domingo, 16 de mayo de 2021

El enigma de otro mundo. Christian Nyby y Howard Hawks. 1951

 

                                                 


                                               
El enigma que llegó del frío

                                                                                  

La década de los 50 fue sin duda la época áurea del cine de Ciencia Ficción. El número y la calidad de los clásicos que se dirigieron, son insuperables, dando lugar a títulos legendarios y especialmente nostálgicos. La revolución que supuso a nivel creativo, imaginativo y conceptual abrió camino a todo el cine que vendría después. El enigma de otro mundo (The Thing from Another World. Christian Nyby y Howard Hawks. 1951) pertenece a ese instante en que el género aún no ha entrado en la dinámica autoparódica de años posteriores. Cuando el concepto de misterio, ciencia y terror se misturaban sin sonrojo, como mucho talento un derroche de imaginación.

Una estructura clásica. Un grupo de científicos y soldados aislados en una estación en el Ártico se enfrenta a lo desconocido en un hábitat hostil  cuando un platillo volante se estrella en las cercanías. El trabajo en equipo será fundamental para encontrar los puntos débiles del depredador de otro planeta. Los exégetas de la Guerra Fría podrán encontrar referencias al colectivismo soviético de la época o el miedo a la guerra nuclear, pero ante todo nos encontramos ante un film modélico sobre los miedos humanos, lo desconocido y la capacidad de adaptación. Además los diálogos acerca de la naturaleza del ente extraterrestre, su moralidad, su condición en relación a los humanos, conducen a interrogaciones sin respuesta que dejan en el aire diversos niveles de narración.



Aunque el director oficial es Christian Nyby, Howard Hawks andaba a la sombra desde su productora “Winchester Pictures Corporation”. Diversos testimonios inclinan la balanza de la dirección hacia uno y otro lado. La realidad es que si encontramos algunos de los estilemas y destrezas de Hawks, mientras que Nyby no volvió a brillar como en esta obra señera.



Los diálogos son chispeantes, con ritmo de ametralladora y superponiendo conversaciones. No en vano detrás del guión se agazapaban algunos de los colaboradores de Hawks, como el talentoso Ben Hecth, Charles Lederer o el mismo William Faulkner. El diálogo hace que la historia avance a través de los personajes en una obra coral donde ninguno destaca sobre los otros y esa sensación de claustrofobia y aislamiento tan cara al cine de Hawks. La experiencia de Lederer en diálogos penetrantes, concatenación rápida de escenas y eliminación de todo lo accesorio, hace avanzar con consistencia y vitalidad el argumento.

La música corrió a cargo de Dimitri Tiomkin (Sólo ante peligro. High Noon. Fred Zinnemann. 1952) y el aspecto visual corrió a cargo de otro grande: Russel Harlan (Matar a un ruiseñor. To kill a Mockingbird. Robert Mulligan. 1962). Está basada en un relato de John Wood Campbell Jr., que apareció en las páginas de “Astouding Science Fiction” en 1938, bajo el seudónimo de Don A. Stuart. Tiomkin consiguió uno de los hitos de la música cinematográfica, con la utilización del Theremín para creación de situaciones inquietantes para el cine de terror. Tan sólo un año antes había sido empleado para otra de las joyas del género: Ultimátum a la tierra (The Day the Earth Stood Still. Robert Wise. 1951).



La dirección de actores extrae interpretaciones nada acartonadas, ofertando seres humanos, a diferencia de otras producciones donde los personajes tan sólo son víctimas propiciatorias para ser eliminadas sucesivamente por el monstruo. Hay camaradería y unidad, algo que les va a hacer bastante falta para enfrentarse a la amenaza desconocida.

Aunque este film deja un poco de lado la capacidad cambiante y morfoadaptativa del visitante, luego desarrollada en La Cosa (The Thing. John Carpenter. 1982) Nyby y Hawks eligen un alienígena-planta que se alimenta de sangre, con referencias al cine vampírico y a un concepto de horror lovecraftiano, sin olvidar las referencias morfológicas de la “criatura” con el monstruo de Frankenstein (versión Karloff). La cámara enfoca grupos de personajes y en escasas ocasiones lo hace con menos protagonistas, destacando la necesidad de que el conjunto humano interactúe para sobrevivir. La modestia de medios no es freno para la eficiencia de la propuesta que juega con todos los resortes para conseguir un ritmo trepidante, una fusión límpida de terror y ciencia ficción y un juego de mostración/ocultación del invasor donde la estética es la marca de la casa.




El maquillador de RKO, Lee Greenway fue responsable del aspecto exterior del alienígena. Pero el trabajo de maquillaje no resistía planos cortos por lo que se optó por esos planos rápidos, desdibujar la criatura o iluminación tenue, lo cual resultó todo un acierto. Algunas escenas se rodaron en un almacén de hielo de Los Ángeles, lo cual aporta verosimilitud. El resto se realizó durante un duro invierno en el rancho RKO y Parque Nacional Glacier.

Por encima de todo queda aquel mensaje final, referente indudable de la época que se estaba atravesando políticamente a nivel mundial y que juega con los dobles sentidos.

“¡Vigilad el cielo! No os descuidéis. ¡Vigilad! ¡Seguid vigilando el cielo!”




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