viernes, 27 de diciembre de 2019

Mientras dure la guerra. Sobrevivir entre los “hunos” y los “hotros”


                                            




Cualquier acercamiento a temas tan controvertidos como la propuesta de Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar.2019), obliga al crítico a caminar cautelosamente. A sobrevivir entre los “hunos” y los “otros”. En cualquier reseña que se realiza sobre un film, surgen diversas y contrarias opiniones. A veces se tiene la sensación de que no se ha visto la misma película, o de que; determinados espectadores; viven sus conceptos ideológicos de forma tan intensa (llamémoslo así) que son incapaces de desprenderse de esa piel que les habita, para aproximarse al arte y la cultura. Simplemente. Amenábar ha optado por presentar un momento concreto de la historia. Aquí, lo importante no es lo que nosotros pensemos, no lo que (a priori) estemos dispuestos a opinar, si esta opinión no se centra en aspectos exclusivamente cinematográficos. Efectuar una labor de arqueología en el argumento, corresponde a los historiadores.

Es cierto que el guión está habitado de diversos errores históricos, pero  la pregunta que debemos hacernos es, si este particular afecta a la diegética narrativa. No contemplar la historia que nosotros hubiéramos deseado que se contara. Eso no es cine, eso es veredicto personal. Y no sirve para valorar el hecho artístico. Aquí es Unamuno el protagonista. Su profundo sentido de encontrarse en medio de una tormenta, su lucha contra la contradicción, su actitud frente a las atrocidades humanas, vengan de donde vengan. El resto es puro atrezzo. El enfrentamiento entre la intelectualidad y la reflexión del hombre que trata de encauzar su vida por el camino de la lógica, frente a la barbarie que habita a su alrededor. Barbarie que no es exclusiva de ninguna ideología. Es la España goyesca, con dos gañanes empecinados en golpearse, en lugar de ayudarse para salir del agujero donde están enterrados. En este sentido hay una secuencia modélica donde Unamuno discute con su amigo el arabista Salvador Vila, enfrentando la forma de ver la vida y el mundo. Pero dentro de unos parámetros racionales y no violentos. Karra Elejalde está inmenso y transmite con certeza ese “sentimiento trágico de la vida” que arrastra su personaje. El discurso está soportado sobre un diseño de producción y una fotografía sobresalientes. Unamuno está atrapado, como tantos otros, entre dos aguas. Ve lo que está sucediendo y se equivoca, pero es capaz de rectificar su error, a costa de su salud y su vida. El contexto histórico es tan sólo un envoltorio para una historia que se nos antoja universal. La del hombre enfrentado al salvajismo, encerrado, constreñido por las circunstancias que le ha tocado vivir. Que nos tocan vivir a todos. 

No es posible acercarse a una película, habitado de clichés, lugares comunes, filias y fobias. Máxime en un terruño donde el analfabetismo histórico se tiene por bandera y el afán de investigación del personal termina en el último gol que ha marcado su jugador de cabecera. La lectura del pasado en presente, es uno de los crasos errores cometidos por quienes anteponen la visceral a la realidad. Aquellos que bucean en la historia, son conscientes de que; el pecado original en la investigación histórica; es tratar de juzgar hechos pasados con parámetros actuales, Si además le añadimos la falta de preparación y conocimiento, el cóctel es explosivo (con certeza un cóctel Molotov).
Es la “España Invertebrada” de Ortega, son las “dos Españas” certeramente machadianas. Desde ninguna perspectiva, que no sea la exclusivamente histórica, se pueden abordar estos particulares, si realmente queremos comprender, aprender y extraer conclusiones enriquecedoras o cauterizadoras. En la pantalla el defecto suele ser el contrario. El exceso de academicismo puede lastrar la narrativa, convirtiendo en didactismo histórico y clase de biografía o anales, lo que debería desarrollarse con estructura dramática (planteamiento, nudo, desenlace). Quizás el eslabón más débil de la propuesta amenábariana es el aspecto formal. Esa pulcritud, que lastra la creatividad y una tendencia a potenciar el envoltorio. El aspecto externo, frente a la veracidad cotidiana de la historia. En la otra vertiente, encontramos la positiva humanización de los personajes. Unamuno desciende de su pedestal de ilustre pensador, del creador trágico, del filósofo que se angustiaba por la división entre lo real y lo ideal. Por otro lado, los personajes del bando sublevado son presentados sin fomentar el arquetipo, huyendo del peligroso lugar común o envueltos en su vida familiar. 


Este es uno de los peligros del cine “de tesis”. Presentar personajes que no son humanos. Paradigmas biográficos, moldes que rozan con el cliché y alejan del verdadero horror. La realidad es que todos los participantes en los espantos históricos, eran personas comunes (en el amplio sentido de la palabra). Este es el verdadero horror. Las personas, una vez inoculado el veneno de las ideologías, son capaces de realizar actos terribles en nombre de entelequias y seguir con sus vidas cotidianas. Mientras dure a guerra no es ambigua. Frente a la crítica que pueda hacerse, acerca de que tan sólo aparecen dos victimas en una cuneta) a lo largo de la película, de que se obvia el horror y la sangre que estaba corriendo, también podría objetarse que no se presentan en ningún momento las motivaciones de Unamumo para apoyar a los sublevados en un principio. No eran otras que el horror y la sangre que ya llevaban un tiempo apoderándose de las calles. Mientras dure la guerra muestra la verdadera naturaleza de las cosas. La vida diaria que convive con la oscuridad. Frente a esa oscuridad, Unamumo rememora los instantes en que reposaba su cabeza en el regazo de su esposa. Frente al horror, el recuerdo del amor. Frente a la barbarie, la ternura de amar a otro. Y a día de hoy, seguimos sin aprender nada…


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