El irlandés Neil Jordan decide cerrar, momentáneamente, su mirada cinematográfica sobre la esencia fantástica.
Cuando hace ya diecinueve años de su estética adaptación de la obra de Anne
Rice “Entrevista con el Vampiro”. Jordan es conocido por el público
principalmente por su film “Juego de Lágrimas”, fábula situada en el conflicto irlandés.
Huyendo servicialmente del cliché, Jordan ha decidido dar una última vuelta de tuerca al universo hemoglobínico, y se permite todas las licencias literarias posibles
para enriquecer y sacar del anquilosamiento la mitología del chupasangre, tan
revisitada por productos con vampiros con las hormonas alteradas que brillan al
sol (Crepúsculo) o tratan de alimentarse de alimañas. Jordan se apropia del
universo nosferatu de la dramaturga
Moira Buffini, donde los vampiros al uso dan un giro de 360 grados.
En primer
lugar la conversión no tiene lugar al modo habitual: un mordisquete
directamente a la carótida y bienvenido a la familia. Las vampiresas
protagonistas de Byzantium utilizan una larga uña del pulgar para sondar
artesanalmente las arterias del respetable. Aparte de esta incursión
espelelológica, el acceso al universo de las sombras se realiza siguiendo un
mapa que les lleva a una isla remota. En una cueva tiene lugar el encuentro con
un doble ¿benefactor? que les concede la inmortalidad. Aquí Jordan y la
guionista mixturan el material del universo transilvano con la mítica del
doppelgänger. El doble que todos deberíamos tener en un universo paralelo.
Edgar Allan Poe escribió un magnifico cuento sobre este gemelo, un doble
pertinaz, en su magnifico William Wilson. Esta es uno de los mejores “Relatos
extraordinarios” del autor, ya que confluyen los dos protagonistas en un marco
espacio-temporal y establecen una relación que termina negativamente para
ambos. En el campo del cine una poética obra como “El Estudiante de Praga”
también se aproximó al componente duplo de la personalidad en clave de terror.
Huyendo de cualquier versión truculenta o tarantiniana del mito, las vampiresas
de Byzantium
están condenadas a pasar la eternidad junta. No poseen poderes extraordinarios
y además se ven obligadas a trabajar.
Gemma Atterton (imposible una
vampiresa más sensual) trabaja como prostituta para mantener a su hija y a ella
misma. Aquí Jordan aprovecha para la crítica social descarnada. La madre; convertida
en prostituta durante las guerras napoleónicas por un militar; le dice a la
hija ante sus reproches: “En que otra cosa podría trabajar”. Nada ha cambiado
en el mundo. Byzantium
es un ejercicio sobre la memoria.
La memoria que una soberbia Saoirse Ronan (no
se puede decir más con menos gestos) vuelca en las cuartillas que escribe cada
día, arranca y lanza por la ventana contando su historia de siglos. ¿Cómo es la
memoria de alguien que es inmortal? Para alguien que vislumbra el tiempo como
una repetición constante de lo ya vivido. Jordan soluciona visualmente este
devenir agónico (la inmortalidad es lo que tiene) a base de planos en espejos y
ventanas, a los que se asoman las protagonistas, que se reflejan en los
espejos. Otro tópico hecho añicos. Hay violencia y sangre a borbotones, pero no
chirrían en el conjunto, ni rompen el halo de poética enfermiza, pausado, que
nace de la relación entre Saoirse Ronan y un adolescente terminal (y viscoso),
interpretado con maestría por Caleb Landry Jones. Toda la narrativa es un canto
al miedo a la soledad. Jordan apuesta por un cromatismo irreal, reflejando la
sordidez y una belleza siniestra de atmósfera opresiva, apoyada por la lánguida
fotografía de Sean Bobbitt (12 años de Esclavitud, Shame, Hunger). La Aterton es un animal cinematográfico
como ya demostrara sobradamente en "Tamara Drew". En cuanto a Saoirse
Ronan, crece como la espuma oceánica, desde sus papeles adolescentes, consiguiendo
interpretaciones intensas (esos ojos, Dios mío) sin necesidad de aplicar
excesos y desmesuras (Desde mi cielo, Hanna, Camino a la Libertad). Esta actriz
parece escapada de un cuadro de Dante Gabriel Rossetti. Sublime el duelo de
Eleanor con la profesora leyendo las páginas del trabajo en el colegio donde
ella le cuenta su verdadera historia. Consigue transmitirnos el terror de la
mujer, mirando al rostro prerrafaelita de Saoirse, en un “tour de force”
inolvidable. Neil Jordan opta por elegantes flashbacks donde se cuenta la
historia pasada de las protagonistas, alternando con los descubrimientos en el
presente. En esta narración reconstructiva, el director aprovecha para sacar
toda su artillería lúgubre y barroca. Lo hace de modo elegante, y en esta
rememoración la fábula gana muchos puntos. No falta la retroalimentación y los
referentes fílmicos. En una de las secuencias, Eleanor apaga con desgana y
hastío el televisor donde se puede ver una escena de “Drácula, Príncipe de las
Tinieblas” de Terence Fisher, en un divertido juego metacinematografico.
Los
mordedores clásicos parecen aburrirle. En cuanto al nombre de Clara, puede
rastrearse una estela genésica en la novela “Carmilla”, escrita por Sheridan Le
Fanu, donde aparece por primera vez en la literatura una vampiresa. Otra de las
opciones elegidas por la guionista, es el rechazo de la mujer vampiro por parte
de una hermandad de vampiros masculinos, que las repudia y trata de
destruirlas. Nunca había sido tan mal tratado el género femenino colmilludo
desde la aparición espectral de las tres arpías en negligé en el “Drácula” de
Bela Lugosi, luego remedadas por Coppola en su versión, aunque mejoradas (las
tres macizas del gineceo coppoliano eran la
Belluchi, Michaela Bercu y Florina Kendrick). Como para no dejarse
hincar el diente. En los últimos años apreciables producciones como “Déjame
Entrar” (2008), remakeada ¡como no!
en los E.E.U.U, realizaron notables variaciones del imaginario vampírico. No
anotaremos en estas aportaciones los adolescentes de hormonas alteradas por la
purpurina en la saga juvenil de Stephanie Myers.
Otro de los tributos a la
mitología es el rol desempeñado por Eleanor como “ángel exterminador” que es
identificado por ancianos y enfermos desahuciados, para que les ayude a la
transición sin dolor, succionando su sangre. La banda sonora de Javier
Navarrete acompasada con las hechizantes imágenes de este mundo en decadencia
donde hasta el nombre del hotel “Byzantium” es un juego cronológico con el crepúsculo
del imperio romano de oriente.
En algunos países ni siquiera se ha estrenado
esta película, que sin llegar al lirismo y precisión de aquel cuento de hadas
pervertido (cuento dentro de otros cuentos) titulado “En Compañía de Lobos”
(vertiente británica e intimista) donde una adolescente concentraba las
personalidades de Alicia y Caperucita, o a la precisión narrativa de
“Entrevista con el Vampiro” (vertiente superproducción del autor). Byzantium es
una, más que notable, y poética muestra de buen cine, aunque con final
acomodaticio.
El espectador puede quedarse con lo mejor del fantástico de
Jordan (mencionado anteriormente) o disfrutar de su creación más realista con
las excelentes “Juego de Lágrimas” o la efectiva “Michael Collins”, relato
irlandés encumbrado por la gracia de Liam Neesom. Sin olvidar la curiosa “En
mis sueños” con un atípico Robert Downey Jr. Aunque parte del auditorio se
decantará por la comercial/traspiés, en manos de desnortada Jodie Foster “La
Extraña que hay en mi” o la poética “Ondine” con sirena incluida.
El autor se
homenajea en el film a si mismo, con la capucha roja que utiliza Saoirse Ronan,
recién salida del licantrópico cuento. Metáfora sobre el tiempo y sus
consecuencias. De como el reloj afectaría a la inmortalidad. Palabras mayores.
La Banda Sonora
El turolense Javier Navarrete (El
Laberinto del Fauno, Furia de Titanes) firma la partitura de esta cinta, con el
añadido de standards y canciones. La diferenciación temática está bien
definnida. El uso de música electrónica y zumbidos, frente al bloque orquestal
donde la cuerda y el conjunto coral son la marca de clase. De la melancolía al
tenebrismo. Del efectismo del conjunto vocal a la evocación de las obras
utilizadas de otros autores como “Sonata in C Major, Opus 2, Nº 3 del maestro alemán
Beethoven. A destacar la fusión perfecta entre las imágenes y la partitura. La
atmósfera opresiva, oscura, permite destilar notas lúgubres o intensas. Los
momentos de añoranza también tienen su movimiento en este score, donde tienen
cabida incluso interpretaciones de Atterton como la tradicional: “El Sepulcro
Inquieto” o la voz de Etta James en “Do not Cry Bebé”. A destacar “The coventry
Carol” una coral de voces empastadas, de atmósfera catedralicia. Polifonia “de
qualité”.
El tema “Eleanor´s Dream” una
mezcla de teclado y coral electrónica escalofriante con efectos atemporales.
My Mother. Evocadora y sensible
en su sencillez armónica.
My Mother Was Dying. La sección
de cuerda es el juego. Evocadora y romántica. En la sección final el teclado
cambia la atmósfera y la vuelve densa y opresiva.
Navarrete tiene experiencia en la
creación de atmósferas como hizo en la excelente “El Espinazo del Diablo”, cuya
soundtrack fue nominado a los Premios Goya y Oscar en 2006. Ganó el Emmy con el
telefilm interpretado por Nicole Kidman y Clive Owen “Hemingway & Gellhorn,
una mascarada impropia de la cadena HBO capaz otrora de series como Roma o Boardwaldk
Empire. Una historia de amor entre el escritor y la periodista (germen de Por Quien
Doblan las Campanas) preñada de tópicos, con una guerra
civil/wenstern, protagonistas caricaturescos y perdidos, con profusión de
lugares comunes. Nada de esto resta méritos al pentagrama de Javier Navarrete.
En esta banda sonora, evocadora y dramática, encontramos desde canciones
tradicionales “Red River Valley” con una precioso arreglo, que se repite
después con el nombre de “Jarama Valley” (versión Brigadas Internacionales).
Gran habilidad orquestadora en temas como “Real Hoenymoon”, utilización de
guitarra española o del folklore patrio: “Ay Carmela”. Una partitura artesanal
con temas electrónicos de voces humanas en “Dachau” o “La Alegría de Riego”, de
hispánicos y folklóricos aires. La pieza “No ha muerto aún”; viento y cuerda;
es una hermosa despedida en tonos sepia. Completa un excelente álbum, donde
también encontramos temas interpretados por la cantante afro-peruana Marina
Lavalle (Amado), hermoso homenaje retro, con aires caribeños en una poderosa
voz. Iniciado en la música electrónica con músicos como Eduardo Polonio o
Carles Santos. Después pasó al minimalismo electrónico.
An Empty Island. Melodía
misteriosa, coros lejanos, totalmente acorde coros lejanos, sonidos
atmosféricos y predominio de lo electrónico.
Clara Inmortal: Lo mejor del
score. Coros, cuerda y atmósfera turbia.
Dentro del film también se
escuchan otros temas no compuestos por el autor.
Coventry Carol. Bellísima coral
tradicional interpretada por London Voices.
El Sepulcro Inquieto y Su Bebé se
ha ido por el Desagüe, son interpretados por la protagonista Gemma Arterton.
Etta James se encarga de Do Not
Cry Bebé.
También se pueden escuchar el “Claro
de Luna” de Debussy, además de Shostakovich, Schubert, y el omnipresente
leitmotiv de la Sonata in C Mayor, Opus 2, Nº 3 de Beethoven, interpretada por
Simon Chamberlain. Un adagio que a primera vista no tiene nada que ver con el
resto de a sonata. Finaliza el movimiento en pianíssimo.
Chamberlain (Cisne Negro, El
Caballero Oscuro) también fue orquestador adicional en la película de culto
“Dark City”..
Una banda sonora de tonalidad
oscura, cuya paleta acompaña el tono decadente y malsano, mixturándose con
acierto con la excelente fotografía.
Byzantium (2013) Soundtrack Score
Composed by: Javier Navarrete
Tracklist:
01. Main Titles (01:42)
02. Secrets (02:51)
03. No One (01:51)
04. The Coventry Carol (01:05)
05. Sonata in C Major, Opus 2, No. 3 - Adagio
(02:10)
Magical Girl nace con vocación de
culto. Con todas las miserias y grandezas que la etiqueta conlleva. Adoradores
fervientes frente espectadores reacios a su discurso. La indiferencia no es una
opción ante esta pesadilla circular (como las ruinas borgianas) dantesca y
desasosegadora. Magical Girl es un “Noir” negrísimo, un cuento de hadas
pervertido con formato de thriller autóctono, una pieza de cámara sombría e
hipnótica donde la razón no tiene cabida y los instintos campan a sus anchas.
Vermut ha elegido el claror que contrasta con toda la oscuridad que subyace bajo
la piel.
Apartamentos de paredes luminosas, albor casi insultante, de una
blancura cotidiana. Debajo de esos gotelés, de esa inmaculada limpieza de la
mansión adonde acudirá Bárbara, hay todo un mundo de penumbra e insanía. La
aparente cotidianeidad de las conversaciones en cocinas, bares o salones con
amigos que traen su bebe, esconden las perversiones de Bárbara, la falta de
escrúpulos del padre afligido, la morbosa relación con Damián, el inframundo
del dolor de la mansión o el trato malsano que recibe de su marido. Estamos
ante un ejercicio de cine que elige la elipsis, los flecos arguméntales y los
vacíos de guión como bandera.
Esta es su arma, y también su talón de Aquiles,
para aquellos que reniegan de su visionado. En estos parámetros coincidió con
otra cinta que también dejaba abiertos senderos para después de los títulos de
crédito. “La Isla Mínima”
y “Magical Girl”, trascienden la pantalla y continúan palpitantes en teorías y
deducciones cinéfilas sobre sus elipsis, tras su visionado. Nos encontramos
ante un universo de autor, que opta por la sobriedad narrativa, donde
implosionan pasiones enfermizas.
Una fábula soterrada, con diferentes capas,
como una caja de matrioskas pervertidas, no apta para todos los estómagos.
Magical Girl tiene la capacidad de producir desasosiego en lo cotidiano, como
una pintura nacida del pincel forense de Lucien Freud. Y sobre todo genera
incomodidad. En ningún momento es espectador se siente cómodo con lo que está
visionando. Ni los intervalos mas cotidianos están libres de esa perturbación
que se respira como un ser vivo. Las conversaciones entre padre e hija, la de
Damián con el padre, la escena en la cama de Bárbara y su marido. En todo
momento subyace esa sequedad en las dicciones; voluntaria marca de clase; esa
parquedad en lo gestual, ese laconismo en las secuencias más terribles. Frente
al histrionismo o la desmesura que a priori serían más adecuadas para un
argumento como éste, nos enfrentamos a la cotidianeidad alterada. A un mundo
donde nada es lo que parece. A ritmo de zen. De plano fijo y morosidad en el travelling.
Conversaciones sutiles, narrativa remisa a la mostración de pasiones desatadas,
sin excesos. Pero capaz de destruir la línea argumental con una bomba de
profundidad, como la escena donde Bárbara ríe con un bebé entre los brazos, en
la cotidiana visita de amigos. Una sola frase es capaz de asomarnos al abismo.
Nada es lo que parece en este rompecabezas kafkiano. El padre abatido ignora
que acaba de abrir la Caja
de Pandora al plantearse un chantaje que en otras circunstancias nunca habría
realizado.
Carlos Vermut procede del mundo
de la ilustración y el comic. Su cortometraje “Maquetas” recibió buena acogida
por parte de la crítica. Tras intentar colocar su guión de “Diamond Flash” en diversas
productoras decidió crear Psicosoda Films. Para costear la empresa utilizó el
dinero recibido por los derechos de la serie “Jelly Jam”. La película resultó
“trendic topic” el mismo día del estreno.
Magical Girl se resuelve en clave
de cine negro costumbrista, aunque su negrísimo epílogo donde se cierra el
círculo, subraya con certeza su vocación de “rara avis”, por lo gratuito (y lo
terrible) de la acción de Damián. El sonido directo, las conversaciones en
clave de murmullos, la aparente falta de empatía de los personajes, la
fotografía natural, todo esto contribuye a crear una atmósfera de irrealidad
dentro de lo cotidiano, dentro de su aparente simpleza. La apuesta estética
forma parte del juego. Un salón de casa como otro cualquiera, una cocina de las
de toda la vida, una mesa de colegio donde se gesta el origen del drama. No hay
efectismo estético ni siquiera en la mansión que suponemos oculta un catálogo
de patologías. Se juega con el espacio. Vermut crea atmósferas malsanas entre
cacerolas, sofás, gotelé o bares castizos. Hay ecos buñuelescos en esa
habitación de la salamandra que remiten a la caja que el oriental muestra a
“Belle de Jour” y que nunca sabemos que contiene. Vermut opta por la elipsis.
Nos introduce en universos lynchianos, pero deja a la poderosa imaginación del
espectador lo que sucede en entre esas siniestras (y elegantes) paredes.
La
estructura circular está dibujada desde las escenas iniciales donde la niña
baila soñando convertirse en Magical Girl Yukiko, y la dantesca escena final,
donde ya convertida (merced al disfraz) mira a los ojos a Damián antes del
abismo. Las otras secuencias paralelas (no en el tiempo) son aquellas en que se
inicia la relación enfermiza entre Damián y Bárbara. Una adolescente Bárbara se
burla del profesor Damián que le pide que le entregue la nota caricaturesca que
le ha escrito. La niña; en un truco de magia; la hace desaparecer, hecho que
condicionará para siempre sus vidas.
En esta escena ya se puede adivinar
algunas de las características de Damián: el escritorio de la mesa, filmado
desde arriba como fondo de las dos manos, esta ordenado con la precisión de un
obsesivo-compulsivo. El cromatismo irritante simula una falsa asepsia bajo la
que laten depravaciones destructivas, detrás de la barra del bar de toda la
vida, de la cocina cutre, palpitan pasiones ¿incontrolables? que desatan un
Apocalipsis en lo cotidiano. “Magical Girl” es esquinada y sibilina, con la
crueldad de los relatos de los hermanos Grimm. La maldad erosiona la supuesta
capa de convencionalismos y urbanidad de dos profesores, supuestos educadores
de la sociedad. Apretemos un poco las teclas y sirvamos la anarquía en bandeja.
Estamos ante una pieza de cámara dominada por el (supuesto) laconismo de los
personajes, y la (impostada) inexpresividad éstos. Pero todo forma parte del
juego. Lo monstruoso no tiene porque ser desmesurado. No son necesarias
histerias interpretativas, desmesuras alpacinianas,
ni cambios de peso a lo "De Niro". El mal habita en nosotros y lo
hace de forma cotidiana, casi garbancera. Véase la sutileza de Luís Bermejo (el
padre) capaz de pasar de la abnegación al chantaje descarnado, sin cambiar la
expresión corporal durante el metraje.
Nótese la interpretación que hace el
cuerpo lleno de cicatrices de Bárbara Lennie, que transmite más que su rostro
de angelical vecina para pedirle un poco
de sal. Nada de expresiones de “femme fatal” a lo Joan Bennet en “Perversidad”,
nada de ocultar el rostro tras unas gafas de sol mientras dejas ahogarse a un
chico paralítico en el lago, a lo Gene Tierney en “Que el Cielo la Juzgue”. Este personaje de
Lennie no es una villana al uso, es algo mucho más execrable, aunque su rostro
no lo delate. Sacristán destila bonhomía, aunque su personaje sea uno de los
más oscuros, derrochando experiencia y sabiduría. Todo este puzzle se basa en
la falta de una pieza clave para su ulterior y apocalíptico epílogo. ¿Qué une
al profesor Damián y la alienada Bárbara? Aparte del inicio de una relación sadomaso en la escena del colegio, no
hay nada que los vincule, salvo la confesión de Damián a la sicóloga de la
prisión de que “tiene miedo de volver a ver a Bárbara”. Vayamos por partes
(como diría Jack the Ripper). La condena que acaba de cumplir Damián es de diez
años.
Para cumplir este tiempo en nuestro sistema penal, es necesario un
asesinato, en ningún momento se nos habla de tráfico de drogas, ni de otro
delito, por lo que suponemos que Damián arregló algún asunto para Bárbara. Si
no es la primera vez que mata el inofensivo profesor, lo siguiente es
plantearse si ha formado parte de alguna manera del oscuro mundo de violencia
sexual de Bárbara, o práctica alguna variante de adicción retorcida hacia la
protagonista. En esta relación está ausente el componente genital. Esto queda
claro cuando Damián dispara a una única víctima, sin decirle que se de la
vuelta. El padre de la niña le confiesa que Bárbara se acostó con él sin nada a
cambio. Esto derrumba el mundo de Damián, que rompe con sus últimos escrúpulos
morales.
Pierde su componente racional. Nada se nos cuenta de esto, por lo que
la conjetura forma parte del invento. Las dos protagonistas femeninas son dos
Magical Girl, una lo es en la inocencia y el dolor, refugiada en su mundo de
Anime donde es posible escapar al sufrimiento cotidiano. Bárbara lo hace desde
el lado oscuro. Nadie la obliga a obtener el dinero acudiendo a la misteriosa
mansión.
Es una decisión/excusa. Todo queda claro cuando muestra su cuerpo
lleno de cicatrices. “Me han hablado muy bien de ti” le dice el organizador de
aquella feria de anormalidades. Bárbara es el ángel caído por voluntad propia.
La atracción del abismo. Al final de la cinta la protagonista no tiene rostro,
vendada y oculta intenta seguir manipulando a Damián que en un juego de
presdigitación (y cinematográfico) le devuelve el truco de la desaparición con
el móvil usado para el chantaje. Pero una vez más aquí nos encontramos en el
jardín de senderos que se bifurcan (con permiso de Borges). El espectador puede
interpretar esta acción como un regalo de Damián a la destrozada Bárbara, para
decirle que todas las pruebas han desaparecido. Pero es más probable que un
profesor desgarrado por la revelación del chantajista, y agotado de años de
sumisión, adopte el papel dominante en la enfermiza relación. Tengo el
teléfono, ahora yo dicto las normas…
Todo el metraje es un descenso a
los infiernos. La luz del Anime en que vive permanentemente la niña, huyendo de
la oscuridad de la muerte, frente a la oscuridad buscada por los otros
personajes. La luz de la niña apagada prematuramente en la brutal (e
innecesaria) escena final. Damián bien podía haber elegido marcharse. Sabe que
la niña va a morir y el sacrificio es innecesario ¿o no? En una ciudad grande es difícil que una niña
desahuciada volviera a verle o reconocerle. ¿Para que entonces el sacrificio
ritual? ¿Para poder cerrar el círculo con la otra Magical Girl que aprisiona su
vida? ¿Para robar su magia y hacer desaparecer el teléfono?
Este tríptico del horror abre sus
tres puertas como “El Jardín de las Delicias” de El Bosco. En Mundo conocemos
al profesor, la enfermedad de su hija y su inestable situación económica, que
le imposibilita comprar el carísimo vestido de la serie Magical Girl.
En Demonio aparece Bárbara, como
una diosa del destino, la Némesis
que le conducirá a la perdición. Escila y Caribdis obligando a los navegantes a
elegir entre un horror u otro.
En Carne aparece Sacristán y su
obsesión-relación malsana con Bárbara que condiciona el destino de los demás
personajes. Una vez más el fatum, el
destino aciago.
Todo es insinuado, todo
simbólico, todo es elíptico, todo es hermético. Hermosa y terrible, la elipsis en que Bárbara recoge
la tarjeta que contiene la palabra de seguridad para detener las relaciones sado, y se encuentra en blanco, para
adentrarse en los infiernos. Desde esa “Niña de Fuego” interpretada por Manolo
Caracol, que aparentemente es la menos apropiada para el conjunto, todo el
minimalismo narrativo y conceptual, que a priori se antojaría el menos oportuno
para una temática que en otras manos hubiera devenido bizarra y desmesurada en
la puesta en escena. La frialdad se apodera de los personajes y el entorno, de
la fotografía, de la trama. La falta de empatía flota en una atmósfera malsana
y perturbadora camuflada de bar de amiguetes y canciones castizas. Oculta bajo
la epidermis de lo aparentemente cotidiano. En una vuelta de tuerca, en una
montaña rusa deleznable, los personajes que nos habían tocado la fibra, se
vuelven abominables y los que nos parecían corruptos, unas pobres víctimas de
esta narración en clave de esquizofrenia. Cuando el círculo se cierra en la cadena
de pesadillas, el espectador no sabe
exactamente que es lo que ha visionado, ni en que lado de la negatividad (el
único personaje no tóxico es la niña) se encuentra.
Magical Girl rompe el cine de
género. De hecho rompe todos los esquemas, para transmutarse como piedra
filosofal en inclasificable creación. Nada de comedia urbana con salidillo de
turno, nada de cine negro garbancero, nada de comedia descerebrada para adolescentes con sospechoso
acné, nada de terror cutresalchicheropara consumir palomitas. La niña de fuego abrasa. Y lo hace desde dentro. Para
el espectador la percepción de este entorno es de extrañeidad. Y debe ser así.
Incluso los diálogos aparentemente mas rutinarios sobre frikis televisivos, fútbol,
educación o lavadoras con función de secado, producen esa sensación de
extrañamiento e incomodidad. Es la percepción de que bajo la piel, los parásitos
andan abriendo camino. De que todo el entorno doméstico es una fachada, para la
espoleta de la bomba que ya esta en marcha, Tic-tac. Tic-tac. La fatalidad.
El aspecto interpretativo regala
situaciones aparentemente lacónicas, secas. Minimalistas como la puesta en
escena. Como letanías fatídicas. Quedan las miradas. Todos los actores están
enormes (esos ojos de Lucía Pollán), esa falsa vulnerabilidad de Lennie, esa
escuela de siglos de Sacristán. Raramente vemos encuadres que acojan más de dos
personajes. En cierto modo la soledad es la protagonista de estas vidas. Desde
el instante en que Sacristán se viste de luces para su ritual torero de muerte,
es como si se encontrara solo en el bar. Con esa sensación de ajeneidad de una melancólica
pintura de Edgard Hopper.
Las Referencias
El Comic.
Primer oficio del director de indudable
presencia en los encuadres lánguidos y sostenidos. En la parquedad de las
imágenes, nunca corales. En la novela gráfica hay escaso espacio para muchos
personajes en viñeta. Esa elipsis entre secuencias, se denomina gutter en el mundo del noveno arte.
El realismo mágico.
Por dos ocasiones (una vez más
las ruinas circulares de Borges) se introduce en lo cotidiano, un elemento
inexplicable. Bárbara en el colegio hace desaparecer la nota que da comienzo al
infierno de Damián. Junto a la cama del hospital, una mujer sin rostro de
claras referencias cinéfilas (El Hombre Invisible, Les Jeux sans Visage). El
círculo se cierra cuando Damián le devuelve el truco ¿poderes mágicos
transmitidos por la pequeña Magical Girl? y recupera su situación de poder.
El cine.
Aquí hay de todo desde los Coen hasta Franju,
pasando por Buñuel, Kubrick, Melville, Tarantino, el pulp, el costumbrismo
castizo o Lynch. El cinéfago se entretendrá descubriendo referencias.
El Anime y el Manga.
Los ojos de Lucía Pollán son
anime estado puro. Las guerreras mágicas como Sailor Moon o Sakura hicieron las
delicias de una generación de niños de los 80/90. ¿Evasión para la niña enferma
que ansía un poder? ¿Que poder mágico pedirías? Vivir más tiempo. Ante la
imposibilidad de cumplir el primer deseo, el padre decide comprar el traje de
Magical Girl sin saber que ha iniciado el Apocalipsis. Bárbara toma una bebida
que se llama Sailor Moon.
El Lagarto Negro.
Pink Martini hizo una versión de
esta canción para su álbum “Sympathique”. Cierran los créditos finales.
Homenaje a la novela de Rampo Edogawa “El Lagarto Negro”. Fue un escritor de
novelas de misterio. Padre de la literatura de misterio nipona, que ha influenciado
a directores de cine y dibujantes de manga. El buscador que utiliza el padre se
llama como homenaje Rampo. Este nombre es Edgar Allan Poe, pronunciado a la
japonesa. El nombre real era Hiari Tarou, autor de cuentos enigmáticos y
perversos. El niño protagonista del Anime “Detective Conan” tomó su nombre
“Conan Edogawa” del escritor japonés y de Conan Doyle (no de Conan el Bárbaro).
La editorial Jaguar lo publicó con el titulo “La Lagartija Negra”
(1934). También fue llevada al cine por Kinki Fujasaku (director de la Bélica “Tora, Tora y de la génesis
de “Los Juegos del Hambre” titulada “Battle Royal”. En el argumento encontramos
una ladrona de joyas mortal y hermosa (como Bárbara) aunque ésta roba vidas.
Por cierto el personaje de “El Infierno de los Espejos” siente verdadera
obsesión por los mismos. Recordemos la importancia de los espejos en el film.
En “El Precipicio", el escritor presenta un curioso juego sadomasoquista…
El Rompecabezas.
Símbolo y alegoría de toda la película. A
Damián le falta una pieza para terminar el rompecabezas. El espectador debe
completar el puzzle narrativo. La caja del oriental de “Belle de Jour”, el maletín
de Tarantino en “Pulp Ficcion”, el puzzle de Damián. Todos ellos excusas para
que el espectador complete el
rompecabezas.
El Kegadol.
Todo un mundo de vendas, parches
en la más pura línea de las rarezas y perversiones niponas que no dejan de
asombrar.
La situación social.
Las charlas versan sobre la
enseñanza, la situación del país, el paro. El libro donde se esconde el
chantaje es una simbólica Constitución. Obsérvese el detalle analfabeto de
comprar "La Colmena" al peso.
Espejos y puertas juegan un papel
simbólico y diegético en las vidas de los personajes.
Musica
No hay exactamente una banda
sonora.
Leiv Motif es la Niña de Fuego de Manolo
Caracol, el fuego que consume a los personajes. director la escuchó en una versión tituladaNinja
de fuegointerpretada por el
grupo Pony Bravo.
Haru Wa SA-RA
SA-RA, de Yoko Nagayama
Song of the black Lizard, de Pink Martini
Acérrimos seguidores o
detractores vocacionales. La indiferencia no es una opción con esta película.
Érase una vez un lugar llamado Nassau. La propuesta de la norteamericana Starz sigue los
pasos de su exitosa precedente, la imaginativa (en lo histórico) y de potente
presencia visual Spartacus. Rodada en
Cape Town Studios se presenta como una precuela de la celebrada novela de
Robert Louis Stevenson “La Isla del Tesoro” con guión de Jonathan E. Steinberg
(Jerico) y Robert Levine, otro de los habituales de la casa. Pero todo parecido
con el argumento genésico es pura coincidencia, y sus conceptos (morales, éticos
y cinematográficos) se alejan notablemente de todo el “cine de piratas”
realizado hasta la fecha. Starz aporta los ingredientes que atrajeron al
público en Spartacus: un diseño de
producción cuidado, interpretaciones notables y argumento vibrante, pero
salpicado de sexo y violencia en exceso gratuitos. Con cuatro nominaciones a
los Emmy a cuestas y una cabecera compuesta por Bear Mcreary (autor de
partituras como The Walking Dead o Battlestar Galactica), hipnótica y obsesiva.
Tomando como referencia las canciones de trabajo marineras; desgrana un
perturbador e insistente “leitmotiv”, imitando el sonido de una zanfona “in
crescendo”.
Este instrumento de cuerda, de difícil afinación, datado en el
siglo X para acompañamientos religiosos, revivió en Francia en el siglo XVIII.
La visión dada por la productora es la de un mundo donde predominan las bajas
pasiones, la violencia es una forma de vida y el sexo un medio para alcanzar
los fines adecuados, es cierto que se aproxima a la realidad de aquella
cofradía de pesadilla, formada por ladrones, asesinos, borrachos o proscritos.
Aunque quizá este acercamiento es excesivamente radical, ya que la pretendida
visión de la violencia, el sexo en estado puro
y el lenguaje soez, pueden alejar a espectadores que pensaban que iban a
visionar “una de piratas” de toda la vida. Black
Sails no es nada de esto. Las “Velas Negras” del título rompen con todos
los esquemas vistos hasta la fecha desde aquella hermosa transgresora de la
ley, que fue interpretada por una deliciosa Jean Peters en “La Mujer Pirata”,
hasta los fallidos intentos de modernizar el subgénero “ad maioren gloriam” de Geena Davis (dirigida por su marido),
capitaneando la tripulación en la adrenalínica “La Isla de las Cabezas
Cortadas”.
A años luz quedan conceptos como la divertida saga protagonizada por
Johnny Deep y sus piratas del Mar Caribe. Un experimento que basándose en una
atracción de Disneylandia no podía dar juego en el terreno de la sangre y el
sudor, pero que consigue un producto burlesco, original y valiente (esa
caracterización suicida de Deep). Antaño hubo experimentos no canónicos,
convertidos en clásicos como “El Temible Burlón”, con un acrobático e
inolvidable Burt Lancaster. Los piratas clásicos como el “Capitán Blood” del
elegante (e insufrible) Errol Flynn, o el añorado Tyrone Power, interpretando
en fastuoso color a Henry Morgan, paseando su apostura en “El Cisne Negro”, no
tendrían cabida en las tripulaciones canallescas y amorales de estos navíos.
Al
seguidor de esta serie, le parecerán pacatos y menguados combatientes los
protagonistas de cintas como “Piratas del Mar Caribe” (1942). Aunque resulta
difícil reconquistar aquel espíritu de aventura y romanticismo que destilaban
las obras de Cecil B. de Mille (por no hablar de la insuperable interpretación
de Paulette Godard). La obra maestra del cine de facinerosos marinos es, sin
duda, Moonfleet, nacida de las manos
de Fritz Lang. Cine en estado puro con Stewart Gran
ger en su mejor papel. La
pictórica composición (inspirada en pinturas de Hogarth), con reminiscencias dickensianos y la banda sonora de Miklos
Rozsa, nos entregan una poderosa lección de cine.
Black Sails combina a partes iguales notables interpretaciones
con escenas de acción perfectamente realizadas. El diseño de producción es
apreciable. Costumbre habitual en los productos Starz. Baste recordar series
tan detalladas como La Reina Blanca
en la Inglaterra partida por La Guerra de las Dos Rosas, La Roma degenerada de Spartacus, la recreación de Los Pilares
de la Tierra, sobre el best seller de Ken Follet, o el imaginario renacentista recreado
en Da Vinci´s Demons. La
reconstrucción de los espacios, navíos o ciudades, es cuidada y detallada. Por
ello chirrían los “defectillos” como esos fondos de navíos navegando o paisajes
lejanos, donde el “render” 3D no ha sido trabajado como precisaba y el CGI
destila un estilo de videoconsola. También se nos antoja demasiado moderno para
la época el lenguaje utilizado en algunos diálogos, o albergamos la duda sobre
ventanas de vidrio en un lugar perdido del Caribe, o porqué los personajes no
tienen la dentadura podrida.
Sin duda el armazón dramático es la apuesta más
fuerte de la serie. Toby Stephens (Muere Otro Día) es un capitán atormentado y
con profundas fracturas morales. La composición hierática e impasible del
británico, junto con la de su amante Miranda (una magnífica Louise Barnes),
destacan sobre la del resto del elenco. Una titubeante Hannah New, a quien
vimos en la serie “El Tiempo entre Costuras”, interpretando a la díscola
Rosalinda Fox, amante del Alto Comisario Beigbeder en tierras marroquíes. Luke
Arnold (The Tunnel) compone un John Silver, que en sus orígenes se antoja
antipático y anodino, aunque consigue hacer crecer el personaje a lo largo de
los capítulos hasta concluir en ese frenético episodio final, donde se nos
revela la dolorosa transformación física hacia el John Silver que todos los
lectores de “La Isla del Tesoro” rememoran. No les andan a la zaga Zach McGowan
(Shameless. Drácula, Terminator Salvación)
en el papel del inquietante capitán Vanes y Clara Paget (One Day, Fast and
Furious) componiendo una pirata de existencia real “Anne Bonny”; taciturna y
salvaje; en lucha constante con su identidad sexual. La canadiense Jessica Parker
Kennedy; recién salida de series teenagers
como Sensación de vivir, Smallville o El Círculo Secreto; decide subir la
temperatura en su interpretación de una prostituta convertida en “Madame”,
amante de las conjuras y la mostración de piel.
Hay sudor en el ambiente, calor
tropical y suciedad consecuente con el lugar y las costumbres. Las heridas no
tienen curas milagrosas ni desaparecen por arte de magia, sin embargo el
aspecto histórico queda descuidado con armas que no son de la época, o el hecho
de situar la acción en 1715, cuando la piratería ya agonizaba, aunque se
respeta la veracidad el Código Pirata. Frente a otras opciones del género de
aventuras, Black Sails regala
diversos momentos de diálogos en camarotes, despachos o tabernas. Es en estos
instantes donde se lleva a cabo la verdadera acción. Trapicheos, sin fin,
cambios de bando, astucias sin par, y donde los actores pueden descargar todo
su arsenal dramático.
Ciertamente los intervalos enlentecen el desarrollo de los
acontecimientos para los espectadores más inquietos y ávidos de acción (que
haberla, haíla). Black Sails es una
melodía coral, orquestada para varias tramas en Do Mayor y afilados sables. En
el aspecto histórico (y como ya le sucediera a su precedente Spartacus) la
serie mixtura hechos y personajes reales con ficticios, dejando la
verosimilitud para los libros de historia. No hay que olvidar el objetivo de
cualquier productora es entretener y no elaborar un documental sobre la vida de
los piratas. Bien asesoradas algunas situaciones, como los códigos que regían
el mundo de aquellos fuera de la ley. Los personajes como Thomas Barrow y el Capitán
Hornigold existieron realmente. Hornigold se presenta como el traidor que
entrega a Eleanor a las autoridades inglesas, en realidad junto con Thomas
Barrow, establecieron la republica de Nassau como gobernadores, junto a
“Barbanegra”; que aparecerá en la tercera temporada para dar más juego; Anne
Bonny o el temible Charles Vane. Hornigold se volvería contra los suyos tras un
indulto, convirtiéndose en cazador de piratas.
Hasta 1718 los piratas
continuaron dando guerra, cuando los británicos enviaron como gobernador al ex corsario
Woodes Rogers, que reformó la administración y restauró el comercio. Barbanegra
seguiría por algún tiempo asolando las costas hasta su violenta muerte (cinco
balas de pistola y veinte cuchilladas) en 1718. La pirata irlandesa Anne Bonny,
que renunció a la herencia familiar para buscar aventuras, tampoco está bien
reflejada en la serie, a pesar de la excelente interpretación de Clara Paget.
Es cierta su relación con Rackman, que vestía ropas de hombre, pero su pareja
la dejó enfrentándose a un cazador de piratas mientras se refugiaba en la
bodega.
El verdadero Rackman, apodado “Calico Jack” fue ahorcado tras esta
incursión. Anne Bonny coincidió en la tripulación con otra mujer pirata tan
salvaje y fiera como ella: Mary Read. Tras enfrentarse ellas solas al capitán
Burneo, cazador de piratas (el resto de la tripulación estaba borracha) fueron
perdonadas alegando estar embarazadas. Tras dar a luz al bebé, Anne desapareció
de la historia oficial. La leyenda dice que terminó sus días en un convento. El
Código de los Piratas, conocido como Charte
Partie, recogía normas de conducta, castigos, reparto del botín, etc.
Estrictas reglas de gestión que incluso preveían la perdida de algún miembro
(manos, piernas) y sus retribuciones, prohibición a bordo de cartas o
regulación del duelo entre tripulantes. Estas “reglas del diablo” no
constituían un código único. Cada capitán o barco poseía sus propias reglas y
era promulgada por el capitán y aprobada por todos, antes del inicio de la
aventura. Incluso una parte de botín se destinaba a la Iglesia para que rezarapor sus almas o a instituciones benéficas.
Realizado el juramento ante un vaso
de ron y una Biblia, comenzaba la aventura. En cierto modo la vida de aquellos
hombres era una suerte de democracia fuera de la ley. La tripulación votaba y
siempre tenían la última palabra. El papel de la mujer en aquella época se reducía a ser monja, madre
o prostituta. En la hermandad de los desterrados, cualquier mujer podía optar
al mando y vivir sus aventuras. Este fue el motivo que alejó a Anne Bonny de la
hacienda familiar. Las parejas de hecho homosexuales estaban perfectamente
integradas. Incluso tenían una especie de Seguridad Social para los que sufrían
amputaciones en la batalla. También es cierta la relación entre Rackman y
Charles Vane o su disputa por el navío “Ranger”, del cual terminó siendo capitán.
A pesar de tratarse de un “producto Michael Bay” (acción trepidante,
explosiones, adrenalina, grandes planos), el autor de Transformers consigue dotar a su creación de intensidad dramática y
un sinnúmero de subtramas con personajes que se mueven en zonas grises, que
equilibra la vertiente espectacular.
El guión partiendo de un claro “McGuffing”
(con permiso de Hitchcock) que es la búsqueda de la Urca deLima, el navío
español que lleva el tesoro de la corona y en realidad naufragó frente a las
playas de Florida, siendo rescatada la mayor parte de su contenido
posteriormente por los españoles. La flota llevaba lingotes de oro y pesos de
plata, pero la Urca transportaba
realmente pieles, chocolate, vainilla, etc. Aunque en la serie son los piratas
capitaneados por “Calico Jack” quienes recuperan el tesoro. Los espectadores
más avispados habrán pensado que se trata de un error de traducción cuando los piratas
se refieren a dólares, pero no es así. Se trata de dólares españoles, monedas
de ocho reales acuñados por los Reyes Católicos.
La nave en realidad se llamaba
“Santísima Trinidad” y el apodo de Lima, era por su propietario Miguel de Lima
y Melo. No fue “Calico Jack” el que consiguió parte del tesoro sorprendiendo a
los españoles en el campamento de salvamento, fueron Henry Jennings y Charles
Vane. Alrededor de este “McGuffing” gira todo el argumento de la serie, ya que
cualquier lector de Stevenson y “La Isla del Tesoro”, comprende que están
guiando al espectador hacía el que será el futuro tesoro enterrado del pirata cojo
John Silver. El personaje de Eleanor Guthrie, interpretado con altibajos por
Hannah New (licenciada en Filología Hispánica), está basado en una pirata
irlandesa llamada Grace O´Malley que consiguió el perdón de la reina Isabel I
para legalizar la turbiedad de sus negocios, basados en impuestos a las naves y
abordar barcos mercantes. Los personajes del Capitán Flynt y John Silver “El
Largo” tienen una génesis estrictamente literaria. Toby Stephens (hijo de la
actriz Maggie Smith) interpreta un rol que en “La Isla del Tesoro” tan solo
conocemos por referencias. En la época que desarrolla la novela, Flynt está
muerto y el loro de Silver responde a este nombre como homenaje o broma
macabra, ya que este antiguo cocinero no es trigo limpio y no guarda ningún parecido
con el presentado en la serie veinte años antes. La Isla del Tesoro fue escrita por Robert Louis Stevenson y
publicada en 1883, originalmente por entregas. Encartada dentro del género de
la bildungsroman (novela de
iniciación a aprendizaje) donde el personaje experimenta una evolución física, moral
o psicológica.
Convertida hoy en clásico de la literatura universal, obra
cumbre del autor junto con El
Extraordinario caso del Doctor Jeckyll, sus personajes se han transformado
en iconos cinematográficos y literarios. Stevenson consiguió con su prosa que
cuando se pronuncia la palabra “pirata” inmediatamente acudan a nuestra mente
imágenes de loros, patas de palo, goletas negras, islas tropicales desiertas y
mapas del tesoro con una X señalando sospechosamente el enterramiento de un
tesoro prometido. En la novela también encontramos a Billy Bones (Merlín,
Doctor Who), interpretado en la serie por un atlético Tom Hopper, ya que este
es el contramaestre a quien Flynt entregará el mapa antes de morir. Motivo por
el que, los que han leído la novela, conocían que Billy no había muerto cuando cayó
al agua en la tormenta (ventajas de los lectores compulsivos).
Nassau
ha sido un escenario recurrente en otras producciones cinematográficas. Desde
el Help de Beatles, hasta la Operación Trueno de James Bond y su
remake titulado “Nunca digas Nunca Jamás”. Repitió Bond en Casino Royale, y simula ser Grecia en la escena del océano de Solo para tus ojos.
La
visión que el cine ha dado de esta novela navega desde el clásico mudo (1920)
de Maurice Tourneur (padre del gran director Jacques Tourneur) donde Lon Chaney
“el hombre de las mil caras” interpreta a Silver, pasando por una de las
mejores versiones, la de Víctor Fleming (1934) con un inolvidable Wallace Beery
caracterizado del pirata cojo, acompañado en el reparto de “monstruos” como
Lionel Barrymore (tío abuelo de Drew, la niña de ET). En el año 1950, el
director de “La Guerra de los Mundos”, Byron Haskin, le da una nueva visión a
la aventura iniciática con Robert Newton como Long John, en la que quizá sea la
mejor versión del clásico. Posteriormente crearía una secuela titulada “Las
Aventuras de John Silver” repitiendo protagonista. Orson Welles intentó
hacernos olvidar la interpretación de Newton, pero no lo consiguió en la
película dirigida por John Hough en 1972. La televisión y el rostro de Charlton
Heston, recuperaron al taimado pirata y Christian Bale (El Caballero Oscuro,
American Psycho) como el personaje protagonista. Hasta la Rana Gustavo y Cía,
tuvieron su momento de gloria remedando las páginas inmortales en “Los
Teleñecos en la Isla del Tesoro”.
Las
precuelas parecen haber dado suerte a la productora Starz, que ya consiguió el
éxito con la precuela de Spartacus
titulada “Dioses de la Arena”. No creemos que se atrevan a rodar después la
continuación de esta historia de tesoros ocultos. Los espectadores y seguidores
de la novela genésica, se rasgarían las vestiduras ante el concepto
“explotaition” (sexo y violencia explícitos) de la cadena por cable, aunque camuflado
bajo un diseño de producción de qualité.
El
personaje de John Silver va creciendo desde un anodino y antipático; en los
primeros capítulos; pícaro, hasta el actual manipulador. Consciente del poder
de la astucia en ese sórdido mundo. La estrategia de Starz para esta serie, ha
sido la unión de dos prometedores guionistas. Jonathan E. Steinberg, creador de
las notables Human Target y Jericó. El otro asiento del tándem lo ocupa Robert
Levine. A esto le añadieron el juego metaliterario de mezclar personajes
conocidos por el espectador: Silver, Flynt o Billy Bones, para añadirles
retazos históricos (Anne Bonny, Capitan Vane, etc).
Una vez mixturados con el
número de pieles en exhibición (según cuota de la cadena) y de mandobles
sangrientos ha dado como resultado un producto apreciable, con pequeñas
aristas, pero prometedor y novedoso, con la firma de Michael Bay en las
escenas. La serie sube como la espuma en el episodio quinto (dirigido por Mark
Munden) y mantiene un nivel que en los primeros episodios, plenos de albaranes,
cuentas y diálogos interminables, había fomentado la huida de algunos
seguidores. También dentro del peculiar estilo de la cadena, encontramos la
utilización racional de los cliffhanfgers,
con objeto de dejar al espectador anhelando el siguiente capítulo.
Banda
Sonora
Merece
un capítulo aparte el soundtrack
compuesto por el autor de obras como “Battlestar Galáctica”, el estadounidense
Bear Mcreary. Pianista de formación clásica ha escrito las partituras de series
como “Human Target” (en su primera temporada), The Walking Dead, la versión
para TV de la saga de Diana Gabaldón “Outlanders”, “Da Vinci´s Demons” o “Terminator:
The Sarah Connor Chronicles”. Sus estudios con Leonard Berstein, compositor de West SIde Story, le llevaron a reorquestar
la partitura Kings of the Sun. El
autor aportó a la serie instrumentos antiguos de su colección personal,
obteniendo por casualidad mientras afinaba, ese chirrido desgarrador de la
cabecera de la serie. La búsqueda de sonidos imperfectos, de una épica arcaica
con sabor a salitre y la separación de los músicos en pequeños grupos para
encontrar un ligero desfase armónico, desembocaron en esa perfección imperfecta
que es la impronta de esta banda sonora.
La cabecera de la serie es otro de los
detalles destacables. Siguiendo la mejor tradición de “intros” como el
hipnótico trabajo de True Detective o
la originalidad de “Turn. Espías deWashington”, la colaboración de los directores Dougherty Y Karin Fong con el
Estudio Imaginary Forces, es un delicado trabajo de orfebrería visual.
Las
referencias de las pequeñas esculturas; simulando bronce y alabastro;
realizadas digitalmente, beben de diversas fuentes entre las que se encuentran
influencias de escultores como Bernini o Rodin.
También se puede apreciar el ascendiente del gótico o el rococó, o
incluso el arte de las tumbas en el siglo XIX. El trabajo del fotógrafo
madrileño Pablo Genovés, sus arquitecturas fantásticas y espectrales de
espacios nobles y singulares, flota sobre la abigarrada imaginería en un ejercicio
totalmente lícito de apropiacionismo artístico.
Figuras de un clasicismo
vocacional y una luminosidad latente, chocan frontalmente con conceptos
medievales como la danza de la muerte representada en los esqueletos. Al fin y
al cabo ¿que mejor compañera tenían aquellos renegados? Cualquiera de las
pistas nos remite a grupos de bucaneros trasegándose barriles de ron o de grog, bebida creada por ellos (ron
rebajado, azúcar, zumo de limón) para combatir el escorbuto. El uso recurrente
del tambor, la gaita, la zanfona, la pandereta y la percusión obsesiva, transmiten
un aliento épico, una época legendaria. Sublimando la mugre, las costras, los
costurones sanguinolentos y la falta de higiene de la realidad cotidiana.
El
Soundtrack contiene instantes de gran emoción poética como “Funeral at Sea”,
una intensa melodía a base de cuerdas, que comienza con reminiscencias célticas
y donde la percusión marca el camino hacia un epílogo preñado de melancolía.
The
Parson´s Farewell es quizás la pieza más hermosa de la BSO. Una cadencia de
aires renacentistas que va “in crescendo” apoyándose en cuerda pulsada (púa)
para ascender en los acordes finales con una fuerza arrebatadora. De nuevo la
zampona y la imitación de gaitas, marca de la casa.
También
encontramos versiones de canciones tradicionales como la dinámica The Golden
Vanity”, una delicia en la peculiar voz de Doug Lacy (ex miembro del grupo retirado
Oingo Boingo, donde coincidió con Dany Elfman, el compositor de las películas
de Tim Burton (Eduardo Manostijeras, Batman o la melodía de Los Simpson) ejerciendo
como líder del grupo.
Basada
en una melodía tradicional inglesa que en realidad se llama The Sweet Trinidad,
evoca el sonido de una taberna portuaria, es una deliciosa pieza con acordeón,
sabor a ron derramado y reyerta de garito filibustero. Fue grabada en 1976 en
el álbum de Martin Simpson con baladas británicas y estadounidenses. Narra la historia del capitán de un barco y
un grumete. Ha sido versionada en multitud de ocasiones (Bob Dylan, Peter
Seeger y la que quizás es la mejor versión de los setenteros Peter, Paul and
Mary). Todavía parecen quedar muchos navíos por abordar y ron para aliviar la
garganta en esta serie a la espera de su tercera temporada.