El conflicto irlandés ha sido reflejado en la pantalla desde la perspectiva de los católicos, dentro de una industria cinematográficamente tan creativa como la irlandesa. Son diversas las películas que abordan esta larga lucha, siempre con la clara intención de convertir en héroes populares a los perpetradores de violencia o mostrar su visión particular de la historia. No es ajena a estas voluntades la propuesta de En el nombre del hijo (Some Mother's Son. Terry Georges. 1996) que nos presenta la huelga de hambre de los presidiarios del IRA en 1982 en la prisión Maze de Belfast. Dos madres, que provienen de partes muy diferentes de la comunidad, se enfrentan al dilema de la alimentación intravenosa forzada. Los terroristas consideran que no son presos comunes y se niegan a utilizar uniformes para criminales. Las actitudes de cada una parten de conceptos vitales muy diferenciados. Annie Higgins (Fionnula Flanagan) lleva su fanatismo hasta el punto de que apoya la disposición de su hijo a morir. La otra madre es Kathleen Quigley (Hellen Mirren), una maestra de escuela que ni siquiera sabía que su hijo se dedica a poner bombas.
El director juega con tres hilos principales. Se muestra la vida dentro de la prisión, el acontecer de las dos madres y el enfrentamiento con el gobierno thatcheriano en un pulso inquietante. Kathleen está muy por encima del resto del elenco. Su inteligencia y visión de la realidad queda por encima del fanatismo de los unos y la línea dura de los otros. El personaje de Tom Hollander, representante de los británicos se llama Farnsworth y está claramente diseñado para ser una caricatura cruel y crear antipatía en el espectador, dejando la mejor parte para el negociador jefe del IRA, interpretado por Ciaran Hinds. El guionista reserva los tintes orwellianos para los ingleses frente a unos reclusos compasivos, luchadores por una causa. Con respecto a las víctimas inocentes o el dolor de sus familias ni siquiera merecen mención.
El periplo vital de Kathleen le enfrenta a un dilema terrible, dejar morir a su hijo por una causa en la que ella no cree, pero si autoriza a alimentar a su hijo, iría en contra de sus deseos. Pero ella no desea ser un títere de la violencia.
El diseño de producción es de primera categoría. El interior sórdido de la prisión, las calles de Belfast, el tiempo y el lugar están desarrollados con eficiencia y el director de fotografía consigue la misma eficacia en los momentos de introspección como en los épicos. Inscrita dentro del drama social tan al uso en aquellos momentos, es una de las películas que ofrece un análisis más complejo de aquellos momentos.
En el aspecto técnico hay un exceso en el uso del primer plano y una cierta apatía en el sentido del ritmo. El director no es Sheridan (que ejerce de guionista) y deja escapar algunos instantes que requerirían de matices
El choque inicial entre las dos madres por sus acercamientos divergentes a su realidad las pone a prueba durante su calvario. Nace una amistad y un respeto mutuo, pese a la diferencia de sus decisiones finales. Acompaña la excelente banda sonora de Bill Whelan. Hay dos esferas en el film: el sectarismo fanático en la esfera masculina (por ambas partes) y la esfera femenina. En ésta aparecen como peones en esta partida de ajedrez las dos madres y las víctimas (una bomba explota cerca de un colegio femenino. Las madres son las dos caras de la misma moneda, ambas comparten el vínculo biológico con el republicanismo irlandés y aúnan sus esfuerzos. Ambas son víctimas del nacionalismo patriarcal. La narración se ve lastrada por la incapacidad para misturar el drama intimista con la denuncia ideológica, salvada por las excelentes interpretaciones y la aplicada banda sonora. El papel de la iglesia católica también es examinado por el director. Una escena surrealista muestra a un sacerdote dándola comunión a los terroristas como si fueran los parroquianos que colaboran en el ropero de los indigentes.
La recreación de la época es minuciosa y el ritmo del montaje paralelo permite conocer la evolución en ambos mundos (la cárcel y el activismo callejero), transmitiendo la información de la forma más directa posible.
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