Gótica, oscurísima, atávica, laberíntica. La obra del guionista John Logan (Gladiador, El Aviador, Skyfall) llega a su inevitable epílogo, dejando en el espectador un sabor agridulce, un cierto aroma a premura y una gran pesadumbre, debido a lo inevitable del desenlace. Acierta esta temporada en la inclusión de nuevos personajes, en el desarrollo de las subtramas que, a nivel visual, adquieren la riqueza fílmica del contraste visual y argumental. Sirva como ejemplo ese extraordinario episodio “A Blade of Grass”, donde se produce la transición de una persecución wensteriana a través de un luminoso desierto almeriense; que haría las delicias de John Ford; para introducirnos en el bizarre más desquiciado durante la orgía hemoglobínica en la mansión de Dorian Gray, y culmina entre las paredes acolchadas de un frenopático del cual no salimos en el resto del metraje. Curiosamente este episodio, que se apuntala sobre la interpretación desaforada de Green, en contraste con la aparente levedad de un enorme Rory Kinnead, está enriquecido por una de las mejores aportaciones de esta temporada: Patty Lupone (Doctora Seward).
La sobriedad interpretativa de
esta actriz, que ya elevaba el listón en uno de los mejores episodios de la
temporada anterior (la iniciación en la cabaña del bosque), es el alfa para el
omega de la perfomance de Eva Green. Aunque en aquella ocasión el personaje
recreado por Lupone era una antepasada del actual. Los aciertos de la puesta en
escena han sido una de las marcas de clase de estos “Penny Dreadful”, que como
aquellos panfletos que se vendían por un penique, han llevado el terror a los
incondicionales.
Entre escenas bizarras, diálogos
brillantes, interpretaciones entregadas (Eva Green. Billie Pipper, escapada de
la cabina del Dr Who), frente a la sobriedad como arma para veteranos como
Thimothy Dalton, Patty Lupone, Wes Studi, Hellen McCrory, incluso el
aparentemente desangelado Dorian (el cantante Reeve Carney), compone un
personaje totalmente coherente con su situación, atrapado en el hedonismo
eterno, pese al escaso juego que le da la dramaturgia. Su relación con la,
también cantante, Billie Pipper, está teñida de una bizarría y un erotismo
enfermizo.
La inclusión de la jovencísima Jessica Barden (Tamara Drewe, En la Mitad Oscura, Lejos del
Mundanal Ruido), tiñe de un sensualidad insana y de alto voltaje, la mansión
del inmortal personaje creado por Oscar Wilde, interpretando a Justine ¿un homenaje
velado al marques de Sade? Penny Dreadful ha cautivado por su poesía oscura, el
respetuoso homenaje a iconos del mundo de los terrores (literarios o fílmicos),
aunque a algunos; dadas las limitaciones de tiempo; han resultado excesivamente
planos para sus posibilidades. Desaprovechados en lo literario quedan el Dr.
Frankenstein y la novedad de esta temporada: el Dr Jeckyll que se quedan a las
puertas de esta historia de noche eterna y romanticismo enfermizo. Un cuento
cruel donde poemas de los románticos Wordsworth, Shelley y Tennyson, se
entremezclan con criaturas de la noche, la perversión y el mal absoluto. Los
continuos homenajes y referencias a la literatura y al cine han teñido el guión
de esta serie. Josh Hartnett (rescatado de Pearl Harbour y debacles similares)
interpreta con convicción un hombre-lobo que se apellida “Talbot”, como el
licántropo de las míticas películas de la Universal.
La doctora recreada por
Patty Lupone, que ayuda a Vanessa, es una referencia nada velada al incipiente psicoanálisis, mientras que el
nombre de Justine (Jessica Barden) es el título de la famosa obra del marques
de Sade.
El alocado y noble egiptólogo Ferdinand Lyle, interpretado excelentemente por
Simon Russel, nos remite a otras obras de la casa como la saga de “La Momia”,
la Criatura navega entre el hielo como en el epílogo de la novela primigenia de
Mary Shelley, la Doctora Seward lleva el apellido del director del siquiátrico de la novela “Drácula”.
Sin olvidar las apariciones de muñecos terribles de ventrílocuo, otro de los clásicos del cine de terror. También aparecen otros
creados por la literatura: las brujas de Macbeth, Rendfiel, el fiel servidor del vampiro de Bram
Stoke. Referencias a situaciones reales: el tétrico museo de cera, Jack the
Ripper, y un largo etc.
El pilar interpretativo ha sido sostenido
por una Eva Green en estado de gloria. Pletórica de recursos interpretativos,
capaz de manejar los extremos del abanico sensorial. De hacer creíble y cercana
la única criatura original (Vanesa Ives), no extraída de la literatura. Algunos
de los mejores capítulos han nacido de la mano de directores españoles: J. A.
Bayona (El Orfanato, Lo Imposible) y el sevillano Paco Cabezas (Carne de Neón,
Tokarev), que filman con una precisión milimétrica y el equilibrio exquisito
que precisaba el goticismo desaforado de esta trama.
La densidad de la trama y la continua evolución, obliga a desaprovechar algunos personajes como el interpretado por la actriz teatral y cantante Sarah
Greene (El Irlandés, Noble),la bruja Hécate, que acompaña a Talbot en su éxodo,
y cuya presencia se va diluyendo pese a su esforzada interpretación. Todo lo
contrario sucede con su padre Jared Talbot. Un potente y veterano actor irlandés: Brian Cox (Troya,
Braveheart, The Boxer) da un juego notable a sus escasos minutos en pantalla.
Penny Dreadful ha sido un enorme “mashup”
visual. Una pócima inyectada en vena donde tenía cabida toda la mitología del
terror con particulares pinceladas,
La temporada comenzaba el día de la
muerte de Alfred Tennyson, con el profesor Lyle despertando a Vanessa de su
letargo mortal y culmina con la criatura de Frankenstein recitando un verso de Wordsworth a modo de oración,
Dos adalides del romanticismo literario. Penny Dreadful es básicamente
eso. Romanticismo desaforado. Absurda lírica del abismo. Un Dickens pasado por el tamiz
de la insanía. Un poema gótico al amor oscuro. El canto de un cisne negro que
deseaba un plumaje blanco, aunque perdiera la belleza en el camino.
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