El enorme éxito obtenido por la
adaptación de “El Conde de Montecristo”, alentó a Televisión Española para
encargar a Pedro Amalio López, la realización de “Los Tres Mosqueteros”, basada
en la obra de Alejandro Dumas, para incluirla dentro del espacio: Novela.
Esta cita semanal donde se dramatizaban los grandes clásicos de la literatura,
era esperada con expectación, dada su distribución en capítulos inconclusos,
que dejaban en el aire la resolución de la trama.
El espacio se inauguró con el
título de Novela del Lunes, y lo hizo con una versión de La casa de la Troya, del gallego
Alejandro Pérez Lugín, sobre la vida universitaria. Desde la temporada 1963-1964; y ya con
periodicidad diaria; se adaptaron novelas como “El fantasma de Canterville”,
seguida por los afortunados infantes de la época que consiguieron visionarla a
escondidas, Mujercitas, resultó una de las adaptaciones más exitosas, La
pequeña Dorrit, El príncipe y el mendigo, Orgullo y Prejuicio (1966), Borís
Godunov, Emma, David Copperfield. También otro de los grandes éxitos, “El Conde
de Montecristo” con Pepe Martín. Crimen y castigo, Papá Goriot o Bel Ami, sin
olvidar la brumosa Jane Eyre, que introdujo a los espectadores en el mundo
gótico de las hermanas Brontë.

La flor y nata de la dramaturgia
de antaño, desfiló por la pequeña pantalla en glorioso blanco y negro. Grandes
damas de la escena como Luisa Sala, Berta Riaza, Gemma Cuervo, Lola Herrera
Herrera o Silvia Tortosa, pasando por actores de la talla del inmenso José
Bódalo, el galán Paco Valladares, el eficiente Emilio Gutiérrez Caba, o el todoterreno
Carlos Larrañaga, hasta llegar a los emergentes Sancho Gracia, Amparo Baró,
Juan Diego, y muchos otros, que se convertirían en presencias esclarecidas
sobre el escenario y en el celuloide.
En otro capítulo habitan los directores
“de la casa”, que acometieron aquella aventura que hizo llegar la cultura a los
hogares de antaño (cosa que no sucede hogaño). Pilar Miró; Alberto González
Vergel, o el reconocido Gustavo Pérez Puig, llenaron de aventura o dramatismo
aquellas sobremesas grises y adocenadas. Pedro Amalio López, eficiente
artesano, fue el afortunado a quien se ofreció adaptar una de las mayores obras
de aventuras de la literatura de lances y capas: Los Tres Mosqueteros.
Pedro Amalio López, ejercía como
crítico cinematográfico y guionista. Se incorporó a TVE en sus inicios como
pionero, y allí realizaría todo tipo de programas, informativos, magazines,
etc. Especializado en dramáticos, realizó la adaptación de “El Conde de
Montecristo”, que supuso un éxito enorme en la época, o se encargó de espacios
como Novela y Estudio 1, factorías de grandes actores.
Dentro del
añorado Estudio 1, realizó dos destacables y recordadas adaptaciones: Julio
Cesar (1965) y Macbeth (1966). Durante la nefasta y olvidable
gestión de José María Calviño, la política se apodera de los platós. La
manipulación ideológica decide prescindir de Pedro Amalio López (y de otros
tantos buenos profesionales).
El director encuentra acomodo en la TVG hasta que; con
inteligencia y señorío; en 1986 Pilar Miró lo recupera para TVE, al nombrarlo
Director de Producción de Programas.
La realización de Los Tres
Mosqueteros supuso toda una aventura para una; aún incipiente; industria
televisiva. Por primera vez se realizaron tomas en exteriores, algo impensable
para un espacio dramático, lo cual dotó de vitalidad y credibilidad al
producto.

Todo un derroche de medios técnicos para las escenas de acción, bastantes
realistas y diversos decorados con
especialistas técnicos y artísticos que habían contribuido a hacer de la nueva
serie una cima en la historia de la
TVE. La filmación de los capítulos, utilizó los estudios de
Miramar, en Barcelona y Hospitalet, y también decorados naturales (Palau
Nacional de Montjuich y Castillo de la Plana Novella), así como exteriores en Beuges, Santa Creu de Olorde y
Sant Feliu de Codines. Atendiendo a las escenas de masas. En la escena del
baile final, se contó con más de ochenta participantes (Orfeó Gracienc
incluido). Paradójicamente (para ojos actuales) el baile final, que debería
haber resultado un apoteósico derroche de medios en la Corte, deviene un
fiestecilla menesterosa, nada acorde con
la grandeza requerida.

Cosas del presupuesto. Nada de esto resta méritos a
estos veinte capítulos, que durante treinta minutos clavaban; literalmente; en
sus asientos a los espectadores, que sufrían las peripecias de los cuatro
amigos frente a las maquinaciones de Richelieu y la taimada Milady de
Winter. Juan Felipe Vila-San Juan
(productor ejecutivo, además de adaptador del texto) y Pedro Amalio López,
dotaron de dinamismo el argumento y de profundidad a los personajes,
interpretados por algunos de los mejores actores de la época.

La mixtura de
elementos aventureros, duelos, espadachines en callejones de mala muerte,
enfrentamientos entre los guardias de Richelieu y Mosqueteros, cabalgadas
deudoras del western, pistoletazos a quemarropa, sombreros de ala ancha, con
las intrigas de Milady, ponzoñas, amores prohibidos y el desparpajo imprimido
sobre el protagonista por parte del debutante Sancho Gracia, convirtieron la
aventura en un éxito mediático. La banda sonora, tarareada por los ávidos
espectadores (sobre todo la sección juvenil), sin conocer que no había sido
escrita para la serie. Se trataba de "Thierry la Fronde", una sinfonía
compuesta por un mago del teclado (Jacques Loussier), conocido por sus
adaptaciones de Bach al mundo jazzístico. No parecían importunarles estas
cuestiones a los responsables de la
Sociedad de Autores, que se había fundado en 1941.


Entonces
era moneda común utilizar obras ya compuestas sin indicar siquiera la
procedencia. En “El Conde de Montecristo” hay notas de la “Adoración de los
Magos” del Ben-Hur de Miklós Rozsa, en “Los Miserables” se aprovecha la
partitura de Khachaturian para Espartaco. En Los Tres Mosqueteros se
utilizan desde acordes de “El Desafío de las águilas” hasta una marcha francesa
de caballería datada en el siglo XIX.
Esta serie se creía perdida por los
aficionados, y a ha dado lugar a largos coloquios en los foros especializados,
ya que se emitió en alguna cadena autonómica años después, por lo cual existía
la esperanza de que el algún archivo se encontraran copias. La costumbre de
TVE, de machacar los videotapes para grabar encima, hizo perder la esperanza a
los nostálgicos. El elenco de actores elegidos era de lo más afortunado. El
joven Sancho Gracia dotó, con acierto, al personaje del desparpajo y
socarronería que serían su marca de clase.

Este gascón simpático, altanero,
bravucón y regido por nobles ideales, resulta tremendamente divertido en sus
golpes de sombrero de ala ancha casi barriendo el suelo, y su gallardía al
enfrentarse inconscientemente al peligro. Junto a él, un ramillete de grandes
interpretes que tuvieron dispar suerte en el mundo interpretativo. Acompañando
al novicio en las lides de la corte, estaban el galán Víctor Valverde
(excelente declamador), habitual de Estudio 1 (David Copperfield), que
como tantos otros orientó su futuro hacia el doblaje, dotando de voz a Paul
Newman, Henry Fonda, etc.

Ernesto Aura consiguió un Aramis notable, gracias a
su presencia física y su garganta, que le serviría para la voz castellana de
Arnold Schwarzenegger, Lawrence Fishburne; el Morfeo de
"Matrix"; y de Tommy Lee Jones (sin olvidar que fue el primer Clint
Easwood, antes que Constantino Romero). También le acompañaban en sus andanzas
por París, Joaquim Cardona (el irascible Porthos), colaborador en gran parte de
los montajes emblemáticos del Teatre Lliure, que años después
interpretaría La Plaza
del Diamante o Fanny Pelopaja. Su carrera fue tristemente truncada por el SIDA.
Pero el plantel femenino se llevaba la palma (y los suspiros) de unas
generación enamorada (platónicamente) de la perfida Milady o de la angelical
Constance Bonacieux (Maite Blasco). Sin olvidar una bellísima Mónica Randall
(Ana de Austria), cuyo papel casi anecdótico, no resta fuerza dramática a los
escasos instantes en que aparece.

Elisa Ramírez (Milady de Winter) maneja un
juego de expresiones y recursos en primeros planos, navegando entre la mirada
de arpía y la candidez, cuando trata de engañar el corazón del contrario.
Durante años se convirtió en rostro habitual en producciones como Historias
para no Dormir, Estudio 1 o Curro Jiménez, permaneciendo como icono televisivo
para los telespectadores de la época.
Mónica Randall también tuvo un amplio
recorrido televisivo en los espacios de la época, o en el cine con clásicos de
nuestra pantalla como “Mi Querida Señorita” o “Cría Cuervos” (Carlos
Saura) o
“Retrato de Familia”.
Maite Blasco era una de las
estrellas televisivas del momento. Poseía un aspecto dulce y tierno y era actriz-fetiche de Jaime de Armiñan. Al
casarse con un italiano vivió un tiempo en Roma, regresando a España, donde
intervino en películas como "Los peores años de nuestra vida",
"El perro del hortelano" y "Carreteras secundarias".
A destacar entre los actores de reparto un
hombre de teatro: el inefable Félix Navarro. Félix borda el papel de Planchet,
criado pícaro, fiel, avispado y buscavidas del gascón D´artagnan. Los que se llevaban el gato al agua
en cuanto a los punzantes diálogos escritos por Alejandro Dumas fueron Ramón
Corroto, siempre eficiente, en el papel del prudente Luis XIII, y un declamador
de primera línea: Alejandro Ulloa. Las conversaciones mantenidas durante las
partidas de ajedrez, llenas de dobles sentidos, giros argumentales y afiladas
intenciones, son de lo más jugoso. La interpretación de Ulloa (Cardenal
Richelieu) es sobria, admirable en su “aparente” falta de expresividad, pero
llena de resortes ocultos y mecanismos de un profesional de primera línea.
Ulloa fue un emblemático actor de doblaje de la escuela catalana, fallecido a
los 94 años, voz de Robert Taylor en
castellano.
Llegó a ser uno de los más grandes declamadores de verso clásico,
así como uno de los “Tenorios” más ancianos que hayan pisado la escena. En
cuanto al televisivo Ramón Corroto, es recordado entre otras por sus
colaboraciones en El Quinto Jinete, sus interpretaciones sobre las
tablas (La Jaula
de las Locas, El Lindo Don Diego, etc) o la excelente “Humillados y Ofendidos”
en TVE. La Constance
de Maite Blasco poseía una belleza tranquila y angelical, siendo un personaje
sacrificado por el autor, a pesar de ser el más bondadoso, quizás para
justificar la posterior ejecución; nada ortodoxa; de Milady de Winter.
La calidad de la fotografía en
decorados es notable y tan sólo las escenas de exteriores acusan el paso del
tiempo, con una fotografía ligeramente sobreexpuesta (quemada), sin olvidar las
dificultades técnicas para llevar a cabo este proyecto.
Dumas había basado sus hazañas
del caballero gascón D’Artagnan, en las memorias apócrifas de un aspirante a
mosquetero, escritas por Gatien Courtils de Sandras en 1700. Dumas las obtuvo de
la Biblioteca Real.
Auxiliado por uno de sus “negros” llamado
Adrien Maquet uno de los ayudantes que redactaban gran parte de su
producción, se publicó el serial en 1844. Una broma literaria asegura que Dumas
poseía tal cantidad de escribidores “ayudantes” que muchas veces no sabía lo
que habían escrito. A tal fin la siguiente anécdota protagonizada con su hijo:
Un día que se encontraron
Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, el padre espetó a su retoño:
-¿Has leído mi última novela?
A lo que el hijo respondió:
-Yo, sí. ¿Y tú?

Bromas aparte, las andanzas del
gascón ocupan un tocho de casi setecientas páginas y los cambios de la versión
televisiva, ignoramos si obedecen a consignas de la “casa” o alteraciones
producidas por los guionistas. Para comenzar se obvia el asedio de La Rochelle, es de suponer
por motivos económicos y de infraestructura. El movimiento de masas militares
debía resultar excesivamente gravoso para la producción. En la novela, la reina
Ana de Austria está enamorada del Duque de Buckingham y se pasa el día
intrigando. Pero eso no es todo. La virginal Constance de la serie de TVE, en
la novela está casada ¿censura moral?, lo cual dificultaría los deseos de
D´artagnan. Buckingham no es ningún modelo de estadista, ya que bebe los vientos
por Ana (Mónica Randall), lo cual es comprensible, y no le importaría arruinar
a su reino. Aramis es candidato a la vida religiosa, pero entre col y col,
lechuga, entretiene sus ocios con el sexo femenino, para que le quiten lo
bailado. Por si fuera poco, el mosquetero Porthos comete adulterio con la
esposa de un procurador, a la que extorsiona pecuniariamente.
Estas joyas se
ven rematadas con el sufridor Athos, que mandó ahorcar a su mujer (Milady de
Winter) tras descubrir la “infame” marca de la flor de lis en su hombro. A la
larga Milady no es más que una superviviente. Una víctima, que no miente cuando
dice en el juicio a que es sometida por
los protagonistas, que la marca no le fue hecha en un tribunal. Es el verdugo
de Lille, quien la marcó por engañar y seducir a su hermano (sacerdote) para que robara, quien sin
mediación judicial la señala con el signo de la infamia. Los cuatro amigos son
pendencieros, golpean a los criados si surge el tema de la paga, son borrachos
empedernidos, bravucones y machistas.
Para rematar la faena, liquidan a Milady, tras un simulacro de juicio, sin
ninguna prerrogativa legal. En la serie también se obvia el modo en que Milady
persuade a Felton, el vigilante encargado de su custodia, de que le ayude a
escapar. Todo sucede demasiado rápidamente.
Los motivos religiosos, y la supuesta conversión de la protagonista que
engaña al carcelero, no se tienen en cuenta.
Con todo; y para no hacer mas
herida a los nostálgicos; en el recuerdo quedará la atrevida interpretación de
Sancho Gracia que convence con un gascón de simpática bravuconería, muy acorde
con su posterior estilo interpretativo. Sus referentes cinematográficos eran el
acrobático Douglas Fairbaks y el anodino D´Artagnan de Gene Kelly. Sancho
Gracia imprimió su sello con valentía, rodeado de la flor y nata (y de la flor
de lis) de los actores de aquellas crónicas. En las retinas de los espectadores
quedaran impregnadas escenas como la de D´artagnan descubriendo la marca en el
hombro de Elisa Ramírez, el innoble envenenamiento de Constance (que conmocionó
al sector masculino) o la agónica marcha de Milady, arrastrada por el verdugo
hacia un destino que no deseábamos conocer.

Efectos especiales, gimnásticos
lances, diálogos punzantes, amores prohibidos y; sobre todo; un montaje
dinámico que depositaba en el espectador, el anhelo del siguiente capítulo.
Eran otros tiempos, cuando la televisión no ofertaba un catálogo de frikis
desnortados como sobremesa, o personajes patéticos no nos amargaban el almuerzo
con sus banalidades. Entonces, aunque sólo fuera de leer los títulos de
crédito, el espectador era capaz de relacionar el nombre del autor con la obra.
Los grandes hitos de la literatura entraban en los hogares, al igual que ahora
entra la basura y la hediondez. Eran otros tiempos. Todos para uno y uno para
todos. Así sea.