jueves, 30 de octubre de 2025

Poeta Perdido en Nueva York. 44 Festival de Teatro Vegas Bajas.

 



Toda la puesta en escena de Poeta Perdido en Nueva York destila un profundo amor por la palabra. Un inmenso respeto por la obra del poeta gaditano y una fuerte carga reivindicativa del amor en todas sus esferas.

Huyendo de Madrid, Federico va a encontrar el amor, pero también la desesperación del Crack del 29 y la profunda deshumanización de la gran urbe. Un escenario girovante (Juanjo González Ferrero) que le sirve para proyectar y transicionar, domina la zona visual del espectáculo. La literaria, está apoyada en poemas como “Ciudad sin sueño” o la “Oda a Walth Whitman” y extractos, retazos y acotaciones de las cartas que Lorca enviaba a su familia.

La puesta en escena; de simbólico minimalismo; es vertiginosa, con referencias a personajes del entorno de Federico que, sin aparecer en escena, devienen palpitantes y vívidos. Una voz en off apoya determinados instantes, dotando de agilidad y variedad, rescatando el monólogo de la linealidad que podría haber padecido.

El poeta se ve abrumado en la metrópolis, pero encuentra el bálsamo que necesita en un erotismo de matiz literario, que le lleva a la catarsis de los clubes, donde se la máscara cae y se muestra el ser humano en toda su trascendencia. Pero sin perder el phatos, el sentimiento de fatalidad que; en cierto modo; es premonitorio de sus postrimerías. Tras el disfraz de la anécdota, Jesús Torres presenta una paleta de amplio cromatismo, de confesada admiración y querencia por el malogrado autor andaluz. Emoción contenida, verbo arrebatado y fluidez en la narrativa, se conjugan para ofrecer al espectador un tableaux vivant que lo traslada hasta los edificios de la Gran Manzana (representados en escena). Una imaginaria ciudad, iluminada con pericia, que oscila desde el cabaret al autómata vidente de feria.




Jesús Torres se deja poseer por el espíritu burlón y lúdico de Federico. Se anega en sus palabras, en correcta declamación, plena de matices y verbo poliédrico en camaleónico acento “granaíno” que se derrama en “El Diván del Tamarit o te ofrece; abierta en canal; el alma del poeta esperanzado, desgarrado, diletante o bisoño enamorado de un cuerpo de obsidiana. El Lorca que contempla los cuerpos que caen al vacío de los altos rascacielos, agobiados por la crisis.



Una soberbia puesta en escena, apoyada en la eficiente y multifacética escenografía (Juanjo González), una cálida, expresionista y precisa luminotecnia (Jesús Díaz Cortés. Juanjo González Ferrero) para que Torres-Federico se deslice, patine y nade entre maniquíes de azabache, máquinas de escribir vintage o proyecciones oníricas (Leonardo Lapeña) y sugerentes. Torres opta por un ritmo trepidante, agotador en lo verbal, casi al límite de la asfixia, caótico por instantes (como la urbe en la que habita), mostrándonos un paisaje emocional diverso y apabullante. A caballo entre la pantomima y una cierta querencia por el circense espectáculo, el equilibrio se hace difícil y el matiz se transmuta en ardua tarea. Pero el actor consigue hilar con pericia las distintas puntadas de este armazón dramático-lirico que consigue que el espectador viaje junto a Lorca a esa aurora de Nueva York , poblada de palomas negras entre la notable partitura de Alberto Granados Reguilón, que destila emoción y nostalgia, permitiendo asomarse por la ventana del alma a la intimidad de Federico, ya convertido en tótem teatral. En creatura de sí mismo. En descubrimiento. En definitiva, en teatro. Otro acierto del Festival de Teatro Vegas Bajas.




jueves, 16 de octubre de 2025

Ruido Mental. 2023. La cacofonía como estética

 






Un accidente en una fábrica le sirve a Matthias para investigar el oscuro pasado de su padre. Esta es la premisa de
Ruido Mental (Noise. Steffen Geypens .2023) un esbozo de thriller que no termina de cuajar en ningún género concreto ni en lo psicológico, ni en el suspense, perdiendo fuelle y expectativas por el camino. Un comienzo genérico de cine de intriga, donde los protagonistas Matt y Liv (Ward Kerremans y Sallie Harmsen) comienzan a percibir extraños sucesos en la casa a la que se han mudado con su Hijo Julius.

A Matt le va a tocar abrir la caja de Pandora que oculta secretos familiares con la ayuda de Liv que hace cuando puede para no perderlo en medio la búsqueda de pistas del pasado del padre de Matt, un influencer malcriado, incapaz de asumir responsabilidades paternas.

Estamos ante un thriller atmosférico, pero que encadena secuencias sin relevancia, apuntando maneras en diversos desarrollos, pero pecando de escueto y falto de aprovechamiento en las propuestas. Las grabaciones de Matt (con miles de seguidores) se interrumpen con el llanto del bebé, mientras Liv vaga por el pueblo tratando de sacar adelante su empresa de catering. Al llanto del bebé habrá que sumar los ruidos ambientales que terminan por general ansiedad en el protagonista que comienza a tener extrañas visiones.




Matt comienza a obsesionarse con los hechos que podrían haber sucedido en la fábrica de Soubaylo y esto comienza a resquebrajar su relación, ya que la percepción del llanto del bebé no coincide con la realidad, ya que Liv no se despierta.

La estructura mental de Matt se resquebraja con el asedio sonoro a que lo someten los sonidos de su cabeza, incluso comienza a cavar en el sótano para encontrar a las personas que murieron en el accidente de la fábrica. La investigación no llega a terminar por lo que, a pesar de una buena dirección, el relato termina siendo confuso, desaprovechando buenas ideas, siempre incapaz de definirse dentro de un género.



El ambiente misterioso está bien conseguido en base al trabajo audiovisual. El listón de los diálogos es funcional, como vehículo de avance de la trama, pero crece con el paisaje sonoro.

El principal problema es que el guion no cumple con las expectativas que promete, su premisa queda en fuegos de artificio dado la falta de estructura dramática. Matt se nos aparece dolorosamente unidimensional y la ausencia de giros inesperados, que la hubieran redimido, no ayuda demasiado. Lamentablemente no aprovecha el abanico de senderos que promete. Temas como la memoria, el suicidio, el envejecimiento, el laberinto de las teorías conspiratorias o la enfermedad mental. Las interpretaciones son reseñables y la dirección magistral, pero ofrece un producto vacuo. Un envoltorio oferente que no contiene nada reseñable.


martes, 14 de octubre de 2025

Atra Bilis. Zuloaga bajo la tormenta. La Estampa Teatro

 


Una simbólica tormenta se desata durante el velatorio del esposo de Nazaria Alba Montenegro. No será la única esa noche. La tempestad que va a despertarse en el gineceo de la Casa Grande, donde cuatro mujeres vana enfrentarse a los espectros del pasado y el presente. Daría, Nazaria, Aurorita (La Nena) y Ulpiana, son paradigmas de una sociedad oscurantista, de un terruño espectral con letanías y acompañamiento de esquila. Una intrasociedad que camina hacia su propio Juicio Final.

Con un lenguaje clásico, de rotunda raigambre valleinclanesca, Laila Ripoll nos presenta un microcosmos donde el absurdo se da la mano con la reivindicación social (o familiar) en cuadros humanos que misturan a un tiempo la negrura goyesca con la España Negra de Zuloaga.

Los contrastes de luz y sombra se alinean con sus homónimos verbales. Tenebrismo en la escena (Félix Garma y Carlos Lorenzo) con acertada luminotecnia, y tenebrismo en el verbo, con acerados diálogos que combinan el costumbrismo de cerrado y sacristía con acerados dardos que hacen sangrar y arrancan confesiones y odios fermentados a lo largo de los años.

La escenografía, acertada, reproduce un salón de antaño; sin que falte ni el cuadro de La Última cena; el catafalco del finado (personaje ausente) y la decadencia, todo apariencia, de una familia rural.



El trabajo actoral es soberbio, sin descender a lo caricaturesco. Las cuatro actrices dan vida a personajes intensos, profundos y plenos de recovecos humanos. Personajes vivos y totalmente reconocibles para cualquiera que provenga de un medio rural, aunque metafóricos y ecuménicos en sus aspiraciones, deseos, odios y contradicciones.

Bebiendo de fuentes lorquianas, estas cuatro mujeres muestran la complejidad de sus conflictos dentro de cárcel literaria del arquetipo, buscan su libertad, su identidad y su pintoresco ajuste de cuentas encarnadas en cuatro actrices en estado de gloria.

Un adecuado uso del espacio escénico (Carlos Lorenzo) y una señera dirección de Sandro Cordero, permiten que esta sucesión de cuadros humanos, con las descarnadas pinceladas de Gutiérrez Solana, permiten un desarrollo dinámico del despiadado texto (y tremendamente divertido). Mujeres de negro, mujeres enlutadas, en señero homenaje a la literatura gótica. Tan enlutadas como sus almas que se van desgarrando misturando la nerviosa carcajada con el hachazo de sus actos reprochables y reprobables. La ranciedad y el abolengo con aroma a naftalina impregnan la Casa Grande en medio de una correcta iluminación, plena de haces, de matiz expresionista (Félix Garma).



Los caracteres de las cuatro hermanas de esta tragicomedia oscurantista están perfectamente delineados, sirviendo el papel de Aurorita “la Niña” (Beatriz Canteli) de hilazón humana y afectiva entre los caracteres de las mujeres. Un personaje que solicita de gran expresión corporal y equilibrio para no caer en el histrionismo o la desmesura y que, la actriz, saca adelante con enorme talento y fluidez, componiendo un personaje entrañable. La rural Ulpiana, creada por Concha Rodríguez es efectiva en su costumbrismo, preñado de proverbios populares y servidumbre anhelante de justicia social. El leitmotiv que enfrenta a Laura Orduña (Dana) y la primogénita, Cristina Lorenzo (Nazaria), basado en un acto del pasado y que se repite constantemente, produce momentos de gran hilaridad; entre la vorágine de un texto; pleno de referencias arcaizantes, bíblicas y del áureo siglo, que el espectador avezado agradece.

Los fúnebres y lorquianos atuendos (Azucena Rico) resaltan sobre la ambigüedad deconstruida de la estancia mortuoria. Los florales motivos y el omnipresente vano de la puerta, ofician de testigos de la situación social y la época en que transcurre la tragicomedia. Los distinto tipo de asientos definen la estructura piramidal entre las mujeres. Los diálogos son verdaderos hachazos verbales, algunos de estética goyesca y de querencia esperpéntica hasta situarlas en un mundo grotesco que podría ser pintado por El Bosco. No queda lejos el realismo mágico, ya que las arpías aguardan la transmutación del finado en el joven apuesto que fuera (vestido de guardiamarina) para darle su lugar en la tierra. Ciertamente esta obra supura "atrabilis", humores corporales, sustancias putrefactas. Pero lo hace en medio de un inteligente humor negro que sirve de contrapunto a la negritud y mala bilis que nace de la tormenta. Un análisis, desde el oscuror, de la injusticia social, la toxicidad en las relaciones, la impostura, el mundo creado como disfrute del varón y las ofensas. Un ambiente en el que a veces nos parece perfilar alguna de aquellas casas fantasmales de Pedro Páramo o una estancia entre las sombras de Macondo.

Incluso el epílogo no es el happy end que podría resultar complaciente al espectador. El telón cae con mucha “mala bilis”, dejando el infierno de Dante en el mismo sitio en que lo encontramos en un retorno circular al son (Mr. Wonder) de las cornetas de una Semana Santa siniestra y apocalíptica. Atra Bilis es una excelente propuesta, un cajón de sastre donde Kafka se mistura con el astracán, mientras las brujas regresan al pandemónium. Una excelente propuesta de La Estampa Teatro (Extremadura), SótanoB (Asturias) e Hilo Producciones (Cantabria).