martes, 14 de septiembre de 2021

Jugando en los campos del Señor. Héctor Babenco. 1991

 

                  El aleteo de una mariposa en el Amazonas

 

La especie humana no termina de comprender la relación entre los acontecimientos en otro lugar, su devenir y consecuencias en nuestro hábitat. Jugando con la parábola cinematográfica, Héctor Babenco nos envía un mensaje sobre el respeto a las otras culturas, sobre la no intromisión. Sobre la empatía global. Jugando en los Campos del Señor (At Play in the Fields of the Lord. Héctor Babenco. 1991), nos muestra la imposibilidad del acercamiento entre culturas, la falta de esperanza. Basada en la novela de Peter Mathienssen, del mismo título, y con la colaboración del guionista Jean-Claude Carriére, la película nos deja un mensaje sombrío sobre la intervención del mundo “civilizado” en lugares vírgenes, dónde no hemos sido invitados.

Un grupo de misioneros se adentra en el Amazonas para llevar su religión y su cultura a una tribu. Lo hace con un reparto heterodoxo: el siempre eficiente John Lithgow, Daryl Hannah, la versátil Kathy Bates y un Tom Berenger que había conocido mejores momentos.  

El conflicto entre naturaleza y civilización producirá daños irreparables en la parte más débil. Temas tan importantes como la religión, el choque entre culturas, el respeto a la naturaleza como fuente de futuro o el hecho diferencial, desfilan a lo largo de tres horas de metraje, enmarcadas en la soberbia banda sonora de Zbigniew ZPreisner.



El indio que levanta su inútil arco contra la sombra del avión (en realidad son dos aviones los que llegarán), uno con misioneros, el otro con mercenarios, ignora que ambos portan distintas formas de destrucción. Una vez entre los indígenas se despiertan distintas emociones entre los invasores de aquel rincón. Andy (Hannah) encuentra su sexualidad, Martin Quarrier (Aidan Quinn), experimenta una crisis de fe, y el mercenario Lewis Moon (Tom Berenger), se identifica con la tribu, después de ver al indio apuntando con la flecha al cielo.

El director optó por contratar indios amazónicos reales para interpretar a la tribu. El mensaje nos llega soterrado “si destruimos tu mundo, matamos tus dioses”. La interferencia del hombre civilizado (bienintencionada desde su perspectiva) crea situaciones involuntarias que perjudican todo un cosmos vital. Toda una forma de existencia. Sus distintas opciones para “salvar” a los nativos (pese a ellos) están viciadas por los enfrentamientos entre los distintos elementos de esta partida de ajedrez en la selva.



A lo largo del metraje aparecen las consecuencias terribles del pensamiento mesiánico, la invasión del progreso y el conflicto entre culturas, con las consecuencias sobre el entorno natural. Los pueblos que han recibido la civilización siempre pagan un alto precio. Los recién llegados no entienden en absoluto el mundo que pretenden “salvar” y transformar. Un paisaje, para ellos brutal, asfixiante, húmedo y primitivo. Un mundo de la “edad de piedra”, según la misionera Hazel (Bates). En cierto modo también encontramos un mensaje sobre la búsqueda de la identidad que cada personaje aborda desde su perspectiva (drogas, locura, fe).  

Jugando en los campos del señor deja un poso de inquietud en el espectador. Una intensa preocupación y desconcierto sobre el futuro de nuestro planeta azul. Lauro Escorel filma una hermosa fotografía de la selva brasileña, un mundo verde amenazador y exótico. Pero más amenazador aún es el que traen consigo los extranjeros. El breve encuentro entre Andy (Hanna) y Tom Berenguer (Lewis) produce un brote de influenza que acaba con parte de la tribu. Los comerciantes de almas y los comerciantes de armas, son igualmente nocivos para esta civilización que nunca les pidió que llamaran a su puerta.



Cuando se publicó la novela (1965) fue una de las primeras que poseían cierta conciencia ecológica. No parece que hayamos aprendido demasiado. El mensaje que transmite esta obra es más sobre las consecuencias de la mezcolanza de culturas que sobre la conversión religiosa. Sobre el hecho de que una cultura no debe imponerse a otra, ya que este encuentro implica aniquilación. El guionista utiliza diálogos ágiles y penetrantes, no exentos de cierta profundidad y reflexión que nos llevan a plantearnos cuál es nuestro lugar en el mundo y hacia donde avanzamos.