sábado, 9 de noviembre de 2019

Identidad. 2003. James Mangold. En la mente de muchos

                              
                                                        






Identidad (Identity. James Mangold. 2003) es una no confesada actualización de Diez Negritos (Agatha Christie), dentro de la convulsa mente de un asesino múltiple. Un motel de carretera donde coinciden una serie de personajes, obligados a desviarse de sus respectivas rutas, es el lugar donde comienzan a ser asesinados. El objetivo es descubrir que les ha conducido hasta ese lugar, pero nada es lo que parece en este juego mental. El motel se convierte en ratonera, donde la simbiosis de los diez personajes se convierte en un problema matemático ¿Cuál es la identidad del asesino? Con reminiscencias de “Tres ratones ciegos” de Agatha Christie y de “La escalera de Caracol”, el director juega con los planos detalle, golpes de efecto, o enfatiza los primeros planos como lenguaje para transmitir la inquietud y el estado alterado de esa forzada comunidad, convertida en involuntario Cluedo en la mente de un perturbado. La idea de que nuestras elecciones ya han sido previstas con anterioridad, de que nuestros destinos ya están predeterminados, juega con el difícil lastre del escenario único como en The Thing (John Carpenter. 1982) o La Ventana Indiscreta (Rear Widow. Alfred Hitchcock. 1954) y se basa en el puzzle con giro final. 
Cada personaje contiene un defecto y un secreto, algo que los involucra, dentro de un motel que es como un personaje vivo, latente, basado en sombras y colores, con el añadido de una naturaleza hostil en el exterior. A lo largo del film iremos comprendiendo que esta claustrofobia está provocada para que los personajes no puedan escapar ¿pero porqué? ¿Por qué el personaje de John Cusack (Ed) es el único que tiene chubasquero ¿Sabía que iba a llover? A lo largo de las dos historias, el director pone bajo juicio la viabilidad de la justicia, de la ley y la medicina moderna, con esa visión agnóstica y posmoderna en que desemboca el cine a finales del siglo XX. Las dos historias van mostrando paralelamente el juicio; en una madrugada lluviosa; a Malcom Rivers, con trastorno de personalidad múltiple, que asesinó a varias personas en un complejo residencial. Simultáneamente, la narración del hotel se va desarrollando con el asesino que traslada el policía, escapando. Ha comenzado el juego de las identidades. Nos hallamos ante una película poliédrica, trufada de homenajes a los clásicos donde el espectador es partícipe de la investigación, siendo objeto de todo tipo de engaños como aparentar que la vista del juico tiene lugar en el futuro, tras los acontecimientos del motel. La realidad es que se trata de distintas diégesis y cada una constituye una historia diferente aunque el epílogo las una indisolublemente. El director juega con el binomio verosímil-inverosímil según el plano de la historia que se desarrolle en ese momento, siendo el juzgado el mundo de lo real (ficcional verosímil) y el motel el mundo donde los fenómenos se pueden convertir en inexplicables. El momento culmen es cuando Edward (Cusack) escapa de su mundo hacia la diégesis del juicio y comprendemos que la identidad del perturbado asesino nos ha estado controlando desde el principio. La historia paralela al juicio está profundamente imbricada en la identidad (o personalidades) del sujeto, con estructura de bucle. El motel es un espacio cíclico donde los personajes se ven atrapados. También las identidades de los otros personajes están condicionadas por el imaginario mundo en la mente del ¿protagonista? Edward es un antihéroe, Paris tiene planes de futuro (y abandona al motel con vida), el grupo familiar está disgregado, la antipática Caroline se convierte en la primera víctima, la pareja de novios está rota, el policía no es lo que parece. La diégesis final de la historia del motel se engarza directamente en la trama del juicio, la dualidad del personaje muestra su verdadera identidad en una sorprendente vuelta de tuerca. Lo insano también forma parte del inframundo como si fuera un personaje más. La suciedad, la claustrofobia, la soledad del motel, lo enfermizo de los personajes, la desolación de la América profunda, las interminables carreteras solitarias. Hay una oscuridad posmoderna y pesimista que flota sobre todos los protagonistas. 
Pero no es más diáfana la historia que se desarrolla en los tribunales, donde la ley es presentada como una maraña de recovecos legales, de trampas, de artificios donde un culpable; bien asistido legalmente; puede escapar de rositas. Es difícil empatizar con la personalidad de ninguno de los personajes y el director nos conduce hacia un escaso interés por las vidas (y muertes) de los figurantes para concentrarnos en el deseo de averiguar la identidad del asesino. Como todo el cine posmoderno, la cinta es un continuo autorreferencial cinéfilo, siendo Doce hombres sin piedad (12 Angry Men. Sidney Lumet. 1957), la inspiración del la diégesis de la sala de juicios. Identity maneja certeramente los resortes del género, las referencias o los homenajes. Un ejercicio sobre la insania y las múltiples identidades, antimítico, lastrado de perdedores donde prevalece lo negativo, representado en la enigmática identidad del asesino múltiple. 

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