Anomalisa
(Charlie Kaufman. 2018) es un guiño bergmaniano con protagonistas de plastilina. La complejidad del ser
humano, la otredad, la soledad o la crisis de la madurez, despiertan una cierta
ternura en el espectador y; todo ello; desarrollado por muñequitos, lo cual lo
hace más arriesgado y celebrable. El Síndrome de Frégoli hace creer al paciente
que las personas que conoce son suplantadas por otras con disfraces o falsas
apariencias. El averno polanskiano, la banalidad de la existencia, la náusea
sartriana, se dan cita en ese Hotel Frégoli al que llega Michael Stone para dar
una conferencia. Es un hombre con incapacidad para la comunicación con los
demás que encuentra su Ítaca en una
mujer que conoce. El amor como conmoción de la grisura cotidiana, el
conocimiento del tiempo como límite, como frontera. Apoyándose en un brillante
stop-motion, Charlie Kauffman factura un potente film que navega por un día en
la vida de un hombre que desconoce cuál es su lugar en el mundo. Con un guión
fluido es capaz de hacer converger en tan escasa medida temporal distintos
niveles en los personajes con una sencillez apabullante. Michael busca una
conexión humana y todo el film se convierte en una representación de la
soledad. La soledad de un personaje que repite una y otra vez los mismos
patrones afectivos con sus parejas, dejándose llevar por ideales románticos en
lugar de ver a la persona detrás de sus deseos.
La coincidencia en las
voces y los rostros de todos los personajes que surgen avisa sobre algún
problema mental del protagonista. Hasta que escucha una voz femenina diferente,
es primera persona que suena de otro modo y tiene un rostro diferente. Lisa
está en la ciudad para asistir al seminario de Michael que, parece haber
encontrado un propósito en su vida y está dispuesto a romper con su familia.
Kauffman conduce con habilidad el vórtice emocional del protagonista, sus
aburridas experiencias, las situaciones cotidianas incómodas (el taxi, el
botones), hasta llevarnos a su interactuación con Lisa.
De Anomalisa de sale
con más preguntas que respuestas. Se trata de una propuesta que ninguna obra
real podría narrar. Los detalles arquitectónicos y del entorno están cuidados
al máximo para introducir en el mundo de Michael el espectador. Hay “mundanidad”
en las secuencias de lo cotidiano donde el protagonista realiza todo tipo de
episodios rutinarios, deteniéndose en actos de la vida común con detalle y
realismo.
Metáfora sobre la subjetividad de la atracción, sobre el disfraz de la ilusión o parábola sobre la soledad que puede colocar un antifaz a la realidad que ven los otros y transformarla para nosotros. Sobre todo en el caso de Michael que busca desesperadamente un estímulo, que anhela una novedad, una ilusión, El universo vital del autor está presente en todo momento, la oscuridad, el surrealismo, la insania. La oscuridad del fondo se camufla tras la luminosidad de la forma. Una metáfora sobre la soledad humana sacada adelante con muñecos. El extraño viaje de Michael Stone a través de la solitaria habitación de hotel, los personajes clónicos (incluso las voces), la visión deformada del amor, terminan causando una sensación de ajenidad, una palpitante reflexión sobre el otro y la desorientación de nuestra civilización. Con grandes rasgos de un personaje houellebecquiano, el intelectual insatisfecho busca una luz que guie su oscuridad vital y cierre la profunda herida de la condición humana. Michael habita en una cierta tautología vital donde la banalidad es el pan de cada día, rodeado de personajes con funciones robóticas. Todos se mueven en el escenario de un petit teatro, patético, claustrofóbico, casi un simulacro. Anomalisa, casi un anagrama de Mona Lisa.
Nos envía el mensaje del amor como anomalía. De lo fugaz y pasajero de esa entelequia llamada felicidad. Anomalisa es una obra clarividente, melancólica, que se apoya en un trabajo técnico soberbio. No en vano está detrás el artífice de episodios en series tan afamadas como Moral Orel (2008) o Beforel Orel: Trust (2012) y los magnánimos micromecenas que hicieron posible su realización con el crowdfunding y cuyos nombres (5770) aparecen en los títulos de crédito. Parábola kafkiana en medio de una horda de ladrones de cuerpos, cuyas relaciones interpersonales reflejan un mundo estandarizado y la decadencia de la humanidad en diversas perspectivas: fastidio, amargura, aburrimiento, espejismo, irritación. Todo ello con vocación minimalista a nivel de cámara y un apabullante concepto de la elegancia en la animación. Incluidas esas costuras en las cabezas de los personajes que parecen mostrar sus heridas. La alteridad y la soledad están encima de la mesa. Y también nos habla de romanticismo. De una cierta poesía. Ambos entendidos a la manera de Kauffman, por supuesto. Una obra donde el delirio guilliamesco, la obra maestra y la poesía surrealista se dan la mano en un mundo donde el Golem navega entre Scila y Caribdis que, en este caso, se resumen en el clientelismo.
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