Salvador Sobral articula su
espectáculo sobre su peculiar expresión corporal y su juego gestual. Nada sería
igual sin esos silencios, sin esos espacios entre frases, esa actitud lúdico-festiva
donde el cantante; a veces; parece un niño en el patio del colegio. Acompañado de
un trío clásico: contrabajo, batería y piano, el luso peina un extenso abanico
de estilos e influencias. En sus conciertos gravita la sombra de Chet Baker, el
aliento de Billie Holiday, la saudade de Veloso o influencias patrias
como Silvia Pérez Cruz. Salvador se mueve entre el susurro y la languidez como
pez en el agua, navega en los bajos y los medios, imprimiendo un intimismo, aparentemente lánguido, pero
certero a sus interpretaciones. Cada nota es esencial, la subdivisión rítmica
nunca es mecánica y el timbre suave, construye una arquitectura precisa. No se
priva, el cantante, de demostrar en algunos instantes que tras su, postiza, fragilidad
vocal, hay un chorro de voz precisa y de limpia emisión. El eclecticismo es la
marca de la casa y Salvador no decepciona a su público. Es capaz de mantener al
auditorio, cantando “a bocca chiusa”
la base melódica de la canción, mientras improvisa, rapeando a las cuerdas
del piano (con la cabeza literalmente metida bajo la tapa) o de levantar
nostalgias con su esperada interpretación de la eurovisiva balada “Amar pelos dois”. El abanico de
referencias peinado por Sobral es amplio y abarca desde el fado, celebrado y
coreado por el público luso, hasta el jazz, pasado por su personal tamiz, o
letras de Fernando Pessoa (Presságio). A veces el cantante desaparece,
literalmente, del escenario o se avecinda en una esquina para dejar
protagonismo a los excelentes músicos. Certero y cristalino el piano de Julio
Resende. El contrabajo de André Rosinha era como una respiración; preciso y etéreo.
Bruno Pedroso, a la batería, no sólo aportaba una base rítmica
sorprendentemente fluida, además era cómplice de los momentos humorísticos con
que el cantante adereza su espectáculo. Salvador Sobral es un “crooner” atípico
y singular que al final del espectáculo, siempre cercano, se sienta al piano a
preguntar al público "qué canción quiere escuchar". “Mi corazón vuelve a amar por los dos”,
coreada por el público hispano o el bolero “Ay amor”, fueron desgranadas por
Sobral que se metía al público en el bolsillo, peinando todo el imaginario
musical, incluso atreviéndose con una “chanson”
de regalo y un intimista “Nem Eu”, del brasileño Dorival Caymmi; acompañándose
al piano.
Totalmente recuperado de su reciente trasplante, derrocha energía y frescura
en el escenario ,convirtiendo la expresión corporal en una parte indisoluble del
mismo, transmutándose en un “enfant
terrible”, travieso y divertido que combina el humor con la calidad interpretativa
y una desvergonzada improvisación. Sobral es capaz de saltar en medio de una
canción, imitando pasos de danza, de romper la estructura formal de un tema, remedando los gestos de un simio o de hacer largos interludios narrando anécdotas
en su más puro estilo para continuar con una bossa nova. Un hermoso repaso por sus canciones anteriores, por las
propuestas de su disco “Excuse Me”, a la espera de su estreno en Marzo de “Paris,
Lisboa”, su próxima grabación. Un concierto intimista, con hermosos instantes
como cuando el público luso coreaba la canción “Mano a mano” (letra de María
del Rosario Pedreira y música de Julio Resende). Si además añadimos la belleza
del teatro Teatro Bernardim Ribeiro, con frescos en el techo, el artesonado de
madera, los clásicos palcos. Y además por la sexta parte de lo que cuesta un
billete para esta gira en otros escenarios ¡Chapeau!
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