Perpetrada por el inefable
Federico Curiel, autor de diversos atentados contra el celuloide y de
nostálgicas producciones de pipa gorda, perra chica y programa doble. Con un presupuesto
más exiguo que lo que otras productoras se gastan en lápices, decidieron filmar
la zarrapastrosa aventura en Guatemala, tomando como excusa para este atentado
contra la integridad del espectador, el concepto casi naif de la cinematografía
que se gastaban ambos.
Comienza tan demencial propuesta aprovechando “stock
shots” ajenos al mejor estilo de Ed Wood, con insertos de documentales en sus
series Z. El meteorito que desciende hacia la campiña guatemalteca es una nave
espacial robada de algún documental norteamericano. Aquí comienza el despiporre
sin coarta de esta menesterosa ofensa al cine: los extraterrestres ya andan
explorando, mientras en las imágenes de archivo todavía se están abriendo las
puertas de la nave. Unos extras pordioseros, recién contratados del puesto de
burritos de la esquina, tratan de revivir la etapa muda del cine.
En lugar de
despachar a la muchacha secuestrada, la amarran a las vías del tren ¿homenaje
al cine clásico? Me temo que no, simpleza argumental con mayor certeza. Las
motivaciones para la bizarrez de estos desalmados y su relación con la joven,
son un auténtico misterio. ¡Esto si es elipsis narrativa¡ Si señor, un maestro.
Ahí es nada cuando aparece un fulano recién salido de la fiesta de carnaval de
su sobrinote, a juzgar por su indumentaria, fundamental para que los malvados
sospechen que se trata de un tarado recién huido del frenopático. Una amable voz
femenina en off, se encarga de decirnos “que no, que no ningún alienado”, se
trata de Superzán y está dotado de “superpoderes”. No sea que algún avispado
espectador sospechase que esta dotado de “súperestulticia”, a juzgar por su
aspecto. Después nos enteramos que su misión es “luchar por la justicia y el
bienestar de la gente buena”. También debe de luchar contra la energía cinética
y la ley de gravedad, dado que su capa se mueve en la dirección contraria a la
que debiera según el viento ¿Un fallo de scrip? Perdón, pero es que no había
presupuesto para scrip. Aquí comienzan las contradicciones fundamentales de
este zurullo cósmico. El tal Superzán detiene el tren en seco con sus
superpoderes, para acto seguido costarle la misma vida derrotar a los
subalimentados forajidos con patente avitaminosis.
Los presuntos miembros de
una civilización superior, están ¿interpretados? por tres niños que dedican el
metraje a vagar de un lado a otro con ridículos trajes y de paso dejar
congelado algún paisano de la zona, eso si sin ánimos de hacer daño, sólo si es
necesario y con la posibilidad de deshacer el entuerto. Nada extraño teniendo
en cuenta que los rayos verdes que surgen de sus armas (de un plástico
cantarín) están pintados directamente en el celuloide con el rotulador escolar
del sobrino del director. Llega la hora de repartir estopa. Huyendo de sesudas
reflexiones filosóficas, el guionista nos muestra un superhéroe que se la pasa
rodando en los palenques y las lonas, en lugar de andar impartiendo justicia.
Sobre la técnica del cámara a la hora de grabar los luchísticos, poco hay que decir, salvo ingerir unas
biodraminas para no echar la pota ante ese ejercicio de navegación en la
tormenta perfecta. Ignoramos si los chicos del “Dogma”, capitaneados por Lars
Von Triers, vivieron una sesión continua de esta patochada antes de sentar las
bases de sus mareantes cámaras.
El cóctel y mezcolanza de diversas estrellas
del pancracio era algo habitual en la época donde los dioses de las
matineés se entremezclaban entre sudores, gayumbos restriñidos y sopapos. Superzán posee un laboratorio secreto realizado a
base de retales de jugueterías en decadencia y objetos prestados de algún
vecino con el Síndrome de Diógenes. Eso sí, todo muy kitsch y de un chirriante que te rilas. El encargado
de coordinar esta avanzada supertecnología,
está ¿interpretado? Por el rockero mexicano Jonny Laboriel, en un personaje de
carácter epiléptico y surrealista, que sufre de maltrato verbal por parte del
posturitas. Los tres representantes de la superavanzada civilización dedican
sus ocios a pasear por la tierra buscado un amigo perdido ¿Ni un mísero GPS
poseen entre su vanguardia tecnológica El argumento avanza entre una gramática
visual pedestre y vergonzante y ¿cómo no? la bonhomía de Superzán le lleva a
ayudar a los enanitos en la busca de su amigo. También hay instantes para los
discursos edificantes, recitados con técnica de obra de fin de curso en
parvulario a base de frases lapidarias sobre el bien y la justicia. Ahí es
donde el espectador se da cuenta del intríngulis. Ah, pero si estamos en una de
risa. Así de simple. Y nosotros tomándonos en serio las mallas “paqueteras” del
Zan, los enanos radiactivos con rayos pintados, !las inclusiones de canciones
charras con calzador! Era una comedia ¡A partir de ahí todo adquiere un matiz
diferente. Perdemos las ganas de estrangular a los enanos senderistas. Dejamos
de plantearnos si el tal Zan se pasa la vida en mallas y no ejerce a tiempo
parcial como otros superhéroes, que buscan sustento como periodistas o
abogados, ni se cambia de ropa. No importa que las jamonas tengan el mismo
erotismo que un capítulo de Espinete. No importa que los protas parezcan estar
en acido durante todo el rodaje. El cochambroso argumento finiquita cuando los
odiosos enanos encuentran a su amigo ¡cantando en un coro de una iglesia¡ El
amigo se da la vuelta mientras canta. Con una sola mirada les indica que se
quedará allí, tarareando alegres madrigales para los restos y un montón de
información más. ¿Y todo eso sin despegar los labios? Que las civilizaciones
avanzadas se las gastan así de fino. Lo que no sabíamos es que entre sus
superpoderes estaba la telepatía. Al final de esta bizarrada, Superzán despide
(aliviado) de sus nuevos amigos y parte hacia
nuevas y mostrencas aventuras, en la
mejor tradición del cine chatarra. Si me lo permiten salgo un instante. Voy a
vomitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.