en “La Tempestad” de Shakespeare, esclavizado por Próspero, y
que simbolizaba los aspectos más instintivos y materiales del ser humano. El
propio Oscar Wilde hace referencia a Calibán: “El rechazo decimonónico del realismo, es la rabia de Calibán al ver su
cara en el espejo. El rechazo decimonónico del Romanticismo es la rabia de
Calibán al no ver su cara en el espejo”. El irlandés James Joyce volvería a
citar al personaje en su obra cumbre Ulises. Incluso en “El Coleccionista”,
novela de John Fowles, la protagonista llama Calibán a su raptor por su falta
de humanidad. Volvemos a encontrar el nombre en una pequeña joya de la ciencia
ficción “Planeta Prohibido”, versión “space
opera” de la obra dramática La
Tempestad. Aquí el monstruo creado por el subconsciente del Dr. Morbius,
aparece ante la atónita mirada de un correcto Leslie Nielsen (antes de
abismarse en aventuras del tipo “Aterriza como Puedas”). La versatilidad del
personaje le ha llevado por senderos insólitos. Los aficionados al mundo de los
videojuegos recordarán como en Silent
Hill Origins hay una criatura torpe y enorme, que es el Jefe Final del Teatro Artaud. ¿Adivinan como se llama?
Esta figura de rostro blanquecino y espíritu torturado, está interpretada
excelentemente por el actor Rory Kinnear (The Imitation Game) y sus intervenciones
(casi un antihéroe romántico o prohombre del Renacimiento) proponen giros
inesperados a una trama ya de por si, sorprendente.

El Grand Guignol continua flotando sobre la
dramaturgia, y la sombra del barbero diabólico de la calle Fleet está presente
entre los retazos de niebla decimonónica. Como lo está la figura omnipresente
del Jack The Ripper, todo un símbolo para la subcultura del horror movie. En una vuelta de tuerca
diabólica la familia que trata de explotar a Calibán como un monstruo se revela
como los verdaderos monstruos.
Incluyendo su hija ciega, la aparentemente
dulce, Lavinia. Otro guiño al mundillo del terror. En esta ocasión el homenaje
viene de la profesión que desempeñan los captores de Calibán. El padre posee un
museo de cera. Los aficionados no necesitaran que se les recuerde la mítica
película del versátil Vincent Price: Los
Crímenes del Museo de Cera. El resto de los personajes también comparte
mitología y orígenes literarios y cinematográficos. Desde la hija perdida
(Mina) extraída del Drácula de Stoker, hasta las referencias a los crímenes
necrófilos de los ladrones de cadáveres Burke y Hare (ya vistos en películas
como The Flesh and The Fiends), pasando por la nada velada influencia de “La
Liga de los Hombres Extraordinarios” del maestro Alan Moore.
Desde los
latinajos salmodiados del Verbis Diablo,
hasta el excéntrico profesor egiptólogo Ferdinand Lyle, recreado con solvencia
y precisión. Una parada de los monstruos enriquecedora y cada vez más sombría.
Episodios de un alto voltaje erótico (inquietante el personaje
ambiguo/andrógino de Angelique) y nuevas subtramas como novedad en esta
temporada de la serie coral. Como en la anterior entrega, gana mucho si se
visiona en V.O. Grandes actores como Thimothy Dalton o Eva Green resultan
espectaculares en su lengua, teniendo en cuenta que uno de los alicientes de esta
saga es la notable interpretación. Desde la flema británica de Dalton, pasando
por la desatada (y desquiciada) perfomance de la gran Eva Green, el magnetismo
de Reeve Carney (Dorian Gray) a quien, afortunadamente se ha dotado de más corpus en este ciclo, con mostración de
retrato incluida...

De nada falta en este cóctel de referencias
literarias. El Jonathan Harker genésico de Stoker (marido de Mina),
jeroglíficos egipcios, interpretados por el excéntrico Simon Russell Beale,
argumentos dickensianos en las andanzas laberínticas de Calibán, los paisajes
feéricos y desolados en el episodio de la cabaña (Nightcomers) con la
irreconocible bruja/chamán/iniciática
bordada por la actriz/cantante Patti LuPone (Paseando a Miss Daisy, Los
Miserables),o subterráneos preñados de indigentes huidos de las páginas de
Dostoyevsky. Desde un homenaje visual a las brujas de Macbeth, hasta el icónico
árbol del ahorcado de los wenstern poéticos, o la cámara deambulando por esos
paisajes más propios de “El Sabueso de
los Baskerville”, donde el terrateniente juega sus bazas libidinosas y
caciquiles en el ambiente tiránico de la época. Temporada opresiva, recargada,
excesiva, negrísima, con excepcionales diálogos. La vuelta de tuerca del
episodio final machaca todas las convenciones del género.



