Es de imaginar el revuelo que el rodaje de La Guerra empieza en Cuba produciría en una tranquila ciudad transfronteriza de provincias como era Badajoz en 1957. La obra teatral genésica se estreno el 18 de noviembre de 1955 en el Teatro Victoria de Madrid con actores de la talla de José Bódalo, María Luisa Ponte o Gracita Morales. Un tema de larga tradición en la literatura occidental como era el del Doble, al cual se acerca el autor (Víctor Ruiz Iriarte) desde el campo de la comedia. Esta obra de fin de siglo transcurría en el libreto original “en la capital de una provincia española”. Manuel Mur Oti optó por elegir a la ciudad del Guadiana para que sirviera de fondo a los enredos, aportando una imposible Gobernadora de la ciudad (en realidad, la esposa del Gobernador Civil). Atípica producción dentro del cosmos visual del gallego Manuel Mur Oti, tan hábil detrás de la cámara como prestidigitador a la hora del regateo con los mecenas que arriesgaban sus arcas, sin ninguna certeza sobre el producto que iban a recibir a cambio. Lejos está La Guerra empieza en Cuba de los sesgos más personales de su cine: el sentido religioso; hondo y firme; la visión telúrica del mundo rural, la mirada sobre la mujer. Mur Oti contaba con un arsenal visual fuera de lo común. Y con una habilidad asombrosa para colarle de matute a la censura implacable una obra insólita como Fedra (1956), osada revisitación del mito clásico, plena de transgresor erotismo y significados ocultos.
La obra, desarrollada en Badajoz, se encuentra en las antípodas de otras creaciones del autor como la barroca Cielo Negro (1951), con su soberbio travelling final o esa maravilla coral; ejercicio de estilo sobre el oficio de actor; que es El batallón de las sombras (1957), filmada el mismo año que La Guerra empieza en Cuba. Siguiendo los pasos del guión teatral, la película coquetea con la comedia burguesa y el folletín decimonónico: enredos, picardías, simplicidad psicológica, pasiones y clases sociales, pero con la levedad argumental de la comedia, sin personajes maniqueos, con la fluidez y soltura del contenido argumental no comprometido. Es la primera ocasión en que el director se acerca al color y a la comedia, jugando con los estereotipos que nutren la imaginería popular. El acercamiento es trivial, el texto teatral no permite otra opción. Mur Oti opta por el desenfado, el tono colorista y la frivolidad de la sociedad pacense de la época. Apoyado en un elenco sobresaliente, con una excepcional Emma Penella en un doble papel (Juanita la Guajira y su hermana gemela La Gobernadora) y el soporte de aquellos excelentes actores de reparto del cine español, saca adelante una anécdota liviana, con escasa ironía, pero altamente entretenida. Una historieta escénica donde se opta más por el pasatiempo intrascendente que por el conflicto entre las vidas de las dos mujeres. Laura Valenzuela desarrolla un papel primerizo como criada de la Gobernadora. El director se aventura en un terreno más “insustancial” cansado de las críticas negativas de sus obras anteriores. Con claras referencias estéticas a Les grandes manoeuvres de René Clair (1955) y un ritmo casi zarzuelesco en algunas secuencias, Mur Oti desarrolla una divertida y; nunca aburrida; trama que combina el enredo con la sátira social. El uso abundante de espejos y duplicaciones marca una dicotomía y un correlato, dentro de una obra donde se llega a jugar con la atrevida retranca: ¡Viva la República…francesa! En clara referencia a la 1º República Española. El distanciamiento temporal es el paisaje elegido, tanto por el autor dramático como por el director, para caricaturizar la severidad y rigidez morales en pleno nacionalcatolicismo. El disfraz de la farsa y la crítica al tardorromanticismo sirven para evitar censuras indeseadas.
La evitación del componente teatral, con cuyo texto guarda escasa relación, es propuesta con variedad de espacios exteriores rodados en la ciudad de Badajoz. En los instantes musicales, la voz de Luisa de Córdoba interpreta las canciones, dirigidas por su marido el compositor, de corte albeniciano, Salvador Ruiz de Luna. La cámara recoge ambientes de una ciudad en la que aún muchos recuerdan un rodaje que supuso la participación de muchos pacenses como extras. A lo largo de la trama, el director utiliza en varias ocasiones la Plaza de España, incluso vista desde el balcón del Ayuntamiento, donde se divisa la estatua de Luis de Morales que preside la plaza. Un ayuntamiento donde habitan el Gobernador y su esposa. En la portada de la Catedral se unen el coro de arpías con mantilla. Los mentideros están en la plaza de San Francisco, donde también tiene lugar la inauguración de la controvertida estatua de la diosa Ceres. La desparecida portada del cuartel de Ingenieros y la plaza de Minayo, con la esquina de la cafetería La Marina, son el centro de la vida social. También algunos planos de la Torre de Santa María en La Alcazaba, de los Jardines de la Legión o el palacio del Duque de Feria (Museo Arqueológico), donde tiene lugar la parada militar.
El Parque de Castelar aparece como un lugar bullicioso donde carros y ciudadanos pasean. El plano inicial, con Circunvalación, visto desde la margen derecha del Guadiana, posee un sabor nostálgico de lo ya desaparecido, con un segmento de la zona fluvial conocida como El Pico. Pese a su disfraz de melodrama convencional, la maestría de Mur Oti en el plano y la huída del neorrealismo de producciones anteriores, consigue levantar el componente folklórico-encorsetado de la trama. La voz de Emma Penella, como en otras películas, fue doblada por Elsa Fábregas, ya que consideraban que su tono era “atípico y poco femenino”. Su interpretación le valió el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo a la mejor actriz
Tendrían que pasar 58 años para que otra película se rodara íntegramente en la ciudad del Guadiana: El país del miedo, de Francisco Espada.
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