Acercarse
a un film de las características de “Valerie y su Semana de las Maravillas” no
es un ejercicio apto para cualquier cinéfago. Su ruptura de la lógica
narrativa, su vocacional onirismo en los límites de lo real, su discurso pleno
de imaginería y simbolismo hermético y la aproximación peligrosa a tabúes
sociales, son escollos insalvables para espectadores poco avezados en estos vericuetos. Valerie
habita en esa edad frutal, entre la aparición del primer menstruo y el adiós
definitivo a la infancia. Recorre parajes edénicos, de un claro paganismo
bucólico, “locus amoenus” alejados del mundo urbano, desprejuiciados y henchidos de una embriagadora belleza naif.
Las
alegorías y referencias envuelven a esta núbil Valerie (trasunto de Alicia in
Wonderland), en su viaje hacia la madurez con todas sus consecuencias. La
protagonista navega entre los personajes metafóricos e icónicos que van
mostrándole un mundo nuevo, lejano de la niñez, en el marco de una aldea
surrealista, donde la imaginería religiosa extrema se da la mano con el cine de
terror reinterpretado (del que luego bebería “En Compañía de Lobos”, de Neil Jordan). Valerie es más un icono que un personaje. A pesar de la formidable
interpretación (esos primeros planos) y los ojos patricios de la jovencísima
Jaroslava Schallerová, que transmiten carnalidad y espiritualidad a partes
iguales al mitológico conjunto. El checo Jaromil Jires (El Grito, El León de la
Melena Blanca) juega con símbolos jungianos, freudianos y metáforas
autocomplacientes que camuflan críticas al régimen, con una clara aptitud de transgresión.
La vocacional desarticulación de ritmo y lógica narrativa, son
características de ese cine que entonces
se denominaba “De Arte y Ensayo”, para poder burlar la censura de determinados
países. Que se pudiera grabar un film de estas características en la
Checoslovaquia de 1970, es poco menos que asombroso, ya que esta bizarra
versión de “Alice” contiene elementos perturbadores, inquietantes y morbosos, en
clave buñuelesca. “Valerie y su Semana de las Maravillas” es un cuento de hadas
pervertido, ligeramente pretencioso, habitado de una artificiosidad lisérgica,
que hoy es obra de culto en los cenáculos culturetas. Situada en un espacio
atemporal con clara vocación de medioevo, que no le haría ascos al ensayo de
Humberto Eco “La Nueva Edad Media”.
Ensoñadora propuesta, con subtexto sobre el despertar sexual adolescente, teñido de cuento
gótico e imágenes envueltas en esteticistas “flous”, cercanos al David Hamilton de
“Bilitis” y una imaginería, casi rozando el realismo mágico con su cromatismo,
donde predomina el blanco (virginidad/pureza) en la paleta. Como contraste con
la oscuridad (mal, muerte) del diseño de vestuario para los factores negativos del
elenco (vampiro, sacerdote, hurón, nosferatu, criptas, etc). Clara referencia pictórica
utilizada después por el Derek Jarman para el diseño de “Los Diablos”, que
dirigiría Ken Russel.
Destaca
la utilización de la edición elíptica y el uso de la fotografía aprovechando
iluminación natural de una calidad cristalina en las zonas de luz: prados bucólicos, primeros planos nimbados, espuma…para
envolver este poema surrealista a caballo entre Buñuel, Jodorowsky y Darío Argento.
El juego de imaginerías no deja lugar a dudas. Por la pantalla desfilan unos pendientes
de connotaciones erógenas, pájaros en jaulas de cristal, cerezas maduras que la
niña saborea, filmada con una fascinación fetichista por la cámara, palomas que anidan
en su pecho, la gota de sangre menstrual derramada en una margarita…para
acompañar la epifanía de la protagonista. La mutación parece ser la clave
“burlesque” de este poema insano donde el mal se convierte en lástima, la vejez
en juventud, la inocencia en morboso conocimiento o la piedad en lujuria. “La mutabilidad está teniendo un día de campo”
podemos leer en "La Carne y el espejo”, el retrato literario de Angela Carter, autora de
cuentos de hadas perversos como “En Compañía de Lobos”. Valerie es un desfile
de Edipos freudianos, de Faustos que venden su propiedad a cambio de juventud.
Allí están la rivalidad y rito de pasaje de Blancanieves, familiares con oscuros deseos, y mucho, mucho psicoanális.
La cinta fue pergeñada durante el totalitarismo comunista, que censuraba el
cine para minimizar la creciente disidencia y descontento de la población.
Algunas escenas rememoran con nostalgia el ambiente bucólico y los ciclos de la naturaleza de forma un
tanto pintoresca con claras referencia al paganismo, frente a la creciente industrialización
a que era sometido el país. También suelta un sonoro hachazo a la colonización cultural del catolicismo.
Metáfora
de una Checoslovaquia siempre ocupada y sometida históricamente que se condensa
en la frase de Valerie “Ojala que esto pudiera terminar con las brujas”, léase
Stalin, Bresnev, Hitler y personajes varios…
Clara
referente de la “Nueva Ola” checoslovaca con sus aportaciones genésicas de
defensa de la libertad de expresión, el uso del humor negro como válvula de
escape, el surrealismo como burla de la opresión política.
Este
movimiento vanguardista; con resaca de la Nouvelle Vague; bebe de
la primavera de Praga, buscando la escisión con el realismo socialista
utilizando citaciones kafkianas, la sátira y la ironía como armas.
Hay que
destacar a cineastas como Milos Forman (Amadeus), Jirí Menzel (Trenes
Rigurosamente Vigilados) o Vojtecj Jasný (Todos mis Compatriotas), como
miembros de esta cofradía. La película está basada en una obra del poeta y
músico checo Vítězslav Nezval, cofundador del movimiento surrealista (y del
movimiento “Poetismo”). Estos autores
buscaban referencias en Francia para su corpus literario y miraban hacia Rusia,
debido a la ideología marxista de algunos miembros del grupo.
La
Banda Sonora de “Valerie un Divu týden” fue lanzada por primera vez en 2006.
Luboš Fišer compuso una partitura feérica, casi
de cuento infantil, basándose en coros infantiles, voces lejanas, percusión, mixturándolo con súbitas estridencias, aullidos o golpes de efecto. El
leitmotiv es utilizado repetidamente con variaciones en la orquestación, desde
un leve pizzicato hasta la cuerda
solemne, pasando por los vientos para dar un aire bucólico. Incluso una
imitación con xilófono de cajita musical con ballerina. En las escenas
costumbristas, una fanfarria con melodías campestres desfila por las calles. El
compositor se atreve con un remedo de
música sacra y oración en determinados instante. Aunque los melismas del coro
buscan la irritación, estallando en un final con órgano que deviene catarsis
absoluta. Estas notas contrastan con el leitmotiv recreado en la guitarra para
momentos de sosiego o ensoñación.
Hay
una utilización repetitiva del glokenspiel y su metálico timbre en la aparición
de los pendientes, que son como un Mcguffing durante todo el metraje.
El
grupo The Valerie Project sustituye
la banda sonora original de esta película.
El
resultado ha sido un disco complejo, de treinta cortes, que se ajusta como un
guante al metraje de la película. Fue
compuesto para ser tocada en directo junto con la proyección cinematográfica.
De este modo se creaba una atmósfera muy especial.
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