domingo, 23 de febrero de 2025

Dawson City. Frozen Time. El tiempo congelado

 

Dawson City. Frozen Time. El tiempo congelado

 

                                                               


El tiempo congelado

 

No encontramos ante un título fascinante y revelador (Dawson City: Frozen Time. Bill Morrison. 2016). Dawson City fue una ciudad creada por mineros en Canadá occidental que alcanzó una población máxima en escasos meses. El cine se convirtió en el entretenimiento de aquellos trabajadores (al mismo nivel que burdeles y garitos). El método de distribución de la época, basado en una cadena, dónde los estrenos iban pasando por ciudades importantes, hasta epilogar en los burgos más pequeños y distantes, de los cuales no regresaban las copias, hizo posible este documental.

Las películas que se salvaron de la peligrosa quema (eran de nitrato de plata) o de ser arrojadas al río Yukón, se utilizaron para rellenar una piscina municipal que estaba siendo pavimentada para patinar sobre hielo. La suerte (para la historia del cine) decidió que en 1978 se encontraran durante un proyecto de construcción una piscina abandonada, detrás de la sala de juego de Diamond Tooth Gertie, cientos de originales que se convirtieron en Dawson City.

El director entrelaza las narrativas de celuloide y fotografías tomas entre los mineros, con noticieros, películas de ficción, etc.

No existe narración en sentido estricto. Las historias se cuentan con títulos impresos y a través de imágenes. La variedad de géneros incluye melodramas, wésterns, románticas, comedias o reportajes donde aparecen sucesos como la masacre de Ludlow, el más mortífero incidente de la huelga de carbón del sur de Colorado o la escandalosa Serie Mundial de 1919, donde los White Sox amañaron la eliminatoria, perdiendo a cambio de cien mil dólares del crimen organizado.



Es difícil valorar el valor que para el cine tiene un hallazgo de estas características, teniendo en cuenta que el 75% del cine de nitrato estadounidense se perdió debido a la naturaleza de su soporte. De este modo, el film se convierte en un inmersivo viaje hacia un mundo mágico. Los 533 carretes descubiertos nos acercan a un universo desaparecido, donde vemos el ascenso y caída de la ciudad y avanzamos cronológicamente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Hay una cierta poética en el engarce de las imágenes, siempre utilizando la música como narrador omnisciente, se nos narran décadas de ilusiones, sentimientos, hechos históricos, conservados accidentalmente por el permafrost. Un permanente ejercicio de arqueología cinematográfica de un lugar donde pasearon estrellas como Fatty Arbuckle, William Desmon Taylor o Charlie Chaplin junto a fascinantes figuras históricas. Esta hermosa y poética cápsula del tiempo es un himno conmovedor al séptimo arte. Morrison ha elaborado un documental de vanguardia hilando, entretejiendo, hilvanando cientos de películas dispares y disímiles. Con ellos ha conseguido triunfar sobre el tiempo, recuperar una memoria que, de otro modo, se habría perdido para siempre.



Dawson fue la fuente de muchos hechos posteriores. Allí (en Klondike) Fred Trump comenzó su fortuna hotelera, también fue el lugar donde Alex Pantages, el empresario teatral, abrió su primer teatro. El futuro magnate Sid Grauman vendía periódicos allí aprendió a ser un showman. Después vino la caída de la ciudad y el abandono. Pero el director, como un hombre del renacimiento, esculpe el tiempo, utiliza una paleta de memoria y convierte en luz lo que estaba oculto, incluso las imágenes que están deterioradas con quemaduras, verrugas o rayadas, que semejan escotomas.

El sueño febril del áureo mineral que atrajo a miles de personas a poblar aquellas tierras, la necesidad de supervivencia de los primeros pobladores y la necesidad de entretener a los trabajadores exhaustos y borrachos sería el detonante de este milagro cinematográfico. La lejanía de estas tierras hizo que al estar al final de la línea de distribución de películas, permanecieran para nosotros como homenaje, testimonio y certera visión de un mundo, una época y un sueño. Morrison se mueve entre lo experimental y el documental más tradicional, una actitud de hibridación arriesgada, pero que le permite sortear la abstracción y lo real con pericia.



Tratar de comprender la inexistencia del concepto de patrimonio cultural y cualquier noción de arte, es imposible desde nuestra perspectiva actual. Comprender como una película, carísima de fabricar y distribuir era arrojada al río o a un vertedero, nos resulta incomprensible. Morrison también nos acerca, indirectamente, a la decadencia de la nación Tr'ondëk Hwëch'in de habla Han, conforme va creciendo la “civilización” en la zona, convirtiendo el cine en testimonio de una época y homenaje a una geografía que fue violada por pozos grises y sombríos, horadada y herida por el hombre. 120 minutos de un mundo silencioso en escala de grises, un espectral paseo por el amor y la muerte, parpadeante, flotante, pleno de mitología de la América fronteriza. Una frontera a 173 millas del Círculo Polar Ártico. Las películas llegaban sin dirección de reenvío, sin carruaje de regreso, tan sólo las instrucciones para su destrucción. Un verdadero milagro las ha hecho llegar hasta nosotros envueltas en la partitura hipnótica de Alex Somer, productor de la banda islandesa de post-rock: Sigur Ros. El director deseaba una BSO que sonara épica, etérea, con matices norteños. Somer le regala una partitura minimalista, con predominancia del teclado y la cuerda, solemne y jugando con la reverberación.

Un señero homenaje en modo de collage a la historia colectiva. Un sueño que ha permitido la persistencia de la memoria y vencer la derrota cultural de tanta destrucción de imágenes, sueños e ilusiones perdidas.

lunes, 10 de febrero de 2025

Como reinas. Wild Oast. 2016. Dos mujeres en Gran Canaria

 

Es un disfrute para el espectador visionar películas de estas características. Dos actrices en estado de gloria (viejas glorias, si se me permite el juego de palabras.), un ramillete de secundarios notables y una isla. La química entre las dos actrices, que son como el vino, dos talentos plenos de experiencia  que agradecen la posibilidad de interpretar ya que se escriben pocos papeles para actrices con  sus edades. No estamos ante un film ambicioso, se trata de un  jugar en el terreno de la comedia de situación y dejar disfrutar a las protagonistas con aire de telefilm. Una reflexión sobre el periodo final de la vida y el rejuvenecimiento del cuerpo y alma. Dos viudas se dejan llevar por un error en un talonario del seguro de vida del marido de uan de ellas y terminan en Canarias volviéndose un poco locas y dejando atrás sus vidas anteriores.

Dos melancólicas Thelma y Louise se deciden por dejarse llevar por la belleza de la isla y las situaciones que se les van presentando. La línea de meta está al final y no quieren esperar a que ella se aproxime. Por ello, las protagonistas de Como reinas (Wild Oast. Andy Tennant. 2016) se aproxima a los de El exótico Hotel Marigold (The Best Exotic Marigold Hotel. John Madden. 2011), así como en la suavidad del humor propuesto y la calidez. El ambiente antisistema es bastante light, propone arriesgarse en la vida, ir contracorriente, peri sin ningún tipo de connotación que no sea vital. No hay otra ideología que el Carpe Diem. Aprovecha el instante (y con mucho humor). Es difícil que el cine hollywoodiense se decante por comedias románticas con mujeres de determinada edad. Máxime cuando ambas han sido (y retienen) un poderío sensual en sus carreras en pantalla.

Instaladas en la Suite Presidencial del hotel, comienzan a realizar gastos desmesurados que preocupan y hacen saltar la alarma a la compañía de Seguros que debe enviar al agente Vespucci (Howard Hesseman) para evitar el desastre. El cliché sobrevuela, desgraciadamente, el desarrollo del guión. El dandi escocés, interpretado por un envarado e hierático Billy Connolly y el efebo Chip (Jay Hayden) no están al nivel interpretativo de dos veteranas como Shirley MacLaine y Jessica Lange

Demi Moore se presente en un papel bastante innecesario y Santiago Segura propone un toque castizo-casposo, casi interpretándose a sí mismo como. Un mafioso-pobre diablo (a partes iguales). La comodidad en este tipo de papeles de MacLaine es patente, fluida y se agradece por parte del espectador.


El director ha optado por un formato de telefilm de sobremesa que, en manos de otros intérpretes, quizás hubiera devenido en olvidable propuesta. Decide quedarse en la superficie sin pulir para adentrarse más dramáticamente en profundos problemas humanos que estas actrices habrían solventado con soltura y profesionalidad. Elige el formato olvido y dejar a medias casi todas las expectativas con el material que se le iba presentando. Los espectadores de Elsa & Fred (Michael Radford. 2014) echaran de menos el derroche de talento de McLaine cuando tiene delante un proyecto, pero no estamos ante una película para mitómanos. El director no logra mantener un tono consistente, pero el problema principal se encuentra en el guion. No hay posibilidad de superar un guión tibio y poco ambicioso por muy enormes que sean las actrices y muchas carne que echen en el asador. La relación y complicidad entre las dos amigas no se aproxima ni remotamente a las excelentes performances de en la soberbia serie Grace and Frankie (Marta Kauffman. 2015). Ni siquiera la broma de que el hombre joven que intima con Maddie (Lange) tenga como película favorita El Graduado (The Graduate. Mike Nichols. 1967) tiene un sesgo irónico. Tennant se deja llevar por un argumento ligeramente tedioso, con profusión de tropos, lugares comunes y escasa habilidad para explotar los personajes masculinos. Ciertamente algunos momentos están conseguidos con instantes agridulces como el inútil intento de contactar con el contestador automático para devolver el cheque o el regalo de un botón del pánico para el servicio de ambulancias. Un instante que nadie desea y que McLaine solventa con profesionalidad. Es preciso reseñar un más que correcto cameo de Tony Acosta.

Las localizaciones de Gran Canaria pasan por el Hotel Lopesan (Costa Meloneras) y su arquitectura colonial, del que vemos la Suite Presidencial. También visualiza la Infinity Pool, El restaurante Ambassador, el Bar Arenal. La cámara navega por diversos paseos y plazas de la isla. La Casa de Colón y la Ermita de San Antonio también están presentes en la pantalla, así como la playa de Maspalomas, el campo de golf de Bandama (que aparece como cementerio de Illinois) o el Gabinete Literario o el histórico barrio de la Vegueta o la Plaza de Santa Ana pueden ser disfrutadas por los conocedores y habitantes de la zona. También hay escenas en la Casas Suecia y en la finca de Osorio, en Teror. La propia MacLaine ha relatado recientemente en su libro Above the line: My Wild Oats experience:

"Pero es que había algo en aquel guión, en mí, en esas islas (Canarias), en la propia magia que desprendía la película, que nos empujaba a seguir adelante".