domingo, 13 de julio de 2025

Lady Halcón. Richard Donner. 1985

 



¿Puede ser desenfadado el tono de una película donde dos amantes se enfrentan a la maldición de un artero obispo que les impide encontrarse, salvo en un momento determinado del día? La respuesta es: definitivamente sí. De eso se encarga un Mathew Broderick que hila su personaje de Ratón, un desaliñado ladronzuelo, evadido que habla con Dios y tiene un concepto elevado de sí mismo. Los cómicos monólogos del ladrón son de lo mejor del film. De hecho el personaje de Broderick es la hilazón entre la propuesta de fantasía medieval y la percepción de un público contemporáneo y ochentero, particular que ha sido añadido a los diálogos merced a un pelotón de escritores (Edward Khmara, Michael Thomas, Tom Mankiewicz). Mankiewicz acreditado como "consultor creativo" también). Al estilo de Tolkien que introdujo un inglés victoriano (Bilbo) en su trilogía o al abuelo de La Princesa Prometida (The Princeps Bride. Rob Reiner. 1987), única obra que podría hacerle sombra en este periodo a Lady Halcón. Las ocurrencias contemporáneas de Broderick transforman los diálogos en atemporales, plenos de un cinismo teológico: Hemos cerrado el círculo, Señor. Me gustaría creer que hay un propósito superior en todo esto... Sin duda, te haría quedar bien. Simplemente parece que su personaje ya profetizaba al Ferrys Buellers que lo lanzaría a la fama (brevemente) poco después, rompiendo la cuarta pared.


Otros films nacidos ochenteros no alcanzan el nivel épico ni la romántica fantasía que subyace en los fotogramas de esta película. Léase Legend (Ridley Scott. 1985) o Dentro del Laberinto (Labyrinth. Jim Henson. 1986) En comparación con otras filmaciones del periodo, Lady Halcón se encuentra a años luz de otras ofertas en pleno auge de espada y brujería.

En medio de la tragedia cósmica de dos amantes condenados a no hallarse podemos ver escenas de acción, magia, romance y fantasía, en bizarra mezcolanza de géneros.

Lady Halcón (Ladyhawke. Richard Donner. 1985) es una variación de los cuentos de hadas con su maldición, su personaje siniestro, su héroe y doncella sufridora en medio de un guión sumamente sarcástico. El juego de actores es notable, apoyado por la sabiduría británica (John Wood y Ken Hutchison) o australiana (Leo McKern), sin olvidar la presencia impactante de Alfred Molina. La naturalidad del trío protagonista consigue hacer avanzar un film que, en ocasiones, parece escapar de las manos del director en un atrevido rompecabezas. El glacial Rutger Hauer se encarga de dar un toque de sensatez al conjunto.

La fotografía, de la mano de Vittorio Storaro, ganador de óscar (Apocalypse Now, Reds) crea una paleta cromática intensa en los paisajes y castillos del norte de Italia (aunque se desarrolle entre Navarra y Anjou). El director de fotografía extrae colores intensos y nieblas rastreras casi increíbles en la era predigital. Convertida hoy en clásico de culto, cuyo enfoque romántico tiene mucho más nervio que los aspectos bélicos o fantásticos.

Una romántica historia donde los amantes, convertidos sucesivamente en lobo o halcón están condenados a no poder verse, salvo a una hora determinada del día. Donner desarrolla una trama en la que no aparecen épicas misiones, personajes heroicos o indestructibles. La subtrama, de matiz claramente shakesperiano, es una historia de amor trágico. Un amor sacrificado y perdurable cuyas transmutaciones presenta el director con parquedad espartana de efectos especiales. Un destello solar, la poética de un relámpago. Los recursos de un cuento de hadas clásico, de las óperas germánicas o de las baladas heavy metal.



La elección de la Banda Sonora pudiera parecer poco adecuada, pero se encuentra acorde con las coordenadas sonoras de la época y, una vez superados los instantes de sorpresa, se puede disfrutar del uso de chirriantes sintetizadores en el Medioevo. Las piezas compuestas por Andrew Powell y Allan Parson destilan una partitura anacrónica donde el rock progresivo se mistura con escenas habitadas de armaduras, almenas y monjes medievales. Este particular es uno de los puntos chirriantes para gran parte de espectadores, el contraste abrasivo y discordante de la melodía narrativa con los sonidos que se aguardan por uso y costumbre. No puede negarse una gran osadía añadir estos conceptos musicales controvertidos a la puesta en escena de una fábula gótica. Excesiva, pero desarrollando algunas ideas sinfónicas tradicionales con precisión, parece escrita para ser escuchada independientemente de la película. El tema básico, que suele asociarse con el propio Hauer, aparece en temas como Main Title, Tavern Fight y Navarre's Ambush. Es una escritura notable, con un preludio a lo fanfarria, que se respalda con  ideas rítmicas de rock arrogante, para destilar una impresión de recreación y aventura. El romanticismo recae sobre el tema de Isabeau (soberbia Michelle Pfeiffer) nacido de una partitura de flautas, piano y guitarras acústicas (Philippe Describes Isabeau). En She Was Sad at First la utilización de trompas francesas. También se experimenta con efectos corales inquietantes y armonías de metales (Navarre's Ambush y Bishop's Death). La partitura mistura el canto llano o la música de danza medieval, pero incluso estas aportaciones no evitan la sensación de ajenidad que produce en un primer visionado el soundtrack. Quizás una elegante escritura como la que Donner encargó a Jerry Goldsmith para La Profecía (The Omen.1976) hubiera sumado muchos puntos al concepto mitológico-romántico que solicita una trama como la de Lady Halcón. Incluso una partitura encargada a Clannad (Enya) se hubiera hibridado mucho mejor con esta historia.



El obispo es un hombre profundamente corrupto. El villano que toda historia necesita para crecer, encarnado en un soberbio John Wood (Obispo de Aquila). La interpretación de Pfeiffer (Isabel de Anjou) es etérea, misteriosa, exquisita, de rostro prerafaelita.

La originalidad del concepto para una película fantástica, del género espada y brujería, es que la brujería brilla por su ausencia. La maldición se manifiesta en términos religiosos, de la mano del obispo, de carácter demoniaco. Lady Halcón es un epítome del cine ochentero, el paradigma de una vertiente de concepto cinematográfico que transita por el camino menos esperado y trillado.

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