Nos
presenta Francis Lucas este falso biopic del peor escritor del áureo siglo. Un
literato que tuvo la mala suerte de ser contemporáneo de “personajillos” como
Góngora, Quevedo, Cervantes, Calderón o Lope, lo cual ocultó las bondades de su
literatura (que tan sólo existían en su imaginación). El personaje está anclado
en la más pura picaresca de la época y vuelve (en forma de espectro) para
reivindicar su obra, al tiempo que atacar inmisericordemente a los que
considera culpables de su fracaso como autor (los anteriormente mentados). El
actor consigue que el público se identifique con este deshabitado letraherido,
que se ría con el (y mucho), que conozca las peripecias y aventuras (tal vez
inventadas) que han conformado al personaje, un golfo frustrado y bilioso.
Una
obra pensada como pieza de cámara, representable en íntimos espacios, donde la
provocación, la sátira y los juegos de referencias, sirven de guía para la
supuesta semblanza de un tipo la mar de divertido (hábil solo en el plectro de
su lengua), abocado al fracaso, trasunto de creadores como Ed Wood, territorio
donde el fracaso es la medida de la verdadera victoria. Navegando por cárceles,
mendigando en Cortes, habitando la
mediocridad como morada y alimento, éste desdichado pasea su fracaso por el
Siglo de Oro, representando el porcentaje más numeroso de la sociedad (los que
no están tocados por la genialidad). Francis Lucas nos lleva a través de las
vivencias del escritor malogrado con expresión corporal dinámica y ritmo
dramático envidiable (con débitos al slapstick), jugando con un parco atrezzo
(apenas un par de puertas, un jarrón, un asiento) del que saca el máximo
provecho para los diversos momentos. Especialmente jocoso el instante en que
habla usando las puertas como marco de su rostro, sin olvidar las
improvisaciones y “morcillas” con las que atrapa al público y le hace partícipe
de canciones y chirigotas. Tras el disfraz de lo jocoso, tras la cortina de la
ocurrencia, hay una acerada crítica y una reflexión sobre aquellos que;
careciendo de talento y genialidad; poseen un entusiasmo disparatado, un ciego
optimismo y un desconocimiento supino de su propia mediocridad.
Agustín
de Almorchón y Metacarpio nos presenta las mundologías disparatadas de un
infeliz que sufremofas y escarnio de los grandes creadores, la escatología, la
antropofagia (literalmente) y todas las penurias que en aquel tiempo se podían tolerar,
sin renunciar a ninguna. La agilidad del montaje presenta las extremas
peripecias del personaje y sus tropezones con un envidiable sentido del humor.
Un monólogo jovial, perspicaz y pleno de “mala milk”, donde Lucas puede
lucir su correcta declamación y su versátil paleta cómica, al tiempo que
reivindica la figura del fracasado.Aquel que crece a la sombra de otros. Una
reencarnación festiva, un Segismundo nacido durante la pandemia de la pluma de
Francis Lucas, condenado a llevar alegría y risas por los escenarios
(entendemos que a su pesar).
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