sábado, 25 de mayo de 2019

La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero. Arán Dramática. Teatro López de Ayala






Dentro de las variantes del texto dramático, el monólogo es el nudo gordiano, tanto para el interprete como para el dramaturgo. Al interprete le exige versatilidad, dominio del timing, riqueza en la expresión corporal y (sobre todo), esa capacidad de conectar con el respetable y transmitir vivencias que no todo actor posee. Enfrentarse al texto de Rosa Montero conllevaba la dificultad de adaptar un paisaje literario imaginado para la densidad de la novela. Para la dramaturgia, la ventaja se encuentra en un texto construido en modo de reflexión. En modo de memoria (personal y colectiva). Sobre las tablas, esta forma de novela facilita el desarrollo, en especial si el texto está vivo y palpitante como es el caso de esta novela. Eugenio Amaya ha sabido alquimizar; en su particular laboratorio; la mezcla correcta de elementos, de crear en sus alambiques un texto teatral a partir de la novela genésica. Construida en torno a dos realidades paralelas, el diario de Marie Curie y una protagonista (alter ego de la autora), que convergen en situaciones, en problemas humanos y universales, ofreciendo un continuo ejercicio de metateatro. 

Con una narración fluida; ejercicio de personal exorcismo; Marie Curie se apodera de la autora ¿o es al contrario? Y ambas posesionan a María Luisa Borruel en un juego de espejos fascinante que nos habla de algo tan universal como el absurdo del dolor y los senderos que transitamos cuando arribamos en ese puerto brumoso. “Representar el dolor te lo quita de encima y lo convierte en otra cosa” (Rafael Chirbes. Crematorio). De este modo. la catarsis de la autora a través de la actriz, llega hasta el espectador en un ejercicio de sublimación. Sobre el escenario, un atrezo casi espartano (Claudio Martín), pero con todo lo necesario para narrar visualmente el mundo de la protagonista, su relación con su amado y; paralelamente; las cuitas de Marie Curie. Para esto también se apoyan en proyecciones de Alex Pachón y un espacio sonoro (Oscar López Plaza) respetuoso con las emociones, en segundo plano, con breves retazos de gran belleza, tempos reposados y acordes atmosféricos.  La iluminación (Xavi Mata) juega con la luz cenital sobre la protagonista y hermosos detalles como convertir una papelera en la luz azul verdosa del radio mientras el texto de Curie se refiere a su descubrimiento. Hay una (aparente) sencillez en esta propuesta. Desde la caracterización de lo cotidiano (Pepa Casado), hasta lo rutinario del escritorio, los papeles, el ordenador, que configuran el mundo de la escritora. Pero tras esa pantalla, los colores que nos muestra esta paleta de hermosas palabras son preguntas universales.  
María Luisa Borruel juega con la sensibilidad del texto y el dolor soterrado, navega con las inflexiones de su voz por la memoria personal y colectiva, controla el gesto, pasea ampliamente, utilizando todo el espacio escénico. La madurez dramática de la actriz crea un ámbito seductor, donde las vivencias entrecruzadas tornan universales. Pero también hay sitio para la reivindicación, para la justicia de la memoria, para explorar la analogía entre novela y teatro. El texto es todo un desafío, dada la contención que solicita frente a la intensidad de las emociones y su “normalización”. Pero sin perder la percepción de abismo que se abre con las pérdidas humanas. Borruel camina de puntillas sobre el dolor, juega con la continencia de los sentimientos; pese a lo traumático del fondo; dibuja con gestos sutiles la intensidad, en un personaje que es un verdadero derroche de sabiduría escénica. La obra, como un eterno retorno termina igual que comienza. María Luisa Borruel esgrime una sonrisa de aceptación, mucho más efectiva que los desgarros y desvaríos a que podría prestarse el tema (y se agradece que no los haya), recorre suavemente los muebles con las manos. Quizás retornando, quizás aceptando la realidad. Después vuelve a la reflexión inicial donde nos narra que al “no haber tenido hijos, lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido mis muertos”. Pero prefiero quedarme con ese párrafo magnífico y señero: “No hay nada tan hermoso y espléndido como el canto de una niña bajo la higuera”. Hermosa metáfora de la sabiduría que se adquiere tras el dolor y la aceptación. Pero si me permiten discrepar, pienso que
hay algo más hermoso: Que existan intérpretes que divulguen y den vida a estos sentimientos. Y que lo hagan con la solvencia y profesionalidad de este nuevo proyecto de Arán Dramática.



viernes, 24 de mayo de 2019

Esa noche de Miguel Murillo. Compañía Sienteteatro. Teatro López de Ayala


Los lúgubres acordes de la Tocata y fuga en re menor de J. S. Bach dan paso a un cuarteto de dantescas féminas. Envueltas en camisones góticos entonan una letanía antigua que; avisa e introduce; en un mundo cerrado, opresivo y obsesivo. Un universo de raíces lorquianas. Cuatro hermanas marcadas por los hechos terribles que sucedieron “esa noche” que rememoran una y otra vez, mientras vagan como espectros ¿o quizás lo sean?, por un decorado que rememora los cuentos de hadas pervertidos: unas camas de raíces palpitantes y trepadoras. A lo largo del texto, soportado en el racconto, va surgiendo la relación de las hermanas con su padre. Un coronel terrible con reminiscencias de aquel Saturno que devoraba a sus hijos y que nace directamente de la influencia de una escena de Carlos Saura en “Cría Cuervos”. 


Las mujeres (o los fantasmas) están atrapadas en los círculos de Dante y su vida es un continuo retorno como el mitológico Sísifo. Volviendo una y otra vez al mismo instante que las traumatizó Para desarrollar su liturgia catártica, las cuatro hermanas están acompañadas de obras musicales que se imbrican a la perfección en los instantes y vivencias. Para ello utilizan piezas populares como el lorquiano “El Vito” o incluso un bolero, certeramente interpretado por una de las hermanas. El espectro del padre, al modo hamletiano, sobrevuela (de referencia y presencia) el mundo del desdichado cuarteto. Incluso posesiona a Iniquidad que reproduce; habitada en marcial uniforme; el diálogo que el padre mantuvo esa noche con la hija ultrajada.

El autor juega con los tiempos, con los vacíos, con las palabras no nacidas, con la insinuación. El mundo claustrofóbico y patriarcal en que habitan Encarnación, Visitación, Asunción e Iniquidad, está asediado también desde fuera. La calumnia, la burla, el hispánico afán por la difamación forman parte del corpus vital de la familia. Presente y pasado se misturan en un juego simbólico donde las “niñas” pueden pasar a ser mujeres o mozas al siguiente instante, donde lo sucedido puede volver a suceder en un eterno retorno. Cada uno de los personajes (firmemente mantenidos por las actrices) desempeña un rol en esta partida de ajedrez donde se profetiza la tragedia (al clásico modo). Desde la hermana de cerrado y sacristía, hasta la casquivana.  Desde la sufridora resignada, a la Hécate vengativa. 




Esta paleta de brumosas emociones humanas desemboca, como no podía ser de otro modo, con las Furias sobrevolando la casa. Solicitando el pago de la deuda de sangre. Incluso en estos instantes, el autor se permite otra vuelta de tuerca final en su juego de espejos. Dejando al espectador las conclusiones sobre la veracidad de la existencia de los personajes que ofician esta liturgia. Un final abierto y palpitante. Diversas influencias se encuentran en la paleta dramática, desde los asfixiantes gineceos lorquianos, hasta el teatro del absurdo, pasando por los universos del extremeño Martínez Mediero. La iconografía; opresiva; con reminiscencias de cuentos infantiles y cinéfilas (¿Que fue de Baby Jane?), apoya esta tragedia psicológica donde los traumas reprimidos, el juego con los espejos, solicitan la participación activa del espectador incluso finalizada la obra. Concha Suárez, Juana Vaquero, Pepa Moreno y Maribel Jiménez recrean con solvencia los distintos estados anímicos de las hermanas, dotándolas de vida, introduciendo al espectador en ese mundo cerrado y surrealista que nació en “esa noche” y que ha marcado su pasado, presente y futuro.


viernes, 10 de mayo de 2019

José Vicente Moirón Actor







-Existen personajes que se te aferran a  la piel. Que permanecen más allá de los aplausos desde la platea, de las horas de ensayo.
Unos por su densidad humana o su simbolismo antropológico. Otros por el recorrido humano y la exigencia vital a que somete al actor ¿En que parámetros situaría a Cosme, el protagonista de “El Otro”, esa incursión unamuniana en el mito de Caín y Abel?


-El personaje de “El Otro” es de una profundidad extraordinaria, alguien que vive una experiencia sobrenatural muy lejos de la comprensión humana, y eso a ojos de los demás lo convierte en un loco; pero… ¿es un loco porque ha perdido la cordura o porque razona demasiado? En esas profundidades se mueve el personaje. Ha sido un viaje maravilloso. He aprendido que todos llevamos dentro una versión de nosotros que no nos gusta, un gemelo al  que podemos llegar a odiar, nos molesta, incluso nos angustia y que escondemos, pero pervive en nosotros hasta que morimos y debemos aceptarlo para  ser felices . He llegado casi a la obsesión con Cosme y Damián, por serle sincero al personaje; me he puesto como actor  a su servicio y he rehusado caer en el artificio a la hora de interpretarlo. Esa ha sido mi intención. Por otro lado he pensado mucho en su autor: su inteligencia, su obsesión por la otredad, por la duplicidad de la personalidad; y por todo esto he llegado a entenderme, a aceptarme y a quererme más.


 



-Alberto Conejero ha añadido un sesgo histórico de profunda raíz hispana. Las referencias al conflicto civil, ya desde el primer cuadro, son numerosas. Desde esa radio que transmite noticias del bando vencedor, hasta las profundas metáforas universales sobre enfrentamientos fratricidas ¿Considera que el teatro es una textura que solicita renovación o adaptación a los tiempos?

-Debemos tener en cuenta las necesidades del espectador del siglo XXI. Qué le interesa en este momento, qué puede atraparle; y por otro lado, qué podemos aportar los creadores en la actualidad que nos diferencie de anteriores versiones o puestas en escena. El teatro de Unamuno es singular y en “El Otro” se habla de la personalidad, un tema que obsesiona al ser humano desde que el mundo es mundo, es decir que goza de una vigencia absoluta. Sin ninguna duda, la renovación teniendo en cuenta todos estos aspectos es muy positiva; se puede preservar la esencia pero desde una mirada contemporánea que cohabite con ella. Considero un acierto situar el drama de Unamuno en la posguerra española, se entiende mucho mejor un texto que se resiente por el paso del tiempo, podemos jugar con la ambientación -algo muy atractivo de cara al espectador-, las metáforas, una guerra civil fratricida con el odio de los dos hermanos protagonistas de la obra… Los clásicos perduran en el tiempo pero las formas cambian y debemos mostrarlos acorde a la actualidad.

 

-¿El teatro como arma, como revulsivo del espectador, como tesis? ¿O un teatro como cultura en estado puro, que no se inmiscuya en lo coyuntural y sirva únicamente como expresión artística? Pienso ahora directamente en mucho del Teatro del Siglo de Oro (excepción de Fuenteovejuna), enfrentado; por ejemplo; al teatro comprometido de  Bertolt Brecht o el social de Buero Vallejo.

El teatro debe ser un reflejo de la sociedad actual, una obligación. Debe ser el altavoz imparcial del ciudadano, el formador popular, no debe alejarse de su cometido. Considero que todo el teatro es político, hasta la comedia más irrelevante, por mucho que se disfrace únicamente de entretenimiento. El compromiso teatral está vinculado a defendernos de las injusticias de manera pacífica y sublime; a través del talento, elevarnos y emocionarnos, mostrándonos cómo actuamos los seres humanos en diferentes circunstancias; acercarnos a los grandes dramaturgos de la historia de la literatura que siguen siendo referentes, y de la misma manera a los noveles. Es un escaparate que nos advierte de las miserias humanas y pone en alza los grandes logros. Estoy convencido de la labor y el compromiso social con el hombre.

 




-¿Que diferencias técnicas encuentra para su trabajo en teatro, en series (Aída, Los Hombres de Paco, Un paso Adelante) o en el orbe cinematográfico (El mal del arriero)?

-Muchas, la televisión y el cine son dos medios que también me apasionan. No me dejan  prodigarme tanto como en el teatro, pero disfruto mucho trabajando para la cámara. Depende mucho también del personaje y por supuesto del guión. Trabajar en cine te obliga a hacer el ejercicio contrario que en el teatro. Es minimizar cada gesto, delegar en la mirada tan difícil de captar en el teatro, equilibrar la voz, dejar de proyectarla… No es nada fácil para un actor que viene del teatro y se entrena cada día en él. Los primeros días de un rodaje me siento incómodo, tímido, midiéndome en exceso y por tanto no disfrutando plenamente; pero una vez que te haces con el equipo y el tono, y acabo entrando en la dinámica sin tener que observarme, lo disfruto extraordinariamente. Es tan difícil llegar con tu personaje a la última fila del patio de butacas en el teatro como soportar un primer plano ante la cámara.

 

-Un personaje difícil el de Elías Redondo, llevado por el viento de los acontecimientos. Una parábola sobre La impunidad de la élite social. Le valió la candidatura al Goya a “Mejor Actor Protagonista”

-Lo disfruté muchísimo. Me encantó descubrir como crecía el personaje día tras día, adaptarme al anacronismo del plan de rodaje; inicié el rodaje grabando la última secuencia de la película. Tienes que tener una memoria  de elefante para recordar el estado emocional en que dejas al personaje tras rodar una secuencia y grabar la que le sigue días o semanas después. Fue una experiencia inolvidable y muy dura. Espero que no suene a tópico pero, por ejemplo, estaba ambientada en primavera y rodamos en uno de los peores inviernos que se recuerda: frío, lluvia, y vestidos con camisas y calzado fresquito; tuve que bañarme desnudo bajo cero  en el lago de la cantera de Alcántara y salir del agua como si nada… Fue más de un mes de rodaje donde no hubo un solo día en el que yo no estuviera presente. Recuerdo madrugar mucho y acabar muy tarde. En fin, todo por mi primer protagonista en el cine, por una película con la que quedé muy contento y con un galón más de experiencia.

-Se atreve usted con todo. Dentro del ciclo de Música Actual, que desarrolla la sociedad Filarmónica de Badajoz, se simbiotizó con una de las agrupaciones punteras en el campo de la música contemporánea: Sonido Extremo. “Coming Together” es una experiencia cargada de contenido social y humano, donde recreaba las cartas que escribió un preso estadounidense a su hermano, contándole la vida y el paso del tiempo en la prisión de Attica (Nueva York). Imagino que un caramelo para cualquier actor…

-Desde luego que si, lo disfruté muchísimo. Me encantó la obra,  cómo está compuesta, lo que cuenta y cómo lo cuenta: una estructura espiral que repite frase tras frase entrando en un bucle inacabable. … Ahí hay una obra de teatro que espero algún día poder hacer. Yo tenía experiencia previa con otras formaciones musicales, como es el caso de la OEX. Con ella y con Jesús Amigo grabé “Los Cuentos Fantásticos” de Terry Jones, “El camino hacia el jazz” y “La Guía de Orquesta para Jóvenes” de Britten, por tanto había roto el hielo, sabía lo que era formar parte de una obra musical donde el recitador es  un instrumento más de la orquesta. Eso me animó a aceptar la propuesta, aunque en el caso de “Coming Together” uno de los retos más significativos fue tener que recitar en inglés. En cuanto a trabajar con el equipo humano de Sonido Extremo, sus músicos, Javier González Pereira a la cabeza y Jordi Francés en la dirección, fue una pasada.

 
 


-Las piedras milenarias del Teatro Romano de Mérida le han visto en la piel de ese Edipo atormentado que adaptó Miguel Murillo, (del que tuve el placer de hacer la reseña), o del heroico Ayax. Ahora se enfrenta a un montaje arriesgado, de intensa violencia y crueldad ¿Levantará ampollas su “Tito Andrónico”, vía Shakespeare?

Espero que sí. Me gusta no dejar al público indiferente. Yo debuté profesionalmente con esta obra de Shakespeare a los 21 años. Interpretaba a  Quirón, uno de los príncipes godos. Esta vez haré de Tito. “Tito Andrónico” no es una obra inofensiva, es la historia de una venganza muy cruel, muy sanguinaria. Es el primer drama de Shakespeare, aunque no su primera obra. Me fascinó siempre. Somos muchos en este proyecto y todos estamos magnetizados por él. Nando López ha tejido una versión maravillosa. Tito no es un héroe como lo es Ayax, ni un ejemplar gobernante como es Edipo; ni forma parte del ideario grecolatino, entre otras cosas porque no pertenece a ese repertorio. Es un soldado que ha perdido a muchos hijos en las contiendas de Roma. No emociona tanto a simple vista, pero está lleno de aristas que lo hacen grande y ahí es donde quiero explorar y encontrar, porque intuyo que dentro de él alberga un tesoro que quiero descubrir.

 

–“Edipo” le colocó en el trayecto a los premios MAX, como mejor actor protagonista ¿Utiliza algún truco para no llevarse a casa estos personajes atormentados? Si no hay sinceridad en la interpretación, estos  iconos no funcionan. Y para esto hay que dejarse la piel…

Tengo cierta empatía con estos personajes. Me apasionan y sí, me los llevo a casa. Forman parte de mí durante el proceso de ensayos a todas horas. Me encanta imaginar qué haría José Vicente Moirón si le ocurriera lo que le ocurre a Edipo, a Ayax o a Tito; y esa máxima es la que me permite acercarme de manera sincera al personaje. Me los llevo a casa y les doy la bienvenida de manera amistosa. Me cambian la vida por un tiempo y lo acepto como un regalo. Sé convivir con ellos sin que me causen perjuicio.

 -Desde el teatro desnudo de “Algo en el aire”, huyendo del artificio, casi sin acción, caminando hacia obras con profusión de recursos y escenografías impactantes ¿En qué territorios se siente más cómodo?

En ambos. Siempre y cuando el protagonista no sea el continente. El contenido es lo que debe primar. Lo que me atrapa y hace que  esté cómodo, al margen de como lo vistan. Soy amante de lo sencillo y no de los fuegos artificiales, pues se esfuman rápido y tiene que ver más con el “espectáculo” que con el teatro. Soy partidario del minimalismo en el teatro, de sugerir más que de mostrar. El teatro es imaginación y debemos dejar que el público se inspire con lo que ve, no darle las tareas hechas y quitarles ese placer.
 


– ¿Hay espectáculos y personas que de un modo u otro representen un hito en su vida artística. Le doy unos nombres: El Búfalo Americano (premio Max), José Manuel Villafaina, Muerte de un Viajante, Pedro y el Capitán, El Hombre Almohada (Premio Extremadura a la Creación 2008, Premio Arcipreste de Hita a la mejor interpretación)…

Son momentos inolvidables y personas que afortunadamente aún forman parte de mi vida, a las que sigo admirando y recurriendo cuando las necesito. La vida por otro lado me ha quitado otras personas demasiado pronto, por eso valoro la amistad por encima de todo. Los premios y los espectáculos más relevantes en mi trayectoria hasta el momento, son como muescas en las botas, me recuerdan la veteranía que ya me acompaña. Son momentos y períodos mágicos, destellos de luz que me ayudan a disipar y desechar los momentos oscuros de esta profesión, y me ayudan a continuar.  Cuando los recuerdo, pienso en todos los compañeros y amigos que he podido hacer y pienso: “Esta profesión crea una familia nueva por montaje, una forma de vivir maravillosa, una filosofía de vida, y soy el tío más suertudo del mundo”.

-Sitúe en su vida “Teatro del Noctámbulo”…

Es mi columna vertebral profesionalmente hablando. Qué difícil fue empezar y qué difícil mantenerse… pero cuánta satisfacciones me ha dado y espero me siga dando. Teatro del Noctámbulo es un proyecto que nace de la necesidad de poner en pie textos comprometidos con la sociedad de hoy y donde abordar personajes que difícilmente te van a ofrecer. En la Red Nacional, y por supuesto en Extremadura, hablan del sello “Noctámbulo”. Comercialmente esto puede ser bueno o puede ser malo, según los gustos y necesidades de los programadores, pero artísticamente es un orgullo que cualquier profesional nos sitúe rápidamente en nuestra línea de trabajo, muy reconocida, por la calidad de los espectáculos y por la búsqueda de nuevos textos teatrales. Soy fan de Teatro del Noctámbulo, de quienes trabajan a mi lado codo con codo, de cada actor, cada creativo, cada director que ha pasado por la compañía; a todos ellos les debo que se hayan sumado a la exigencia que marcamos con cada proyecto.


 


-El actor (al igual que los músicos) es un nómada vocacional, un itinerante en el camino de la vida ¿En algún instante se arrepiente y añora una estabilidad vital? ¿Cambiaría la adrenalina del estreno por la quietud y la serenidad de otras profesiones?

-Es uno de los peores aspectos de mi profesión, la itinerancia, ni siquiera la temporalidad. Estoy tan acostumbrado a esa dinámica que ya no me asusta, pero es muy injusta y el motivo de que muchos actores hayan tirado la toalla. Sé que si he tenido un año bueno, tengo que ahorrar para el siguiente que puede que sea ruinoso. Es uno de los problemas que planteamos en el Estatuto del Artista. No puedo añorar la estabilidad económica porque nunca la he tenido, pero el bienestar emocional que me proporciona esta profesión de alguna manera “compensa” el otro aspecto. Hoy por hoy no me veo haciendo algo diferente, no cambiaría el estreno de una obra de teatro por otra cosa, pero también estoy seguro de que si  tuviera que dedicarme a otros menesteres acabaría adaptándome. Hay otras muchas cosas que me gustan y no hago por mi dedicación exclusiva al teatro.

 –Su primer estreno fue “Mi Rival” de Helder Costa con “A Barraca” de Lisboa. Allí se narraba la relación entre un travestí (Leandro Rey) y usted en la piel de un policía ¿Si poseyera una máquina del tiempo, cambiaría algo en sus interpretaciones, aportando la experiencia y sabiduría posteriores?

–No, no lo haría. Me enternece mirar atrás y cuando me veo interpretar en un vídeo de veinticinco años atrás, me doy cuenta de cuánto he aprendido. Esta profesión es una carrera de fondo, no un sprint y los veteranos del teatro dicen que se trata de un oficio que se aprende y estoy de acuerdo. No soy el mismo actor que hace treinta años, he ganado en experiencia y he perdido quizá en frescura.

-Para finalizar. Me atrevería a asegurar que una de las obras que más piel le arranca es “Contra la Democracia”. Esa dualidad del actor debe causar dolor, especialmente el personaje del genocida Leopoldo de Bélgica…

-Estoy de gira con ese espectáculo. Qué gran texto y qué necesario en estos momentos. Es un disparo de sal gorda. Aún nos sorprendemos con las lecturas que hacen los espectadores: algunas cercanas a las nuestras y otras muy alejadas de lo que nos proponemos. Pero así es el teatro descarnado, sin filtros, sin suavizante… Es una denuncia muy seria de la manipulación política a la que estamos sometidos, y no hablo de colores, ni de partidos, me refiero a la corrupción del poder político que llevamos sufriendo desde hace mucho tiempo. Cualquier ciudadano que se sienta a ver “Contra la democracia” se revuelve en la butaca porque es muy difícil que no se sienta reflejado en cualquiera de las siete historias que contamos. Una de ellas versa sobre el discurso de dos dirigentes políticos de distintas épocas: Dick Cheney y Leopoldo II de Bélgica. Es incomprensible que con tanta distancia generacional, ambos tengan el mismo discurso cruel e inhumano. Eso demuestra que no aprendemos de nuestros errores, sino que volvemos a repetirlos. Me toca interpretar a Leopoldo. El personaje entra en escena poniendo en valor La Familia, como pieza angular de la sociedad y se le cae la baba hablando de sus dos hijos pequeños. Al final de la escena acaba forzando y violando a una camarera de veinte años…

No recuerdo haberlo pasado tan mal con otro personaje, la vergüenza que sentía en los ensayos con la actriz con la que interactuaba, con el director y el resto de actores. Y no quiero recordar con el público en las primeras funciones; aún hoy después de muchos bolos, lo sigo pasando fatal. Me reconforta el mensaje que queremos enviar, eso lo justifica todo. El actor debe defender siempre su personaje, pero en este caso se me hace imposible.

 
                


martes, 7 de mayo de 2019

El Otro. Unamuno/Conejero. Compañía El Desván Teatro.Teatro López de Ayala


Poner en escena una propuesta metafísica como la unamuniana “El Otro” es una apuesta valiente, arriesgada y plena de amor por las tablas. Ya en su época los estrenos de Unamuno, junto con Valle Inclán, Gómez Carrillo o Martínez Sierra, reclamaban salas privadas y publico minoritario. El existencialismo se mistura con un cierto aroma policíaco y la metáfora del conflicto entre hermanos, convive con el misterio que en boca de la Ama (excelente Celia Bermejo), adquiere tintes filosóficos: ¿Es que si conociéramos nuestro destino, nuestro porvenir, el día seguro de nuestra muerte, podríamos vivir ?El teatro del escritor vasco es pura síntesis, lenguaje diáfano, preciso, siguiendo la estela clásica, pero con amplia querencia por el teatro experimental de la época. Este es un drama de fuerzas primigenias que navega en aguas procelosas. La dualidad, el cainismo, el subconsciente, son algunos de los temas a los que se aproxima el texto. Esos gemelos, tan separados como los de la comedia de Plauto, se convierten de la mano de Alberto Conejero en metáfora de una herida histórica abierta. En memoria y reflexión sobre la barbarie (y sobre la locura y la muerte). Para ello las licencias y referencias sitúan la obra en un espacio anacrónico (la postguerra española). Una peculiaridad que se anuncia desde su inicio, cuando en la radio un remedo del noticiario del Régimen, nos sitúa certeramente en el espacio vital. Unamuno estrenó esta obra en 1932 con la compañía de Enrique Borrás en el Teatro Real.



Aún quedaban unos años para el conflicto de desgarraría el país, por lo cual la metáfora asume el nivel de profecía. De este modo, desde la génesis de la obra de Unamuno, los dos hermanos pasan a representar el absurdo y la sinrazón de una violencia histórica. Las aportaciones musicales (Álvaro Rodríguez Barroso), transmiten la opresión y angustia de los protagonistas o sitúan históricamente el instante con obras como “El Vito”, que fuese recogido por Federico García Lorca. Un guiño certero a la parábola histórica.
José Vicente Moirón peina con intensidad su personaje (Cosme), sus ausencias, las metamorfosis de esta difícil propuesta, extrayendo gran variedad de registros, declamando con precisión, ritmo y elocuencia. El rencor fratricida bebe directamente de la nueva psiquiatría de la época, jugando con la contienda histórica y planteando diversos niveles, en un juego de espejos denso y lleno de interrogantes. El texto está lleno de referencias clásicas y hebraicas, desde las mitológicas Furias, que el protagonista dice que “vienen a atormentarle”, hasta  la leyenda de Esaú y Jacob, los dos hermanos que ya combatían en el vientre materno.


”El Otro” plantea dilemas universales sobre la identidad del ser humano, las verdades incompletas, el desconocimiento de nosotros mismos. Esta versión, dirigida notablemente por Mauricio García Lozano, añade la conciencia histórica, el desdoblamiento de Caín y Abel en un lugar “por donde cruza errante la sombra de Caín”. Machado sabía bien de que hablaba, y la propuesta de El Desván Teatro,  juega con los resortes de una memoria que aún no cierra heridas, de la otredad entendida como enfrentamiento. Habla sobre la capacidad de ser a la vez victimas y verdugos.  La mímesis de las mujeres, mutando en nacientes rivales para continuar el ritual de destrucción, es el último eslabón de una cadena que sólo se consuma con el sacrificio ritual del protagonista. El ritmo dramático es creciente en cada cuadro hasta la catarsis final. La escenografía coparticipa para ofrecernos esa sensación de opresión, de prisión interna. Lo hace bebiendo de las fuentes del expresionismo alemán, con esos decorados de paredes ligeramente inclinadas y cristales opacos que sugieren una prisión interior. Un paisaje sin escape posible que hunde sus raíces en el juego entre la razón y la locura. Es loable la recuperación de obras como “El Otro”, de escasa representación desde su estreno (fue recuperada por Jaroslaw Bielsky en 1995), que nos acerca a uno de los más intensos e incomprendidos dramaturgos hispanos. Un teatro despojado de todo adorno, salvo lo esencial, donde la palabra es el arma, la guía y la catarsis.


 El resto del elenco define los personajes con seguridad y ardor dramático. Desde el freudiano neuropsiquiatra  Ernesto, encarnado por un certero Domingo Cruz; de potente presencia escénica; a la profunda y simbólica Ama (Celia Bermejo), transmutada en un taciturno demiurgo que sostiene alguna de las mejores líneas del texto. Delicada e intensa Carolina Lapausa (Laura), para un personaje desnortado de difícil desarrollo y Silvia Marty (Damiana) de controlada dicción y amplios recursos corporales. El Otro es un espejo de inquietudes no solucionadas, de heridas jamás cauterizadas. Una sacudida que, de la mano de El Desván Teatro, deviene un espectáculo intenso, hipnótico y desmitificador.




Proyecto Iberescena España-México / Coproducción Junta de Extremadura
Miguel de Unamuno / Alberto Conejero
Dirección: Mauricio García Lozano
Escenografía y coordinación artística: Diego Ramos
Diseño de producción: Domingo Cruz
Producción México: Claudio Sodi, Magnífico Entertainment
Actores (por orden de aparición)
Celia Bermejo / Paloma Woolrich
Domingo Cruz
Carolina Lapausa
José Vicente Moirón
Silvia Marty
Ayudante de dirección: Pedro Luis López Bellot
Diseño de iluminación: Fran Cordero
Composición musical y espacio sonoro: Álvaro Rodríguez Barroso
Diseño de vestuario: Gala González
Diseño gráfico: Al Rodríguez
Dirección técnica: José Manuel Paz Corbelle
Asistencia técnica: Solomúsica
Confección de vestuario: Inma Cedeño
Pintura y acabados de escenografía: Pilar Triviño (CreArte), Luisa Santos, Diego Ramos
Comunicación: Toñi Escobedo
Construcción de escenografía: Javier Parejo y Diego Parejo (Escenografías El Molino)
Fotografía: Ana Antolín
Video: El Centro de Documentación Teatral (INAEM)
Maquillaje: Rocío González
Asistentes de producción: Mario Martín y Javier Gutierrez