jueves, 31 de agosto de 2023

LAS CRUELES (EL CADÁVER EXQUISITO) VICENTE ARANDA

 





Hubo un tiempo en que un grupo de jóvenes cineastas e intelectuales barceloneses influidos notablemente por la “Nouvelle Vague” francesa y el “Free Cinema” británico abanderado por directores como Tony Richardson (La Soledad del Corredor de Fondo), tratan de alejarse del cine centralista y folklórico, dando lugar al nacimiento de la llamada Escuela de Barcelona, con un concepto del cine más vanguardista o experimental. Muchos de sus integrantes (Pere Portabella, Roman Gubert, Gonzalo Suarez, Vicente Aranda) fueron etiquetados como la “Gauche Divine”. Películas valientes. Autofinanciadas. Con un claro enfrentamiento al Régimen, de argumentos intelectualizados o coqueteando con la experimentación. Ofreciendo como obras más emblemáticas “Dante no es únicamente severo” de Jacinto Estava y Joaquim Jordá, Biotaxia de Jose M Nunes, o el drama; casi de ciencia ficción; “Fata Morgana” de este autor, donde aparece una de las musas de este movimiento: Teresa Gimpera. 

No debemos olvidar que en denominado cine mesetario, en aquellos días militaban (involuntariamente) directores como Bardem, Berlanga o Saura. El Cadáver Exquisito (1969); retitulada Las Crueles; posee reminiscencias del film Las Diabólicas de HG Clouzot, mixturada con una admiración al cine hitchconiano, no exenta, del espíritu de Resnais. Sin encontrar el apoyo del gran público o de los cinéfilos, que lo consideraron un esnobismo antes que un movimiento, La Escuela de Barcelona hizo aguas a principios de los 70, dejando un puñado de películas frescas, progresistas, vocacionalmente provocativas, y con querencia de vanguardia, que habían luchado por sobrevivir entre la censura, la pobreza creativa y el páramo cultural de la dictadura. 

Con un punto de locura colectiva, frente a la insania real (y social) que les rodeaba. Ante la grisura imperante, ofertaron un cine fresco, inclasificable, imaginativo y rupturista. No es “Las Crueles” una de las mejores obras de Vicente Aranda, pero merece un acercamiento para comprender la estética (y la ética) de aquellos cineastas que buscaban romper con los convencionalismos visuales y formales. Nace, pues, este “Cadáver Exquisito” dentro del caótico movimiento visual barcelonés, que apagaba sus penas entre copas nocturnas en el Bocaccio, templo glamouroso de la “Gauche Divine”. El guión; basado en la novela Bailando para Parker; de Gonzalo Suarez, deja entrever la sombra y el universo del director/escritor a lo largo de todo el metraje. Rodaje accidentado (Vicente Aranda tuvo que dirigir en una camilla adaptada), encontró a los cancerberos de la censura con prontitud, olisqueando recortes y tijeretazos. No era para menos: presentar en aquella época un argumento con editor de novelas que recibe miembros femeninos despiezados en paquetes, enviados por la enigmática amante de una antigua novia (Capucine en la cumbre de su estilo "esfinge") y que, a su vez, seduce a la actual esposa (Teresa Gimpera). Demasiado sórdido para la época. Demasiada tela para cortar. Si añadimos el acercamiento de Aranda a lo que sería su posterior filmografía, con apenas esbozos de sexo. Aunque estos balbuceantes desnudos resulten al ojo actual, melindrosos y de parvulario, son comprensibles las trabas encontradas por este atípico thriller, para su exhibición en aquellos años sombríos. Encontrada danza entre Eros y Tánatos, la muerte y el amor, el autor utiliza textos de la monja Mariana Alcoforado, autora de Cartas de Amor de la Monja Portuguesa, para habitar alguna secuencia. Los personajes resultan excesivamente esquemáticos. Capucine no está en su mejor momento y la musa Teresa Gimpera, desaprovechada en toda su belleza, luce un look; a lo Kim Novak en Vértigo; que promete más de lo que ofrece. 

Lastrada con algunos zooms y travellings algo rupestres, de un cine primerizo, El Cadáver Exquisito es un ejercicio de estilo críptico y con planteamiento excesivamente literario. Aranda rompe con la realidad alterando planos temporales, recurriendo a flashback, y a la narración desestructurada de los propios personajes, para evitar un final clásico y aclaratorio. El film es una espiral narrativa a tempo lento, un juego de espejos algo autocomplaciente y que naufragaba en su propia pretenciosidad. Ni la presencia palpitante de Teresa Gimpera, ni la banda sonora apreciable de Marco Rossi; de escasa obra como compositor cinematográfico; que llegó a interpretar junto a Matt Damon en El Talento de Mr Ripley; partitura eficiente y evocadora; levantan este film lleno de influencias: Hitchcock, Resnais, Robbe-Guillet (el jardín estatuario) o Antonioni (la secuencia de aeromodelismo). Sugestiva curiosidad para cinéfilos. Con algunos ajustes podría haber devenido en obra notable. O como descubrir que no fue el director de Seven el que inventó la caja de regalo con cabeza dentro...

El sueño de Ellis. 2013.

 



           Título original The Immigran
           Año 2013

Duración
117 min.
País
 Estados Unidos
Director
James Gray
Guión
James Gray, Ric Menello
Música
Chris Spelman
Fotografía
Darius Khondji
Reparto
Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone,Dylan Hartigan, Dagmara Dominczyk                          

Nos hallamos, sin dudas, ante una de las películas del año. Con la presencia de un Joaquin Phoenix en estado de gloria, y una Marion Cotillard que se sale de la pantalla. Personalísima propuesta, que bebe de fuentes iconográficas como El Padrino II, Erase una vez en América, o los claroscuros de Caravaggio (obsérvese la secuencia en los baños). Argumento que se impregna del mejor “mélo”, vía Douglas Sirk o Jonh M. Stall. Personajes torturados, condenados, con retazos de Elia Kazan o Nicholas Ray. Modificados los códigos del lenguaje clásico, el espíritu y la pasión del melodrama prevalece, o se adapta a la moderna narrativa, pero sus personajes, su sensibilidad, su fuerza primordial (Cukor, Leo McCarey) permanecen, impregnando películas como este soberbio Sueño de Ellis, donde Ewa recrea todas las heroínas que nos han hecho sufrir en la pantalla. Esta emigrante polaca que busca el American Dream, tan sólo para encontrar sus angostas cloacas, es una mujer fuerte. Como antaño lo eran Stanwick, Paulette Goddard o Louise Brook. La Ewa; recreada magistralmente por Cotillard; arriba en un portal hacia los infiernos, y queda a merced de los buitres. Porque la felicidad cuesta (y aquí es donde vais a empezar a pagar) que sentenciaría la profesora de Fama. Viviendo una encrucijada existencial, con encontronazos entre creencia, realidad y supervivencia. Ewa sacrifica su propio yo, para ayudar a su hermana enferma. Así cae en las garras del proxeneta Bruno (Phoenix); con ramalazo psicópata explosivo; que termina enamorado de ella. 

En realidad Bruno no es Mefistófeles, es un pobre diablo que sobrevive en el submundo, con un burdel camuflado de cabaret. La lucha de Ewa por mantener su integridad, mientras traiciona sus creencias en estos espacios cerrados opresivos (notable fotografía, de vocación tenebrista de Darius Khondji), la introducen en una pesadilla de claroscuros y opresión, casi tan limitados como la propia isla de Ellis. El celuloide navega en un microcosmos alejado de esa Estatua de la Libertad con que se abre el film. Pasillos casi expresionistas. Un mundo paralelo, donde Dickens y Dostoievski son los amos. Candiles y niebla será todo el sueño espectral, al que tendrá acceso esta Ewa, que buscaba su jardín del Edén. No desea James Gray una grandilocuencia escénica para este su primer personaje femenino. Una set piece al estilo de Coppola o Cimino, el objetivo del director encuentra su esplendor en el interior de los personajes, en la angustiosa cotidianeidad, en los naufragios que amenazan el devenir de los personajes, que a la larga son marionetas que tratan de levantarse por si mismas. No es nuevo en este director el entorno opresivo (La otra cara del Crimen, Two Lovers) o las madrigueras delincuenciales (La Noche es Nuestra). El director aprisiona los personajes en entornos vacíos, sórdidos, espacios decadentes donde lo principal es la vivencia del personaje. Las habitaciones y escenarios semejan cárceles emocionales y vacías, paisajes mentales donde ubicar la desesperación. Los personajes son ambiguos, mutantes, espectrales. La tragedia planea sobre un final que adivinamos no va a ser complaciente. La consumación de este ritual de pasiones, nos deja con un muerto, una condena por asesinato y un imprevisible futuro cuidando una hermana enferma, Nada de happy end. El lado oscuro del sueño. El peso del film se sostiene sobre la arquitectura interpretativa de tres grandes interpretes. Cotillard, una actriz todoterreno, que compone infinidad de matices para esta Ewa de aparente languidez, siempre creciente (Big Fish, La Víe en Rose). 


Muchas especulaciones se han hecho sobre quien habría sido mejor actor, Joaquin o el malogrado River. El primogénito de los Phoenix era un actorazo (Mi Idaho Privado) y Joaquin (The Master, Her), es capaz de atreverse con desafios como I ´m Still Here, el falso documental de Casey Affleck, o regalarnos un megalómano y complejo emperador Cómodo en Gladiator. En cuanto a Jeremy Renner, rescatado de sus héroes de acción (Bourne, Ojo de Halcón), desarrolla un personaje rico en matices, sobrio, contenido, cuyo enfrentamiento con Bruno da lugar a escenas memorables. La historia adolece ¿o tiene la virtud? de un tempo lento, pausado, recreándose en los planos de Cotillard o Phoenix para transmitir su evolución interior, y un diseño espléndido de los paisajes parduzcos del Lower East Side. También se agradece la contención, casi irritante para algunos espectadores, y la sobriedad al adentrarse en terrenos escabrosos, favoreciendo el factor humano sobre el efectismo. Arriesgada y valiente elección: Centrarse sobre la tragedia humana. El Sueño de Ellis (adulterado título para The Immigrant) es la historia de una heroína wagneriana, con referencias a todos los iconos del cine mudo. Una Lilliam Ghish con reminiscencias de Las Dos Huerfanitas. Oscura, excesiva y deudora del cine de antaño, del que toma modos y maneras, consciente y voluntariamente. 


Nacida de la petición que su esposa hizo al director, durante la contemplación de una ópera, para escribir un guión con personajes femeninos como los que protagonizaban Greer Garson (La Señora Miniver), Barbara Stanwyck (Bola de Fuego, Amarga Victoria) o la inmensa Bette Davis (Eva al Desnudo) y escrita directamente para Phoenix (actor fetiche); aficionado a personajes excesivos; y para la oscarizada Cotillard (Edith Piat). El diseño de producción de Happy Massee, es una lograda ambientación que palpita como un personaje más en este melodrama de corte clásico y vocación universal. La cámara mima el rostro de una actriz, (casi virado en sepia) que consigue aparecer hermosa, incluso cuando intenta estar desaliñada, y recuerda a los primeros planos de la Falconetti, en La Pasión de Juana de Arco (Dreyer. 1928). Destacar la presencia impactante de Dagmara Dominczyk (La venganza del conde de Montecristo). La banda sonora, esplendida de Chris Spelman, impregna la narración de dramatismo.

Otro de los aciertos es la huida del maniqueísmo, la evitación de militancia en una manida reivindicación social o política, y concentrarse en la odisea y el paisaje humano, siempre zozobrando, siempre saliendo a flote. Aunque; no nos engañemos; esta es otra de las bombas sin espoleta del director de Two Lovers, aunque en su epílogo chaplinesco, nos introduzca en el sendero de la redención. No hay autocomplacencia en esta obra, ponzoñosa como un Dickens pervertido, deambulando sin rumbo por ese Nueva York dantesco, opresivo, tan diametralmente alejado del pretendido “sueño”. Voluntariamente morosa. Exquisito manjar, destinado a gourmets cinéfilos, horneado para degustar sin prisas, hasta su operístico final. Armado de la perfección icónica, de diva del cine silente, que destila Cotillard. El Sueño de Ellis es un ensayo sobre el melodrama; un cuento de hadas enfermizo, ardiente y apasionado; con una interprete capaz de expresar todas las mañanas del mundo, en una sola y apasionada lágrima. Y demuestra que Cotillard, junto a Meryl Streep, se mueve con enorme soltura en el terreno de los acentos. Parafraseando al profesor John Keating en El Club de lo Poetas Muertos: ¡Cotillard. Oh, mi Cotillard...! 




miércoles, 30 de agosto de 2023

Dallas Buyers Club. 2014.

 

DALLAS BUYERS CLUB. 2014

                                                     




Mattew Mconaughey, redimido de sus pecadillos de juventud en comedias inanes; luego hablaremos de esto; se trasmuta en un David enfrentado al Goliat de las grandes corporaciones y la burocracia crematística. Biografía, más o menos adornada, de Ron Woodroof. Vaquero machista, politoxicómano, y vividor transmutado en estraperlista; aprovechando un vacío legal; y posteriormente en persona altruista. Todo el esfuerzo de la cinta recae sobre el demacrado tex-mex al que da vida generosamente un casi transparente Mconaughey. Aunque la primera reacción de Woodroof, no es precisamente la de un Robin Hood, su progresión humana y su gestualidad imponen más que el esfuerzo en la báscula, también realizado por otros actores (De Niro en Toro Salvaje o Christian Bale en El Maquinista). No hay sensiblería en Dallas Bullers Club, es contundente como un bofetón en pleno rostro o un toro salvaje que te desmonta de su lomo. El protagonista está acompañado en este descenso a los infiernos de un formidable Jared Leto y una eficiente Jennifer Gagner. Huyendo de la tendencia al film lacrimógeno de enfermo terminal. No se burla de la inteligencia del espectador con maniqueísmos al uso. Es sincera en el tratamiento humano de personajes, que no son héroes ni villanos, tan solo seres humanos abatidos por una tragedia que comparten y termina acercándolos, a pesar de empezar en polos opuestos. Quizás la secuencia que impregna nuestras retinas, es aquella en que Woodroof defiende a Rayon (Jared Leto) de un repugnante machista. La mirada de Leto es uno de esos momentos de cine auténtico, que emociona a flor de piel, en un film que anduvo dos décadas dando vueltas por los despachos, sin encontrar ningún apoyo. 

No estamos ante la hagiografía de un antihéroe, no es un discurso sobre la redención, ni un santoral de mártires por el VIH. Aquí hay carne y piel, fluidos y dolor, degradación y supervivencia, y sobre todo el instinto de aguantar frente a la adversidad, que deviene metáfora la escena final cuando Ron Woodroof intenta aguantar un segundo más sobre el toro de rodeo. Aunque el papel se le resistió; debido a sus anteriores trabajos; McConaughey estaba encasillado en comedias superficiales (Como perder un chico en diez días) o papeles esforzados que no se estiraban más allá del guaperas eficiente (Tiempo de Matar, Sahara). Aunque no ha llegado a renegar de su pasado como rey de las Rom-Com. En recientes entrevistas el autor manifiesta la dificultad de que todo parezca sencillo en este género, de fácil digestión y pronto olvido. Sus ultimas interpretaciones desde la formidable serie True Detective hasta Interstellar, pasando por el carismático stripper de Magic Mike, sin olvidar en el camino el psicópata de la turbia e impactante Killer Joe, nos muestra un interprete que crece y tiene mucho que ofrecer. Olvidadas sus veleidades tipo metrosexual de anuncio, tras darle bastante tarea a su endocrino. La obra navega fotográficamente dentro de un realismo ochenteno que le da verosimilitud, un look de serie B que se aposenta en las miserias humanas de los personajes y sus sentimientos. Con esta interpretación, el actor le levantó el óscar al “lobo” de DiCaprio, con quien se enfrentaba en un tête a tête, en la película de Scorsese, rehabilitado de sus pecados de juventud, aunque no arrepentido, McConaughey defiende aquellas producciones románticas.

Este club de desahuciados es, hasta la fecha, el mayor éxito del canadiense Jean-Marc Vallée (Café de Flore) y su primera incursión en la cinematografía yanqui con este montaje palpitante. La historia de dos almas perdidas situadas en extremos opuestos, que terminan por confluir, da la oportunidad de lucimiento a estos actores y de paso permite la denuncia de las manipulaciones e intereses que mueven el mundo de las farmacéuticas. De este modo se permiten licencias en el guión: presentar a Woodroof como el homófobo que no era, para encontrar posteriormente su redención. El tono indie aleja a este film de aquellos más convencionales y timoratos como Philadelfia, Paciente Cero o Fiesta de despedida. En cuanto a Jared Leto (El Club de la Lucha, Alejandro Magno, Réquiem por un sueño) se come literalmente la pantalla con ese personaje bombón, verdadera mujer (y hermosa) atrapada en un cuerpo ajeno. Ambientada en la época en que el sida todavía se consideraba la “peste rosa” y los enfermos como apestados, castigados y condenados. El estigma social está presente en conversaciones donde la testosterona y las birras van a partes iguales, hasta que el drama alcanza a quien no lo esperaba, y su vida da un giro de 360º. Emocionante retrato humano. Fresco acerca de la dignidad, cine social militante y reivindicativo, que no recurre al happy end, ni en su empresa contra los gigantes farmacéuticos, ni en el inevitable final de los protagonistas. Toda la banda sonora es diegética, dentro de la propia historia para acentuar aun más la sensación de desamparo, reforzada por los pitidos que atormentan a Ron en algunos momentos. Hay un simbolismo latente en la escena que el antiguo vaquero se deja habitar de mariposas; insectos de precaria existencia; al tiempo que Rayon abandona el mundo en el hospital. Ron finaliza la película en el mismo lugar donde la inició, pero ya no es la misma persona, ni su lucha es la misma de las escenas originarias, donde se asombraba de que un galán como Rock Hudson hubiera muerto de SIDA. La transformación espiritual de Ron es paralela a la performance física de McConaughey. Una película; que si no es redonda y absoluta; surge rotunda desde las tripas, para llegar al corazón.




THE GRAND MASTER (EL ARTE DE LA GUERRA) 2013

 



Era tarea compleja retornar a la biografía; más o menos novelada; del que fuera maestro de Bruce Lee después de la notable Ip Man, interpretada por un solvente (en lo marcial y lo interpretativo) Donnie Yen. Difícil de creer, si el que nos regala este biopic es nada menos que Wong Kar-Wai, dirigiendo a su actor-fetiche. Otro hongkonés. Una estrella del cine asiático como Tony Leung (Hero, Chungking Express, CycloDeseando Amar). La modelo y actriz Zhang Ziyi ameriza en este particular experimento visual, después de haber participado en hitos del cine de temática oriental como Tigre y Dragón, La Casa de las Dagas Voladoras o Memorias de una Geisha, haber sido nominada a los BAFTA y a un Globo De Oro, y colaborar en el video de Coldplay “Magic”. El director de la novedosa Deseando Amar, nos transporta a los años de la invasión japonesa de China. Ip Man debe representar a la zona sur de china y salvaguardar su estilo de lucha frente a las provincias del norte. Pero en el camino se le cruza Gong Er (la hermosa Zhang Ziyi) guardiana del estilo kungfu de las Sesenta y Cuatro Manos. Es el inicio de un amor imposible a través de los años. El director dota a la producción de unas tonalidades sepia y colores fríos, huyendo del cine de artes marciales tradicional y del biopic al uso, regalando sus habituales incursiones en espejos empañados y puertas para evocar el pasado. El director de la infravalorada My Blueberry Nights, trata de evitar la etiqueta de cine de mamporro, utilizando la evocación interior como arma. La dilatación del tiempo y el intimismo como instrumentos. 






















 



Pese a ello, alguna secuencia lleva impresos los estilemas del cine marcial oriental, no pudiendo evitar la desmesura en las técnicas, las perfomances físicamente imposibles, o esa querencia que lastra las producciones, de enfrentar a los litigantes con la ley de gravedad, con piruetas improbables y antinaturales. Incluso cuando la plástica es tan hermosa y la coreografía técnicamente abrumadora, estos excesos con referencias heredadas del más clásico (y casposo) cine marcial de los setenta, chirrían en un conjunto visualmente estilizado y hermoso. Producto enfocado a mostrar la identidad cultural y riqueza del acervo chino, al espectador occidental le resulta difícil comprender este modo de vida pausado, melancólico, trágico y de aceptación, pero capaz de explotar con una pirotecnia luminosa. Eso si, respetando tradiciones y normas hasta en los intensos momentos de cuerpo a cuerpo. A este tipo de cine se puede acceder desde dos vertientes distintas, pero complementarias. Como “connaiseur” del andamiaje marcial se podrá disfrutar de las coreografías y detectar las técnicas, los excesos y la eficiencia plástica. La otra opción es centrarse en la estructura dramática e interpretativa y pasar de puntillas por las escenas cuyo contenido técnico se escapa como una leve mariposa. 

Quienes poseen lo mejor de ambos mundos, pueden degustar estos manjares con intensidad absoluta. A partir de la enérgica escena inicial de lucha bajo la lluvia, queda patente que se trata de un ejercicio de autor, con cámara lenta, eliminación de frames por segundo, primeros planos sostenidos, nada que ver con el cine de apósitos y mamporro. Intenso esfuerzo el de Tony Leung, mucho menos versado en estas artes ancestrales, que la ¿frágil? bailarina Zhang Ziyi. Los intensos diálogos, la filosofía vertida en esos retazos de vida que comparten, la delicadeza de los sentimientos y la capacidad para enfrentarse a la tragedia, alejan a este film de cualquier otro experimento físico sobre lucha (y también lo alejan del espectador occidental), del cine adocenado de saltimbanquis. Conceptos como el honor, la honradez o el sacrificio son ajenos a los tiempos que corren. El amor imposible entre los dos maestros de lucha es similar al de los protagonistas de Deseando Amar. La eficacia espartana y economía de medios del Wing chun, frente a la coreografía y plasticidad del estilo practicado por Zhang Ziyi, deviene metáfora de un amor condenado. La secuencia de lucha entre los dos imposibles amantes, carece de toda violencia semejando un cortejo sensual, una onírica danza de respeto mutuo y atracción. El director combina su habitual estilo en interiores, bares o angostos callejones, con las escenas rodadas bajo la lluvia, en la nieve o entre las brumas de un andén ferroviario. Concede una importancia trascendente a la percepción de sonidos, roces, arrastre de pies, dotándolos de fisicidad como un personaje más en la coreografía.



El cromatismo lánguido que imprima la obra como un lienzo historico (Philippe Le Sourd), se rompe frente al vitalista colorido de las cortesanas del Golden Pavillion, lugar de reunión de eruditos, destilando una referencia a su compatriota Zhang Yimou, que en Las Flores de la Guerra ya trató el tema de los prostíbulos durante la ocupación japonesa. Acusando el recorte de metraje inicial (cuatro horas), quizás en la versión extendida se rellenaran huecos y despejaran incógnitas para el espectador. La interpretación de Leung y Ziyi son capaces de trasmitir que el verdadero combate se libra en el interior. Y esta es una lucha donde no hay vencedor ni vencido. No es esta la primera incursión del autor en el mundo del wuxia, ya realizó la notable (y masacrada en el montaje) Ashes of Time (1994), pero incluso en estas producciones más dinámicas siempre subyace el Wong Kar- way pleno de sensibilidad.            



















Un escriba de las emociones y la dictadura del tiempo. Mosaico del cuerpo como plástica marcial, meditación visualmente barroca sobre la infalibilidad del destino, experimento rompedor de fronteras temporales y narrativas, la lucha del cantonés es consigo mismo más que con sus contrarios. Detrás de ese funambulismo audiovisual, se agazapa lo etéreo de la existencia humana. Impagable ese final que, sustituyendo los actores por otros occidentales, podría figuran entre los grandes clásicos de las décadas de oro. Primeros planos de Zang Yiyi, dónde una sola lágrima destila todo el dolor del mundo y la escena en el callejón, alejándose para siempre, hacen que esta película merezca la pena a pesar de su dispersión narrativa en distintos niveles, como esa partida de ajedrez a que se refiere Gonr Er (Zang Yiyi) y que da por terminada en ese tristísimo (pero estimulante) epílogo de esta aventura humana contra el destino. Cierto que este no es el poeta de la imagen fascinante de Deseando Amar, el revisitador oriental de la “nouvelle vague”, el perpetrador de Happy Together que se empeña en rodar sin guión, ni siquiera el realizador que drige actores occidentales (Jude Law, Natalie Portman) en la incomprendida My Blueberry Nights. Pero es cierto que nos encontramos ante una película notable, apreciable en lo estético y lo humano. Con instantes que permanecen en la piel después de los títulos de crédito. A diferencia de las otras realizaciones sobre la biografía de Ip Man, el epílogo no incide (ni siquiera lo nombra) en la personalidad del niño que comienza a entrenar en su Dojo. Con los años se convertiría en leyenda. Sobran las palabras.

Perdida. David Fincher.

 

PERDIDA. DAVID FINCHER


La adaptación a la pantalla del best-seller Gone Girl, de Gillian Flynn por un director tan contundente y certero como Fincher, se gesta dentro de su género predilecto. Como ya demostró en Seven, esta elección particular (thriller),  profetiza lo que se va a obtener de ella: ambientes sórdidos, encuadres perfectos, esos giros de tuerca; marca de la casa; envueltos en fotografía espléndida, la insania infiltrada en lo cotidiano, sumada a una experta dirección de actores. Esta perversa aproximación al mundo de la pareja, descansa su peso literalmente sobre el cuello de garza de la hermosa Rosamund Pike, que se enfrenta al reto de desarrollar  una de las más completas psicópatas vistas en pantalla, para salir triunfante del desafío. Precisamente es ahí dónde flaquea el desarrollo del guion, en algunos instantes más seducido por el impacto, basado en lo inesperado y la sorpresa, que por el desarrollo o la construcción de caracteres. Esto hace peligrar el edificio, presentando personajes unidimensionales en la luz o la oscuridad, que solicitan una mayor complejidad en sus motivaciones ocultas y deseos. A pesar de recrearse en un tempo lento, la cinta transcurre como el agua de un arroyo, fluida, canalizada certeramente. Este es otro de los escollos de un argumento; por otra parte excepcional; que hubiera necesitado dilatarse hasta el infinito si se hubiera detenido en la mostración de recovecos sensoriales, motivaciones soterradas o ese peregrinaje por el interior del personaje, que se echa de menos. Estos aparecen como conducidos, inexorablemente, de la mano de un demiurgo fatídico. Arrastrados sin voluntad en su éxodo, hacia una anhelada oscuridad. Los personajes de Affleck y Pike, forman una pareja atípica, basada en la manipulación y la aceptación. Ambas partes del binomio se someten al acuerdo tácito; no escrito; en el cual la sociópata marca las reglas y el ritmo. La ruptura de este pacto pervertido, por parte del marido, provoca que despierte toda la sintomatología, que la bella esposa ocultaba, cuando el mundo giraba a su alrededor: Frialdad afectiva, falta de empatía, manipulación. El diario de la protagonista en paralelo a la acción real y los flashback, nos van acercando a un mundo sórdido, donde nada es lo que parece, haciendo evolucionar el thriller hacia el humor negro, acercarnos a un cinismo nihilista y retorcido. Esta no es una película que brinde otra vuelta de tuerca sobre el matrimonio, tampoco sobre la crisis de la pareja, como se ha publicitado. Ni es un estudio sobre la diferencia económica o la crisis. La omnipresencia de los medios de comunicación, es meramente coyuntural. Esta es una certera narración sobre dos personajes alienados, condenados a la destrucción voluntaria en una relación preñada de insanía, de la que no pueden escapar. El trabajo de los secundarios es impecable, Carrie Coon como la hermana del protagonista y la cerebral policía pergeñada por Kim Dickens. El cómico Tyler Perry, aprovecha el metraje para hacer lo suyo como un abogado vividor y carroñero. Bebe la protagonista femenina ( sin llegar a superarla) de la arpía interpretada por Gene Tierney en Que el Cielo la Juzgue, aunque se la desmitifique dentro de la gama de sicópatas impávidos al uso, permitiendo que la humillen dos pardillos. Pero después de este contratiempo, resurge la mente calculadora, fría, que utiliza su incapacidad afectiva como arma, para conceder un impactante, incómodo e inesperado final. Ben Afflleck tiene un registro actoral limitado, aunque en este caso quizás su inexpresividad y perplejidad beneficien a un personaje obtuso, de una simplicidad irritante, que navega entre la sumisión y la adicción, sin resultar del todo creíble. Su faceta como director ha dado frutos mucho más maduros como ArgoAdios pequeñaadios. No nos equivoquemos, esta no es una mirada ácida, ni cínica sobre el matrimonio. La esposa es una sociópata de manual y el marido adolece de un puntillo de insanía y ginedependencia, que no deja claro nunca que esta pensando. Perdida, es un rompecabezas rocambolesco sobre la ambigüedad, que trata de funcionar como un mecanismo de relojería. Aunque bien mirado ningún thriller resiste un análisis exhaustivo sin que comiencen a aparecer flecos y retalillos. Los personajes nunca acaban de resultar traslúcidos, incluso el pagafantas interpretado por Neil Patrick Harris (Cómo conocí a vuestra madre), cuyas intenciones parecen ser dejar encerrada en su castillo/mansión; vigilado por cámaras; a la oscura princesa, rezuma sospechosas intenciones (lúbricas, sádicas, libidinosas o vaya usted a saber) Como cualquier otro thriller, Perdida precisa de la complicidad del espectador. Donde unos verán giros imaginativos, montañas rusas argumentales, precisión milimétrica y matemática del guion, otros verán saltos sin red, incoherencia guionistica y tosquedad narrativa. Lo que nadie podrá negar es la presencia incorpórea, sin manierismos, absorbente, de Rosamund Pike, que refleja en esos ojos almendrados toda la oscuridad y turbación del mejor Fincher. Nadie duda que Affleck es un tipo listo, coguionista de El Indomable Will Hunting, director de The Town (2010), no quiere resignarse al rol de guaperasenpeliculasdeaccion, con que tratan de encasillarlo. Busca ser un hombre del Renacimiento, aunque todavía necesita curtirse interpretativamente. Aunque este cuento de hadas pervertido pone su acento en los embaucadores medios de comunicación, que con su circo mediático y su manipulación, son culpables en parte de que el desenlace pueda desarrollarse en esos términos surrealistas, no nos equivoquemos. Que los árboles nos dejen ver el bosque. No hay ningún análisis sociológico del matrimonio moderno. Los periodistas son mera excusa narrativa. Fincher, envolviéndolo en una excusa argumental mediática y de crisis social, nos regala uno de sus obsequios envenenados. Al igual que el epílogo de Seven, esputaba una pregunta retorcida en el rostro del espectador, para que no quedara indiferente: ¿Cómo habríamos reaccionado al encontrarnos en el lugar del personaje interpretado por Brad Pitt? Aquí el regalo fincheriano, es de mayor calado. Después de pasearnos por el cosmos sombrío, por la afectividad pervertida de dos personajes que viven al límite del abismo y la anormalidad, la escena final se condensa en una escalofriante pregunta, oculta tras los increíbles ojos de Rosamud Pike. ¿Qué habríamos hecho nosotros?

EL NOMBRE DE LOS NUESTROS. LORENZO SILVA

 


Profesé cono seguidor ferviente de Lorenzo Silva tras la degustación de esa tragedia clásica, con envoltura de modernidad, que es La Flaqueza del Bolchevique. La obsesión del protagonista por la nymfette; crónica de una muerte anunciada; alterna en el tiempo con la peripecia vital de las zarinas, y la imaginación sobre su terrible fin a manos de los fanáticos bolcheviques. Pero lo que realmente me apasiona de Lorenzo Silva, es su incursión en territorios poco explorados, como la aventura (si se le puede llamar así) del Protectorado Español en Marruecos. Casi desconocida historia, desarrollada aquellos desolados parajes rifeños, para sostener un imperio de cartón-piedra. La agonía cotidiana de unos soldados de reemplazo; obligados por los intereses de la canalla política y los plutócratas; que ansiaban obtener beneficios. La muerte, lejos de sus familias, llegada de formas escalofriantes, en una sangría sinsentido. Soldaditos de leva, los “borregos”, que al carecer de medios económicos, no podían pagar los dos mil reales que los hijos de familia adinerada entregaban para que fuera otro a morir en su lugar. Peones en una guerra orquestada desde la estupidez de una monarquía inoperante para enfrentarse a los intereses de industriales y empresarios, a quienes no les importaba esta “carne de cañón”, barata y sustituible. Frente a estos infelices, sometidos a una serie de mandos inoperantes, que desprecian al enemigo y pasean su charcutería de medallas sobre  los yermos campos de cadáveres, se encuentra un enemigo terrible. Hombres que defienden su tierra y su familia. No son soldados, la Harka son guerreros con mayúsculas. Hombres que pueden aguardar días agazapados tras una roca sin comida, ni agua, para realizar un disparo que nunca falla. Equipados con armas antiguas y en mal estado. Con escritura limpia y certera, el autor desgrana unos personajes de amplio calado humano. Es difícil no identificarse con alguno de ellos. El sargento Molina,  profundo conocedor de la inutilidad y estulticia de sus mandos, pero que respeta el ejército y cree que su presencia puede ayudar a salvar vidas, el anarquista Andreu, atrapado en una estructura que odia, el cabo Haddou, que vive y comprende ambos mundos. Los personajes son sólidos, con una aura de fatalismo y premonición del desastre que se avecina. La obra es un grito desgarrador, un homenaje póstumo a héroes anónimos que perdieron la vida (de forma terrible) en el mayor error estratégico y político que se pueda imaginar. La literatura nos había acercado la debacle africana de la mano de autores como Ramon J. Sender y su excelente ImánUna Guerra Africana de Ignacio Martínez de Pisón, más centrada en la peripecia sentimental de los protagonistas, o La Forja de un Rebelde de Arturo Barea. El propio Silva, reutiliza la peripecia africana también en su excelente novela Carta Blanca. Con prosa magistral, el lector consigue mascar la arena de aquellas infinitas soledades, o morir de sed en el blocao, donde los reclutas bebían su propia orina para sobrevivir, o pasar miedo frente a la precisión de los disparos harqueños. La galería de personajes es un abanico de pasiones humanas. Oficiales achulados y clasistas, llenos de prejuicios, sordos a todo lo que no fuera su bizarra visión de la historia. Soldados embrutecidos por el alcohol y las durísimas condiciones de supervivencia. Hay equilibrio entre la acción y la introspección. El lenguaje es descarnado, cuartelero, blasfemo cuando así lo precisan los diálogos, realistas, de hombres sometidos a sevicias, sin olvidar las descripciones poéticas de los bellísimos atardeceres o ciudades. Hay agilidad narrativa, pero precisión humana en los diálogos que retratan a los personajes. También hay rigor histórico, mixturado con las características ficticias imprescindibles. Esto se percibe en las descripciones minuciosas de esta región ascética, de una sequedad dolorosa; que el autor recorrió antes de escribir el libro; y del que también extrajo su libro de viajes: Del Rif al Yebala. A destacar la utilización del léxico del entorno, fruto de esa investigación, y que tanto agrada a los buenos connaiseurs. Precisión de las que carecen esas novelas pretendidamente históricas que invaden el mercado. Rescata verbos como paquear, palabra basada en el sonido que emitían el eco de los fusiles rifeños (pa-cooo), la fusila, nombre que daban al máuser, o borregos, para designar al infeliz  recluta. Aportaciones que enriquecen el entorno y hacen creíble, cercana, esta epopeya humana (o tragedia) que les tocó protagonizar a miles de jóvenes, gracias a la incompetencia, o la avaricia de gobernantes ignorantes y militares empecinados. Los protagonistas son héroes a su pesar. Corderos inmolados en el altar de los intereses económicos. Tienen ritmo de adagio las interminables partidas de cartas, la espera eterna en los blocaos, sobreviviendo a las moscas, los edificantes (en su crudeza) diálogos de los protagonistas. El Nombre de los Nuestros es un fresco histórico de una etapa vergonzosa y casi olvidada, además de un rendido homenaje a hombres que murieron por una entelequia llamada “razón de estado”. Hombres cuyos huesos reposan entre la calima, ofrendados al desierto por toda la eternidad. Quienes quieran ampliar conocimientos sobre tan apasionante etapa histórica, pueden acercarse al excelente libro de Juan Pando: Historia Secreta de Annual, donde se describe el llamado Expediente Picasso, una investigación encargada para depurar, e intentar aclarar anormalidades (y amoralidades) realizadas por militares y políticos. Algunos oficiales se lo estaban llevando por la patilla, vendiendo armas y munición a la morisma. Y es que como reza el Eclesiastés: No hay nada nuevo bajo el sol.