La
Bruja (The Witch) 2016, es un paseo visual (y conceptual) por el gótico americano. Desde el
puritanismo reflejado en la obra de Nataniel Hawthorne, su universo crepuscular
y el concepto de la culpa (La Letra Escarlata), hasta la alegoría de represión
macarthista de los años 1950 que representó “El Crisol” de Arthur Miller (Las
Brujas de Salem) o la bergmaniana “Gritos y Susurros”. Aunque en “El Crisol”, la
vertiente sociológica cobraba más importancia que en “La Bruja”, donde el
microuniverso familiar es reflejo de una sociedad enferma de fanatismo y
superstición, El interés crematístico llevó a presentar el tráiler de este film
como si de una cinta de terror al uso se tratara. Nada más lejos de la
realidad. Los palomiteros compulsivos, amantes de sierras mecánicas, cuerpos
eviscerados y demás parafernalia, fueron los más decepcionados.
Lo
verdaderamente perturbador de este film, procede del interior de los seres humanos. De esa
naturaleza cruel y desoladora, de la excelente fotografía desaturada de Jarin
Blaschke; desnuda y fría; con influencias de la pintura holandesa, donde yermos
ocres desasosegadores y la luz de las
velas, condicionan la vida. Incluso el claroscuro de Caravaggio (véase "Los
Discípulos de Emaús") aparece en la escena de la cena familiar, orando antes de
cenar. Sin obviar las influencias fotográficas del Barry Lindon de Stanley Kubrick. A lo largo
de la cinta es fácil rastrear constantes que nos remiten al aislamiento
protector de la comunidad cerrada de “El Bosque” (2004), al proceso de
hundimiento en los abismos de la locura de “El Resplandor” (1977), o "El Demonio" (1963), dónde ya se mezclaba el drama costumbrista, el fantástico rural, el
poder de la superstición y la demonización de la mujer, como expiación de
problemas colectivos de otro nivel. Con el miedo provocado por la superstición
como motor de su mundo, la familia; aislada; comienza un proceso de degradación
y desestructuración moral.
El drama culmina con un proceso de insanía fanática, provocado
por el desconocimiento y el desasosegador mensaje del credo calvinista. Deudora
de los conceptos de Jacques Tourneur sobre “insinuar y no mostrar”, el guión de
este repaso a la mitología de la América colonial, opta por la economía en
recursos narrativo. El tempo a fuego lento, incluso con diálogos teológicos (basados
en coloquios puritanos reales), que nos van introduciendo en el mundo sellado y
hermético de esta familia. De no ser por las tomas de exteriores y el pictoricismo
flamenco, estaríamos ante una malévola pieza de cámara apta para representarse
sobre un escenario. El verdadero terror de este drama bergmaniano se encuentra
en los conceptos fanáticos, la hechicería y los miedos que la ignorancia
sembraba en las mentes de esa época. Una superstición que hace desfilar por
este hogar asfixiante, todos los pecados capitales, que se acrecientan con la sexualidad
naciente de Thomasin, convertida en doncella menstrual (clara asociación con lo demoníaco). En el extremo de tener que
clasificar esta obra inclasificable, podría encajar dentro de un terror
minimalista de cintas como “Babadook”, o ese subgénero de "terror folk" británico, que se alimenta directamente de los ritos paganos
europeas, de las tradiciones y de la mitología de la era precristiana.
La temática habitualmente se desarrolla en
naturalezas rurales, campestres, muy alejadas de las grandes urbes y de todo lo lo que tenga
relación alguna con progreso y tecnología.
(El Hombre de Mimbre, Arde, bruja, arde). El mismo director aclara que se trata
de «Una historia del folclore de Nueva Inglaterra». El diseño de producción
apuesta por el costumbrismo y lo cotidiano como herramienta para introducir al
espectador en la endogamia mística, la mentira, el despertar sexual y las decepciones
que van cultivando los protagonistas hasta que explotan. Hay retazos de “Otra
Vuelta de Tuerca” en los juegos maliciosos e impropios de los niños con el
carnero al que apodan Phillip the Black
y en sus terribles cancioncillas. Un “Phillip the Black” que remite sin duda a
aquella rareza hablada en esperanto (Incubus. 1965) con clímax final donde
aparece un carnero similar
«A crown grows out his head / Black Phillip, Black Phillip /to nanny
queen is wed /Jump to the fence post, / Running in the stall. / Black Phillip,
Black Phillip / King of all. (...)

La versión original hace uso del inglés arcaizante,
que introduce aún mucho más en la dureza, hábitos y modos de pensamiento de la
época. También permite disfrutar la voz del patriarca (Ralph Ineson (en una
naturalista y gran interpretación, que se dispersa un poco hacia el
histrionismo al final de la cinta. En los
títulos de crédito se aclara que muchos diálogos han sido entresacados de
cuentos, relatos y archivos judiciales de brujería reales del siglo XVII. El
hachazo definitivo a la familia llega con la pérdida de la pureza del niño en
brazos de una bruja, (Sarah Stephens, modelo de Victoria's Secret), de
hermosura terrible. El árido paisaje respira como un personaje más, latente.
Acechando como un dantesco “locus horridus”.
El bosque aparece como un personaje
más en la amplia tradición oral. Un lugar de olvido en las narraciones arcanas
como Pulgarcito, la versión de Perrault, y Hansel y Gretel. En ambas obras se
repite el motivo del abandono de niños en la espesura. Un lugar horrible y
peligroso donde habita lo desconocido. Casi palpitante. Con referencias al
primer Peter Weir y la naturaleza como una presencia acecharte de “Picnic en Hanging Rock”. Destacar la interpretacion de la bisoña Anya Taylor-Joy, (Thomasin), que envuelta en
fotografía tenebrista, con querencia del pintor Vermeer, compone un personaje complejo
y de clara evolución narrativa. También el portentoso papel de Harvey Scrimshaw
(Caleb), sin olvidar a los pequeños e inquietantes Mercy y Jonas. La bruja de
referencia, existe. Es real, no una creencia supersticiosa en el imaginario de la superstición. Pero es más un
catalizador del verdadero terror del ser humano. El que anida en el egoísmo, la
intolerancia y la ignorancia. Este si que causa terror. De ese lado,
oscuro y perturbador, hay mucho en esta película. Y nos produce mucha más inquietud
que las brujas del Pandemonium, poco recatadas y retozando “a póil” con sus
hongos alucinógenos y su retorno a la naturaleza. Atávicas, libres de corsés
culturales y ropa. ¿O es acaso Thomasin la que ha ingerido cornezuelo de centeno para escapar a la realidad, y sus conversaciones con el astado son imaginarias?
Quien sabe….
Banda
Sonora
El
soundtrack de Mark Korven (Cube, La Dimensión Desconocida) echa mano de
graznidos, grillos, etc. No existe un leitmotiv asociado a la bruja, con
corales para los aquelarres y partitura experimental polifónicamente. No es una
obra musical complaciente. Es áspera e incómoda como la película donde habita, con
temas de aire feérico como “What Went We” O Caleb´s Seduction de carácter
atmosférico y claramente descriptivo a nivel psicológico, donde la polifonía
experimental (con sintetizador) alcanza cotas casi irritantes. “Foster the
Children”, es un llanto de notas largas. Pueden rastrearse influencias de húngaro
György Ligeti y de sus obras "Lux Aeterna" & "Requiem."
Lo
mejor: El pictoricismo de Ontario, homenajeador y pleno de referencias. Las
potentes interpretaciones. Su simbolismo de los terrores del subconsciente.
Lo
peor: Que se acuda a verla como una película de terror, debido a la estrategia
engañosa de la distribuidora.
Curiosidades.
En aquella época los cultivos se veían afectados por unos hongos que acusaban
efectos alucinógenos en los consumidores. El cornezuelo del centeno acababa mezclado con la harina, provocando
convulsiones, visiones, delirios ¿brujería?
El
personaje misterioso que habla con Thomasin viste ropa de un soldado español de
la época.
Algo
tan trivial como probar el sabor de la mantequilla le es ofrecido a Thomasin
como posible regalo. En aquella época sólo las clases acomodadas podían probar
tales alimentos.
Thomasin
escribe en el Libro de las Sombras para eliminarse del Libro de la Vida.
La
grafía del cartel está realizada imitando panfletos de brujería jacobinos de la
época donde la W se escribía VVitch.
La
minuciosidad en el diseño de producción, llevó al director a reproducir un
plano de una cabaña de la época.