viernes, 6 de junio de 2025

Emily Dickinson. Poemas Selectos. Marino González Montero y José Paulete

 

Cuando a Thomas Wentworth Higginson, una joven Emily Dickinson le ofreció sus poemas para que le dijera “si tienen vida”, este le dijo que aplicara una serie de cambios para que pudieran ser más publicables. Algo a lo que la poetisa se negó, ya que eliminaban su identidad como autora y su voz única. Es cierto que Emily se escapaba a los parámetros líricos de la época y es difícil asignarle un lugar, dada su arrolladora personalidad. A estos poemas les insufló vida Mabel Loomis Todd, aunque los editores realizarían algunos cambios en títulos o ritmo. Thomas H. Johnson en 1.955 volvió a los manuscritos originales en vez de usar las transcripciones de otros editores, y presentó los poemas exactamente como Dickinson los había escrito.

Dibujo: José Paulete

A este verbo, uno de los más señeros de la literatura inglesa, a esta poetisa ermitaña que pasó sus últimos años encerrada en una habitación, se ha acercado Marino González Montero desde su doble perspectiva de escritor y conocedor del idioma por su profesión, en una odisea homérica para reinterpretar los yámbicos versos, las rimas asonantes o la compleja sintaxis, dibujada sobre palabras corrientes. Pero son sus metáforas, de profunda observadora de la naturaleza, casi como la de los poetas Metafísicos del siglo XVIII los retos a batir para el traductor. Difícil de alinear en un movimiento literario definido, juega con el romanticismo tardío de EEUU, bebe del oscuror de Allan Poe, el gótico crepuscular de Nathaniel Hawthorne o se aproxima a los metafísicos británicos.

Con todas estas referencias y un intramundo pleno de ensayos gramaticales y léxicos, el mar proceloso que se abre ante el traductor ofrece un horizonte lejano, gris y tormentoso. Para mayor INRI, la Dickinson gustaba de la ambigüedad, de yuxtaponer los vocablos, amaba los encabalgamientos entre estrofas, las elipsis…las rupturas del verso.


Marino González Montero


En el aspecto conceptual, no es menor la tarea del intérprete. Ironías, paradojas, sensualidad en el léxico, por no hablar de sus guiones o la elisión de conectivos.

Especialmente arduo es aproximarse al sentido del ritmo original (la misma autora ya se encarga de alterarlo), las subordinadas o esa plasticidad surrealista que profetiza el Imagismo del siglo siguiente y su precisión en la imagen. Vívida, sorprendente, basadas en la metáfora, donde lo gustativo, lo táctil o lo auditivo dotan de profundidad al verbo.

José Paulete


 Arropados los 120 poemas, que ha traducido el escritor almaraceño por 140 dibujos del pintor José Paulete, inspirados en las palabras. A caballo entre el grafismo abstracto y la ilustración figurativa, las ilustraciones acompañan un paseo por el amor y la muerte en tonos ocres, telúricos. Otras veces luminosos o de matiz terroso, azules delicados o cuerpos casi arcillosos.

La traducción requiere un profundo acatamiento  a la estructura gramática o la sintaxis (algo bastante complicado en Dickinson), añadamos el personal uso de guiones, de las puntuaciones y de las mayúsculas o la pluralidad de significados y ya tenemos el paisaje preparado para la batalla.

González Montero se apoya en la musicalidad a la búsqueda del espíritu desnudo del verso. Al poema primigenio. Una estructura casi Bíblica de versos de ocho y seis sílabas.

En estas pinceladas, nacidas de la paleta de Paulete y en este verbo, nacido de la alquimia de González Montero, está la muerte y el más allá, la metafísica; de raíz universal; o el trascendentalismo que vertió en sus versos la poetisa de Massachusetts. Están el éxtasis, la revelación de la naturaleza, el desgarro interior, la fusión de lo erótico con lo inefable

Estamos ante una edición altamente respetuosa con la autora. Una lujosa e imprescindible obra que nos adentra en los páramos de soledad, en la terrenalidad o la grandeza de la creación. En el borde del éxtasis y la locura de Emily Dickinson. Un hermoso y necesario viaje. 



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