Adaptar para las tablas una
novela-río con las características de El Conde de Montecristo; de amplia
raigambre e infinitas versiones; que forma parte del acervo cultural de un
sinnúmero de lectores, cuyos personajes son iconos dentro del inconsciente
colectivo, como lo son otros tantos a los que la literatura (y sus posteriores
adaptaciones) han dotado de vidas y espacio en nuestro mundo, es empresa
arriesgada. Edmundo Dantés; junto al abate Faria y Mondego; forman parte de
nuestro mundo literario, al mismo nivel que el Tarzán de Burroughs, Don Quijote,
y tantos otros que consiguen escapar de las páginas para convertirse en imagos.
En habitantes del imaginario colectivo, perfectamente
identificables. Una cumbre que muy pocos escritores alcanzan. Es por esto que la
odisea es aún mayor. Llevar por vez primera estos personajes palpitantes,
señeros, dolientes, que protagonizan una de las mejores novelas de aventuras de
la literatura, exige un profundo respeto por la obra genésica y un; también
profundo; conocimiento del medio al que se va a adaptar. El resultado es espectacular.
Una soberbia recreación de Paloma Mejía Martín, con respeto del pathos y el
eros dumasiano (que de todo hay en la
obra), y un sentido certero de lo trágico, sin desmesuras. De la pasión, sin
excesos. El montaje de Samarkanda Teatro es un apasionante
y trágico juego humano, pleno de aventura, pero al mismo tiempo de
introspección. Los hallazgos visuales son notorios, desde esas máscaras
caminantes sobre zancos, que preludian la obra; junto al niño fantasma; y luego
serán retomadas en el epílogo, hasta coreografías de duelos de gran riqueza
estética y dramática. El Conde de Montecristo es una
panoplia de humanas emociones, de amores frustrados, de pasiones intensas, de
frustraciones y venganzas. Toda una paleta de intrigas, bajezas, redención y
aventura, acertadamente resumida en las dos horas de duración de la obra. La
arquitectura dramática se apuntala sobre las intensas y soberbias interpretaciones
de todos los actores (con algunos irrelevantes titubeos). Guillermo Serrano
extrae todo el carisma de un personaje que conjuga pasión, cinismo a raudales y
un cierto patetismo. A modo de superhombre nietzscheano, se cree por encima del
bien y del mal cuando se trata de sus reglas morales.
El actor extrae con vehemencia
esa lucha entre luz y oscuridad, con una correctísima proyección de voz, plena
de matices, y formidable expresión corporal en las distintas fases del
personaje. El juego dramático superpone; acertadamente; las distintas etapas vitales
del personaje. Incluso uniéndolas en un mismo diálogo o conjugando distintos
instantes a un tiempo. Este recurso hace avanzar la obra dinámicamente, al
tiempo que juega con la plástica y los diversos posicionamientos de los
personajes, siempre buscando un efecto estético que se complementa con una
notable luminotecnia de Fran Cordero. El aliento épico se balancea con los
instantes introspectivos, incluso con los humorísticos, dentro de la inmensa
tragedia. El acertado control de los tiempos y el vertiginoso ritmo, permiten
avanzar a una obra, densa en su génesis.
El concepto coreográfico de las escenas, convierte en levedad, la
complejidad argumental. Rafael Núñez; con sabiduría escénica; compone un Abate
Faria lleno de humanidad, un personaje lleno de bonhomía y sensibilidad. El Danglars, alquimizado por Fermín Núñez, está resuelto con intensidad,
elegancia y convicción. La versatilidad de Juan Carlos Castillejo consigue
dotar a sus creaciones de una particular visión. Ciertamente estos personajes socarrones,
de mundana sabiduría (como de andar por casa), le vienen como un traje hecho a
medida. La espectacularidad del decorado y el vestuario llegan de la mano de
Luisa Santos.
Las reproducciones de la ropa de época recogen, acertada e intensamente,
todo el concepto de enfermizo romanticismo que refleja el argumento o sirven
para diferencias los distintos roles y etapas de los sufridos protagonistas:
Jirones durante la prisión, ropajes de lujo o trajes funerarios, dentro del más
estricto luto de la época. Sin olvidar esos acertadísimos y siniestros personajes-máscara
de oscura levita. Mercedes es uno de esos personajes cuya presencia cambia el
curso de los ríos, y Ana Batuecas sabe extraer toda la savia de una mujer
enamorada, llena de candor y, al mismo tiempo, de sufrimiento. El desarrollo
presenta instantes acertados en lo estético y lo dramático. Numerosos hallazgos
escénicos contribuyen a enriquecer la estructura visual. Impactantes los
instantes del niño-espectro junto a los enmascarados, las proyección de la cruz
durante el duelo a espada, la celda con trampilla donde conviven Dantés y el
Abate Faria o la construcción a modo de tablero de ajedrez de los cuatro
enemigos en las esquinas, con Dantés en el centro. La paleta cromática de
intensos azules, burdeos y ocres introduce en la esencia de cada instante, destilando
un aroma atemporal y surrealista.
La música de Miguel Ángel Grajera y Jorge
López está perfectamente imbricada en la acción, definiendo certeramente los instantes,
desde los etéreos acordes de piano del prólogo con el niño-espectro subiendo
las escaleras, hasta el leitmotif que
se desarrolla en distintas peripecias, los coros espectrales o el triste vals
que acompaña al amor imposible. Todos los elementos de esta obra, una de las
mejores ofertas extremeñas de los últimos tiempos, son pequeñas piezas de un puzzle
perfecto, emocionante y pleno de ritmo narrativo.
Lo son la caracterización de
Pepa Casado e Isabel Martín, el dominio de la esgrima de Javier Mejía, la
presencia escénica de José Antonio Lucía,
el desparpajo conceptual de José F. Ramos, las patentes tablas de Gloria
Villalba o la juventud arrolladora de Alberto de Morcef. Paloma Mejía y Samarkanda han logrado
condensar, en 120 gloriosos minutos, una historia universal de desaforado y
arrebatador romanticismo. Una tragedia, de dimensiones helénicas, que consigue compendiar
(en toda su extensión) y destilar la novela original, solventando del gran
riesgo de esta adaptación. El resultado es un montaje altamente recomendable, que respeta y enriquece la génesis literaria !Esto
es teatro!
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