Sobre las bases manidas de la mujer que todo lo pierde, el costumbrismo al uso o la precariedad de la vida, Jérôme Enrico construye una obra donde se refleja la problemática actual de la tercera edad, los recortes de pensiones y el esfuerzo por salir adelante en las condiciones más precarias. Paulette habita en un barrio que se ha ido quedando en el furgón de cola, casi desahuciada y con cierto carácter arisco, que decide introducirse en el negocio más pujante en su hábitat: el cannabis.
La subversión es el
arma de El postre de la alegría (Paulette. Jérôme Enrico. 2012), una petite
pièce, cercana y sentimental. Bernardette
Lafont dejó como legado este entrañable (pese a ella misma) personaje después
de haber ejercido de musa de la nouvelle
vague. El negocio de Paulette se reconvierte en los “postres de la
alegría”, un lugar donde el grupo de amigas llevarán felicidad a los clientes a
base de unas recetas muy “especiales”. Los personajes gozan de un realismo
extremo, monolíticos, que hacen girar esta comedia desde lo funesto hacia lo
familiar, quizás con una voluntad demasiado artificial. El elenco es fluido,
con interpretaciones notables como la de Carmen Maura como la amiga de
Paulette.
Lo social y la
reivindicación no ocultan la realidad de un grupo de ancianas vulnerando la ley
con drogas blandas. Todo dentro de un concepto visual muy francés con aroma de
casticismo espurio.
Paulette es una sosias
de Walter White en zapatillas, que cocina galletitas, se mezcla con mafiosos de
poco pelo, negocia tarifas mientras construye su imperio de mesa-camilla sobre
el hule en el que parte el chocolate. El diseño de producción introduce al
espectador en el microcosmos de las ancianas. Las tacitas de café, los papeles
pintados de otra época, los tapetes hechos a mano. Algo que son capaces de
combinar con el reparto de droga blanda entre los parroquianos para solucionar
sus problemas económicos.
La mezcolanza del drama
social, lo cannábico, la visión de la última etapa de la vida y esa comedia
(difícil de definir) que ha sabido desarrollar el cine francés en los últimos
años, derivan en un producto bipolar que cabalga entre el entretenimiento y la
falta de pretensión. Con esa capacidad de mostrar historias que no son nada de
otro mundo (a la francesa) pero quedan en la retina del espectador después de
su epílogo e invitan a la reflexión. Capaz de extraer personajes, casi de cine
de postguerra, y acercarlos al presente con todas su tribulaciones casi rozando
la irreverencia. La actitud de las fuerzas del orden ante la mujer es la normal
que existiría de ser cierto el argumento. Un bloque donde se conoce la
actividad ilegal, pero es imposible sospechar de la anciana que camina con un
impermeable verde raído y un pañuelo rojo sobre el canoso cabello. No importa
que el perro detector de droga se vuelva hiperactivo al oler la bolsa de
compras de Paulette. Pese a ello, el origen del guión está basado en un caso
real. La banda sonora de Michel Ochowiak, trompetista de Négresses Vertes, es su primera aportación al mundo del cine.
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