miércoles, 20 de diciembre de 2023

VALERIE Y SU SEMANA DE LAS MARAVILLAS

 


                    
Acercarse a un film de las características de “Valerie y su Semana de las Maravillas” no es un ejercicio apto para cualquier cinéfago. Su ruptura de la lógica narrativa, su vocacional onirismo en los límites de lo real, su discurso pleno de imaginería y simbolismo hermético y la aproximación peligrosa a tabúes sociales, son escollos insalvables para espectadores poco avezados en estos vericuetos. Valerie habita en esa edad frutal, entre la aparición del primer menstruo y el adiós definitivo a la infancia. Recorre parajes edénicos, de un claro paganismo bucólico, “locus amoenus” alejados del mundo urbano, desprejuiciados y henchidos de una embriagadora belleza naif.


Las alegorías y referencias envuelven a esta núbil Valerie (trasunto de Alicia in Wonderland), en su viaje hacia la madurez con todas sus consecuencias. La protagonista navega entre los personajes metafóricos e icónicos que van mostrándole un mundo nuevo, lejano de la niñez, en el marco de una aldea surrealista, donde la imaginería religiosa extrema se da la mano con el cine de terror reinterpretado (del que luego bebería “En Compañía de Lobos”, de Neil Jordan). Valerie es más un icono que un personaje. A pesar de la formidable interpretación (esos primeros planos) y los ojos patricios de la jovencísima Jaroslava Schallerová, que transmiten carnalidad y espiritualidad a partes iguales al mitológico conjunto. El checo Jaromil Jires (El Grito, El León de la Melena Blanca) juega con símbolos jungianos, freudianos y metáforas autocomplacientes que camuflan críticas al régimen, con una clara aptitud de transgresión


La vocacional desarticulación de ritmo y lógica narrativa, son características de ese cine  que entonces se denominaba “De Arte y Ensayo”, para poder burlar la censura de determinados países. Que se pudiera grabar un film de estas características en la Checoslovaquia de 1970, es poco menos que asombroso, ya que esta bizarra versión de “Alice” contiene elementos perturbadores, inquietantes y morbosos, en clave buñuelesca. “Valerie y su Semana de las Maravillas” es un cuento de hadas pervertido, ligeramente pretencioso, habitado de una artificiosidad lisérgica, que hoy es obra de culto en los cenáculos culturetas. Situada en un espacio atemporal con clara vocación de medioevo, que no le haría ascos al ensayo de Humberto Eco “La Nueva Edad Media”.

Ensoñadora propuesta, con subtexto sobre el despertar sexual adolescente, teñido de cuento gótico e imágenes envueltas en esteticistas “flous”, cercanos al David Hamilton de “Bilitis” y una imaginería, casi rozando el realismo mágico con su cromatismo, donde predomina el blanco (virginidad/pureza) en la paleta. Como contraste con la oscuridad (mal, muerte) del diseño de vestuario para los factores negativos del elenco (vampiro, sacerdote, hurón, nosferatu, criptas, etc). Clara referencia pictórica utilizada después por el Derek Jarman para el diseño de “Los Diablos”, que dirigiría Ken Russel.
Destaca la utilización de la edición elíptica y el uso de la fotografía aprovechando iluminación natural de una calidad cristalina en las zonas de luz: prados bucólicos, primeros planos nimbados, espuma…para envolver este poema surrealista a caballo entre Buñuel, Jodorowsky y Darío Argento. El juego de imaginerías no deja lugar a dudas. Por la pantalla desfilan unos pendientes de connotaciones erógenas, pájaros en jaulas de cristal, cerezas maduras que la niña saborea, filmada con una fascinación fetichista por la cámara, palomas que anidan en su pecho, la gota de sangre menstrual derramada en una margarita…para acompañar la epifanía de la protagonista. La mutación parece ser la clave “burlesque” de este poema insano donde el mal se convierte en lástima, la vejez en juventud, la inocencia en morboso conocimiento o la piedad en lujuria. “La mutabilidad está teniendo un día de campo” podemos leer en "La Carne y el espejo”, el retrato literario de Angela Carter, autora de cuentos de hadas perversos como “En Compañía de Lobos”. Valerie es un desfile de Edipos freudianos, de Faustos que venden su propiedad a cambio de juventud. Allí están la rivalidad y rito de pasaje de Blancanieves, familiares  con oscuros deseos, y mucho, mucho psicoanális.

 La cinta fue pergeñada durante el totalitarismo comunista, que censuraba el cine para minimizar la creciente disidencia y descontento de la población. Algunas escenas rememoran con nostalgia el ambiente bucólico y los ciclos de la naturaleza de forma un tanto pintoresca con claras referencia al paganismo, frente a la creciente industrialización a que era sometido el país. También suelta un sonoro hachazo a la colonización cultural del catolicismo.

Metáfora de una Checoslovaquia siempre ocupada y sometida históricamente que se condensa en la frase de Valerie “Ojala que esto pudiera terminar con las brujas”, léase Stalin, Bresnev, Hitler y personajes varios…
Clara referente de la “Nueva Ola” checoslovaca con sus aportaciones genésicas de defensa de la libertad de expresión, el uso del humor negro como válvula de escape, el surrealismo como burla de la opresión política.
Este movimiento vanguardista; con resaca de la Nouvelle Vague; bebe de la primavera de Praga, buscando la escisión con el realismo socialista utilizando citaciones kafkianas, la sátira y la ironía como armas. 
Hay que destacar a cineastas como Milos Forman (Amadeus), Jirí Menzel (Trenes Rigurosamente Vigilados) o Vojtecj Jasný (Todos mis Compatriotas), como miembros de esta cofradía. La película está basada en una obra del poeta y músico checo Vítězslav Nezval, cofundador del movimiento surrealista (y del movimiento “Poetismo”). Estos autores buscaban referencias en Francia para su corpus literario y miraban hacia Rusia, debido a la ideología marxista de algunos miembros del grupo.
La Banda Sonora de “Valerie un Divu týden” fue lanzada por primera vez en 2006. Luboš Fišer compuso una partitura feérica, casi de cuento infantil, basándose en coros infantiles, voces lejanas, percusión, mixturándolo con súbitas estridencias, aullidos o golpes de efecto. El leitmotiv es utilizado repetidamente con variaciones en la orquestación, desde un leve pizzicato hasta la  cuerda solemne, pasando por los vientos para dar un aire bucólico. Incluso una imitación con xilófono de cajita musical con ballerina. En las escenas costumbristas, una fanfarria con melodías campestres desfila por las calles. El compositor se atreve con un remedo de música sacra y oración en determinados instante. Aunque los melismas del coro buscan la irritación, estallando en un final con órgano que deviene catarsis absoluta. Estas notas contrastan con el leitmotiv recreado en la guitarra para momentos de  sosiego o ensoñación.

Hay una utilización repetitiva del glokenspiel y su metálico timbre en la aparición de los pendientes, que son como un Mcguffing durante todo el metraje.
El grupo The Valerie Project sustituye la banda sonora original de esta película.
El resultado ha sido un disco complejo, de treinta cortes, que se ajusta como un guante al metraje de la película. Fue compuesto para ser tocada en directo junto con la proyección cinematográfica. De este modo se creaba una atmósfera muy especial. 
Un perfecto acompañamiento para las subyugadoras imágenes del film.

martes, 19 de diciembre de 2023

Anasté. La hecatombe de Tarteso. "Al tartésico modo"

 

                    

Fotografía: Nazaret Nova

Anasté bebe de las fuentes del homérico modo (como ya hiciera el autor en su Aquiles), pero sin desdeñar el sortilegio de los estilos místicos del áureo siglo (cerré en silencio puertas y ventanas) que podría haber salido de la pluma de aquellos contemplativos. Marino González Montero recrea la dramaturgia helénica en florido lenguaje, la reconstruye, la adorna de esas “morcillas” de un humor inteligente (plenamente British) que no rompe la lógica del texto y es capaz de incorporarse con fluidez entre la poética de molde clásico y el profundo lirismo de su metafísica. Es difícil no vislumbrar la leyenda genésica en este texto (los ollares aún tibios de estos caballos) o no visualizar todos los referentes de epopeya que forman parte de los clásicos a ultranza del mundo grecolatino. Es la primera vez que un texto sobre el casi desconocido mundo de Tartessos llega a las tablas. Y en clave de mujer.

Estamos ante una obra que solicita atención al espectador por la profundidad de su mensaje y la complejidad de su envoltorio. Algo que el público asistente al estreno pareció compartir desde el inicio, manteniendo un eclesial silencio (o profano) y atención al fértil discurrir del drama. La arquitectura dramática es soportada por las dos actrices como columnas jónicas (o tartesias) en una espinosa esgrima verbal que repasa las inquietudes y vulnerabilidades del ánima humana. Algún leve guiño a la cuarta pared cuando se dirigen al respetable en un par de ocasiones convirtiéndolo en involuntario cómplice.

Detrás del verbo, hay un arduo trabajo de arqueología que el autor utiliza para situar y definir personajes y objetos. Desde el uso de los sistros y dediles hasta la copa kylis y el cráneo de caballo de la hecatombe animal, pasando por las escaleras y el color ocre-rosáceo de las paredes del yacimiento de El Turuñuelo (pies de estatua incluidos). También están presentes Baal y Astarté en las invocaciones y oraciones.

El texto destila un humor sarcástico donde lo metafísico se mixtura con el diálogo de andar por casa (y yo con estos trapitos), pero abordando esencias fundamentales de la humanidad como la creación del mito, el conocimiento vivido como ansia fundamental o la génesis del hecho religioso desde la inocencia primigenia. Un humor que transforma al rey tartésico Angantonio en el pelele Barbantonio.




Una acertada y hermosa luminotecnia, de gran belleza plástica, dibuja tableaux vivants con las dos actrices, destacando la entrada de Nortia sobre el dintel de la puerta, el juego con los focos que se apagan y vuelven a encenderse en la misma postura estatuaria o el uso de la luz cenital. El profundo lirismo de algunas frases (la vida es que sucedas cada día) dota de dinámica emocional a los diálogos metafísicos entra la epicúrea Anasté y su alter ego divino, la diosa cotidiana Nortia.

Como una Eurídice inversa (una vez más el referente mitológico), la protagonista desea descender al Tártaro, en lugar de escapar de él. La búsqueda del conocimiento es su guía y sendero. Anasté es un ejercicio de sublimación (en concepto psicológico del término). El hombre como espejo de vicios que se atribuyen a los dioses, el juego de la doble moral, el espinoso libre albedrío, el eterno enfrentamiento entre fe y conocimiento, la barbarie. El sentido de la poética en el devenir del hombre. Todas estas preguntas surgen en los diálogos de las dos actrices, entremezcladas con notas de un humor vibrante y clarividente (quien tiene un fenicio, tiene un tesoro). El templado escenario  recoge las tribulaciones del ser humano, representadas en las dos mujeres icónicas, que dialogan sobre las postrimerías, la omnipresente culpa o el castigo, con insertos de enorme agudeza (por mi grandísima culpa) de claras referencias religiosas. Todo un abanico; de hábil verbo, que navega desde el epicureismo a las nietzscheanas teorías, la zozobra judeocristiana o  la relación entre helénico mito y realidad. Paseando por la pavesiana memoria atávica el mito.

Fotografía: Nazaret Nova

La construcción dramática (ya habitual en el autor) obtiene una narrativa dinámica mediante la contraposición de tesituras, dosificando con sabiduría el instante de tragedia con el inserto de comedia. Una hábil maniobra que hace fluir con intensidad los espinosos temas que aborda el texto.

Áurea Mancha compone un personaje vital, metáfora de todas las mujeres que buscaron la sabiduría desde Safo hasta Hipatia de Alejandría. Una interpretación fresca y convincente, de gran dificultad, que utiliza canciones como progreso para la trama. Esas canciones por las que siente tanta querencia Marino González Montero. Asonantes, casi imposibles de musicar. El compositor Claudio Gutiérrez saca adelante el desafío con laureles. Insertar una partitura anacrónica (arpegios en guitarra eléctrica, etc.) en un espacio histórico no es tarea fácil. Ayuda, y mucho, la correcta emisión de la actriz, el hermoso timbre y la fluidez en el instrumento vocal. Los cantos étnicos que se escuchan en el exterior crean una acertada atmósfera de inquietud. Ana García muestra una delicada vis cómica, dotando de cuerpo a un personaje complejo, destacando su expresión corporal en la coreografía de los caballos sacrificados y su evolución hacia una mayor humanidad.

El autor destila en esta obra la homérica búsqueda del conocimiento, el origen del mito y su caída. Una propuesta de alto nivel que los amantes del teatro, la filosofía o el arte en general, no deberían perderse.

“Se admiten almas arrepentidas de tanto vivir

 Ayudante de Dirección: Jesús Manchón

Música Original: Claudio Gutiérrez

Fotografía: Nazaret Nova.

Escenografía: Mikelo

Iluminación: Nuria Prieto

Vídeo: Víctor González

Vestuario y Producción: Ana Crespo.