Porque bebe del mito ancestral, primigenio,
atávico, para presentarnos una tragedia helénica desaforada en lo conceptual,
pero contenida con la introducción de un humor que; como en su anterior obra;
está situado en el momento y el lugar exacto. Casi hemos dado la definición de
literatura: Situar la palabra más exacta en el lugar más correcto.
Retornan obsesiones y personajes de “Muerte
por Ausencia” ¿Quizás el boceto
de un trilogía sobre el abismo y la orfandad humana frente a la muerte y lo
desconocido? Ahí lo dejo. Retornan los espacios inquietantes. Si allí lo fueran
un catafalco y unas velas; donde la soledad acompañada de sus criaturas,
desarrollaba su ceremonia de ausencias; aquí es un extraño laberinto, unas
cabezas de alambre. Si allí el personaje elíptico era la base de todo el
diálogo y las inquietudes de los personajes, aquí toma forma como diosa
poliglota, envuelta en poncho. Dispuesta a llenar de inquietudes las vidas de “Hombre” y “Mujer”, y también de enseñarles a caminar entre el absurdo que
denominamos vida y extraer la esencia de las cosas, como ese Juan Ramón que
declamaba:
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
La esencia de las cosas. Ese desprendernos de la túnica de la
inocencia antigua hasta aparecer desnudos. Pero la desnudez que nos muestra
Marino González, es un viaje en barca para el que nunca estamos preparados.
Porque Caronte conoce todas nuestras miserias. Un Laberinto donde el Minotauro
borgiano tan sólo desea la espada de Teseo en su corazón.
-Lo creerás, Ariadna. El Minotauro apenas se defendió…
Como el mítico animal antropomorfo, Hombre y Mujer, desconocen el sentido de su presencia en el
laberinto y anhelan escapar a la soledad de sí mismos. Para ello deberán
aprender a escuchar. A escucharse. Como en la poesía de Juan Ramón, el anhelo
que subyace en la obra de dramaturgo cacereño tiene una triple vertiente (o una
triple sed).
Sed de belleza (lo cual queda patente en el respeto por el
verbo, por las referencias culturales y la forma, por el homenaje a la cadencia
del riesgo, por el disfraz de la palabra.
Sed de conocimiento: Porque la belleza de lo externo es un
modo de conocimiento. Porque el antifaz del léxico es como una nota escrita en
la partitura. Inerte, expectante, pero palpitante, llena de vida cuando surge
de los labios del intérprete.
Sed de eternidad. De búsqueda, de anhelo de lo inmarcesible.
La búsqueda de la belleza absoluta pasa necesariamente por los estratos del
dolor y la angustia existencial.
Laberinto es un texto difícil, arriesgado,
alejado de lo común. En él, el autor sienta sus claves a caballo entre el
teatro del absurdo, sazonado (con un humor cínico y existencialista), la
helénica y genésica tragedia, el abismo nietzcheano;
al cual se asoman para que el abismo mire dentro de ellos; y una certera
reivindicación de pensamiento sobre superstición, de lo atávico sobre lo
acomodaticio del instante histórico. Las dudas primordiales de la humanidad,
los dolores más acerados y punzantes. Como esa muerte “que había ido a vivir a mi casa”. Una muerte que está en casa de
todos, ya que es la única certeza que tiene el hombre.
Marino González Montero conjuga con maestría y sabiduría
dramática (más sabe el diablo) un verbo, ora teñido de lirismo, ora de
existencialismo. Ora de un humor amargo y lacerante, ora de un filosófico beber
del instante. Prima la desnudez escénica (otro de sus atributos), pero la
desnudez emocional es la marca de la casa. Y es que nada más se necesita cuando
el sendero trazado nos conduce a los sentimientos más intensos del hombre/mujer
en este paraíso perdido. Cuando el jardín de senderos que se bifurcan no ofrece
sino redención (el dolor no es opcional) frente a la derrota. Las canciones
ofertan un lirismo intenso, juguetean con el khoros helénico o la modernidad, con referencias a Pablo Milanés.
Toda la obra está teñida de la fatal predestinación de ese “animal
que camina con un féretro”. Ese
animal que es capaz de escribir y emitir palabras que son “deidades momentáneas”. Las palabras de esta obra también ejercen de
demiurgos para guiarnos hacia más allá del velo. Hacia el laberinto. Origen y
fin de todas las cosas.
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