jueves, 24 de diciembre de 2020

El Coronel no tiene quien le escriba. Emotivo retablo humano

 

                                     


Basada en la novela de Gabriel García Márquez

Adaptación: Natalio Grueso

Director: Carlos Saura

Intérpretes: Imanol Arias, Cristina de Inza, Jorge Basanta, Fran Calvo y Marta Molina.

 

Muchos años después el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento….

Pocas frases en literatura consiguen alcanzar ese status mítico, fácilmente reconocible por el lector y condensar tanta historia en escasas palabras.

El protagonista de “El Coronel no tiene quien le escriba”; antaño héroe, hoy olvidado paria; guarda relación directa con esa cosmogonía creada por García Márquez. Es uno más de ese mundo de realismo mágico donde las citas a Macondo y al coronel Aureliano Buendía se entrecruzan en el texto, en un eterno retorno a la génesis literaria del personaje.

El Coronel” aguarda en un agónico repetir de jornadas, una carta que nunca llega “porque nadie ha escrito”. Vaga por la casa, alimentando a un gallo de pelea, que es su único referente. Habita en antiguos conceptos como el honor o la dignidad, que el protagonistas trata de mantener frente a la presión social y el “qué dirán”.  La escenografía es parca y los cambios de situación se producen a través de efectivas proyecciones naif (dibujadas por Carlos Saura), que nos sitúan en la Plaza, la cantina, etc. El problema del gallo se soluciona con una pantalla de plasma que simula ser el corral.



Imanol Arias se introduce en las carnes del viejo militar, mimetizando el gesto cansado, la tragedia y el intenso sentimiento por su “Doña”. Estos son los momentos más brillantes. Esas frases donde la fisicidad del amor se apodera del escenario, o esos otros donde el actor brilla en su faceta irónica. Utilizando la socarronería frente a la desgracia.

Porque bajo la apariencia de crítica social, de denuncia sobre una situación extrema, bajo el disfraz de la tragedia, está escondida una hermosa historia de amor, iluminada con sus luces y sombras por Paco Belda.

Está el cuidado y la paciencia que tienen mutuamente, los recuerdos, que Cristina de Inza desgrana con sabiduría escénica, la ternura del coronel, la esperanza y la dignidad. Con instantes y química tan intensos como un simple masaje ofrecido por tu amor, un baile improvisado que rememora mejores tiempos o un desnudo paraguas que ahora es un esqueleto. Memorable ese momento en que ambos amantes evocan la última vez que fueron al cine.

El texto es un grito de rebeldía, un compendio de la fortaleza humana frente a la adversidad y del amor intenso  

Los dos actores consiguen crean un clima de complicidad entrañable donde la naturalidad de caricias, gestos y silencios, la vulnerabilidad, adquieren trazos de una naturalidad envidiable.



Trasladar los mundos mágicos de Gabo al escenario no es tarea fácil. Constreñir ese espacio mítico, ese imaginario particular y el sombrío cosmos en dos horas, deviene oficio de alquimista.

Pero esta adaptación de Natalio Grueso, consigue salvaguardar el lenguaje originario, manteniendo con naturalidad las peculiaridades del habla. Mucho más sencillas de admitir en la fuente novelística, aunque a los actores aquello de “doña” y ”carajo” les surge como si lo hubieran escuchado toda la vida.

La labor de poda ha sido necesaria. No se podían trasladar a escena todos los personajes episódicos, todas las situaciones (el circo, el funeral multitudinario, etc.). Pero queda la palabra densa y luminosa del escritor, en una adaptación creada para adentrarse en el espectador a través de la palabra. A través de una sinfonía de diálogos certeros, sarcásticos y lacerantes. Sobre todo teniendo en cuenta que la narrativa de García Márquez adquiere instantes cercanos al poema en prosa. Otros terriblemente hermosos: “Para amarte a ti, no necesito dinero”.

Imanol Arias consigue un personaje crepuscular, incluso en la fisicidad. La mejor forma de apreciar este trabajo es ver al actor moverse a la hora de salir a saludar. El personaje ha desaparecido. Pero queda en nuestros corazones para siempre.



domingo, 20 de diciembre de 2020

Orquesta de Extremadura. Carmen Solís y Alberto Amarilla. Año Beethoven.

 


Ludwig van Beethoven. Sinfonía nº 2 en re mayor, op.36 (1802)

Ludwig van Beethoven. Egmont, op.84 (1810)

Carmen Solís, soprano

Alberto Amarilla, dramaturgia y narración

Álvaro Albiach, director. Orquesta de Extremadura.

 La segunda sinfonía esta dentro del grupo de las obras clasificadas como “ligeras”. El genio de Bonn, alterno a lo largo de sus nueve trabajos sinfónicos una obra de gran peso con otras de un impacto menor. Ésta se encuentra ubicada entre la Primera, una categórica afirmación musical, y la monumental Heroica.

La OEX supo imprimir la intención ligera y transparente textura que solicita la obra, delineando una sinfonía lúdica, extrovertida y esplendente.

Carmen Solís


Al contrario de lo que debía esperarse de la situación anímica del compositor; es decir una obra de una coloración dramática oscura, preñada de turbulentas pasiones y angustia existencial; el autor consiguió transformar en música el hermoso paisaje que observaba desde su ventana. El resultado fue su sinfonía más resplandeciente.

Beethoven eliminó el típico “minuet” tan al uso en la época, insuflando energía a la composición con un “scherzo”. 

La orquesta resolvió con intensidad el largo Adagio molto y las exigencias de figuración en la cuerda, la solemnidad del Segundo y el concepto bitemático del Tercero, al que los músicos dotan de un carácter romántico, dulce y reposado. El Tercero, apenas tiene tema y solicita un carácter lúdico de danza popular.

El Allegro Molto tiene una grafía dramática, con tensión entre el modo mayor y menor. Con pausas insólitas, resueltas con soltura.

Alberto Amarilla


Certero este exigente y bellísimo Rondó, con calidez sonora y carácter vibrante, intrusiones de los violines y un romántico y etéreo horizonte, dibujado por oboes y fagot.

La elección del Egmont supone un gran riesgo artístico. A la dureza de expresividad del “lied”, su renuncia al virtuosismo belcantiano (que a cambio lo convierte en el mejor vehículo del sentimiento romántico), hay que añadir el desconocimiento por parte del respetable de la enjundia de la historia ¿Cuántos de los espectadores sabrían quien fue Guillermo de Orange? Los resultados no hubieran sido muy optimistas. En cuando al Duque de Alba, seguramente conocerían el apellido por asuntos totalmente ajenos a la historia.

La narración de Alberto Amarilla (Mar adentro, El Camino de los Ingleses), consigue elevarse sobre este escollo cultural con una limpia declamación, plena de inflexiones e intensidad dramática. Un potente relato que sirve de hilo conductor a la tragedia que se desarrolla sobre el escenario.

Este poema sinfónico está llena de prototipos beethovenianos como el libertador, la mujer héroe, la opresión, los pérfidos enemigos (en este caso, españoles).

Posiblemente el alemán tuvo como modelo para componer su Egmont el Julio César de Shakespeare.

La orquesta atrapa de forma muy densa la atmósfera trágica y de acento patético en el sostenuto ma non tropo, un ritmo de zarabanda hispana que representa al opresor. Un acorde unísono y una larga melodía de viento-madera, apoyado por el ritmo obsesivo del bajo y los timbales.

Carmen Solís ha demostrado sobradamente ser una cantante versátil. “Lo mismo sirve pá un roto que pá un descosío”. El lied es una propuesta intelectual, precisa de una voz muy clara y una buena pronunciación. Amén de la dificultad para extraer emociones a un idioma como el alemán. Los lieder interpretados en Egmont son atípicos, ya que precisan la proyección para traspasar la orquesta y no la cercanía del piano, que permite más matices, una emisión más suave y naturalidad. Y sobre todo introducirse en el texto.

Añadamos la dificultad de que en alemán los grupos de consonantes se deben anticipar un poco al pulso para que sea la vocal la que caiga sobre el tiempo y aquellas puedan entenderse mejor, sin olvidar los “golpes de glotis”.




La soprano, generosa y de intenso dramatismo, desgranó los dos lieder que vertebran esta obra: "Die Trommel gerühret", donde Clarita suspira por no poder aparentar ser hombre, evoca el redoble de los tambores y los sones de instrumentos de viento que acompañan a Egmont en el campo de batalla y sirvió, sin duda, de inspiración a Mahler para sus posteriores obras de temática soldadesca y Freudvoll pund Leidvoll. Ésta Página vocal bien puede relacionarse con el papel teatral y musical de Fidelio, la heroína de la única ópera de Beethoven. Como buen teutón, el compositor resuelve el asunto con prontitud y economía de medios, dejándonos con la miel en los labios, aguardando un inexistente desarrollo, algo más verdiano, del personaje femenino en lo vocal y lo dramático.

La agrupación atacó el ebrio y tenso Allego con brío, desembocando en esa evocación del fragor de una batalla, sostenido por la palpitación del bajo y los brillantes timbales. Después del tema de violas y chelos, una soberbia fanfarria final con crescendo de violines y repique de trompetas, donde los acordes conquistadores figuran el triunfo definitivo de los ideales heroicos.



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sábado, 5 de diciembre de 2020

Erasedhead. Cabeza Borradora. David Lynch. Descenso ad inferos

 

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Cabeza Borradora (Erasedhead. David Lynch. 1977), deviene un ejercicio de antinarrativa. Una deslumbrante composición iniciática, donde ya encontramos todos los estilemas del autor en germen. Todas las obsesiones lynchianas por excelencia. Sumergirse en el abismo de Erasedhead solicita complicidad por parte del espectador para adentrar la mente en esta propuesta plagada de influencias del expresionismo, de la mitología bueñelesca o del señero Tod Browning.

El film es una oda al sonido como tesis, como licitación creativa, como fuente genésica y alquímica. El sonido como flujo, como continuo. Lynch juega con ruidos intra/extra diegéticos con destreza y eclecticismo, sin solución de continuidad. Los sonidos forman parte del pathos y de la enfermiza poética. Introducidos sin la tosquedad al uso en otros filmes inquietantes, generan sensaciones extremas, desarrollando una pesadilla audiovisual que ha situado la obra en los cenáculos de culto. El concepto sonoro es una señera oda al decoupage. Otra de las características de esta ópera prima es el diseño de arte. El atrezzo del film surge directamente de su vertiente de diseñador de mobiliario, edificando un universo obsesivo y opresivo. Lynch también es pintor y juega con las luces para presentar una paleta de emociones en medio de una pesadilla de sonidos industriales e inquietantes. Estos sonidos fueron creados de forma totalmente artesanal en el salón de casa o grabando seis horas de viento en Findhorn (Escocia).  Nada más lejano de las librerías de sonido actuales que estas “presencias”, como las denominaba Lynch.



Cabeza Borradora es una parábola que esconde la imposibilidad de alcanzar la felicidad. Henry (Jack Nance) debe plegarse a las miserias cotidianas a la servidumbre de la existencia.

Las obsesiones que posteriormente desarrollaría el director encuentran su germen en este film. La atracción por el sonido, la estructura narrativa circular, la oscuridad como hábitat, lo irracional como estética, la incertidumbre y esa filiación a un surrealismo de génesis propia e irrepetible. La poesía malsana y enfermiza por bandera.

La estructura rompe con la convencionalidad al uso tanto en la narrativa como en lo argumental. Por otra parte nos muestra el envés de la paternidad desde una perspectiva casi escatológica, donde la incertidumbre y la dependencia marcan la vida del protagonista. Un protagonista al que los actos sociales tampoco parecen inundar de alegría, como en la inquietante e incómoda escena de la cena con la familia de Mary (Charlotte Stewart).



La sombra del teatro de Ionesco planea sobre toda la iconografía. Hay reminiscencias buñuelescas y referencias a fuentes expresionistas, en esa espléndida y sórdida fotografía (Frederick Elmes y Herbert Cardwell) que nos introduce en la bizarra pesadilla de este collage.  Una señera paleta de referencias freudianas y antropológicas.  La influencia de Francis Bacon sobre el diseño del bebé monstruoso parte de “Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión), y culminan en el rostro de la mujer-cantante del radiador (Autorretrato. 1969). La ópera prima de Lynch tiene reminiscencias del trabajo de Segundo de Chomón (The Panicky Picnic. 1909), navegando por la sombra de Coucteau (La sangre de un poeta. 1930). Aunque su homenaje más cristalino es a la obra de culto El Carnaval de las Almas (Carnival of Souls. Herk Harvey. 1962), donde bebe del mundo industrial extraño, e incluso homenajea a los nombres de los personajes principales (Mary y Henry), hasta la melancólica música de órgano que aquella utilizara. Otro film, escrito por Samuel Becket, también se encuentra en la génesis de Erasedhead. Se trata de Film (Alan Schneider. 1965). De allí, extrae el ambiente urbano y ruinoso. El protagonista (Buster Keaton), habita en un paisaje existencial de malestar y distanciamiento y regresa también a un asfixiante apartamento. Lynch traslada a la pantalla sus obsesiones y pesadillas al estilo de los simbolistas. Mostrando un catálogo de psicologías torturadas donde lo onírico invade sin fronteras lo real. Donde el horror que se oculta bajo la tenue piel de lo cotidiano, late con un compás de pesadilla.

David Lynch nos hace descender Ad Inferos de la humana mente. Unos infiernos que solicitan una respuesta emocional del espectador. Los infiernos cotidianos de Henry surgen mediante mensajes ocultos y las interpretaciones libres. El artesano lo consigue mediante la deconstrucción de la historia, (mediante los planos) y la propia desconstrucción de los personajes. Consigue crear un clima obsesivo en base a la utilización exclusiva de luz artificial para ofrecernos una urbe irreal, surreal, depresiva, habitada de grisura. Una pesadilla  visual donde la industrialización es un monstruo que devora todo sentimiento y los humanos son grotescos y deformados. El conjunto de sonidos envolventes, siderúrgicos, decadentes o mecánicos es únicamente roto por una melodía que surge detrás del radiador. Único lugar fantástico que puede permitirse el protagonista en su inconsciente. Única huida de ese cosmos esquizoide y alienado donde no desea habitar. Una melodía, casi infantil, turbadora, inquietante. Como un carrusel onírico y desquiciado.



Esta representación musical de La Parca, le cuenta a Henry que en el “cielo todo está bien”. El radiador simboliza los sentimientos autodestructivos de Henry. La muerte como libertad del sistema opresivo y kafkiano en que malvive.

De hecho, tan sólo alcanzará la libertad desde su particular Purgatorio cuando, misericordiosamente, libera al extraño bebé de su sufrimiento y es recibido por la Dama del Radiador. Un brillante destello de luz para morir en sus brazos. La catarsis se ha completado. Ahora se encuentra en su propio cielo, en su propia libertad. El tono relajado y reconfortante (aunque turbulento) de la melodía, contrasta con el mensaje tanatológico. Una vez más, el autor se rinde a su vocación de utilizar escenarios y cortinas para representar lugares límbicos donde realidad y ficción se entremezclan. Aquí Lynch asume la posición de narrador, entremezclando sonidos extradiegéticos y diegéticos.

La canción “In Heaven”, que interpreta la chica del radiador, está compuesta por Peter Ivers. Con letra del propio Lynch. En el epílogo, el director escapa de la narrativa tradicional. Hay una búsqueda de la corporeidad, un sondeo del estrato más recóndito. Un turbio sendero hacia la angustia más visceral y revulsiva.



Erasedhead es una carga de profundidad contra la institución familiar, contra las inseguridades de la paternidad, el terror a la relación de pareja, a la castración de los sueños (la chica del radiador). El equilibrio entre surrealismo tardío, con influencias del simbolismo psicoanalítico y el dadaísmo; con su falta de reglas y su querencia por lo irracional y lo ilógico; cimentan la estructura de esta obra, hoy en día elevada a los altares del culto cinematográfico. Un poema oscuro, expresionista, de negritud opresiva, que cimenta su lógica en el sentimiento, no en la razón. La razón que no habita en una cabeza a la que le gustaría borrar todo. Manipular la realidad con una goma de borrar. Con una mágica Cabeza Borradora.

Este poema visual fue seleccionado en 2004. La película fue considerada «cultural, histórica y estéticamente significativa» por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, para su preservación en el National Film Registry. En 2010 el grupo Online Film Critics Society reunió una lista de los 100 mejores debuts de directores de cine. La ópera prima de Lynch quedó en segundo lugar. Por debajo del Ciudadano Kane de Orson Welles.