
Un paisaje post-apocalíptico. Dos hombres en la soledad de un mundo destruido. Un texto corrosivo, inteligente, ácido y reflexivo. Esta distopía donde el juego entre los dos personajes representa los anhelos, pensamientos y dudas de la humanidad. Una reflexión sobre el poder, la finitud humana y los diversos disfraces que adoptamos para enfrentarnos a la nada.
Apoyándose en una iluminación (Luis Perdiguero) minimalista y dramática (luz cenital, fondos desleídos, haces de luz) se obtiene una sensación de extrañeidad en un mundo agonizante. El texto de Jesús Lozano navega con fluidez entre los instantes de comedia y el drama humano más intenso. Y es este uno de los aciertos de esta propuesta, el equilibrio entre ambos mundos, que dota de un ritmo narrativo ágil y dinámico a la narrativa, enfrentando el abismo humano con el arma de un humor inteligente, habitado de ironía. Nada escapa al verbo acerado del autor durante los duelos verbales de Mac (Jesús Lozano) y Pit (José Antonio Lucia). La ingeniería social que trata de controlar el pensamiento y las conductas de los ciudadanos, asoman en los duelos ideológicos, los conflictos sociales, la manipulación. El acercamiento a la realidad se aleja de esa moda (tan al uso actualmente) de la complacencia frente a los grupos dominantes y la querencia por la lisonja. Algo que la inteligencia del espectador agradece. Los diálogos, alejados del panfleto y la servidumbre ideológica acostumbrados en estos tiempos; donde los textos parecen dirigidos a la subvención mediante el incensario; siguen la estela de otros textos del autor (El juego de los embustes, Alfonso X, la última cantiga). Obras en las que, bajo el disfraz de la comedia o el drama histórico, se asoma la denuncia del hecho coyuntural. De la mediocridad cotidiana.
En un simbólico bunker, que representa todos los anhelos de la humanidad, todas las preguntas sin respuestas, todos los dioses creados. La escenografía; parca y minimalista; es utilizada con acierto por los actores que caminan por las arenas en un juego de autodestrucción donde el verbo es tan importante como la gestualidad. Los insertos humorísticos de Mac y su socarronería sádica componen un personaje que termina por calar en el espectador, pese a su negatividad. Lucia le responde una réplica llena de sabiduría escénica y riqueza psicológica en este “juego” de la vida donde transitan como espectros en busca de una clave simbólica para entrar en el bunker (paraíso).
El espacio sonoro (Álvaro Rodríguez Barroso) es acertado, desnudo, esencial y se hibrida con acierto en los instantes en que el concepto distópico lo solicita.
Nada ni nadie es una parábola sobre el vacío existencial del ser humano, sobre el abismo primordial que acompaña al hombre desde su nacimiento. La ambivalencia de los iconos: blanco-negro, el bien y el mal, la oscuridad y la luz, devienen en poética desolación en la voz de dos actores cuyos personajes, palpitantes, habitan una metáfora de la humana naturaleza hasta el fin de los tiempos. La dirección es de Jesús Peña (Teatro Corsario). Todo un acierto.
Dirección: Jesús Peña
Intérpretes: José Antonio Lucia y Jesús Lozano
Compañía: María de Melo Producciones (Extremadura)
Coproducción con el Festival de Teatro de Badajoz
Duración: 70 minutos
La propuesta de Producciones Glauka opta por romper la cuarta pared desde el inicio. Un ejercicio de metateatro, donde los protagonistas se transmutan en personajes de Hamlet, compartiendo con el público sus divertidas peripecias.
Encargados de vigilar el decorado de la obra, deciden que van a representar a su manera la tragedia de Shakespeare. El resultado es un texto brillante y cercano, donde la desmesura y el surrealismo (a partes iguales) forman la estructura de una propuesta que divierte, entretiene e ilumina. El parco escenario presenta dos estructuras que al parecer son un castillo. Tras ellas, un burro para ropa, donde los actores se transmutarán en los diversos personajes. El disparate está servido de la mano de dos actores con amplio dominio de técnica e improvisación. El abanico de roles es dibujado con notable control del timing y una vis cómica desatada en la más pura estela de la Comedia del Arte. Así, Francis Lucas (autor del texto) se trueca en un príncipe algo almibarado y lerdo, se traviste en una Gertrudis de lo más cercano o en un burlesco Laertes, con querencias de esperpento, dibuja un irrepetible Polonio que cabalga sobre un cepillo junto al rey o remeda la escena de Yorick entre carcajadas.
El amplio dominio del lenguaje corporal de Lucas y su versatilidad, le permiten enlazar los personajes con fluidez y notable vis cómica. Una comicidad casi física, con reminiscencias del clow, que le permite componer instantes de enorme diversión.
Por su parte, Luis Lucia, compone soberbiamente el personaje de Claudio, un divertido, farsesco y ombliguista rey, un fantasma desopilante o una Ofelia jacarandosa que “va a tirarse al río”.
Deconstrucción perspicaz y altamente divertida de la obra del bardo. Donde los arquetipos se fragmentan y se convierten en avispados gags y en pura diversión de la mano de dos actores que nos narran una nueva visión del mito envuelto en el papel de aluminio de los bocadillos. Alfonso y Benito se convierten en dos presencias entrañables que recorren la sala de butacas a lomos de sus cepillos, dotando de dinámica a la propuesta y mostrando una comedia palpitante, dinámica, sin tiempos muertos, que sobrevuela la obra shakesperiana con el arma de un humor inteligente. “Algo huele a podrido en Dinamarca. Será la huelga de barrenderos”
Desnudar el alma, desnudar el cuerpo. Una visita al Museo del Prado acompañará a una niña; que sufre rechazo por sobrepeso; durante mucho tiempo, con el mote de Menina. Allí comienza el viaje iniciático hacia el descubrimiento del propio yo. El escenario es parco, desnudo, inmaculado. Un enorme lienzo en blanco donde podemos imaginar el cuadro de Velázquez en diversos momentos y que sirve a la actriz para hacer transiciones, ya que rueda y se puede cambiar de posición. Durante su periplo vital será acompañada por Lady Di en un desdoblamiento vital e interpretativo.
El lenguaje es cercano, el propio de una niña que narra su acoso a causa de la visión de los otros sobre su físico. La combinación de humor, quiebros e instantes de pura emoción surge con fluidez y es cercana al espectador, al que consigue atrapar proyectando las emociones con dominio del tempo, sin caer en la monotonía, espada de Damocles de los monólogos. Nuqui Fernández saca adelante esta tragicomedia con soltura, perfilando los instantes intimistas con precisión de orfebre y alternando con fluidez la vis cómica que es su punto fuerte.
Un viaje a través del sendero de la propia identidad, apoyado en una iluminación que juega con el expresionismo y el claroscuro y complementado con instantes musicales donde Nuqui saca toda su artillería interpretativa.
Navegando con la protagonista, veremos el día de su comunión, donde no le fue posible usar el vestido de su hermana, sus vicisitudes en el instituto, la falta de empatía de la sociedad y el candente tema del acoso escolar.
La actriz va desgranando la peripecia vital de convivir con nuestra fisicidad con lo que somos. Con lo que nos hace únicos e irrepetibles. El texto, de carácter contemporáneo, consigue remover y alinear al público con las vivencias de “Menina”, comprender el viaje iniciático de la protagonista, sentir empatía. Nada de esto sería posible sin el buen hacer de Nuqui Fernández. Sin su paleta de registros, capaz de habitar en la piel del personaje, de extraer diversidad de matices y sesgos o transmitir emociones tan sólo con la palabra delante de un micrófono, con un foco sobre su rostro. Pese a los instantes de humor, el desgarro del alma está presente, el conflicto, la propia identidad, el sentimiento de encarcelamiento en la propia carne. Un grito desgarrador ante la falta de empatía de una parte de la sociedad, la escasa (o nula) educación de nuestros niños y jóvenes.
Menina va desnudando su cuerpo, al tiempo que desnuda el alma. Hasta converger en el camino de senderos que se bifurcan. Ella elige su propio camino y cambia una obra velazqueña por otra, transmutada en Venus. Resurgida de sus cenizas, despojándose del vestuario barroco de Rafael Garrigós. Un texto necesario, honesto, que golpea a una sociedad construida a base de clichés emocionales y físicos, de la mano de una actriz versátil y sincera, capaz de interiorizarlo para devolverlo al espectador pleno de luz y optimismo.