miércoles, 29 de junio de 2022

Luz para un paisaje. Plácido Ramírez Carrillo

 

                                                              LUZ PARA UN PAISAJE



 

Decía mi abuela (con esa sabiduría popular que va perdiendo la batalla frente a la tecnología), ese es un “culo de mal asiento”. No acaba cosa ninguna y empieza ciento. También tenía otra expresión de sabiduría cotidiana. “Ese es un reidero”; adjetivo incunable que hace referencia a personas cuyas opiniones, actitudes o conducta, únicamente producen mofa o chacota en el personal. Plácido Ramírez es un culo de mal asiento, con la diferencia de que él sí termina aquello que comienza. En un mundo cultural donde abundan esos reideros, que mi abuela detectaba con castiza facilidad, la aportación de personas como Plácido permite que la cultura sea una textura viva. No un panfleto manejado por los intereses de hunos y hotros. Gracias a todas las personas como él, que hacen posible que la literatura, la música, el conocimiento lleguen a rincones que, de otro modo, carecerían de estas posibilidades ¿Quién hace cultura realmente? Las entidades no hacen cultura. La gestionan. Pueden ser sustituidas por otras sin que apenas se note. Las ideologías no hacen cultura, la deforman. La pliegan a sus intereses, filias y fobias particulares. La cultura de base, de a pie, la hacen aquellos que poniendo muchas veces de su propio bolsillo para gasolina, llevan a un pueblo un espectáculo que combina lo literario con lo musical, ofreciendo su tiempo y sus dones un día y otro. Los que patean el camino y no piden a cambio más que unos aplausos y la satisfacción de compartir sus creaciones.




Vivimos malos tiempos para la lírica. Tiempos en los que el hecho cultural intenta ser captado, doblegado y estandarizado por causas externas. Donde el mensaje se intenta filtrar por el colador de ideologías y credos para que la comida salga en su punto. Un poco de sal y un poco de pimienta, si me permiten la metáfora culinaria. Es frecuente observar como la creación y los creadores se pliegan a lo coyuntural, a lo que se lleva, a lo que va a gustar a determinado sector o tiene más posibilidades de ser apoyado, más por su contenido que por su continente. Flaco favor se le hace a la cultura cuando se somete a lo circunstancial y lo pasajero, cuando  las características de lo artístico son la universalidad y lo atemporal. El autor de Luz para un Paisaje, su último libro poético, desarrolla también su faceta de columnista en un diario del terruño, donde entremezcla la metáfora con la textura social, la recreación del lenguaje con la observación cotidiana de la realidad y su juicio desde una perspectiva humorística. No le arriendo las ganancias (que también lo decía mi abuela). Habitamos una curiosidad de experimento social donde a nadie le gusta que le saquen los colores, pero ellos si se los sacan a los hotros, donde nadie quiere la más mínima crítica, ni reseña. Pero a ellos les falta tiempo para criticar o reseñar a los hunos. La doble vara de medir. El ancho del embudo. La parte estrecha para ti, la ancha para mí. De estos sinsabores, que Plácido irá aprendiendo conforme se introduzca más y más en esa Ítaca, para nada soñada, que es nuestra sociedad. Conforme sus artículos continúen abriendo con su bisturí literario las “cosillas” de hunos y de hotros. Con el tiempo y unas cañas (llena otra vez Josué), el poeta-articulista ha ido edificando un estilo propio, un andamiaje que combina la revisitación de la palabra olvidada, casi oxidada, de una población o grupo social, con el neologismo. Capaz de misturar la claridad de pensamiento, frente al hecho cotidiano con que nos castigan nuestros próceres un día sí y al otro también, con esa visita continua de su prosa al ámbito más poético, con certeras y cotidianas metáforas. El Plácido articulista impregna sus máximas y observaciones del entorno árido e irritante de lo social, arropándolo con el milagro de la palabra bruñida, del verbo recreado.

Como tantos otros, hace tiempo que se dio cuenta de que no existe la Arcadia prometida. El hecho cultural está sometido al hecho actual, la creación al oportunismo. Luchar contra los molinos de viento forma parte del paisaje, pertenezcan los molinos a los hunos o a los hotros.

A lo largo del tiempo, Plácido ha sido cofundador de la Casa de Extremadura de Leganés, de la Asociación Cultural “Puebla de la Jara”, director de la Revista Tamujar, colaborador en diversas publicaciones periódicas. Presidente de la Asociación de Amigos del Museo Luis de Morales o coordinador de los Lunes Líricos de la sala Ámbito de El Corte Inglés, entre otras…

Escaso tiempo a tenido para merodear por las mesas de banquetes donde se reparten las prebendas y se recogen las migajas a los que son fieles a las causas.

Luz para un paisaje es el libro número nueve del autor. Un retorno, un viaje cíclico (como todo en esta vida). Unas palabras que nacen desde la añoranza, en ese “Madrid sin corazón” con que se encuentra el exiliado. Una ciudad de grandes ausencias y de hombres rotos que caminan aferrados a la mano de su padre. Es la tragedia del exilio, de la emigración, del desamparo vivida en carne propia. Una ciudad inhóspita a veces, que por las noches se les escapaba de las manos.



Poesía a píe de calle, pero teñida de una carga  de profundidad social que no precisa de aspavientos, que no solicita hacer ruidos, que no se acompaña de banderías ni sonido de tambores. Porque para denunciar el dolor y la injusticia basta la palabra. La palabra  exacta en el lugar más adecuado. Básicamente en eso consiste la literatura. De esto, Plácido Ramírez conoce todos los senderos. Como aquel jardín donde Borges ofrecía los senderos que se bifurcan. La palabra ajustada, en esa lírica de amplia querencia popular que caracteriza al poeta, el símbolo certero del articulista que dibuja con pinceladas diestras aquella actualidad que nos rodea (y también nos incomoda), aquellos personajes que, directamente y sin rodearnos, nos incomodan un día sí y al  otro también.

La luz que alumbra el paisaje de estas páginas es la figura señera, soberbia y anhelada del padre. Un padre,  cuya mano aferra con fuerza el niño que comienza a mirar el mundo. Por encima de las penalidades, de las dudas, de esa capacidad de retener los instantes como si aún permanecieran que tiene el ser humano. Y que, precisamente nos hace humanos.

Porque sabíamos, padre,

Que la esperanza habría de llegar,

Más tarde o más temprano…

 

El paisaje de este libro está iluminado por la certeza del recuerdo, por la capacidad de sublimar los momentos oscuros (Con la lluvia, padre, llegó la noticia), por otros momentos llenos de plenitud, inolvidables, luminosos:

 

(Y recordaremos siempre al compañero. Y al decir su nombre, no habrá olvido).

 

Los recuerdos del autor forman una hermosa elegía a la vida, al amor, al sufrimiento gozado (si se sufre, es porque antes se amó mucho). Por sus páginas encontramos esa capacidad humana de superar la grisura, de enfrentarse al dolor y la desesperanza. A ese terrible desafío que es la incertidumbre.

 

(Y al llegar la noche, la ciudad se nos escapaba de las manos)

 

Consigue el poeta transmitir la humana trascendencia, la aventura y el desaliento, con ese lenguaje de claridad sonora que se ha convertido en su sello. Esa aventura sonora que convierte la palabra en diáfana sin perder hondura (en el caso de Plácido podríamos decir “jondura”, dada su querencia por el jondo y el modo en que convierte el clásico recital literario en un espectáculo poliédrico y atrayente (como decíamos en el inicio “haciendo cultura”). Ese sello peculiar que le permite escapar de la estridencia para navegar senderos humanos, hacer cercana una tragedia como la que pinta con su pluma en la paleta de estas páginas. Una tragedia colectiva, universal y eterna:

(Como tantos hombres rotos por la rabia

Y las palabras, no llegaba ni siquiera a los labios)

No es ese su caso. A Plácido Ramírez le nacen las palabras como espigas. Detrás de la amapola habita el grito desgarrado, detrás del grito, la esperanza:

(Y recordaremos siempre al compañero.

Y al decir su nombre, no habrá olvido)

Comenzamos presentando al hombre que gestiona desde de base, al militante de la cultura, al animador que convierte el hecho artístico en lúdico, la gravedad en regocijo.  

Sólo queda pedirle que siga por ese sendero y no tome ninguno de los otros que se bifurcan. La historia nos enseña que quienes se adocenan para recoger las migajas del mantel, terminan hozando entre el cieno. Que aquellos que obtienen sus sinecuras acercándose al sol que más calienta, terminan desapareciendo cuando lo hacen sus mecenas (ya sean los hunos, ya sean los otros), que aquellos que destacan únicamente gracias a la prebenda, se convierten en olvido y en notas desafinadas.  O algo aún peor, como decía mi abuela. Se convierten en reideros

Ya solo nos queda vociferar delante de unas birras heladas o unos vinazos del terruño:

¡Llena otra vez, Josué!

miércoles, 8 de junio de 2022

Esperando la carroza. La comedia de los reproches. Suripanta Teatro. Versión de Esteve Ferrer


 

     


                            

Esperando la carroza” es una de las comedias más representativas del “grotesco criollo”, hoy en día convertida en un clásico y referente de la dramaturgia porteña. En esta obra, Jacobo Langsner condensó, dibujando prototipos de la clase media-baja, toda una oda a esas situaciones familiares; desgraciadamente reales; y a esos personajes, aún más reales. El director Esteve Ferrer ha pulido aquellas aristas del original que se enraizaban en exceso en la cultura hispanoamericana, que podrían producir una sensación de extrañeidad o ajeneidad entre el público y alejaban del concepto, más europeo, contemporáneo y cercano, con el que aborda la dramaturgia.

Eligiendo como estética un costumbrismo, cercano a neorrealismo, la veterana compañía Suripanta pergeña  una comedia disparatada, desopilante, ácida y plena de inteligente  humorada negra. Entre las grietas de inteligentes y corrosivos diálogos se cuelan mensajes tan importantes como la situación de nuestros mayores en la sociedad; ese oculto descarte de la tercera edad; el egoísmo latente de los hijos o la telaraña de relaciones tóxicas que; a través de los años; traza la geografía familiar.

Es el principio de una sinfonía de reproches familiares donde el espectador reconocerá la realidad de su cotidianeidad, la lacerante verdad, las amonestaciones, las segundas intenciones y comentarios sotto voce  que en todas las familias surgen. No es de extrañar que, en su momento, la obra produjera el rechazo de ciertos sectores (incluida la crítica) ya que en el espejo social que nos muestra, es fácil reconocerse. El rechazo se refería a la visión de la familia cristiana, el culto a los muertos y los irrespetuoso de la obra, definiéndola como bocaccisca, en la traducción de chismosa, charlatana o bocazas. Obviamente aquellos cronistas no supieron leer entre líneas la inteligente crítica social y la carga de profundidad de este “grotesco rioplatense”.

La adaptación elimina localismos (querés, acostás, vos, reíte, pelotudo, falluta), elimina momentos como la toma de datos de la desaparición de Mama Cora por parte Peralta, o la noticia en la televisión y la dureza lingüística de algunos diálogos (¡Vieja de mierda, la puta que te parió) (La puta que los parió, maricones, para que aprendan), desaparecen personajes (la sorda, Doña Gertrudis), buscando fluidez en la narrativa y transformar en un neosainete disparatado (no exento de mensaje), lo corrosivo y grotesco de la obra genésica, algo alejada de los parámetros actuales, para llevarla al terreno de las emociones cotidianas y su toxicidad, con una visión propia. Aunque por mucho que se pode el árbol, la carga de profundidad social, política y humana del texto sigue siendo un revulsivo en la actualidad.

La armazón dramática de esta divertidísima sátira, esta soportada sobre los arbotantes de unos actores en estado de gloria (difícil destacar alguno), que desarrollan estos personajes-prototipos dotándolos de vida propia y diversidad de matices. Pese a tratarse de una propuesta coral, es obligado reconocer que todos los actores extraen lo mejor de sus personajes, incluso en los papeles más breves como la bonachona Mamá Cora (prácticamente convertida en personaje fantasma, excepto en el inicio y el epílogo) de la que, el versátil Jesús Martín Rafael, extrae todo un catálogo de realidades (bondad, perplejidad, humor) pese a la brevedad del papel. Al igual que en la película, Mamá Cora es interpretada por un actor. El otro personaje de grafía episódica es la joven Matilde, una niña zangolotina y makinera, que vive inmersa en sus melodías ochenteras, interpretada con acierto (e hiperactividad) por Marina Morales. Los personajes que interpretan Ana Trinidad (Elvira) y Paca Velardiez (Nora) son dos verdaderos regalos para cualquier actriz. La frivolidad de la adultera Nora, la femme fatal, está acompañada de un acertado lenguaje gestual y notable sentido del humor, componiendo un personaje entrañable en su patetismo y cercano en sus imperfecciones humanas. Elvira es un arquetipo del cinismo pagado de sí mismo. Nihilista, epicentro de la hipocresía y la falta de empatía. Ana Trinidad regala un personaje divertido en su crudeza humana y en su capacidad de darle la vuelta a la tortilla, con amplio dominio del timing y una vis cómica notable.

Entre el acertado decorado, cuyas piezas cambiables representan el interior de los pisos  o un jardín hay todo un mundo que gravita en torno al chime, el flujo de información (o desinformación) que desemboca en el hilarante momento del (supuesto) funeral, donde todo modo de conducta racional o esperada por parte de los asistentes es pura coincidencia.

La máscara desaparece y cada protagonista aparece como es en realidad. Quizás sea el personaje de Susana, un rol que desarrolla con naturalidad y eficacia Ana García, el único positivo en este maremágnum de cinismo, histeria y egoísmo que se despliega en el escenario. Pedro Montero encarna a Sergio con su habitual vis cómica. Un personaje que se define por sus palabras, como en el instante en que todos van a buscar a Mama Cora, recién desaparecida, y deja caer que van en “su descapotable”. Pedro Rodríguez es Sergio, un hombre con cierta bonhomía y algo perezoso y Simón Ferrero encarna a Jorge, algo patán y el miembro más gris de esta incómoda familia, con su carga de culpa por su nivel de vida desdichada.  Uno de los instantes más dinámicos es la irrupción de Emilia (Matilde Donoso); un personaje que solicita difícil equilibrio entre la tragedia, el histrión y el patetismo; que la actriz saca adelante con meritorio dominio del lenguaje gestual, arrancando carcajadas desde la platea.

Esteve Ferrer se ha inspirado en la película homónima (boicoteada en su estreno) dirigida en 1985 por Alejandro Dorio, donde la familia se llamaba Musicardi. Mientras esperan la carroza que, supuestamente, trae a Mamá Cora, la familia destapa todas sus miserias. Como si de insectos se tratara, los diálogos y actitudes nos van mostrando su conducta, sus modos de supervivencia, sus desdichas. Tras el disfraz de la carcajada, la catábasis de Eurípides (descenso a los infiernos), oculto con el embozo del humor, hay una carga de profundidad que se adelanta a su tiempo a modo de fábula ecuménica.

La música eighties  sirve de transición, dotando de fluidez el desarrollo, donde no hay tiempos muertos.  Esperando la Carroza deviene denuncia social, análisis entomológico de la disfuncionalidad del núcleo familiar, caricatura de la clase media y  estudio de la hipocresía cotidiana. Moviéndose con equilibrio en el difícil territorio de la farsa, La versión de Suripanta es una notable propuesta escénica donde la combinación de lo cómico y lo dramático, el absurdo y lo cotidiano, la sátira y lo descarnado, aseguran carcajadas, reflexión y diversión. Larga vida a la familia Costa. 

                                                      

                                                             EQUIPO ARTÍSTICO

 Autor JACOBO LANSGNER Dirección y adaptación ESTEVE FERRER

Diseño de iluminación JUANJO LLORENS Diseño de escenografía MERCÈ LUCCHETTI  Diseño de vestuario  MAITE ÁLVAREZ Diseño gráfico JAVIER NAVAL  Audiovisual ANTONIO GIL APARICIO (EMBLEMA FILMS) Producción ejecutiva y Ayudante de dirección PILAR GÓMEZ Ayudante de producción JESÚS MARTIN RAFAEL Dirección de Producción  PEDRO RODRÍGUEZ

 Una producción de SURIPANTA S.L

 REPARTO

 PERSONAJES  Y ACTORES

Susana ANA GARCÍA

Elvira ANA TRINIDAD

 Nora PACA VELARDIEZ

Jorge SIMÓN FERRERO

Sergio PEDRO RODRIGUEZ

Antonio PEDRO MONTERO

Emilia EULALIA DONOSO

Matilde MARINA MORALES

Mamá Cora JESÚS MARTÍN RAFAEL

 

 

 

miércoles, 1 de junio de 2022

Entre bobos anda el juego. Amoríos en El Cigarral. Verbo Producciones. Dirección Paco Carrillo

 

 


Los italianos tienen un término (aggiornamento) para designar la renovación o modernización que se aplica sobre algo. Esto es lo que ha hecho Fernando Ramos, traer hasta nuestros días esta comedia de figurón (término tan apto para estos tiempos), que surgiera de la pluma de Francisco de Rojas Zorrilla. El adaptador ha sustituido pensamientos, lugares, referencias y diálogos, tan caros al áureo siglo, por conceptos y situaciones contemporáneas. Entre bobos anda el juego podría ser la primera de las comedias de este subgénero, mérito que también se atribuye El marqués del cigarral, de Castillo Solórzano o a La dama boba de Lope de Vega. Aprovecha para dotar de un sesgo reivindicativo, militante y de justicia sobre algunos temas y conceptos que, en la época eran inviables. El tono ligero (no por ello menos acerado) sirve de presentación, en clave de esperpéntica, de las peripecias y las andanzas de un grupo de personajes, nada envidiables en cuanto a intelecto y pretensiones anímicas. Se maneja con habilidad ese elemento crítico que diferencia al “figurón” de la “capa y espada” tradicional, superando los parámetros habituales de “enredo” de ese mismo macrogénero en base a su posicionamiento crítico sobre los personajes, las clases sociales y la situación de la mujer en el momento histórico. Adoptando un tono burlesco, que se apoya en la excelente expresión corporal y la picardía de los diálogos, se nos presenta una propuesta heterogénea donde se deslindan los géneros. Diálogos desternillantes, amoríos cruzados, caballeros de escaso desarrollo intelectual e hidalgos. Y enredos, muchos enredos. 
Fotografía: Diego Casillas


La sátira dirigida hacia las clases sociales y personajes extremos, constituyen el elemento que aleja esta obra del conjunto de “lances  y capa”, y  la aproxima a un percepción más moderna y reivindicativa, donde la crítica a conceptos morales y sociales (disfrazados de humorada) subliman la comedia de espadones. Paco Carrillo (Las Suplicantes, Los Gemelos, El cerco de Numancia) extrae certeras caricaturas de los personajes humorísticos y dota de amplia humanidad y equilibrio al personaje central. Una Doña Isabel, interpretada fluida y enriquecedoramente, por Isabel Solís, plena de matices.  El carácter del altisonante Don Lucas del Cigarral (Manuel Menárguez), de elemental psicología; y aún más elemental humanidad; es desarrollado con sabiduría escénica dotándolo de amplia humanidad con dominio del timing y amplio registro para un personaje que termina inspirando cierta ternura por su humana simpleza (y su  querencia bisoña por la cornamenta). Pedro Montero (Cabellera), revalida su calidad de actor todoterreno, destilando vis cómica a raudales, con amplia expresión corporal e instantes soberbiamente jocosos, como su transmutación en enano con lámpara. La peripecia se desarrolla con fluidez, equilibrio y amplio sentido del ritmo dramático, eludiendo tiempos muertos entre actos y aprovechando con habilidad el acertado decorado con ese ajardinamiento esplendente. Todo un acierto la puerta rodante (La Caja Escenografía), que permite visualizar (dándole la vuelta) la entrada y salida al aposento, dotando de un intenso ritmo plástico. 

Fotografía: Diego Casillas

María José Guerrero desarrolla el personaje de la criada Andrea con acierto, dotándola de esa bonhomía filosófica y picaresca a pie de calle característica que solicitan estos roles de fámulos. Se desdobla en la hermana (Doña Alfonsa), un personaje puro histrión, en el que desarrolla una certera comicidad, extrayendo instantes desternillantes como su conversación nocturna con el galán. Los prototipos más arduos se han reservado para los personajes de Don Luis y Don Pedro (dos galanes que dejan mucho que desear), cuyo tono esperpéntico solicita amplia y fluida expresión corporal, en ese peligroso límite del exceso. Tanto el galán toreador y “socorrista”, como el pretendiente con declamación dental, ambos deben jugar con la desmesura como arma y la hipérbole como definición de sus personajes, consiguiendo un certero equilibrio que no chirría pese al carácter extremo de las figuras. Bebiendo de las fuentes bufonescas de la Commedia dell´arte.  Dani Jaén despliega un gigoló, de blanquecino rostro, gracias a los polvos de arroz, saltarín y zascandil que lleva la caricatura al extremo, introduciendo en los diálogos letras de canciones contemporáneas sin caer en el exceso sin lo reiterativo. Un recurso con cierto riesgo del que salen incólumes, consiguiendo arrancar carcajadas continuas. Ambos personajes consiguen equilibrar el registro desmesurado, lo esperpéntico (casi circense) y potenciar el movimiento espacial, creando tableaux vivants divertidos y pantagruélicos


Fernando Ramos ha prosificado el verso original con objeto de acercar al espectador no acostumbrado al verbo polimétrico rimado, ha potenciado la figura de la protagonista (Doña Isabel de Peralta), que simboliza con fidelidad  el personaje de una mujer protofeminista que se opone a ser parte de un contrato entre su padre y su pretendiente. También utiliza recursos de acercamiento a los tiempos modernos, con guiños, morcillas y referencias reconocibles, jugando con la comedia de puertas, el esperpento y la más canónica farsa de capa y espada. Además de la tarea de poda en algún personaje y escena que no eran imprescindibles. La música está integrada y sirve de transición ligera y humorística entre actos. Debemos destacar el excelente vestuario, diseñado por Verónica Conejo, que enriquece y sitúa a los personajes. Una obra altamente recomendada de la veterana compañía extremeña, fogueada en argumentos clásicos que nos ofrece el aggiornamento de un texto soberbio.
6 de Mayo de 2022. Teatro López de Ayala. Badajoz
FICHA ARTÍSTICA:
REPARTO (Por orden de aparición): Beatriz Solís, María José Guerrero, Pedro Montero, Fernando Ramos, Rubén Arcas, Dani Jaén y Manuel Menárguez
DISEÑO ILUMINACIÓN: Francisco Cordero
DISEÑO SONIDO: Jose Mato
DISEÑO DE MAQUILLAJE: Lilian Navarro
MÚSICA: Ana Fernández
DISEÑO CARTELERÍA: Alberto Rodríguez
VÍDEO Making off: Alberto Trejo; Visto y no Visto Producciones
IMPRENTA: Grandizo
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN: Ignacio Javier
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: Fernando Ramos
PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Verbo Producciones S.L.
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Eva Maidero
VERSIÓN: Fernando Ramos
DIRECCIÓN: Paco Carrillo
DISEÑO ILUMINACIÓN: Francisco Cordero
DISEÑO SONIDO: Jose Mato
DISEÑO DE MAQUILLAJE: Lilian Navarro
MÚSICA: Ana Fernández
DISEÑO CARTELERÍA: Alberto Rodríguez
VÍDEO Making off: Alberto Trejo; Visto y no Visto Producciones
IMPRENTA: Grandizo
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN: Ignacio Javier
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: Fernando Ramos
PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Verbo Producciones S.L.
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Eva Maidero
VERSIÓN: Fernando Ramos
DIRECCIÓN: Paco Carrillo
 
Fotografía: Diego Casillas