
El espacio se inauguró con el
título de Novela del Lunes, y lo hizo con una versión de La casa de la Troya , del gallego
Alejandro Pérez Lugín, sobre la vida universitaria. Desde la temporada 1963-1964; y ya con
periodicidad diaria; se adaptaron novelas como “El fantasma de Canterville”,
seguida por los afortunados infantes de la época que consiguieron visionarla a
escondidas, Mujercitas, resultó una de las adaptaciones más exitosas, La
pequeña Dorrit, El príncipe y el mendigo, Orgullo y Prejuicio (1966), Borís
Godunov, Emma, David Copperfield. También otro de los grandes éxitos, “El Conde
de Montecristo” con Pepe Martín. Crimen y castigo, Papá Goriot o Bel Ami, sin
olvidar la brumosa Jane Eyre, que introdujo a los espectadores en el mundo
gótico de las hermanas Brontë.
La flor y nata de la dramaturgia
de antaño, desfiló por la pequeña pantalla en glorioso blanco y negro. Grandes
damas de la escena como Luisa Sala, Berta Riaza, Gemma Cuervo, Lola Herrera
Herrera o Silvia Tortosa, pasando por actores de la talla del inmenso José
Bódalo, el galán Paco Valladares, el eficiente Emilio Gutiérrez Caba, o el todoterreno
Carlos Larrañaga, hasta llegar a los emergentes Sancho Gracia, Amparo Baró,
Juan Diego, y muchos otros, que se convertirían en presencias esclarecidas
sobre el escenario y en el celuloide.



El director encuentra acomodo en la TVG hasta que; con
inteligencia y señorío; en 1986 Pilar Miró lo recupera para TVE, al nombrarlo
Director de Producción de Programas.
La realización de Los Tres
Mosqueteros supuso toda una aventura para una; aún incipiente; industria
televisiva. Por primera vez se realizaron tomas en exteriores, algo impensable
para un espacio dramático, lo cual dotó de vitalidad y credibilidad al
producto.

Cosas del presupuesto. Nada de esto resta méritos a
estos veinte capítulos, que durante treinta minutos clavaban; literalmente; en
sus asientos a los espectadores, que sufrían las peripecias de los cuatro
amigos frente a las maquinaciones de Richelieu y la taimada Milady de
Winter. Juan Felipe Vila-San Juan
(productor ejecutivo, además de adaptador del texto) y Pedro Amalio López,
dotaron de dinamismo el argumento y de profundidad a los personajes,
interpretados por algunos de los mejores actores de la época.
La mixtura de
elementos aventureros, duelos, espadachines en callejones de mala muerte,
enfrentamientos entre los guardias de Richelieu y Mosqueteros, cabalgadas
deudoras del western, pistoletazos a quemarropa, sombreros de ala ancha, con
las intrigas de Milady, ponzoñas, amores prohibidos y el desparpajo imprimido
sobre el protagonista por parte del debutante Sancho Gracia, convirtieron la
aventura en un éxito mediático. La banda sonora, tarareada por los ávidos
espectadores (sobre todo la sección juvenil), sin conocer que no había sido
escrita para la serie. Se trataba de "Thierry la Fronde ", una sinfonía
compuesta por un mago del teclado (Jacques Loussier), conocido por sus
adaptaciones de Bach al mundo jazzístico. No parecían importunarles estas
cuestiones a los responsables de la
Sociedad de Autores, que se había fundado en 1941.
Entonces
era moneda común utilizar obras ya compuestas sin indicar siquiera la
procedencia. En “El Conde de Montecristo” hay notas de la “Adoración de los
Magos” del Ben-Hur de Miklós Rozsa, en “Los Miserables” se aprovecha la
partitura de Khachaturian para Espartaco. En Los Tres Mosqueteros se
utilizan desde acordes de “El Desafío de las águilas” hasta una marcha francesa
de caballería datada en el siglo XIX.
Esta serie se creía perdida por los
aficionados, y a ha dado lugar a largos coloquios en los foros especializados,
ya que se emitió en alguna cadena autonómica años después, por lo cual existía
la esperanza de que el algún archivo se encontraran copias. La costumbre de
TVE, de machacar los videotapes para grabar encima, hizo perder la esperanza a
los nostálgicos. El elenco de actores elegidos era de lo más afortunado. El
joven Sancho Gracia dotó, con acierto, al personaje del desparpajo y
socarronería que serían su marca de clase.
Este gascón simpático, altanero,
bravucón y regido por nobles ideales, resulta tremendamente divertido en sus
golpes de sombrero de ala ancha casi barriendo el suelo, y su gallardía al
enfrentarse inconscientemente al peligro. Junto a él, un ramillete de grandes
interpretes que tuvieron dispar suerte en el mundo interpretativo. Acompañando
al novicio en las lides de la corte, estaban el galán Víctor Valverde
(excelente declamador), habitual de Estudio 1 (David Copperfield), que
como tantos otros orientó su futuro hacia el doblaje, dotando de voz a Paul
Newman, Henry Fonda, etc.

Elisa Ramírez (Milady de Winter) maneja un
juego de expresiones y recursos en primeros planos, navegando entre la mirada
de arpía y la candidez, cuando trata de engañar el corazón del contrario.
Durante años se convirtió en rostro habitual en producciones como Historias
para no Dormir, Estudio 1 o Curro Jiménez, permaneciendo como icono televisivo
para los telespectadores de la época.
Mónica Randall también tuvo un amplio
recorrido televisivo en los espacios de la época, o en el cine con clásicos de
nuestra pantalla como “Mi Querida Señorita” o “Cría Cuervos” (Carlos
Saura) o
“Retrato de Familia”.

A destacar entre los actores de reparto un
hombre de teatro: el inefable Félix Navarro. Félix borda el papel de Planchet,
criado pícaro, fiel, avispado y buscavidas del gascón D´artagnan. Los que se llevaban el gato al agua
en cuanto a los punzantes diálogos escritos por Alejandro Dumas fueron Ramón
Corroto, siempre eficiente, en el papel del prudente Luis XIII, y un declamador
de primera línea: Alejandro Ulloa. Las conversaciones mantenidas durante las
partidas de ajedrez, llenas de dobles sentidos, giros argumentales y afiladas
intenciones, son de lo más jugoso. La interpretación de Ulloa (Cardenal
Richelieu) es sobria, admirable en su “aparente” falta de expresividad, pero
llena de resortes ocultos y mecanismos de un profesional de primera línea.
Ulloa fue un emblemático actor de doblaje de la escuela catalana, fallecido a
los 94 años, voz de Robert Taylor en
castellano.

La calidad de la fotografía en
decorados es notable y tan sólo las escenas de exteriores acusan el paso del
tiempo, con una fotografía ligeramente sobreexpuesta (quemada), sin olvidar las
dificultades técnicas para llevar a cabo este proyecto.
Dumas había basado sus hazañas
del caballero gascón D’Artagnan, en las memorias apócrifas de un aspirante a
mosquetero, escritas por Gatien Courtils de Sandras en 1700. Dumas las obtuvo de
la Biblioteca Real.
Auxiliado por uno de sus “negros” llamado
Adrien Maquet uno de los ayudantes que redactaban gran parte de su
producción, se publicó el serial en 1844. Una broma literaria asegura que Dumas
poseía tal cantidad de escribidores “ayudantes” que muchas veces no sabía lo
que habían escrito. A tal fin la siguiente anécdota protagonizada con su hijo:
Un día que se encontraron
Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, el padre espetó a su retoño:
-¿Has leído mi última novela?
A lo que el hijo respondió:
-Yo, sí. ¿Y tú?
Bromas aparte, las andanzas del
gascón ocupan un tocho de casi setecientas páginas y los cambios de la versión
televisiva, ignoramos si obedecen a consignas de la “casa” o alteraciones
producidas por los guionistas. Para comenzar se obvia el asedio de La Rochelle , es de suponer
por motivos económicos y de infraestructura. El movimiento de masas militares
debía resultar excesivamente gravoso para la producción. En la novela, la reina
Ana de Austria está enamorada del Duque de Buckingham y se pasa el día
intrigando. Pero eso no es todo. La virginal Constance de la serie de TVE, en
la novela está casada ¿censura moral?, lo cual dificultaría los deseos de
D´artagnan. Buckingham no es ningún modelo de estadista, ya que bebe los vientos
por Ana (Mónica Randall), lo cual es comprensible, y no le importaría arruinar
a su reino. Aramis es candidato a la vida religiosa, pero entre col y col,
lechuga, entretiene sus ocios con el sexo femenino, para que le quiten lo
bailado. Por si fuera poco, el mosquetero Porthos comete adulterio con la
esposa de un procurador, a la que extorsiona pecuniariamente.


Efectos especiales, gimnásticos
lances, diálogos punzantes, amores prohibidos y; sobre todo; un montaje
dinámico que depositaba en el espectador, el anhelo del siguiente capítulo.
Eran otros tiempos, cuando la televisión no ofertaba un catálogo de frikis
desnortados como sobremesa, o personajes patéticos no nos amargaban el almuerzo
con sus banalidades. Entonces, aunque sólo fuera de leer los títulos de
crédito, el espectador era capaz de relacionar el nombre del autor con la obra.
Los grandes hitos de la literatura entraban en los hogares, al igual que ahora
entra la basura y la hediondez. Eran otros tiempos. Todos para uno y uno para
todos. Así sea.
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