miércoles, 5 de junio de 2019

La negación de la dualidad. Orquesta de Extremadura. Carmen Solís





Para su cierre de temporada, la OEX ha elegido un programa sobre dualidades musicales que no terminaron de funcionar bien.
La Sinfonía nº 10 de Beethoven, es una entelequia que el musicólogo Barry Cooper reconstruyó a partir de esbozos (Biamonti 858) Un laberinto de 400  compases le sirvieron para tejer este primer movimiento compuesto de un Andante en mi bemol mayor. Con un allegro, trufado en su interior en do menor. La reconstrucción fue respetuosa con los apuntes y coherente, aunque algo convencional en pasajes que; con certeza; hubieran recibido un tratamiento más intenso por parte del genio de Bonn. El desarrollo de la OEX es poderoso, con momentos de intensa belleza. El espíritu beethoviano sobrevuela la obra, con pasajes de  intenso dramatismo en la cuerda y uso intenso de la percusión. Penetrante y densa la introducción, lenta y con pasajes notables como en la exposición/recapitulación. La armonía y textura rememoran el estilo del maestro. Incluso se pueden rastrear semejanzas con la séptima y octava.   Cada melómano tendrá su opinión sobre el desarrollo de esta obra, hallada en estado larvado, pero es cierto que es de agradecer la inclusión de una curiosidad como esta por parte de la OEX para uso y disfrute del espectador. En cualquier caso; hija bastarda o no; la poderosa interpretación de la OEX de esta obra, compuesta de escasos retales musicales, es de una profunda y conmovedora belleza.



Sería discutible si las “Siete canciones populares” españolas de Falla, continúan siéndolo una vez alquimizadas en la partitura del  compositor granadino o si la reelaboración es más definible como un “sabor popular”. Falla se unía al espíritu que imperaba a principios del siglo XX, donde los nacionalismos musicales se aproximan al folklore popular para reelaborar (y enriquecer) los originales, sin  perder su esencia. Dedicadas a la anfitriona de tertulias parisinas Ida Godebska, estas canciones son un fresco donde se misturan distintos elementos del habla y el repertorio popular.  Estas obras recogen el ritmo, las cadencias modulares y motivos ornamentales directamente del pueblo. Orquestadas por su amigo Ernesto Hallfter que nunca pudo llegar a mostrarle el resultado final por el fallecimiento de Falla.

Carmen Solís atacó con soltura el allegretto vivace de la jocosa “El paño moruno”, una canción (seguidilla)  de origen murciano en 3/8. Aquí Falla ennoblece la original rima campesina, con esa armonización que imita el rasgueo de una guitarra, para una letra con metáfora de matiz sospechosamente machista.

A continuación, la soprano desgranaría otras obras como “Seguidilla Murciana”, una canción-danza también procedente de Murcia, que alterna episodios instrumentales y frases vocales Se trata de una deliciosa miniatura que, como la anterior, precisaría de un tirón de orejas al misógino letrista:

  Yo te comparo

con peseta que corre
de mano en mano;
que al fin se borra,
y creyéndose falsa
¡Nadie la toma!
El aire melancólico y brumoso del delicado cuento de hadas “Asturiana”, permite el lucimiento del certero fiato de la soprano que consigue evocar distinta texturas en este “canto de la montaña”, de gran expresividad melódica, con notas pedales en quintas y fuertes disonancias. Una pieza de orfebrería con un delicado epílogo de tres negras y blanca con puntillo de certera belleza

 


En compás ternario y bebiendo de la danza aragonesa la “Jota” enfrenta a los musicólogos sobre el origen del tema. El sabor popular es indudable, exhala poesía del pueblo en todos sus versos.  Carmen Solís camina sobrada de recursos para este allegro vivo con deliciosos matices vocales. Una pieza aparentemente gozosa, pero que oculta una distancia cada vez mayor entre los amantes. A pesar de su ritmo optimista, la jota se realizaba originalmente en ceremonias fúnebres.

Nada más adecuado que ese Calmo e sostenuto, que solicita esta deliciosa obra titulada “Nana”. Quizás la canción más emotiva del ramillete, desgranado por la soprano en su tercera colaboración con la OEX. Una obra que invita a dejarse mecer por sus acordes. Un homenaje a las madres (era cantada por la propia madre del compositor). La voz de Carmen Solís eleva los melismas y retorna en un flujo y reflujo, mágico, misterioso, que nos hace recordar, que nos invita al recogimiento, a la ternura. Con ese dilatado y precioso fraseo en “mormorato”. La inteligente utilización de la escala frigia dominante, alternando con la escala natural, crea esa sensación de desasosiego que queda flotando en el aire.

 

José Inzega recopiló en “Ecos de España”, un conjunto de obras como esta “Canción”, que tiene su origen en el Canto de Granada. Hay un trabajo de orfebre en la voz para este doliente canto de amor. Una pieza en notas cortas y sincopadas de las que extrae un carácter lúdico. Una muestra de esa concisión del Falla maduro.
 



Mucho más vivo es el tempo de “Polo”, la más desgarradora de las obras de este ciclo. Con claras reminiscencias del Jondo y matices andaluces, según Manuel García Martos, deriva de un canto contenido en el “Cancionero de Ocón”. Precisa (y preciosa) la emisión de la cantante para este zapateado. A diferencia de las otras canciones no repite la melodía, sino que cambia de una sección a otra, hasta agonizar en ese desgarrador melisma final, dejando el deseo de venganza para el amante.

Carmen Solís, aún se guardaba un as en la manga para regalar a capella, como broche final.  Una melancólica “Nana de Montehermoso”, con letra en castúo. Armonizada por García Matos, fue el instante más emotivo del concierto.
 

En la segunda parte, la Orquesta de Extremadura interpretaría una obra seleccionado por sus abonados: el poema sinfónico “Así habló Zaratustra”.

 
Strauss dio un golpe maestro, colocándose a la cabeza de la vanguardia musical alemana y consolidándose como el heredero musical de Wagner. El modelo lisztiano de secciones alternándose (estables y cambiantes) es la inspiración de esta obra. La arrebatada fanfarria “Amanecer” introdujo a los espectadores en el corpus de la obra. Intensa conjunción de viento-metal y percusión, jugando con los modos y agonizando en el do mayor del órgano. La OEX extrae una hermosa textura de este complejo poema sonoro, de concepto narrativo. Una de las obras más difíciles del repertorio sinfónico. Trinos en las maderas, Diálogos entre el concertino y el cello solista, incursiones del corno inglés, unísonos en la cuerda, trompeta reexponiendo el tema, contrabajos en trémolo, un tapete de trinos en las flautas. Muchos son los recursos que utiliza la orquesta hasta culminar en el epílogo de campanadas. Un solo agudo de violín y flauta acompaña el pizzicato de los contrabajos. Precisa, certera, intensa, la dirección de Álvaro Albiach, rica en lo gestual. Pura poesía corporal. Un excelente cierre para la temporada de la OEX.




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