Es difícil mensurar cuanto tiene
que agradecer el historiador o el cronista al coleccionista febril, que dedica
gran parte de sus ocios a reunir catálogos; más o menos especializados; de los
más diversos menesteres y querencias. Encontrarse como fuente de información
con un detallado inventario de objetos, recuerdos, y cachivaches varios, a los
que de otra forma hubiera sido imposible acceder, facilita la labor del
investigador. El acceso a un patrimonio histórico reunido, cuidado y
clasificado, es apreciado por los que tienen ocasión de estudiarlo a nivel privado, o como en el caso de estas
iniciativas culturales, sirven para promover su acercamiento al público que de otra forma
no tendría posibilidades de disfrutarlo. Tebeos de Posguerra, es un paseo por nuestro pasado;
el que recordamos o el que queremos olvidar; pero no por ello menos certero y
evocador.
Dividida en cuatro secciones “históricas”, este recorrido por
aquellos tebeos apaisados, preñados de aventuras inverosímiles, nos traslada a una época en que los chicos más afortunados, corrían con ilusión a comprar
el episodio semanal que les transportaría a lugares exóticos, en aventuras
inimaginables. Eran otros tiempos (que duda cabe) y la utopía que transmitían
las aventuras imposibles de aquellos héroes invencibles, ayudaba a superar la
grisura cotidiana y la plomiza neblina que envolvía al país. Armados de su último
ejemplar del Jabato (luchador ibero
contra las huestes de Roma) o de El Capitán
Trueno (castellano aguerrido y reivindicador) recorrían paisajes
exóticos, desiertos inalcanzables, civilizaciones perdidas. Nada escapaba a la
imaginación de los guionistas. Rodeados de mayores peligros que sus creaciones,
sorteaban la censura y el “efecto Mogambo” que alargaba la falda reticente o
rellenaba escotes lujuriosos. Llamado así por la película del mismo nombre,
donde nuestros inteligentes Torquemadas, habían convertido una amante (Grace Kelly) en hermana.
Los inquisidores patrios influenciaron durante años en el
mismo concepto del héroe carpetovetónico, creado a imagen y semejanza del mito hispano
nacionalcatólico. El monje-soldado, nacido a la sombra directa de El Guerrero del Antifaz;
descabezador de morisma; desfacedor de entuertos varios y eterno aspirante al virginal amor de Doña Ana María. La fórmula del trío aventurero fue explotada en diversos
tebeos. En El Capitán Trueno,
encontramos a Goliat, desempeñando el papel de fuerza de la naturaleza y
Crispín que sustituye con astucia su juventud. En los tebeos de El Jabato, encontramos repetido el mimético esquema: Heróe/Forzudo/Personaje cómico,
correspondiendo a Taurus y al poeta Fideo de Mileto, estos roles
estandardizados, que se repetirían en El Cosaco Verde o El Corsario de Hierro. En todos ellos, una joven vestal (preferentemente soltera y entera) aguardaba pacientemente y sin consumación,
el puro amor del héroe. A su favor hay que reseñar que no se trataba de
mujeres-florero. Eran beligerantes y estaban a la altura del personaje
masculino en cuanto a coraje y entereza. A los funcionarios de la tijera y la
goma, no les desagradaba este modelo épico de hembra hispana racial, defensora
de los valores patrios como una Agustina de Aragón viñeteada, pese a que las heróinas eran foráneas. Sigrid (amada del Capitán, era vikinga) y Claudia (El Jabato) era una patricia romana. Los muchachos
menos favorecidos practicaban el trueque o el alquiler. Sentados; bajo la
vigilancia implacable del kiosquero; accedían a mundos desconocidos,
desarrollaban su imaginación y un escapismo inconsciente de su entorno.
En los
primeros años del férreo Régimen prevalecen las historietas y tebeos de corte
patriótico o directamente sectario (Flechas y Pelayos) dónde la diversión iba
paralela al adoctrinamiento o la exaltación de la raigambre y el acervo
hispano. Los guionistas preferían lanzar a sus héroes al espacio exterior o a
civilizaciones desconocidas, donde el enfrentamiento con la censura era mas
leve. Pero no por ello escapaban a los tópicos y la servidumbre política. De
este modo los enemigos, incluso de otras civilizaciones, eran representados con
rasgos del “peligro amarillo” o con uniformes y escenarios de influencia
sovietica. En Freddy Barton
el Audaz, aparece una civilización extraterrestre; taimada y aviesa;
recién salida de Doctor
Zhivago con sospechosos rasgos caucásicos. La Guerra de Corea, la Guerra Fría , agentes
secretos invencibles, llenaban las tardes soleadas y las mañanas invernales de
aquellas generaciones que vivían con intensidad las últimas hazañas del Capitan Misterio, o dejaban
escapar unas sonrisas con joyas como el TBO, dónde las inquietudes de La Familia Ulises, o los inefables
inventos del Profesor Frank, se mixturaban con reflejos de una España que
comenzaba a salir de la miseria con personajes tomados de la cotidianeidad (Carpanta, Las Hermanas Gilda, Doña
Urraca). Junto a estos convivían atípicas empresas como El Inspector Dan, uno de los
mejores tebeos de la época; dónde el cine negro se mixturaba con homenajes a
las películas de terror de la
Universal , con un trazo magistral y claroscuros
expresionistas.
Esta exposición hermana el trazo grueso y el feísmo formal de un
mito como El Cachorro,
con la línea de físicos alargados y posturas inverosímiles de Gago (El Guerrero
del Antifaz, El Pequeño Luchador) creador de una escuela imitada hasta la
saciedad. En estas páginas se encuentra una parte importante de nuestra cultura, joyas de literatura gráfica, estan cotizadas como merecen en los mercados
de coleccionismo o reeditadas en facsímil para facilitar el acceso a lo
desaparecido. Completan la exposición figuras representando a los héroes de las viñetas de estas décadas. Unas viñetas que nos permiten comprender con
nostalgia y aceptación, que nosotros; los de antes;ya no somos los mismos.
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