martes, 14 de octubre de 2025

Atra Bilis. Zuloaga bajo la tormenta. La Estampa Teatro

 


Una simbólica tormenta se desata durante el velatorio del esposo de Nazaria Alba Montenegro. No será la única esa noche. La tempestad que va a despertarse en el gineceo de la Casa Grande, donde cuatro mujeres vana enfrentarse a los espectros del pasado y el presente. Daría, Nazaria, Aurorita (La Nena) y Ulpiana, son paradigmas de una sociedad oscurantista, de un terruño espectral con letanías y acompañamiento de esquila. Una intrasociedad que camina hacia su propio Juicio Final.

Con un lenguaje clásico, de rotunda raigambre valleinclanesca, Laila Ripoll nos presenta un microcosmos donde el absurdo se da la mano con la reivindicación social (o familiar) en cuadros humanos que misturan a un tiempo la negrura goyesca con la España Negra de Zuloaga.

Los contrastes de luz y sombra se alinean con sus homónimos verbales. Tenebrismo en la escena (Félix Garma y Carlos Lorenzo) con acertada luminotecnia, y tenebrismo en el verbo, con acerados diálogos que combinan el costumbrismo de cerrado y sacristía con acerados dardos que hacen sangrar y arrancan confesiones y odios fermentados a lo largo de los años.

La escenografía, acertada, reproduce un salón de antaño; sin que falte ni el cuadro de La Última cena; el catafalco del finado (personaje ausente) y la decadencia, todo apariencia, de una familia rural.



El trabajo actoral es soberbio, sin descender a lo caricaturesco. Las cuatro actrices dan vida a personajes intensos, profundos y plenos de recovecos humanos. Personajes vivos y totalmente reconocibles para cualquiera que provenga de un medio rural, aunque metafóricos y ecuménicos en sus aspiraciones, deseos, odios y contradicciones.

Bebiendo de fuentes lorquianas, estas cuatro mujeres muestran la complejidad de sus conflictos dentro de cárcel literaria del arquetipo, buscan su libertad, su identidad y su pintoresco ajuste de cuentas encarnadas en cuatro actrices en estado de gloria.

Un adecuado uso del espacio escénico (Carlos Lorenzo) y una señera dirección de Sandro Cordero, permiten que esta sucesión de cuadros humanos, con las descarnadas pinceladas de Gutiérrez Solana, permiten un desarrollo dinámico del despiadado texto (y tremendamente divertido). Mujeres de negro, mujeres enlutadas, en señero homenaje a la literatura gótica. Tan enlutadas como sus almas que se van desgarrando misturando la nerviosa carcajada con el hachazo de sus actos reprochables y reprobables. La ranciedad y el abolengo con aroma a naftalina impregnan la Casa Grande en medio de una correcta iluminación, plena de haces, de matiz expresionista (Félix Garma).



Los caracteres de las cuatro hermanas de esta tragicomedia oscurantista están perfectamente delineados, sirviendo el papel de Aurorita “la Niña” (Beatriz Canteli) de hilazón humana y afectiva entre los caracteres de las mujeres. Un personaje que solicita de gran expresión corporal y equilibrio para no caer en el histrionismo o la desmesura y que, la actriz, saca adelante con enorme talento y fluidez, componiendo un personaje entrañable. La rural Ulpiana, creada por Concha Rodríguez es efectiva en su costumbrismo, preñado de proverbios populares y servidumbre anhelante de justicia social. El leitmotiv que enfrenta a Laura Orduña (Dana) y la primogénita, Cristina Lorenzo (Nazaria), basado en un acto del pasado y que se repite constantemente, produce momentos de gran hilaridad; entre la vorágine de un texto; pleno de referencias arcaizantes, bíblicas y del áureo siglo, que el espectador avezado agradece.

Los fúnebres y lorquianos atuendos (Azucena Rico) resaltan sobre la ambigüedad deconstruida de la estancia mortuoria. Los florales motivos y el omnipresente vano de la puerta, ofician de testigos de la situación social y la época en que transcurre la tragicomedia. Los distinto tipo de asientos definen la estructura piramidal entre las mujeres. Los diálogos son verdaderos hachazos verbales, algunos de estética goyesca y de querencia esperpéntica hasta situarlas en un mundo grotesco que podría ser pintado por El Bosco. No queda lejos el realismo mágico, ya que las arpías aguardan la transmutación del finado en el joven apuesto que fuera (vestido de guardiamarina) para darle su lugar en la tierra. Ciertamente esta obra supura "atrabilis", humores corporales, sustancias putrefactas. Pero lo hace en medio de un inteligente humor negro que sirve de contrapunto a la negritud y mala bilis que nace de la tormenta. Un análisis, desde el oscuror, de la injusticia social, la toxicidad en las relaciones, la impostura, el mundo creado como disfrute del varón y las ofensas. Un ambiente en el que a veces nos parece perfilar alguna de aquellas casas fantasmales de Pedro Páramo o una estancia entre las sombras de Macondo.

Incluso el epílogo no es el happy end que podría resultar complaciente al espectador. El telón cae con mucha “mala bilis”, dejando el infierno de Dante en el mismo sitio en que lo encontramos en un retorno circular al son (Mr. Wonder) de las cornetas de una Semana Santa siniestra y apocalíptica. Atra Bilis es una excelente propuesta, un cajón de sastre donde Kafka se mistura con el astracán, mientras las brujas regresan al pandemónium. Una excelente propuesta de La Estampa Teatro (Extremadura), SótanoB (Asturias) e Hilo Producciones (Cantabria).

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