No hay duda de que El Barón Rojo (Von Richthofen and Brown. Roger Corman. 1971) es una de las mejores obras del director del director de Detroit. Un encadenamiento de escenas aéreas que hubiera firmado cualquier otro cineasta con agrado. Corman mantiene un sólido pulso narrativo donde mistura las escenas bélicas (ágiles y emocionantes) con la escenificación de un mundo decadente donde el honor, los bailes de sociedad y los códigos morales primaban sobre todo lo demás. Manfred Von Richthofen lucha en contra de las instrucciones que mandan camuflar los aviones y pinta el suyo de rojo para ser aún más visible. El resto de la escuadrilla también pinta los aviones de color llamativo, hasta ser denominados “El circo del Barón Rojo”. El dinamismo del film también se apoya en una excelente y épica banda sonora de Hugo Friedhofer y la fotografía de Michael Reed. Ciertas elipsis no perjudican del discurso narrativo (algo desigual) que se apoya en una gran interpretación del estadounidense John Phillip Law, un todo terreno capaz de pasar del musical a arrasar en el teatro con Drácula o ser el partenaire de Mónica Vitti en Esa Rubia es mía (Stardust. Alberto Sordi. 1973). Corman llega a esta producción desde el estimado ciclo de Poe, con cierta sensación de estar perdido en su trabajo, de dejar atrás su etapa hippie, en la que alcanzó éxito financiero, pese al desastre creativo y su divorcio de la American International Pictures.
No deja de ser paradójico que su mejor película fuera casi el canto de cisne del cineasta. No retornaría hasta 15 años después con su Frankenstein Unbound (1990). El sentido del honor del germano, descendiente de los Caballeros Teutónicos se enfrenta al aviador canadiense Roy Brown (Don Stroud) el obrero que se enfrenta a la vieja mentalidad aristocrática. El guion, obra del matrimonio formado por John y Joyce Corrington, está realmente bien elaborado, justo lo que uno esperaría de una producción de un gran estudio con un buen presupuesto. Los trazos humanos de los protagonistas están bien dibujados. Motivaciones, relaciones humanas, impulsos, se desarrollan con fluidez, hasta la decisión final del piloto de quedarse en el combate aéreo cuando Alemania está perdiendo la guerra y podría optar por ser piloto de pruebas. Quizás la premura de Corman a la hora de transición (excesivamente rápida entre escenas) lastre el estudio humano de los pilotos. Una característica más cercana a sus producciones terroríficas anteriores que a lo que solicita un drama humano, pleno de conflictos, donde al canadiense no le importa el honor ni la dignidad, solo quiere derribar alemanes.
Estamos ante una de las películas más impactantes sobre la Primera Guerra Mundial, con ese sentido de la nostalgia militar prusiana, pero sin sentimentalismos. Las atractivas y espectaculares cabriolas aéreas dejan paso a diálogos bastante menos emocionantes largos y tediosos. Los aficionados a la Historia no deben de bucear demasiado en las inexactitudes que, al director, no debían importar demasiado. Las escenas aéreas no están rodadas por directores de segunda unidad, fue el propio Corman quien las rodo en dos semanas desde una torre de 9 metros desde la que dirigía como un controlador aéreo. Corman era un auténtico stajanovista del cine desde su época fantástica. Las carencias del autor a la hora de reflejar psicologías, lastran una producción de magnífica fotografía aérea. Demasiado plano y con cierta carencia de profundidad en la psique de los personajes principales y sus motivaciones, pese a los intentos de definir los personajes:
<<Solo soy un técnico. Transformo cosas. Pongo un hombre y un avión delante de mí y los convierto en restos y cadáveres>> (Brown).
El personaje de Brown rechaza con su inconformismo la visión que sus camaradas británicos tienen de sí mismos como caballeros andantes. No brinda por su enemigo, provocando las iras de sus caballerosos compañeros que no aprueban sus tácticas. Eficientes, pero poco caballerosas. Nos encontramos ante una dicotomía donde el Yin y el Yang se enfrentan, no solo en el cielo. Es una lucha por una época y un lugar en el mundo de matiz heratocliteo. Lo viejo y lo nuevo en imposible dialéctica. Aquiles (Richthofen) se enfrenta a su Némesis canadiense. El depredador, que carece de temores, frente a un piloto que afronta el combate con el corazón a ritmo de locomotora.
Entre los “fallos” históricos podemos encontrar la presencia de Göring en el aeródromo alemán, algo que se produciría años después. Nunca sirvieron juntos y asumió el mando mucho tiempo después del fallecimiento del Barón Rojo. Metáfora sobre el crepúsculo de la época dorada de la milicia aérea frente al enfoque de vuelo, más mecánico y brutal, que surge con el piloto canadiense y sitúa a Richthofen en tierra de nadie. Los intérpretes principales cuentan con el apoyo entusiasta de Ferdy Marne, Corin Redgrave, Barry Primus y Stephen McHattie. Corman utilizó las instalaciones de aviación irlandesas del expiloto de la RCAF, Lynn Garrison, con réplicas de aviones de la Primera Guerra Mundial. Garrison enseñó a Law los fundamentos del vuelo, incluyendo el despegue y el aterrizaje, lo que hizo que las imágenes fueran más realistas, rodando al viejo estilo de Howard Hughes, con cámaras montadas en los aviones, activadas por los pilotos. Los interiores se rodaron en la mansión Powerscourt House, en el condado de Wicklow, Irlanda.A medida que la guerra avanza, los parámetros bélicos de Brown comienzan a ganar adeptos. La hidalguía y caballerosidad deja paso al pragmatismo, el ritual a la eficiencia carnicera. El deporte de caballeros se va diluyendo ante la necesidad de aniquilar al enemigo. En cierto modo, el espectador está contemplando una parábola, el canto de cisne de una época patricia de caballería aérea. El ataque traicionero de la escuadrilla de Brown al aeródromo alemán, vulnerando las viejas reglas de la caballería, es respondido con el ametrallamiento de un hospital de campaña. La guerra se estaba convirtiendo en una cuestión de terrible supervivencia. Es el principio del fin de esta tragedia griega. Consummatum est.