
Actualmente descatalogada,
cuando se escribió la novela el Expediente Picasso estaba oculto, de modo que
los autores desconocían parte de la historia. El hecho de que no aparezcan
algunas situaciones históricas no afecta a la calidad literaria. La narración
está llevada cronológicamente con pulso firme y amplio trabajo de buceo
documental, pero sin perder el brío narrativo que convertiría una notable obra
narrativa en un ensayo o en periodismo de investigación. Ricardo Fernández de la Reguera , dedicó su vida a
la docencia. Su relación con Susana March dio como fruto la serie de libros que
recorren algunos de nuestros periodos históricos desde la Guerra de Cuba, hasta
nuestra contienda fratricida. Con el fallecimiento de Susana, abandonó el mundo
literario. Bebiendo de un realismo galdosiano, introduce a sus personajes en lo
cotidiano, el absurdo de la guerra, la manipulación del ser humano por los
acontecimientos, aunque se le ha criticado su limitada convicción al
desarrollar los personajes femeninos. Entre sus obras mas interesantes se
encuentran “Perdimos el paraíso” (1955)
Esta novela obtuvo el Premio Internacional Club de
España. Protagonizada por dos niños que
observan el mundo adulto desde su perspectiva. En “Cuerpo a Tierra” regresa al
absurdo de las contiendas en la piel de un personaje que va a la guerra sin
conocer siquiera los motivos, como una oveja al matadero. Su esposa, Susana,
llegó temprano al mundo de las letras, ya que con catorce años publicó su
primer libro de poemas. En 1946 publica “Ardiente Voz”, obra que la consagra
como un clamor que canta al deseo o trata de complementarse con el otro. Se
apartó de este tema en su obra “Esta mujer”, donde aparece una crítica a la
burguesía de su época. La historia desarrollada en el “Protectorado” de
Marruecos, extraño eufemismo para camuflar la colonización y explotación de
recursos de la zona, nos relata con notable brío los días precedentes a la
masacre que se llevó las vidas de tantos españoles. Desfila por sus páginas
aquel ejército en alpargatas, temeroso de los belicosos rifeños, formado por
tropa de reemplazo que no tenía medios para pagar la exención del servicio como
los hijos de las clases pudientes. Arrojados al infierno por un gobierno de
mediocres, rodeados de oficiales ineptos o corruptos, mal entrenados y peor
pagados, eran presa fácil para unos guerreros milenarios, por cuyas tierras los
invasores pasaron de largo en los siglos anteriores.
Los oficiales pagaban a
las cabilas por realizar pequeños
simulacros de combate, les vendían municiones, armas, y negociaban con las
caballerías. La corrupción llegaba hasta el rancho de la tropa, mermado para
enriquecimiento de oficiales innobles. A lo largo de las páginas desfila el
sufrimiento de unos hombres perdidos y abandonados a su suerte, que debían
beber sus propios orines para sobrevivir un día más, que eran castrados por los
rifeños, mientras Alfonso XIII alentaba al general Silvestre a seguir adelante
con aquella locura. El asedio de Igueriben, la terrible matanza de Monte
Arruit, la traición en Monte Abarrán, desfilan ante los ojos del lector en un
prosa certera y elaborada que dota de vida a los protagonistas, sin perder el
sentido de certeza histórica, pero no se
deja arrastrar por la prolijidad informativa. En cuanto a la descripción de los
naturales del país, sus motivaciones y percepción de la situación; que hubiera
sido recomendable; perjudica el excelente ritmo narrativo.
Los rifeños, no
adquieren el matiz de personajes necesarios para redondear la obra. Tan solo unas
pinceladas destacando su crueldad con los vencidos. Quizás por que en la época
en que se escribió, aún no aún existía la conciencia de que ellos eran los
defensores de una tierra invadida por nuestras tropas. La perspectiva de la
narración parte desde la cotidianeidad del soldado raso. Los sufrimientos, las
carencias, la crueldad de una naturaleza a la que no estaban acostumbrados. Analfabetos, sin preparación militar,
los llamados “borregos”, morían como tales entre las milenarias arenas del
Rif. Durante años estos héroes no fueron reconocidos como debían. El Régimen
Franquista se encontraba ocupado narrando su versión de la historia, donde se
obviaban los bombardeos con gas sobre poblaciones marroquíes, o la utilización
de mercenarios sanguinarios para combatir a las cabilas. Una página olvidada
durante muchos años. Las víctimas de aquella insanía aún no han obtenido el
reconocimiento que se merecen.
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