Identidad (Identity. James Mangold. 2003) es una no confesada actualización de Diez Negritos (Agatha Christie), dentro
de la convulsa mente de un asesino múltiple. Un motel de carretera donde
coinciden una serie de personajes, obligados a desviarse de sus respectivas
rutas, es el lugar donde comienzan a ser asesinados. El objetivo es descubrir
que les ha conducido hasta ese lugar, pero nada es lo que parece en este juego
mental. El motel se convierte en ratonera, donde la simbiosis de los diez
personajes se convierte en un problema matemático ¿Cuál es la identidad del
asesino? Con reminiscencias de “Tres
ratones ciegos” de Agatha Christie y de “La escalera de Caracol”, el
director juega con los planos detalle, golpes de efecto, o enfatiza los
primeros planos como lenguaje para transmitir la inquietud y el estado alterado
de esa forzada comunidad, convertida en involuntario Cluedo en la mente de un perturbado. La idea de que nuestras elecciones
ya han sido previstas con anterioridad, de que nuestros destinos ya están
predeterminados, juega con el difícil lastre del escenario único como en The Thing (John Carpenter. 1982) o La Ventana Indiscreta (Rear Widow. Alfred Hitchcock. 1954) y se
basa en el puzzle con giro final.
Cada personaje contiene un defecto y un
secreto, algo que los involucra, dentro de un motel que es como un personaje
vivo, latente, basado en sombras y colores, con el añadido de una naturaleza
hostil en el exterior. A lo largo del film iremos comprendiendo que esta
claustrofobia está provocada para que los personajes no puedan escapar ¿pero
porqué? ¿Por qué el personaje de John Cusack (Ed) es el único que tiene
chubasquero ¿Sabía que iba a llover? A lo largo de las dos historias, el
director pone bajo juicio la viabilidad de la justicia, de la ley y la medicina
moderna, con esa visión agnóstica y posmoderna en que desemboca el cine a
finales del siglo XX. Las dos historias van mostrando paralelamente el juicio;
en una madrugada lluviosa; a Malcom Rivers, con trastorno de personalidad múltiple,
que asesinó a varias personas en un complejo residencial. Simultáneamente, la
narración del hotel se va desarrollando con el asesino que traslada el policía,
escapando. Ha comenzado el juego de las identidades. Nos hallamos ante una
película poliédrica, trufada de homenajes a los clásicos donde el espectador es
partícipe de la investigación, siendo objeto de todo tipo de engaños como
aparentar que la vista del juico tiene lugar en el futuro, tras los
acontecimientos del motel. La realidad es que se trata de distintas diégesis y
cada una constituye una historia diferente aunque el epílogo las una
indisolublemente. El director juega con el binomio verosímil-inverosímil según
el plano de la historia que se desarrolle en ese momento, siendo el juzgado el
mundo de lo real (ficcional verosímil) y el motel el mundo donde los fenómenos
se pueden convertir en inexplicables. El momento culmen es cuando Edward
(Cusack) escapa de su mundo hacia la
diégesis del juicio y comprendemos que la identidad del perturbado asesino nos
ha estado controlando desde el principio. La historia paralela al juicio está
profundamente imbricada en la identidad (o personalidades) del sujeto, con
estructura de bucle. El motel es un espacio cíclico donde los personajes se ven
atrapados. También las identidades de los otros personajes están condicionadas
por el imaginario mundo en la mente del ¿protagonista? Edward es un antihéroe,
Paris tiene planes de futuro (y abandona al motel con vida), el grupo familiar
está disgregado, la antipática Caroline se convierte en la primera víctima, la
pareja de novios está rota, el policía no es lo que parece. La diégesis final
de la historia del motel se engarza directamente en la trama del juicio, la
dualidad del personaje muestra su verdadera identidad en una sorprendente
vuelta de tuerca. Lo insano también forma parte del inframundo como si fuera un
personaje más. La suciedad, la claustrofobia, la soledad del motel, lo
enfermizo de los personajes, la desolación de la América profunda, las
interminables carreteras solitarias. Hay una oscuridad posmoderna y pesimista
que flota sobre todos los protagonistas.
Pero no es más diáfana la historia que
se desarrolla en los tribunales, donde la ley es presentada como una maraña de
recovecos legales, de trampas, de artificios donde un culpable; bien asistido
legalmente; puede escapar de rositas. Es difícil empatizar con la personalidad
de ninguno de los personajes y el director nos conduce hacia un escaso interés
por las vidas (y muertes) de los figurantes para concentrarnos en el deseo de
averiguar la identidad del asesino. Como todo el cine posmoderno, la cinta es
un continuo autorreferencial cinéfilo, siendo Doce hombres sin piedad (12
Angry Men. Sidney Lumet. 1957), la inspiración del la diégesis de la sala
de juicios. Identity maneja
certeramente los resortes del género, las referencias o los homenajes. Un
ejercicio sobre la insania y las múltiples identidades, antimítico, lastrado de
perdedores donde prevalece lo negativo, representado en la enigmática identidad
del asesino múltiple.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.