jueves, 25 de mayo de 2023

Revolución sin previo aviso. La esposa del ermitaño de Miguel Murillo Fernández. Editora Regional de Extremadura.

 

Miguel Murillo Fernández


Miguel Murillo Fernández es ya un valor consolidado entre los jóvenes autores dramáticos extremeños. Su obra Esa noche (también publicada por la ERE) recibió el VII Premio de Textos teatrales Raúl Moreno, otorgado por FATEX. Varias hermanas, que habitan un país imaginario, recuerdan, en un juego entre realidad e insania, hechos acaecidos en el pasado que condicionan la vida en el presente. El entorno lorquiano, opresivo, dantesco con reminiscencias del Cronos devorador de sus hijos, juega con el espacio entre el presente y el pasado. Un final abierto, donde es espectador debe oficiar la liturgia de la duda, mientras se desvanecen las hermanas, habitadas con el camisón de Bette Davis en la película ¿Pero quien mató a Baby Jane.

La obra, publicada por la Editorial Regional de Extremadura, supone la consagración dramática del autor. Un asentamiento en cuanto a estilo y estilemas. Miguel Murillo sedimenta como autor y se aposenta en el territorio de lo personal, de lo reconocible. Estas son las señales que definen al creador. Las huellas personales, identificables, el revestimiento lingüístico y conceptual que condiciona mundos propios e intransmisibles. Con frecuencia leemos obras, de calidad notable, pero que podrían cambiar de autor con facilidad, ya que no destilan idiosincrasia ni mundos intrapersonales.

No es ese el caso del joven Miguel Murillo, donde el corpus lingüístico es inmediatamente identificable y el pathos conceptual está perfectamente imbricado en el mismo.

En los textos que recoge esta publicación es fácil rastrear influencias (nada disfrazadas) del teatro antropofágico y medieresco. Tampoco le es ajeno el absurdo beckettiano, el distanciamiento de Brech o esas pinceladas del maestro manco, que reflejó el espíritu hispano con maestría en sus Esperpentos.

Los personajes de estas obras están tratados con voluntad entomológica. Diseccionados y analizados con la pluma del pacense hasta extraerles toda la sustancia.

El elaborado texto de orfebre; donde es posible reconocer autoría; a diferencia de la querencia por el adocenamiento en el lenguaje, la sumisión a lo coyuntural y las mamandurrias, o la inanidad absoluta en el concepto, tan caros a una parte de la creación literaria actual.

Personajes como Soplagaitera y Enjaulao (Revolución sin previo aviso) son palpitantes y vitales, dentro del absurdo y lo irreal de su creación. Es este el territorio donde navega la autoría frente al texto trivial. Los mundos internos frente a la subordinación a lo circunstancial, a lo “que se lleva”…

Miguel Murillo Fernández sublima lo grotesco, la deformación de la realidad, con negrísima humorada y un amplio savoir faire en el terreno de la ironía social o humana.



El dominio del idioma y el modo de tejer las palabras le permiten crear un cosmos absolutamente creíble dentro del disparate conceptual de estos personajes. Un dominio que el lector (y el futuro espectador) agradece por lo que conlleva de respeto a la inteligencia del destinatario (algo escaso en estos tiempos) y de esforzado ejercicio literario. La jerga coloquial se entremezcla con el lenguaje elaborado, florido y de claro matiz satírico. Los modos y maneras de las creaturas que pululan por ambas obras ofrecen toda suerte de recursos lingüísticos, definiendo los diálogos con certeza a cada personaje. Dotándolos de sello propio.

Los protagonistas de La Esposa del Ermitaño nos introducen en un mundo que remite a la farsa de Darío Fo. Un texto lleno de gags literarios que no deja títere con cabeza. Avispona, Mustias y Ermitaño son personajes-espejo. Es fácil percibir el retrato social y humano detrás del disfraz de la crítica (ácida y clarividente) y la sátira. Este es un territorio donde pocos autores pueden moverse cómodamente por el difícil equilibrio que los textos solicitan entre el binomio realidad-absurdo. La obra destila una gran desenvoltura conceptual, un paisaje en el que el autor pasea plácidamente creando sus entelequias. Esas esperpénticas creaciones (Fusilero, Sacadós, Ladrón) que, en medio de sus absurdos diálogos, no están tan lejanos de lo real y de la cotidianeidad.

Es el hecho de no practicar la sumisión a lo coyuntural, lo que universaliza y eterniza las creaciones. El drama humano (y la comedia satírica en este caso) son universales y no precisan de ser enfocados sobre la usanza circunstancial o dejarse llevar por las presiones sociales pasajeras.

La fecundez creativa surge del desapego, de ignorar la levedad y la inanidad, de recrearse en lo ecuménico para evitar convertirse en un eunuco del lenguaje al servicio de poderes efímeros. Hay mucho talento en estas dos obras editadas en Extremadura, mucha enjundia social y mucho retrato en negro de una humanidad que está ahí al lado. Las exageraciones y metáforas permiten al autor sublimar la realidad con su estilo afilado y cortar la sociedad como gelatina. 


"Esa Noche" de Miguel Murillo. Sienteteatro

Ermitaño y Mustias, a diferencia de los personajes de El Ángel Exterminador, al final consiguen escapar de aquel mundo opresivo. Por el camino, Miguel Murillo Fernández nos deja un magistral ejercicio de dramaturgia donde juega con la desmesura, el absurdo, la situación delirante y el disparate conceptual, dentro de un tempo certeramente controlado con enriquecedoras acotaciones.

Todo un acierto de la Editora Regional de Extremadura la publicación de estas dos obras que solicitan su pronta representación sobre las tablas.  


Editorial:
EDITORA REGIONAL DE EXTREMADUR
Año de edición:
Materia:
Artes escenicas: comedia
ISBN:
978-84-9852-700-1
Idioma:
CASTELLANO
Páginas:
188
Alto:
230cm
Ancho:
150cm
Colección:
ESCENA EXTREMEÑA

 

  

domingo, 21 de mayo de 2023

Querido Darío, de Miguel Murillo Fernández


Un espacio parco, espartano. Apenas unas sillas y una estructura con gobelin que servirá para proyectar emociones, ventanas y colores según avance la dramaturgia, le sirven al autor para presentarnos una tragedia universal. En las transparencias se creará el intramundo, obsesivo, compresivo y angustioso de la celda. Una celda en la que, Rubén García (Miguel Pérez Polo), encuentra un cosmos paralelo, totalmente desconocido, en la persona de El Rumano, un buscavidas taleguero. Un superviviente del maco y el patio machacahombres. Se le ofrece una celda “cómoda”, como le promete la abogada. Si es que es posible tal concepto.

Es el encuentro de dos mundos. La sensibilidad de artista, la carcoma vital del creador, frente a un hombre acostumbrado a la falta de piedad, a la supervivencia a costa del otro. Rubén tiene un secreto afectivo que no quiere revelar y trata de ocultar a su compañero de celda, que le va llevando en un viaje iniciático por el intrincado mundo de la supervivencia taleguera. Un mundo extraño, que le repele y despedaza por dentro.



Con el tiempo descubrirán que los seres humanos tienen muchas más cosas en común de las que podrían pensar y llegan a avanzar hasta algo parecido a una amistad.

Rubén decide volcar sus cuitas y vivencias en un diario al que cambia el nombre. No lo abrirá escribiendo “Querido Darío” sino “Querido Diario”.

Las escenas donde Rubén escribe suelen suceden en la esquina de la celda, tamizadas por el tul, con iluminación expresionista, aislándolo del mundo.



Para Rubén se trata de un nuevo encierro, dentro del mundo en que le ha tocado vivir y trata de enfrentarlo utilizando su fuerza mental y sus afectos exteriores. Pequeños trucos como cambiar el nombre de celda por habitación o discutir con el doctor Zambrano (Fermín Núñez) en uno de los momentos más intensos y divertidos de la obra. El lirismo del texto describiendo el silencio y la necesidad de la mano materna, alternan con instantes de humor ácido, donde se desvela la condición de Rubén.


Su acercamiento a Candi (El Rumano) se convierte en una pugna de atracción-repulsión. Rubén comienza a comprender las vivencias del compañero de chabolo y su situación, pero los comentarios que hace, se le clavan como espadas.

El texto de Miguel Murillo juega con el equilibrio entre el drama interior; que se desarrolla en el personaje de Rubén; con un humor inteligente que va presentando los problemas de identidad, la presión social o, incluso, instantes de profundo lirismo, como el recitado del poema de Rubén Darío.

El viaje de Rubén va pasando por todas las situaciones carcelarias, los talleres monótonos, el kíe; representado en el personaje de El Pipe; las agrupaciones delictivas, la interminable soledad de las noches, la pérdida de la identidad, los extraños rituales talegueros como las bolitas prepuciales para acudir al vis a vis…

El movimiento escénico aprovecha notablemente el escenario, utilizando en la justa medida el recurso de la celda-tul y moviendo los personajes por el resto del escenario. Incluso en leves danzas, con notable expresión corporal de Miguel Pérez Polo. La obra posee instantes de intensa humorada, como el interludio musical del Doctor Zambrano y Rubén con un mantón de Manila como cómplice.

La adecuada iluminación resalta las emociones y juega con el dramatismo, reforzada en todo momento con una partitura adecuada y expresiva.

Querido Darío nos habla sobre problemas universales, la identidad, la intolerancia, la falta de posibilidades sociales, el poder omnímodo de la palabra o la humana decepción. 

La acertada dirección de Sara Jiménez dota de un pulso fluido a este drama ecuménico, donde los actores encarnan con acierto los distintos espacios humanos. Fermín Núñez despliega una paleta de recursos que dotan a su “Rumano” de humanidad y una cierta bonhomía delincuencial (si existiese tan particular). O desdoblándose con efectividad en su breve interpretación de El Pipe. El sesgo que imprime a su Doctor Zambrano, nutre al espacio dramático de un humor luminoso e inteligente (aunque el mérito está servido en bandeja en el texto).


En su papel de Demiurgo carcelario dota de recursos a un Fermín apocado y desnortado, en el preludio, que termina canalizando su rabia y enfrentándose a la intolerancia, la impostura y la intransigencia. Difícil rol el de Miguel Pérez Polo, que recrea el personaje con variedad de registros. El tempo narrativo es adecuado y las escenas se suceden con levedad, enlazadas con corrección. Un texto que deja un amargo sabor en el espectador. Un poso de inquietud. Un sabor a injusticia.





viernes, 19 de mayo de 2023

Uno de los nuestros

 

Defender a toda costa a un ciudadano, porque sea “uno de los nuestros”, siempre me pareció bufonada integral e intensa bellaquería. Es harto bufonesca la defensa de otro; a sabiendas de que ha cometido felonía; por la única circunstancia de que corra en nuestro mismo equipo o tire de la misma cuerda. Es bellaquería cuando las pruebas y la veracidad de lo descubierto, no dejan dudas a la imaginación. Otro asunto es la presunción de inocencia, que es término únicamente aplicable en el ámbito legal.

Siempre he tratado de inculcar a los que me rodean, y de aplicármelo también, el concepto de que más vale ser que parecer. Ser honrado, mayormente. Nunca apoyaría a nadie, ni de mi entorno más cercano, que hubiera cometido bellaquería, Y siempre espero que la actitud sea a la viceversa. Si mi elección es la bribonada como forma de vida, no debería recibir el apoyo de aquellos que comparten mis afectos, mis formas de pensamiento o vicisitudes ideológicas.

Es difícil entender esa extraña forma de solidaridad pervertida que consiste en apoyar sin reservas a los de tu cuerda, independientemente del talante humano o la conducta del sujeto. Este modo de corporativismo ideológico que obliga a defender lo indefendible, divide el mundo entre “los tuyos” y “los míos”. Cuando lo humanamente comprensible es que “los míos” sean únicamente los honrados y los que usan la transparencia como forma de vida. Cualquier bandería, dogma o ideario, debería mantener alejado de su entorno a personajes con querencia por la villanía y la infamia. Por esto resulta contra natura esa defensa a ultranza de “uno de los nuestros” cuando la vergüenza y el rechazo son las opciones naturales ante estos sujetos.

Quizás la rabiosa polarización de nuestras estructuras ideológicas sume a favor de proteger al villano de la propia cuerda, o a intentar el pueril juego del “y tú más”, cuando se afea la conducta de un allegado ideológico.

Epícteto de Mileto, acostumbraba a situarse en el centro del ágora para disertar con sus discípulos. Con extrañeza algunos le exhortaban a cambiar el lugar, que no encontraban demasiado cómodo.

-¿Por qué no vamos a aquella zona? Esta más concurrida y tus enseñanzas llegarían a más ciudadanos…

-Aquí no llega el sol que más calienta –exclamaba otro, que prometía para político-

Un día el anciano filósofo sonrió y refirió al cónclave expectante.

-¿Sabéis porque siempre me sitúo en el centro? Porque he descubierto que si estás en el centro de las cosas, todo lo demás está en los extremos…

Si aplicáramos las enseñanzas de Epícteto de Mileto, descubriríamos que nada hay más extremo ni radical que el compadreo con el rufián, la justificación de lo injustificable, el ocultamiento de lo verdadero. Esta complacencia en el error, esta querencia por la irracionalidad, tiñe de vergüenza credos y doctrinas, idearios y propuestas. Tan sólo por un motivo tan fútil como que el encausado sea “uno de los nuestros”.

viernes, 5 de mayo de 2023

Ídolos con pies de barro

 Los antiguos romanos (imperialistas ellos) gozaban de un conocimiento notable de la naturaleza humana. En concreto de la naturaleza indolente de aquellos que denominaban plebe, cuya haraganería y molicie les obligaba a la búsqueda de actividades con que entretener sus ocios, para evitar el noble ejercicio del pensamiento individual, con frecuencia origen de ideas peligrosas para el estado y las buenas costumbres. Nace entonces el Panem et Circenses. Lo que viene siendo el “te entretengo pá que no pienses” de toda la vida.


Sagazmente manipulaban al personal con combates de gladiadores o alimentando fieras corrupias con filetes de prisionero. No hace demasiadas décadas nuestra excelsa televisión; tan solo dos Cadenas en blanco y negro; anestesiaba al personal con combates de boxeo, tauromaquia o partidos de fútbol en medio de la grisura imperante. Nobles actividades cuando el referente tiene otras opciones y elige de “motu propio”, pero peligrosa arma en manos de un gobierno que oferta los páramos baldíos de la ignorancia como oferta para que deambule alegremente el ciudadano. Los romanos actuales manipulan el opio del pueblo (la caja tonta), para entretener nuestros ocios con inanidades varias. Con la repetición, consiguen que el receptor de sus deyecciones llegue a considerar normal visualizar los escarceos amorosos de unos zascandiles que deambulan en porretas por una isla, o los enfrentamientos verbales de un grupo de cenutrios encerrados en una casa, vomitando insensateces. El “todo vale” cuando se trata de ver las majaderías que surgen de la pantalla, ha embotado la capacidad de criterio, aletargado el espíritu y la opinión, hasta el extremo de asimilar como cotidiano la anormalidad y el desvío. El espectador se zampa, sin especias ni cocción, la charcutería que les ofrece una programación claramente alienante, dónde los valores fundamentales son la falta de ética, de estética y de dignidad. Penetran en nuestras casas personajes patéticos, casposos hasta la médula, frikis desnortados, fulanos que piensan que la moral es una marca farmacéutica. 



Se fomenta la macarrería de callejón, el higadillo y la casquería, el analfabetismo vocacional, llevado con orgullo. Lo peor es que este mensaje envenenado llega sin filtro a los más jóvenes que reciben estos modos de conducta simiescos como algo cotidiano. Una generación cuyos valores están siendo pervertidos por el triunfo a costa de la propia entidad. Jóvenes que carecen de empatía y cuyo valor de referencia es el triunfo sin esfuerzo, ignorando a las personas o la propia autoestima. Los referentes sociales de los adolescentes son una gavilla de mostrencos, ágrafos por naturaleza, personajes de sainete, esperpénticos, carentes de enjundia, cuya aportación al género humano deja el listón bajo cero. El «Panem et Cirquenses» ha vuelto para quedarse. Nos siguen creando ídolos con pies de barro. ¿Ídolos del pueblo? Va a ser que no. Ídolos de la plebe. Que no es lo mismo

Alfonso X. La última cantiga. María de Melo Producciones.

 

                                   


 Alfonso X. La última cantiga es un texto palpitante, visceral y atemporal. Las cuitas y coyunturas del rey sabio pueden situarse en cualquier momento y lugar. Estamos ante un texto universal, ecuménico, que incide en el drama humano por encima de modas, mamandurrias y oportunismos coyunturales. Un texto que narra vivencias eternas, que celebra la liturgia del drama humano en toda época y lugar.

Este Alfonso X; crepuscular, doliente; también encuentra lugar para la mordacidad, para el perspicaz epigrama que da un repaso a miserias y sevicias humanas, que en toda época fueron (y son) idénticas y redundantes, semejantes e iterables por encima de las eras y las épocas.

La esgrima verbal, desarrollada por Jesús Lozano (autor del texto) es esforzada, florida y de clásica referencia. Un verbo áureo que destila densidad (pero sin el lastre de la gravedad forzada) y navega del instante cómico a la profundidad de los abismos humanos (sin falsa solemnidad).

El sobrio atrezo; apenas el trono y las sillas de los músicos, es suficiente para desarrollar la tragedia, apoyada en un correcto y acertado uso de la luminotecnia.

El rey sabio trató de crear un mundo mejor. Imbuido en su obra literaria, científica, histórica y jurídica, quizás no tuvo la percepción necesaria de la doblez de la naturaleza humana en un mundo sembrado de ambiciones y traiciones.




Jesús Lozano recrea estos últimos instantes del monarca en una performance ardua, espinosa, que solicita de un sinnúmero de matices, expresión corporal y juego vocal.

Ahora, ya no tiene el apoyo de los interludios musicales de las cantigas. Estos se han integrado como parte de la escena, por lo que el actor, prácticamente esta todo el tiempo en escena. También ha cambiado la estructura del epílogo, que ha ganado en dramatismo y densidad con la utilización del trono como una referencia en los últimos instantes de amargura y desespero del monarca.

Inma Cedeño es Violante, el otro lado del espejo. Los fantasmas a los que se enfrenta el monarca en la anochecida de su existencia, con la enfermedad arrebatándole todos sus sueños. Unos sueños que trascienden las épocas y los tiempos. La naturaleza humana y la búsqueda de lo esencial frente al zascandilismo y la necedad imperantes. No hemos cambiado mucho en ochocientos años.




Las Cantigas se imbrican adecuadamente en la dramaturgia en la voz de María José Pire y la aportación instrumental de Pablo Cantalapiedra y Enrique Pastor. Es de agradecer la existencia de compañías como María de Melo Producciones, que realizan su propio vestuario y misturan el texto con música en directo. Máxime si se trata de música antigua que se revitaliza y se rescata. De patrimonio que sobrevive a través de los siglos.

El diálogo de Alfonso con su esposa Violante de Aragón es un momento pleno de dramatismo y desarrollo actoral. La imposibilidad del encuentro entre dos mundos. El fracaso de las quimeras frente a la crudeza de la realidad. La paleta de sentimientos que solicita el texto es esforzada y ardua. Una partitura de pasiones encontradas, de sueños malogrados. De luces compartidas antaño…

 Un texto espléndido con un profundo trabajo de documentación a sus espaldas, algo que agradece el público de esta oferta sincera y desgarrada que deja en el aire esas dulces Cantigas, que nos llegan desde la voz y los tañedores. En intensa comunión con el texto.

Estamos ante una propuesta sin máscaras, de alto calado dramático. Texto de elaborada orfebrería, con aportes musicales certeros y enriquecedores:

 Lejos quedan los días y las noches de juegos y cantos. Desterrado en el Alcázar de Sevilla, enfermo y abandonado por casi todos los suyos, sueña despierto mi amado rey Alfonso en su imperio de lunas y sabios. Entre la desolada sombra de sus libros e instrumentos se han posado los ojos de la fatal dama blanca…

 

Reparto: Jesús Lozano, Inma Cedeño, Enrique Pastor ,

Marina Haberkorn, Pablo CantalaPiedra y María José Pire.

Dramaturgia y dirección: Jesús Lozano

Asistente en la Dirección: Jesús Peña

Dirección musical: Enrique Pastor

Dirección de arte / Vestuario/ Escenografía: Maria de Melo

Collection.

Asistente Confección Vestuario: Laura Álvarez Miravete

Maquillaje y Caracterización: Marina Haberkorn

Realización escenografía: Carpintería Píriz Navarro

Diseño de Iluminación: Samuel Cotilla

Técnicos de iluminación y sonido: Samuel Cotilla

Fotografía: José Bayón, Amaia Cid y Francisco Collado

Vídeo: Visto y no Visto Producciones

Producción: María de Melo Producciones y La Diosa Cómica