Es todo un lujo que el epílogo del XXVII Festival de Música Sacra y Antigua de Badajoz llegara de la mano de una agrupación en vertiginoso ascenso como Cantoría. Con un programa de espíritu netamente renacentista, con esa mistura de lo piadoso y lo mundano que caracterizan esas historias mínimas (con parábola final), plenas de ingredientes y texturas. Casi como una deconstrucción de las estructuras imperantes en el Periodo. Entre ensaladas y villancicos. Lo profano se entremezcla con lo pío en las fiestas palaciegas del Renacimiento. Los cortesanos disfrutaban con esta “última moda” que transformaba lo cotidiano en exótico, culminando en un tinte culto de latinajo que, solía condensar la moralidad de lo narrado. Por increíble que parezca, esta mezcla de estilo era apreciada por músicos de las distintas escuelas. El cuarteto acomete el sesgo más popular del repertorio profano del XVI. Y lo hace sin partitura, un particular atrevido, osado y arriesgado, pero de resultado fresco, límpido y homogéneo. El cuarteto sustenta su armazón vocal sobre el timbre soberbio, radiante y de cálido terciopelo de Inés Alonso. El empaste es señero y fluido, la amalgama no opaca ninguno de los registros, resultando un efecto sonoro que (en ocasiones) aparenta mayor número de componentes en la agrupación. El sonido conjunto, excelente. La conducción de voces, milimétrica. El público disfruta el dominio del repertorio, los guiños humorísticos, perfectamente imbricados en lo métrico, ese saber “decir” del castellano arcaico.
Los intérpretes disfrutan desgranando (y teatralizando) este repertorio. Gozan dotando de luminosidad al juego profano-religioso de la salmodia “Corten espadas afiladas”, aman la claridad de rescatar del legajo polvoriento, ese tránsito del ascetismo medieval al vitalismo renacentista, donde vemos la contradicción entre los intereses de las castas religiosas y las populares de la jocosa “Teresica Hermana” . Se crecen desarrollando (en modo casi escénico) La Flecha, la obra más completa de Mateo Flecha, representada a modo de medieval torneo (quizá el inventor de los efectos sonoros) y con ruptura de “la cuarta pared” en la voz de Juanilla. El epílogo: La Bomba con acompañamiento de cuerda. Cantoría es una gozada para los sentidos. No se los pierdan. Se toman muy en serio las obras humorísticas .
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