
El numeroso público que
abarrotaba las milenarias piedras, coreó todas las canciones desde la primera época
del artista, que bromeó ofreciéndoles un “lifting” anímico. Pero esta
revisitación ha pasado también por sus baladas. Han sido enriquecidas con
arreglos certeros y bellos, se añaden instrumentos como el acordeón, se juega
con los tempos, siendo lo mismo y distinto en un eterno retorno a los orígenes,
añadiéndoles el matiz de la experiencia y la sabiduría de los kilómetros. Aquí
hay tablas; de eso no cabe duda; Bosé se mueve con su proverbial elegancia,
domina el gesto corporal y el timing, ya sea sentado en una silla en un acústico
que pone los pelos de punta o haciendo que el Anfiteatro se venga abajo coreado
por miles de voces en la apoteosis de ese icono musical que es “Sevilla” (Como
a una reina te adoraré). La complicidad del artista con el resto del elenco es
total. Disfrutan y hacen disfrutar.
Son músicos y cantantes con mucho mundo detrás.
Y Miguel ya les había presentado sus respetos dejándolos asomar al peristilo de
uno en uno al principio del concierto. A lo largo de la noche se sucedieron
temas de las primeras etapas (Creo en ti, Morir de Amor) con el público en pie
bailando y celebrando las canciones enlazadas. Piezas señeras como “Linda”; en
el recuerdo de tantas adolescencias; Superman, Don Diablo (con bromas coreográficas
incluidas). Miguel escenifica cada tema con esa galanura que es la marca de la
casa. Camina “como un lobo” para ir detrás de ti (ahora sin Bimba). Mientras
planchas el corazón te da “Bambú” ( Turap tuhé) o se desliza por el escenario
como un patinador.
Hace que te enamores de esa “morena
suya”, eriza el vello en un acústico espectacular (Te amaré) o deja un rincón
para la reivindicación y la denuncia del absurdo humano:
Dame una isla en el medio del mar
Llámala libertad
Canta fuerte hermano
Dime que el viento no, no la
hundirá
Miguel Bosé ha conseguido que sus
canciones sean intergeneracionales, padres e hijos coreaban ese icono de la música
pop patria que es “Amante, bandido”, maquillada para la ocasión, dejando “ese
perfume que nos devuelven las canciones en el tiempo”. Cuarenta años de
canciones dan mucho de sí. Para encontrar en algún desván el corazón, corazón
malherido, para desear transmutarse en Gulliver, para darse cuenta de que todos
los mares se secarán “si tu no vuelves”. Y cada noche vendrá una estrella
a hacerme compañía…
Bosé sobre el escenario economiza
el gesto, solicita complicidad, guía al público como un flautista de Hamelin preguntándole
“que va ser de ti”, lo obliga a seguirlo hasta una adolescencia casi olvidada ,
te cuenta que “nadie como tú me sabe hacer café”, deja que lo escolten hasta lo
más profundo de su dolor en el bello acústico “Amiga”:
Si fuiste lo que fuiste
fue en mi casa que para
ti fue tu palacio y tu guarida.
amiga, amiga.
que dulce esa palabra
y que sencilla esa
palabra suena hoy.
“Estaré” fue el regalo del
artista al calor de sus seguidores. Una hermosa composición dedicada a sus
hijos, una balada a fuego lento que refleja ese miedo al desamparo, al olvido,
a no haber hecho suficiente que tan sólo saben los padres:
Y siempre estaré
Muy cerca de ti
Me veas o no me vas a sentir
En cada duda, en cada temor
Te voy a quedar, te voy a batir
Porque eres mi paz, mi luz y mi
sol
Mi fiebre, mi fuerza
Mi único amor
Y ahí donde siempre
Estoy y estaré
En tu corazón, siempre ahí
Estaré
Pero el respetable se negaba en
redondo a que terminara el concierto y pedía (o gritaba) “otra” hasta conseguir
varios bises que el artista encajaba con complicidad, el índice en alto y
sentido del humor. ¡Gracias Mérida!
Después de meterse en el bolsillo
a sus rendidos acólitos, el juglar marchaba fuera de España después de haberse
reinventado, de haber hecho temblar las gradas y caveas, de haber facturado en
su viaje a un público fiel que disfrutó, rememoró y participó en la liturgia
nostálgica de este animal escénico, que realizaba un esfuerzo tremendo ya que
se encontraba “tocado” en la garganta.
Una noche inolvidable donde se
disfrutó de la alquimia del cantante de los ojos ahumados. Una noche para la
nostalgia, para ese “lifting” anímico que prodigaba el polifacético artista para
convencernos que “nosotros, los de antes, seguimos siendo los mismos”. Como las
recias columnas del escenario.
Lo mejor: La complicidad y
generosidad de Bosé con su público, una verdadera fiesta dionisiaca.
Lo peor: Los altavoces del lado izquierdo
reverberaban en exceso haciendo palpitar y prolongar las notas del bajo hasta
solapar en ocasiones la voz. Cosas de la tecnología.
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