miércoles, 13 de febrero de 2019

Salvador Sobral. El intimismo por bandera. Estremoz. Teatro Bernardim Ribeiro


                             


Salvador Sobral articula su espectáculo sobre su peculiar expresión corporal y su juego gestual. Nada sería igual sin esos silencios, sin esos espacios entre frases, esa actitud lúdico-festiva donde el cantante; a veces; parece un niño en el patio del colegio. Acompañado de un trío clásico: contrabajo, batería y piano, el luso peina un extenso abanico de estilos e influencias. En sus conciertos gravita la sombra de Chet Baker, el aliento de Billie Holiday, la saudade de Veloso o influencias patrias como Silvia Pérez Cruz. Salvador se mueve entre el susurro y la languidez como pez en el agua, navega en los bajos y los medios, imprimiendo un intimismo, aparentemente lánguido, pero certero a sus interpretaciones. Cada nota es esencial, la subdivisión rítmica nunca es mecánica y el timbre suave, construye una arquitectura precisa. No se priva, el cantante, de demostrar en algunos instantes que tras su, postiza, fragilidad vocal, hay un chorro de voz precisa y de limpia emisión. El eclecticismo es la marca de la casa y Salvador no decepciona a su público. Es capaz de mantener al auditorio, cantando “a bocca chiusa” la base melódica de la canción, mientras improvisa, rapeando a las cuerdas del piano (con la cabeza literalmente metida bajo la tapa) o de levantar nostalgias con su esperada interpretación de la eurovisiva balada “Amar pelos dois”. El abanico de referencias peinado por Sobral es amplio y abarca desde el fado, celebrado y coreado por el público luso, hasta el jazz, pasado por su personal tamiz, o letras de Fernando Pessoa (Presságio). A veces el cantante desaparece, literalmente, del escenario o se avecinda en una esquina para dejar protagonismo a los excelentes músicos. Certero y cristalino el piano de Julio Resende. El contrabajo de André Rosinha era como una respiración; preciso y etéreo. Bruno Pedroso, a la batería, no sólo aportaba una base rítmica sorprendentemente fluida, además era cómplice de los momentos humorísticos con que el cantante adereza su espectáculo. Salvador Sobral es un “crooner” atípico y singular que al final del espectáculo, siempre cercano, se sienta al piano a preguntar al público "qué canción quiere escuchar". “Mi corazón vuelve a amar por los dos”, coreada por el público hispano o el bolero “Ay amor”, fueron desgranadas por Sobral que se metía al público en el bolsillo, peinando todo el imaginario musical, incluso atreviéndose con una “chanson” de regalo y un intimista “Nem Eu”, del brasileño Dorival Caymmi; acompañándose al piano. 




Totalmente recuperado de su reciente trasplante, derrocha energía y frescura en el escenario ,convirtiendo la expresión corporal en una parte indisoluble del mismo, transmutándose en un “enfant terrible”, travieso y divertido que combina el humor con la calidad interpretativa y una desvergonzada improvisación. Sobral es capaz de saltar en medio de una canción, imitando pasos de danza, de romper la estructura formal de un tema, remedando los gestos de un simio o de hacer largos interludios narrando anécdotas en su más puro estilo para continuar con una bossa nova. Un hermoso repaso por sus canciones anteriores, por las propuestas de su disco “Excuse Me”, a la espera de su estreno en Marzo de “Paris, Lisboa”, su próxima grabación. Un concierto intimista, con hermosos instantes como cuando el público luso coreaba la canción “Mano a mano” (letra de María del Rosario Pedreira y música de Julio Resende). Si además añadimos la belleza del teatro Teatro Bernardim Ribeiro, con frescos en el techo, el artesonado de madera, los clásicos palcos. Y además por la sexta parte de lo que cuesta un billete para esta gira en otros escenarios ¡Chapeau!

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