Después
de un largo tiempo de sequía narrativa (ocho años desde “El Vuelo del Globo
Rojo), el director taiwanés Hou Hsiao-Hsien regala una creación que transcurre
en una tierra de nadie visual, donde la forma fagocita el fondo, donde se
trasciende el discurso asumido en beneficio de una recreación visual
apabullante y de una cadencia extremadamente zen. Tras un introito en
deslumbrante blanco y negro, con la intención de diferenciar/distanciar el origen del drama,
“The Assassin” se sumerge en un mundo de veladuras, cortinas, leves
coreografías de un cromatismo subyugante para desarrollar una narración visual
en grandes planos y narrativa “interruptus”, para desectructurar los engranajes
de este género marcial. Incluso las escenas de lucha dejan (voluntariamente)
una cierta sensación de morosidad visual. Pero todo forma parte del juego de
alejamiento que efectúa el director de los modos y maneras que consideraríamos
dentro de la “normalidad”, para sumergirnos en su cosmos, donde la mirada es la
llave. El realizador ha buceado en el pasado de su país, reinventando el género
con el que debió disfrutar siendo un
niño, transformando la coreografía en poesía visual, la densidad dramática en
metáfora con elipsis y "fuera de campo", los lugares comunes del arte marcial en
personal ballet cósmico. Esta guerrera letal, interpretada emocionalmente por Shu Qi, se mantiene alejada de la comprensión
del espectador (como casi todo en este film), utiliza la impenetrabilidad como
morbosa atracción.
A años luz del concepto setentero de cine cantonés o honcongkiano, donde habitaban tipos con pantalón “patadeelefante” y extraños gritos onomatopéyicos,
envueltos en coreografías vergonzantes en su mayor parte. Eran los años en que
“el pequeño dragón” popularizó el cine de mamporros, dejando una estela de
actores-apósitos que le sucedieron en el trono del patadón: el mítico Chuck
Norris, campeones como Joe Lewis, que en "El Felino" comparte cartelera con Christopher Lee, o
autóctonos como Bolo Yeung, de longeva filmografía. China poseía su propia tradición
literaria y la filmografía recreó periodos históricos tradicionales para
reflejar su propio concepto del arte marcial, bastante lejano de las
producciones occidentales (vengador justiciero, técnicas certeras mezcladas con
armas de fuego, paramilitares y un sentido del humor limítrofe del que carecían
las creaciones orientales). No sería hasta años después cuando la aparición de
nuevos martial-man, permitiría que las coreografías se convirtieran en
exhibiciones imposibles e improbables en el mundo real de la mano de bailarines/luchadores
como Jean Claude Van Damme, donde la cámara se recrea, repitiendo desde
distintos ángulos la misma técnica, para uso y disfrute del espectador, ante la
elasticidad de los mentados. En el otro lado del mundo, las producciones
históricas mostraban usos y costumbres, normas morales y un largo rosario de
tradiciones de las que carecían los guiones americanos, exportadores
fundamentales del subgénero. Trenzas, escuelas de artes marciales enfrentadas, filosofía Shaolin, o diálogos
con el puño amenazante como toda técnica interpretativa ensalzaron a actores
como Gordon Liu en creaciones como “Las Cámaras de Shaolin” o leyendas como “Érase
una vez en China” (1991) que lanzó a Jet Li al estrellato.
El género Wuxia,
revitalizado en los últimos años, tiene una antigüedad de siglos. Su misma
traducción “caballería y magia chinas”, acota el mundo a que va a enfrentarse
el espectador, lleno de conceptos tan arraigados en el entorno social y
cultural de la antigua China, que son difíciles de digerir en otras latitudes.
El concepto de héroe (xía) en la ficción
es un ácrata luchando por la justicia, maestro en artes marciales que ama su
reputación y su espada por encima de todo. El Wuxia surge tras la revolución
comunista, refugiado en Taiwán y Hong Kong, alejándose del concepto mundano de
“cine de artes marciales”, utiliza el espacio histórico, el melodrama, la
tradición y se centra en la lucha con
espadas, pero con características propias que le alejan del género de
“samuráis”. Alcanza su cenit y depuración formal con obras donde prima la
estética y el cromatismo, como “La Casa de las Dagas Voladoras”, la celebrada
“Tigre y Dragón”, la notable “Hero” con Jet Li, o la preciosista “La Maldición
de la Flor Dorada”. El caballero andante protagonista del Wuxia clásico
(procedentes de tradición oral o baladas) tiene escasa relación con el samurai
japonés, los únicos que podían
llevar espada, estando quizás más
cercano al ronin, el caballero sin amo que vaga. Les diferencia
sobre todo ese concepto “fantastique”; tan caro a la cultura china; que imprime
poderes sobrenaturales o permite que los oficiantes realicen pequeños vuelos
rasantes, incluso en las producciones
más canónicas o leviten sobre las azoteas durante el combate. Este particular
puede haber surgido cuando los personajes y temáticas del Wuxia se introducen
en la Ópera de Pekín en el siglo XIX, allí se añadirían acrobacias impensables.
Otra diferencia es que el mundo a la esgrima no es un fuero exclusivo
masculino. La sedimentación de los estilemas del Wuxia llega cuando Mao dicta
nuevas normas cinematográficas, por lo que los creadores marchan a Taiwán y
Hong- kong, sentando las bases estructurales del género: cables, magos
luchadores, trampolines, ruidosos efectos de lucha, etc. En la cultura china,
la mujer puede ser tan buena espadachina como cualquier hombre. Otra tendencia
con King Hu como abanderado, intentó hibridar la delicadeza del teatro clásico
con la energía. El resultado fue una fotografía de hermosos paisajes, cuyas
coreografías eran gráciles y un concepto del honor y los valores humanos (A
Touch of Zen. 1971), que conformaron el nuevo Wuxia. En 1994, irrumpe Wong Kar
Wai con un título señero y melancólico, relatado en flashbacks, la poética
“Ashes of Time”. La literatura fílmica
sobre los ronin legó una obra apreciable titulada “Los 47 Ronin” (1941) dirigida
por Kenji Mizoguchi. El remake, protagonizado por Keanu Reeves, posee más de
buenas intenciones que de resultado óptimo. Impecable desde el punto de vista formal, adolece de falta de definición.
Se queda en tierra de nadie y le sobran los añadidos de fantástico, por muy
bien realizados que estén, que desvirtúan la leyenda original. Algo parecido
sucede con el innecesario remake de Sepupku (Hara Kiri), donde la aportación
respecto al original, por más que las interpretaciones sean apreciables y se
intente conseguir el espíritu de la génesis, no aportan nada nuevo. El cine
coreano también ha destilado en los últimos años notables aportaciones al
género, algunas sin ser estrictamente Wuxia, mantienen unos niveles de calidad
que enriquecen la temática de la espada. “Musa, el Guerrero” es una profunda
reflexión sobre el deber, aunque cueste la propia integridad. Escenas marciales
bien coreografiadas, homenajes a “La Diligencia” o “Fort Apache”, con escenas
de combate realistas e interpretaciones de calidad para un Wuxia “crepuscular”
con el aliciente de la presencia de Zhang Ziyi y una buena banda sonora de
Shiro Sagisu. En “Guerreros del Cielo y la Tierra” (He Ping. 2003) un wenstern wuxia, a tempo lento, donde un grupo
de guerreros se enfrentan a la tragedia inevitable intentando conservar su
honor. El dilatado metraje de “Guerra de Flechas” es aprovechado por el
director para proporcionar un film lleno de ritmo, con utilización óptima del paisaje y una pésima banda sonora que no
merece la calidad de la cinta. El Wuxia adquiere tintes de espectacularidad en
la adaptación que John Woo realizó de la novela histórica “El Romance de los
Tres Reinos”. El resultado fue “La Batalla del Acantilado Rojo”, una
superproducción, la más cara de Asia, que fue masacrada desde sus cuatro horas
originales para su exhibición en las salas. La sala de montaje nos ofreció un
producto final que, si bien mantiene unos cauces de calidad, espectacularidad y
entretenimiento apreciables, se convierte en errática por momentos ante los
desmanes del tijeratazo palomitero, en una versión oriental de “Troya” pasada
por el tamiz de Kurosawa y repleta de referencias sobre la cultura china. En
otra órbita planea “Los Señores de la Guerra”. Nada de preciosismos, a pesar de
la bella fotografía. Crítica social y personajes bien plasmados, destacando el
hierático Jet Li y Takeshi Kaneshiro. Un
drama sin concesiones, sin piedad, donde no hay honor y prima el interés económico de estos “señores de la
guerra”.
La
filmografía de Hou Hsiao.Hisien se ha centrado en dramas minimalistas sobre el
impacto del entorno histórico en los personajes. En la independiente “Tierra de
Desdicha” (1989), la arribada de los nacionalistas chinos crea conflictos a una
familia, consiguiendo éxito de crítica y público. Posteriormente realizaría
“Café Lumíere” (2003), utilizando tomas largas y con una cámara casi
catatónica, donde tradición y modernidad, tensiones entre padres e hijos,
sirven como homenaje al director Yasujiro Ozu. Una serie de postales de la
capital japonesa, documentando una época y consiguiendo armonizar lo urbano, lo
cotidiano con la espiritualidad y la tradición. En “El Maestro de Marionetas”,
dirigida en 1993, se nos muestra la vida
de un marionetista durante la ocupación japonesa, con envoltorio de falso
documental, no apta para palomiteros ni consumidores de bebidas energéticas.
Eternidad en los planos , cuidada interpretación y narración a tempo de Canto
Gregoriano, Otra de sus obras “Flores de Shangay” (los burdeles refinados eran
denominados poéticamente “casas de flores”), desarrollada en sus habituales
planos largos y (aparente) morosidad argumental. En este ejercicio de
claustrofobia y planos secuencia, de un cromatismo pastel y cálido, nos va
narrando las relaciones entre las prostitutas (flores) y cortesanos a finales
del XIX, a tempo de adagio, en una pieza de cámara que radiografía la vida
cotidiana de estas mujeres.
Un experimento visual con la cámara desplazándose
lentamente, con el hermetismo como vocación, con rupturas de la cuarta pared, con
objetos que interrumpen la visión de un universo ambiguo, de violencia sorda. La
actriz japonesa Michico Hada planea, como el resto del elenco, en una
coreografía lenta y (¿Cómo no?) el dominio del plano largo. En "Millenium Mambo", una muestra de su poliédrica mirada sobre el cine, la noche de Taipei, con la turbulencia de las
salas de fiesta, teñida de luces de neón para un estudio entomológico de la
juventud, con su habitual búsqueda de nuevas formas expresivas. El autor se
reinventa como un cronista de la
sociedad actual, del amor y los conflictos de una generación.
Subyace una lingüística
nada oculta, homenajeadota de los años 60. No en vano, el director es un
ferviente admirador de autores como Pasolini, Bresson o Godard. Sin olvidar las
referencias latentes del Neorralismo italiano. El límite de la experiencia
narrativa se encuentra en la falta de líneas de diálogo para los actores, que
debían improvisar sobre el contexto de cada escena. Si les pareció innovador y
valiente este modo de filmar para el Ken Loach de “Tierra y Libertad” , en la escena
improvisada del reparto comunitario de tierras, imaginen una película entera.
Un ejercicio de audacia anclado en la nieve de la ciudad nevada de Yubari. De
ahí a la crudeza de “Adiós, Sur, Adios”, paleta que dibuja a delincuentes
fracasados, sin juicio moral, que muestra la cotidianidad del descalabro. Comidas, diálogos sencillos, más comidas, su obsesiva utilización de los objetos
respecto al personaje, y una nada velada crítica a los avances tecnológicos que
ha importado occidente y oscurecen las
tradiciones. Filtros de color, marcos de puertas, espejos, experimentación con
música y sonidos. Pequeños detalles que componen una de las películas más
interesantes del autor, no apta para adrenalínicos.
"El asesinato
como una de las bellas artes (en palabras de Thomas de Quincey), Se puede hablar
del bressoniano, de esta antihéroina (Shu Qi) casi espiritual en la línea de
“Lancelot du Lac”, de su excesiva depuración, de la preeminencia de la imagen
sobre el contexto, donde lo visual es un vehículo, un pretexto. Con esa
sintaxis propia, e independiente del resto de las artes, que Bresson postulaba
para el cine. Aunque en Bresson pesaba más su forma de visualizar el mundo. Con
una fotografía irreprochable (Mark Lee Ping Bin) y una estética deliciosa a
base de sedas, cortinajes, sobriedad y ascetismo estilístico. Como referencias
del mismo autor “The Assassin” oferta narración morosa, personajes con pausado
perfil psicológico y relevancia de los sonidos diegéticos. El paisaje pasa a
ser un personaje más, un modo de expresar las escasas (en apariencia) emociones
que los protagonistas apenas dejan emerger. La contención es la marca de la casa. No
nos engañemos, el “pathos” en que bucea el film, la íntima emoción que debe
despertar, no se encuentra en los parámetros que acostumbramos en occidente.
Realizada a base
de largos cuadros “tableaux vivants” donde lo externo es un
reflejo de lo interno, donde lo pictórico es espejo de lo humano, y el tejido
cromático es una paleta para una tragedia de raíces clásicas y universales, donde
el alejamiento de la épica da la pincelada maestra. "The Assassin" podría ser el
argumento de una ópera clásica, no en vano sus raíces se hayan también en el
“Chuanqui”, el género literario de relato corto que se desarrolló durante la
dinastía Tang y pasó a la ópera durante la dinastía Ming. Las escenas de lucha
son escuetas, inesperadas en el modo de filmación. De hecho ni siquiera están
ensayadas, como es habitual en el director. El primer asesinato se produce en
un instante, sin recreaciones, sin acrobacias, sin florituras. No obstante hay algún
momento durante estos enfrentamientos en que el regidor está apunto de sucumbir
a los estilemas del género, y los personajes parecen a punto de realizar un
pequeño vuelo. Vaya esto en el saldo negativo. De un intenso blanco y negro en
formato (4:3); donde se narran los orígenes; hay una transición a un cromatismo
saturado y espléndido en formato (1:8:1), con carencia de primeros planos como
lenguaje visual. La interpretación de
Shu Qi es austera, absorbente, contemplativa y plena. Esta actriz ha
conseguido afianzarse en el cine de prestigio desde su “Sex and Zen II”, pese a
la conservadora cultura china. En el epílogo, la paz interior para esta evadida
de la “orden de los asesinos”, se encuentra en el regreso a la naturaleza, la
austeridad, En la fusión con lo ancestral y la sencillez primigenia. No es mala opción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.