El enigma que llegó del frío
La década de los 50 fue sin duda la época áurea del cine de
Ciencia Ficción. El número y la calidad de los clásicos que se dirigieron, son insuperables,
dando lugar a títulos legendarios y especialmente nostálgicos. La revolución
que supuso a nivel creativo, imaginativo y conceptual abrió camino a todo el
cine que vendría después. El enigma de
otro mundo (The Thing from Another
World. Christian Nyby y Howard Hawks. 1951) pertenece a ese instante en que
el género aún no ha entrado en la dinámica autoparódica de años posteriores.
Cuando el concepto de misterio, ciencia y terror se misturaban sin sonrojo,
como mucho talento un derroche de imaginación.
Una estructura clásica. Un grupo de científicos y soldados
aislados en una estación en el Ártico se enfrenta a lo desconocido en un
hábitat hostil cuando un platillo
volante se estrella en las cercanías. El trabajo en equipo será fundamental
para encontrar los puntos débiles del depredador de otro planeta. Los exégetas
de la Guerra Fría podrán encontrar referencias al colectivismo soviético de la
época o el miedo a la guerra nuclear, pero ante todo nos encontramos ante un
film modélico sobre los miedos humanos, lo desconocido y la capacidad de
adaptación. Además los diálogos acerca de la naturaleza del ente extraterrestre,
su moralidad, su condición en relación a los humanos, conducen a interrogaciones
sin respuesta que dejan en el aire diversos niveles de narración.
Aunque el director oficial es Christian Nyby, Howard Hawks
andaba a la sombra desde su productora “Winchester
Pictures Corporation”. Diversos testimonios inclinan la balanza de la
dirección hacia uno y otro lado. La realidad es que si encontramos algunos de
los estilemas y destrezas de Hawks, mientras que Nyby no volvió a brillar como
en esta obra señera.
Los diálogos son chispeantes, con ritmo de ametralladora y superponiendo
conversaciones. No en vano detrás del guión se agazapaban algunos de los
colaboradores de Hawks, como el talentoso Ben Hecth, Charles Lederer o el mismo
William Faulkner. El diálogo hace que la historia avance a través de los
personajes en una obra coral donde ninguno destaca sobre los otros y esa
sensación de claustrofobia y aislamiento tan cara al cine de Hawks. La
experiencia de Lederer en diálogos penetrantes, concatenación rápida de escenas
y eliminación de todo lo accesorio, hace avanzar con consistencia y vitalidad
el argumento.
La música corrió a cargo de Dimitri Tiomkin (Sólo ante peligro. High Noon. Fred Zinnemann. 1952) y el aspecto
visual corrió a cargo de otro grande: Russel Harlan (Matar a un ruiseñor. To kill
a Mockingbird. Robert Mulligan. 1962). Está basada en un relato de John
Wood Campbell Jr., que apareció en las páginas de “Astouding Science Fiction” en 1938, bajo el seudónimo de Don A.
Stuart. Tiomkin consiguió uno de los hitos de la música cinematográfica, con la
utilización del Theremín para creación de situaciones inquietantes para el cine
de terror. Tan sólo un año antes había sido empleado para otra de las joyas del
género: Ultimátum a la tierra (The Day the Earth Stood Still. Robert Wise.
1951).
La dirección de actores extrae interpretaciones nada
acartonadas, ofertando seres humanos, a diferencia de otras producciones donde
los personajes tan sólo son víctimas propiciatorias para ser eliminadas
sucesivamente por el monstruo. Hay camaradería y unidad, algo que les va a
hacer bastante falta para enfrentarse a la amenaza desconocida.
Aunque este film deja un poco de lado la capacidad cambiante
y morfoadaptativa del visitante, luego desarrollada en La Cosa (The Thing. John
Carpenter. 1982) Nyby y Hawks eligen un alienígena-planta que se alimenta
de sangre, con referencias al cine vampírico y a un concepto de horror
lovecraftiano, sin olvidar las referencias morfológicas de la “criatura” con el
monstruo de Frankenstein (versión Karloff). La cámara enfoca grupos de
personajes y en escasas ocasiones lo hace con menos protagonistas, destacando
la necesidad de que el conjunto humano interactúe para sobrevivir. La modestia
de medios no es freno para la eficiencia de la propuesta que juega con todos
los resortes para conseguir un ritmo trepidante, una fusión límpida de terror y
ciencia ficción y un juego de mostración/ocultación del invasor donde la
estética es la marca de la casa.
El maquillador de RKO, Lee Greenway fue responsable del aspecto
exterior del alienígena. Pero el trabajo de maquillaje no resistía planos
cortos por lo que se optó por esos planos rápidos, desdibujar la criatura o
iluminación tenue, lo cual resultó todo un acierto. Algunas escenas se rodaron
en un almacén de hielo de Los Ángeles, lo cual aporta verosimilitud. El resto
se realizó durante un duro invierno en el rancho RKO y Parque Nacional Glacier.
Por encima de todo queda aquel mensaje final, referente
indudable de la época que se estaba atravesando políticamente a nivel mundial y
que juega con los dobles sentidos.
“¡Vigilad el cielo! No
os descuidéis. ¡Vigilad! ¡Seguid vigilando el cielo!”
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