Gran apuesta de la NBC , The Black List consiguió
auparse a los primeros puestos con una sugestiva proposición, que corría un
peligro equivalente al de los equilibristas: jugar demasiado con la suerte. The
Black List, era claramente serie de una sola temporada. Hubiera terminado
redonda, autoconclusiva y en su punto, como las buenas recetas de cocina.
Partiendo de una original premisa: un delincuente de alto standing se entrega
al FBI para solicitar inmunidad. La carta de cambio será la información
facilitada sobre peligrosos criminales
del inframundo: terroristas, guerra biológica, hackers invisibles, de los
cuales no tiene conocimiento la ley. El peso recae sobre un cautivador James
Spader, cuya mirada mórbida es el motor de la trama y que compone un
delincuente “black collar” cínico, carismático, de una chulería sin límites.
Con ramalazos del personaje que interpretara en Boston Legal (Alan Shore) este
Raymond Redington, es lo mejor de la función. Un Aníbal Lecter del crimen
organizado que resulta atractivo para el público, a pesar de tener zonas
oscuras. Este es otro de los aciertos del guión. Esa trama de muñecas rusas, de
capas que se van abriendo para dar paso a nuevos enigmas es lo que mantiene la
tensión y el interés.
El elenco no está a la altura de Spader, que hace girar
el mundo en torno a su personalidad
arrolladora. Megan Boone cumple con profesionalidad, sin dejarse arrastrar por
el vendaval Spader sirviendo de contrapunto a los excesos; casi megalómanos; de
un Spader que, más que convicto, semeja el amo de marionetas. Megan Boone sigue
la saga de detectives curtidos a golpe de decepción (Sydney en “Alias” o Olivia
Dunham en “Fringe”) frente al sarcasmo autosuficiente de Redington, que parece
de vuelta de todo. La
Matrioskas que nos ofrecen los capítulos precisan de la
complicidad del espectador adicto a estos menesteres, ya que desmesura y la
inverosimilitud planean peligrosamente por unos esquemas, ya vistos y explotados
en series como Mentes Criminales o CSI, donde inteligentísimos y rebuscados
sicópatas traen en jaque a los investigadores, a pesar de los agujeros del
guión. ¿Quiere esto decir que la serie no entretiene? En absoluto. Los
seguidores de este tipo género, disfrutaran cada capítulo sin percatarse de los
flecos, desbarres y desmesuras a que somete la adrealínica trama.
Encontramos varias reminiscencias (por así definirlas) de El Silencio de los Corderos, Homeland,
Persons of Interest y refritos varios. Poca chicha para el interprete de Sexo, Mentiras y Cintas de Video (redondo
estudio sobre la neurosis y la sexualidad que abanderó el cine independiente de
los 90, Crash (morbosa incursión de Cronnenberg en los laberintos de la mente)
o Secretariy (anticipación de calidad, de saldillos como 50 Sombras de Grey).
Menesterosa empresa para el interprete de Boston Legal. El primer actor en
ganar idéntico premio dos veces, interpretando al mismo personaje en distintas
series. Spader es un actor de culto, pleno de turbiedad. Aunque hayan
desaparecido sus rizos, se merece guiones más inteligentes. Ideal para seguir
el disparatado argumento en tardes palomiteras, o para olvidarse de cómo está
el patio. Producto de evasión; sin buscarle tres pies al gato. Aceptable (y
olvidable). A partes iguales.
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