Acercarse
a una obra de estas características precisa de una toma de posiciones difícil y
solicita ciertos sacrificios cinéfilos. Tratándose de un film realizado en un
periodo clásico del género fantástico, con un elenco que para el mitómano
resulta enormemente atractivo; y lejanamente basado en una narración de Lovecraft; contiene todos los
ingredientes para ser adorado como objeto de culto sin razonamientos; desde la
visceralidad del aficionado acérrimo; o ser vilipendiado por el crítico
exigente al que no le sirven las nostalgias ni las adicciones. Aquel que busca
la perfección técnica en cada fotograma y expresión. La Maldición del Altar Rojo
es uno de esos cócteles tan afines al fantastique,
que se preparaban agitando viejas glorias y aderezándolas con un terroncito de
dislate y desparrame conceptual. En esta ocasión, la vieja guardia está formada
por tres solventes leyendas del cine de sustos británico: el carismático
Chistopher Lee, Boris Karloff y la etérea musa del terror italiano: Barbara
Steele. Añadamos en la coctelera el eficiente secundario; vieja figura (e
imprescindible) de las producciones Amicus; Michael Gough, y la cena estará
servida. Al elegir un relato del maestro de Providence para desarrollar el
guión, los responsables no debía ser conscientes de en que tipo de terreno pantanono se estaban metiendo.
Adaptar el universo lovecraftiano a
la pantalla es una tarea ardua y resbaladiza, como las criaturas sinuosas del
escritor de Rhode Island.
Howard Phillips Lovecraft renovó la narración clásica
del cuento de terror, dinamitándola y creando toda una cosmogonía (el sueño de
cualquier autor) que se ha transmitido y convertido en icono cultural y
referente plástico. Un mundo donde lo cósmico muda en cotidiano, lo
extradimensional en aprensible, y las pesadillas pueden acercarse a nuestros
dormitorios a través de portales sobrenaturales."Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn"A
diferencia del maestro Poe, cuyas narraciones independientes y autoconclusivas,
tan sólo constituyen universo personal
como concepto generalista de
coincidencias temáticas, alrededor de aquello que altera la lógica cotidiana.
Por mucho que se empeñase Roger Corman en darles unidad cromática y temática,
en adaptaciones bizarras para su ciclo de Poe (La Máscara
de la Muerte Roja ,
Ligeia, etc) Mientras que H. P. Lovecraft, con sus Mitos de Cthulhu (de
extraña pronunciación) asentó las bases de una metaliteratura, convirtiendo
estas narraciones en fuente de colaboración de numerosos escritores (denominado Circulo Lovecraft), que desarrollaron
fantasías en torno a los mismos universos y obsesiones viscosas. Creador de una
mitología en relación a lo inesperado y lo probable, comparable a los universos
nacidos de la pluma de Tolkien en el fantástico épico (El Señor de
los Anillos), o de Robert E. Howard, padre de la Era Hyboria ,
imaginario cosmos donde descabezaba
indeseables Conan el Cimmerio. Pletórico de fuerzas sombrías, entidades
amorfas y resbaladizas o fuerzas antinaturales, el universo barroco del
solitario creador tiene difícil plasmación en la pantalla.
Prueba de ello son
los numerosos fiascos que se han perpetrado en su nombre o “lejanamente
inspirados”. Resulta árida empresa enumerar las adaptaciones que el creador del
Necronomicón, libro mítico buscado
por algún despistado en las bibliotecas, ha tenido en el cine o en la
televisión, hasta llegar a influenciar en series de gótico sureño como True Detective, o la enorme (y rastreable)
influencia sobre escritores como Stephen King o Bentley Litle, o el mundo
mediático (el asilo Arkhan de Gotham City (Batman) fue invención suya. Las
religiones pervertidas, los oníricos seres arquetípicos nacidos de su;
voluntariamente arcaico; vocabulario han visto la luz en diversas ocasiones. La
mayor parte de ellas con escasa fortuna. El Palacio de los Espíritus fue
la aproximación del stajanovista Roger Corman a la cosmogonía del literato en
un relato mediocre visualmente; además de embustero, ya que lo titularon como
un poema de Poe, pensando en la comercialidad cuando está basada en la novela El
Caso de Charles Dexer Ward. Otra
de las adapaptaciones que mezcló los mundos del “solitario de Providence” y el
dipsómano Poe, fue Die, monster die.
(1965), insólita mezcolanza de La
Caída de Casa Usher (del autor de Baltimore) con El Color que cayó del Cielo, con un
cromatismo kistch y fotografía atractiva. La larga lista repasa mutaciones y
lejanos parecidos con bodrios como Reanimator, dignas referencias (El
Resucitado. 1991), incursiones castizas (Dagón, con Paco Rabal), o
la curiosa transcripción al cine silente “La Llamada de Cthulhu
(2005)”. La televisión también ha tomado nota de sus creaciones, en series
míticas como Night Gallery y su episodio número 18 (Aire Frío) un relato convincente y
digno, o El Modelo de Pickman, episodio desarrollado en un Boston
Victoriano, y arruinado por la mostración final
de la criatura (ya lo dijo Jacques Tourneur: Sugerir, pero no enseñar).
La otra serie que intento traducir el texto escrito a imágenes fue Masters
of Horrors, con el episodio, cuyo original que también lo es del guión de La Maldición
del Altar Rojo. El capítulo titulado: Tras
las Paredes, nos regala una adaptación de Sueños en la Casa
de la Bruja ,
bastante más fiel al original, que su referente cinematográfico. En cuanto a
prestamos culturales, un repaso al guión de la formidable serie True Detective,
donde las influencias de Ambrose Bierce, August Deller y todo el
gótico norteamericano revolotean como cuervos. Aunque rastreando las tentáculos
de su vasto mundo de arcanos y primordiales,
podremos encontrarlas en un amplio panteón
que abarca desde Erick Von Däniken y sus dioses astronautas, hasta las
franquicias de Marvel y sus cósmicos villanos, sin olvidar el rastro
dejado en las películas de terror nipón, para desembocar en el monstruo trimandibular de Alien. Pero su traslación definitiva de la
literatura en papel a la literatura visual del cine, aún tendrá que esperar. El
principal escollo se encuentra en su estilo ampuloso, en primera persona y la
percepción subjetiva que los personajes tienen al enfrentarse a los horrores
(Ya rillegg Cthulhu!!). Hay un abismo entre describir la percepción que se
tiene de un ser viscoso, que se arrastra en oscuras dimensiones (o acecha en el
umbral) y su exposición visual en la pantalla, donde pierde todo el factor
imaginativo que aporta la subjetividad del lector. Narraciones como La Sombra Sobre
Ismouht, Las Ratas en las Paredes y El que Acecha en el Umbral, o la
inquietante Los Perros de Tíndalos, tendrán que esperar todavía algún
genio del celuloide para su interpretación audiovisual. El director del film,
Vernon Sewell, fue un fecundo artesano de SERIE B, vertiente fantástica, con
obras notables como The Blood Beast Terror, autor de un clasicazo “Ghost
Ship” como tarjeta de presentación. Curse of the Crimson Altar es
una obra de escasas pretensiones, cuya mayor baza es la presencia conjunta de
grandes iconos consafgrados del fantástique, sin llegar a esa tendencia
decadente denominada “coctel de monstruos” en que degeneraron algunas de las
ideas de productoras tan solventes como la Universal (La Zingara y los Monstruos, La Mansión de Drácula)
cuando no desatada comedia autoparódica (El Club de los Monstruos) o
casposo producto carpetovetónico, perpetrado por el ínclito Paul Naschy: Los
Monstruos del Terror, El Carnaval de las Bestias.
En aquella
época, floreciente para el género, en Inglaterra convivían productoras
dedicadas casi exclusivamente a esta tendencia cinematográfica. Capitaneando el
barco la Hammer Films ,
exportadora de mitos, de cromatismo manierista y sexualidad efervescente, en
tanto Amicus, especializada en cine de skets autoparódicos y con un
humor negro apreciable. Y junto a las “mayors” peleaba la Tigon , que produjo esta
película, aplicando algunas de sus características: el escaso cuidado en el detalle o la atención al costumbrismo. En La Maldición hay
instantes en que el vestuario recuerda algún desfile de carnaval, como esas
mazmorras de la inquisición intentando emular el erotismo Hammer con
vocación casposa, o el atuendo diseñado para la numen Barbara Steele
(maquillaje marciano incluido), recién cosido para un parque de atracciones del
Medioevo. La actriz, ya convertida en mito, había protagonizado la mítica cinta
de Mario Bava “La Máscara
del Demonio”, convirtiéndose en la reina del terror de bajo presupuesto.
Merced a su peculiar físico, un rostro que mezclaba inocencia, con el aspecto
de recién salida de la tumba, la mirada de una alienada y la turbiedad del otro
lado, consiguió papeles como “El Pozo y el Péndulo (Corman) o El Largo
Cabello de la Muerte. En los setenta fue abandonando el cine hasta convertirse en referente
cardinal en los cenáculos culturetas, e icono para los nostálgicos y frikis del
fantaterror más irredento. Incluso el grupo germano Boom Boom
Chuck & the Sychedelic Berrys, le dedicó una canción a sus ojos (The
Eyes of Bárbara Steele). No iba a ser Bette Davis la única en tener
una canción admirando sus peculiares ojazos. Mientras la Hammer se
especializaba en mostrar esculturales mozuelas de escaso atuendo (Prehistoric
Women, Hace un Millón de Años, She) a vampiras en negligé, sus
competidores hacían lo que les permitía su presupuesto e imaginación. No hay
que olvidar que una película tan extraordinaria como The Flesh and
The Fiends*, nació de las mazmorras de Tigón, con Peter Cushing
capitaneando la nave de un clásico a revisitar. Chistopher Lee, es con mucho lo
mejor de la función, aportando esa sobriedad y elegancia “brithits” (en la mejor escuela de Peter Cushing) que le caracterizaba.
Karloff luce con corrección, como siempre. Sus planos revelan el solvente actor
que era, desconocido para el público, debido a sus más emblemáticos trabajos (Frankenstein
o El Resucitado) alejado de sus papeles más completos (Beldham, La Patrulla Perdida ,
o la recuperable El Ladrón de Cadáveres, disección sobre los primeros
experimentos de la naciente cirugía). Las escenas en que dialogan estos dos
actores son lo más eficiente de este film que, aunque mediocre, merece ser
rescatado de los anaqueles polvorientos del olvido por diversos motivos.
Las
compañías solían compartir intérpretes y directores (Lee, Cushing, Roy Ward
Baker, Pleasance) algo lejano del férreo sistema de productoras de EE. UU.
Barbara Steele interpreta a la bruja Lavinia, directamente rescatada (y
adulterada) de los textos de Lovecraft, aunque su presencia es meramente
testimonial. Mark Eden como protagonista
principal es algo descafeinado y no se puede enfrentar interpretativamente a
Lee, ni a Karloff, pasando sin pena ni gloria. En los últimos tiempos Hammer
se ha reinventado. Produciendo obras apreciables como Dejamé entrar (Let me
in. 2010) revisitando la temática del vampiro o la obra; visualmente
gótica; La Mujer
de Negro con el renacido interprete de Harry Potter. A nivel arquitectónico
esta maldición, es deudora del cine de la época: interiores abigarrados,
laberínticos decorados, plano contra plano de actores acreditados en el género
y que hacen creíble lo grotesco y anécdota estirada hasta el final. Le tocó
convivir el mismo año en que se iba a dinamitar el espacio del cine de terror,
con filmes como La Semilla
del Diablo o La Noche
de los Muertos Vivientes. El concepto clásico estaba muriendo frente a la
reescritura del género de maestros como Polansky o George A Romero. Nada de
esto le resta su patina de producto kistch para consumo exclusivo de
nostálgicos, serie B de explotación. Buena fotografía de John Coquillon, para
un manjar reservado a fervorosos adoradores, a quienes no detenga la falta de
carisma, o la irregularidad del conjunto. Como curiosidades cinéfila: Esta es
la primera película de terror donde aparecen bomberos. No trate de localizar el
mentado Altar Rojo. Simplemente, no
se encuentra.
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