
Por las páginas desfilan las
cloacas del régimen franquista y las cloacas del ser humano, frente a
personajes luminosos, junto a ese amor por los libros, siempre presentes como
salvaguarda de la ilusión y la esperanza. Los libros representados como un
lugar de encuentro de los hombres. Como una isla a la podemos arribar en medio
de la tempestad y la grisura de la vida. Las páginas destilan olor a taberna de
puerto, a motel infame, al otoño de una época. Todo ello trabajado con unos diálogos
de los que ya no se hacen, un desarrollo argumental pleno de referencias y gran
riqueza léxica. Carlos Ruiz Zafón ha convertido su saga en un juego de muñecas
rusas. Cada obra puede leerse con independencia de las otras y el orden que se
desee. Pero las piezas del puzzle terminan encajando con precisión germánica. El
imaginario y las obsesiones, que todo buen autor debe tener, están sin duda
latentes en este volumen de 928 páginas, de literatura (aparentemente)
alambicada, pero que casa a la perfección con el mundo que describe y los
personajes. De hecho a muchos autores de los que pululan por las estanterías,
no les vendría mal echar un vistazo a esta forma magistral de hacer literatura.
Las manieristas descripciones contribuyen a estructurar ese microcosmos lúcido
y lógico que requiere toda creación literaria medianamente creíble. Otro de los
aciertos es la incorporación a la narración de personajes reales como el fotógrafo
Francesc Catalá-Roca (autor de las portadas de sus libros) o el escritor Sergio
Vila-Sanjuán (transmutado en Vilajuana), incluso (en un ejercicio de
metaliteratura), Alicia le ofrece un título para su libro: “Estaba en el Aire”.
Quienes hayan seguido los premios Nadal, no necesitan de más explicaciones.
Estos
guiños, en los cuales Zafón incluye sosias de algunos de sus traductores;
aligeran el corpus narrativo y las diferentes subtramas; donde el autor es un
verdadero orfebre. El escritor juega con ventaja; es cierto; al desarrollar su
argumento en una ciudad que, como expresa Fermín Romero de Torres: "Esta ciudad es bruja ¿sabe usted, Daniel? Se
le mete a uno en la piel y le roba a uno el alma sin que uno se dé ni
cuenta". Barcelona gótica, de un expresionismo rabioso, siniestra y folletinesca.
Páginas llenas de referencias literarias o fílmicas, habitadas de una prosa
soberbia, donde la alquimia del lenguaje no ralentiza algunas acciones. Ritmo casi
de guión cinematográfico. Estas son algunas de las claves para que Zafón ocupe
hoy este lugar en el Olimpo literario. Su aparente prosa decimonónica es un
ejercicio de estilo magistral. La modernidad de los conceptos, la ironía
subyacente en cada frase y los juegos de palabras y referencias, son un
profundo homenaje a la novela del XIX, pero tamizados por su filtro personal y
moderno. El resultado es un “aggiornamento” de lo folletinesco, con aderezos de
humor, toques de picaresca y parodia, personajes episódicos de lo más
enriquecedor, que bebe de la novela negra y la tragedia clásica, sin tapujos.
Una obra llena de guiños, homenajes y amor a la literatura, que a cualquier
amante de rellenar cuartillas le gustaría firmar. Todo lo demás no es otra cosa
que la celtibérica envidia que forma parte de nuestros genes desde los tiempos
de Viriato.
En la reseña sobre "La Sombra del Viento" detallé el anacronismo de consumir caramelos Sugus en aquellos años. Carlos Ruiz Zafón justifica este particular en la introducción de "El Laberinto de los Espíritus"
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