No cabe duda que con esta película Paul
Schrader se mantiene fiel a sus estilemas y obsesiones cinéfilas. A esos
personajes autodestructivos, condenados al dolor, por los que tanto aprecio
siente el antiguo guionista de Taxi Driver. Adam Resucitado, esta basada
en la novela "El hombre perro" de Yoram Kaniuk, acometiendo una tarea
que en su día se habían planteado genios cono Werner Herzog o el mismísimo
Welles, y que arrastraba la maldición de infilmable. El actor-fetiche de
Schrader, Willen Dafoe, interpreta al comandante del Campo de Concentración
dónde recluyen a Adam Stein (Jeff Goldblum) un famoso cómico judío de los años
30. En una exótica mezcolanza de Alguien voló sobre el nido del cuco, El
pequeño salvaje y La Lista
de Schindler, el cineasta trata de huir de la truculencia que podría esperarse,
y se concentra en las secuelas sicológicasy los demonios interiores, resultado
de esta tragedia. Esto permite a un actor como Goldblum; todo el tiempo en
escena; recrear un personaje en una extraordinaria performance donde el genio,
loco, cuerdo o canalla (nada queda claro) domina un paisaje patético en su
endogamia, descolocando al espectador con sus recuerdos y flashback en blanco y
negro. Este intento de exorcizar los fantasmas del pasado, de utilizar la
locura como cauce ante el dolor, resulta chirriante en algunos momentos. El
director fuerza el histrionismo del protagonista y lo extremo de las actitudes,
de un desaprovechado Derek Jacobi, y una morbosa enfermera, personalizada en
Ayelet Zurer, que podrían haberse exprimido aún más. Buscando fidelidad en sus
universos enfermizos, Schrader dirige una mezcolanza de tremendismo y frialdad
que solicita cierta complicidad del espectador para proyectarle hacia una
redención; quizá un tanto precipitada; que llega de la mano de un niño que cree
ser un perro y desata los fantasmas ocultos del cómico. Durante su estancia en
el campo, Stein había sido obligado a vivir como un perro por el comandante,
era su mascota personal.
También acompaña con el violín a los que caminan a las
cámaras de gas. Un día se ve obligado a tocar mientras su mujer e hija
transitan hacia la muerte. Deshumanizado, desciende a los infiernos de la
locura para sobrevivir, hasta ser internado, después de la guerra en el
psiquiátrico dirigido por Derek Jacobi, en donde crea su particular universo,
manipulando, entreteniendo, seduciendo a la enfermera y escapando de la
realidad que les rodea. Todo en el filme es excesivo, algo comprensible en un
sanatorio dedicado a supervivientes de los campos nazis, que niegan su
condición o la disfrazan con diversas anomalías y patologías. Hasta que Stein,
en una escena magistral e incomoda, consigue que se reconozcan como tales y
comiencen su catarsis. Todo es insanía y agobio en este metraje, que por
algunos momentos parece escapar de las manos de director para seguir su propios
dictados, ausentes del mundo racional y cercanos a la esquizofrenia que se nos
narra. El espectador se asoma a un vacío existencial, a la aventura sombría en
que Steiner trata de salvar al niño-perro, para
alcanzar su propia redención. En Adam Resucitado aparece el dolor
del superviviente que demanda cada día al cielo la razón de la muerte de su
hija. La razón de tanto sufrimiento. Esta pregunta retórica flota como una
niebla insana, como una atmósfera maldita sobre la que giran los personajes (y
sus consecuencias) todos ellos convertidos en tiovivo de un destino que no
solicitaron. Goldblum, especializado en personajes torturados; de compleja
psicología; como en El sueño del mono loco o Mr Frost, se recrea
en un personaje hecho a la medida. Quizás por esto su redención final
descoloca, hace que pierda fuelle todo el tortuoso entramado que se nos había
ofrecido. La originalidad del guión se basa en huir de mostrar la violencia y
la sordidez que tan caras son al género del Holocausto. La violencia ejercida
por el comandante nazi es mucho peor. Es el descenso a los abismos de la
degradación, que le ofrenda a cambio de la vida su dueño y señor; interpretado
por el siempre eficiente Willen Dafoe. Es la aceptación voluntaria de esta
nociva parafilia por parte de Stein, ya que en ningún momento se le trata con
violencia física. Incluso hay una cierta; y terrible; complicidad entre dos
seres desarraigados de si mismos, en un perverso juego de espejos. Toda la
construcción está estructurada para incomodar al espectador. La narración
fragmentada, la idefinición, los gestos, los arrebatos, los monstruos interiores,
la caricatura desmesurada, la luz; fría como una navaja; los incómodos giros del guión que nos inducen a subir en su montaña rusa. La
novela gozaba del extraño honor de su inclusión en la infame lista de films
infilmables (añadamos el Ulises de Joyce, Cien años de soledad, Absalóm o
Rayuela) hasta que Schrader se empeñó en llevar a la pantalla este estudio
nebuloso sobre los efectos del dolor en el alma. Sin llegar a alcanzar las
cotas de intensidad de Aflicción (Nick Nolte), Schrader disecciona el
alma humana, en un difícil equilibrio entre el ridículo y lo terrible de
algunas escenas. Personajes al límite, diálogos desapacibles, histrionismo
actoral, zooms que desarman, componentes simbólicos o míticos que componen un
microcosmos; ciertamente incómodo; e inquietante. La pregunta final es si nos
encontramos ante una narración sobre el holocausto, o sobre los recovecos de la
mente humana. Sobre las dos cosas. O sobre ninguna. Quizá pudiera explicarlo
la turbia y morbosa enfermera (Ayelet
Zurer), quien se siente fascinada por el hombre asomado al abismo. Hombre que
pierde todo magnetismo para ella, cuando se recupera y vuelve a la grisura del
ser humano cuerdo. A la cotidianidad nuestra de cada día.
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