El aleteo de una mariposa en el Amazonas
La especie humana no termina de comprender la relación entre
los acontecimientos en otro lugar, su devenir y consecuencias en nuestro
hábitat. Jugando con la parábola cinematográfica, Héctor Babenco nos envía un
mensaje sobre el respeto a las otras culturas, sobre la no intromisión. Sobre
la empatía global. Jugando en los Campos
del Señor (At Play in the Fields of the Lord. Héctor Babenco. 1991), nos
muestra la imposibilidad del acercamiento entre culturas, la falta de
esperanza. Basada en la novela de Peter Mathienssen, del mismo título, y con la
colaboración del guionista Jean-Claude Carriére, la película nos deja un
mensaje sombrío sobre la intervención del mundo “civilizado” en lugares
vírgenes, dónde no hemos sido invitados.
Un grupo de misioneros se adentra en el Amazonas para llevar
su religión y su cultura a una tribu. Lo hace con un reparto heterodoxo: el
siempre eficiente John Lithgow, Daryl Hannah, la versátil Kathy Bates y un Tom
Berenger que había conocido mejores momentos.
El conflicto entre naturaleza y civilización producirá daños
irreparables en la parte más débil. Temas tan importantes como la religión, el
choque entre culturas, el respeto a la naturaleza como fuente de futuro o el
hecho diferencial, desfilan a lo largo de tres horas de metraje, enmarcadas en
la soberbia banda sonora de Zbigniew ZPreisner.
El indio que levanta su inútil arco contra la sombra del
avión (en realidad son dos aviones los que llegarán), uno con misioneros, el
otro con mercenarios, ignora que ambos portan distintas formas de destrucción.
Una vez entre los indígenas se despiertan distintas emociones entre los
invasores de aquel rincón. Andy (Hannah) encuentra su sexualidad, Martin Quarrier
(Aidan Quinn), experimenta una crisis de fe, y el mercenario Lewis Moon (Tom
Berenger), se identifica con la tribu, después de ver al indio apuntando con la
flecha al cielo.
El director optó por contratar indios amazónicos reales para
interpretar a la tribu. El mensaje nos llega soterrado “si destruimos tu mundo,
matamos tus dioses”. La interferencia del hombre civilizado (bienintencionada
desde su perspectiva) crea situaciones involuntarias que perjudican todo un
cosmos vital. Toda una forma de existencia. Sus distintas opciones para
“salvar” a los nativos (pese a ellos) están viciadas por los enfrentamientos
entre los distintos elementos de esta partida de ajedrez en la selva.
A lo largo del metraje aparecen las consecuencias terribles
del pensamiento mesiánico, la invasión del progreso y el conflicto entre
culturas, con las consecuencias sobre el entorno natural. Los pueblos que han
recibido la civilización siempre pagan un alto precio. Los recién llegados no
entienden en absoluto el mundo que pretenden “salvar” y transformar. Un
paisaje, para ellos brutal, asfixiante, húmedo y primitivo. Un mundo de la
“edad de piedra”, según la misionera Hazel (Bates). En cierto modo también
encontramos un mensaje sobre la búsqueda de la identidad que cada personaje
aborda desde su perspectiva (drogas, locura, fe).
Jugando en los campos del señor deja un poso de inquietud en
el espectador. Una intensa preocupación y desconcierto sobre el futuro de
nuestro planeta azul. Lauro Escorel filma una hermosa fotografía de la selva
brasileña, un mundo verde amenazador y exótico. Pero más amenazador aún es el
que traen consigo los extranjeros. El breve encuentro entre Andy (Hanna) y Tom
Berenguer (Lewis) produce un brote de influenza que acaba con parte de la
tribu. Los comerciantes de almas y los comerciantes de armas, son igualmente
nocivos para esta civilización que nunca les pidió que llamaran a su puerta.
Cuando se publicó la novela (1965) fue una de las primeras
que poseían cierta conciencia ecológica. No parece que hayamos aprendido
demasiado. El mensaje que transmite esta obra es más sobre las consecuencias de
la mezcolanza de culturas que sobre la conversión religiosa. Sobre el hecho de
que una cultura no debe imponerse a otra, ya que este encuentro implica
aniquilación. El guionista utiliza diálogos ágiles y penetrantes, no exentos de
cierta profundidad y reflexión que nos llevan a plantearnos cuál es nuestro
lugar en el mundo y hacia donde avanzamos.
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