Después de la exquisita Suspense (The Innocents), dirigida en 1961 por
Jack Clayton, toda película asociada con niños y casas encantadas, no es otra
cosa que un remix continuado. Una turmix cinematográfica donde se mixturan el
lugar común, el final previsible o la narración de electroencefalograma plano,
teñidas de una sensación de déjà vue que induce al sopor.
Inspirada en, Otra vuelta de tuerca;
narración gótica de Henry James; sentó las bases para el futuro cine de
mansiones encantadas con espíritus de niños zangolotinos. Aunque para disfrutar
de impúberes que causan verdadero terror, es obligatorio el visionado de
algunas cintas alejadas del cine de terror: El Viento en las Velas, pervertido
cuento de hadas sobre la ambigüedad del mal en la infancia, o la impactante A las Nueve
cada Noche. Sin dejar de lado, la sombría producción La
Mala Semilla
(The Bad Seed) de 1956, que dejan en pañales a todos los espíritus malignos
infantiles que en el cine han sido. El
Orfanato bebe de las mismas fuentes que Los Otros, El Espinazo del Diablo,
Poltergeist, Al Final de la
Escalera o la ya citada Suspense. Está realizada con
elegancia, quizás con un cierto academicismo formal. Lo agradece aquel sector
del público, que precisa de biodramina cuando aparecen las cámaras con Parkinson Terminal, o los ejercicios
tipo steady cam (cámara amarrada con
un arnés) que terminan provocando el hastío (o vómito). Tantas veces utilizada
para sustituir carencias de ámbito o verdadero aliento fantástico. No es el fantaterror una variedad precisamente
distinguida en los anales del cine patrio. Incursiones en el seudogénero
denominado terror cañi, fueron
las sonrojantes aportaciones de directores que hoy en día se han convertido en
objeto de culto. El tito Jess Franco,
acompañado de sus omnipresentes, y sexuales, vampiras chuponas. Lugar aparte
merece Armando de Osorio, con su tetralogía de Los Templarios sin Ojos, deudora
de los grandes clásicos de la Universal.
El terror carpetovetónico, convive con lo más casposo en las
producciones ruborizantes de Paul Naschy. Licántropos pilosos de tupés
imposibles, hemoglobina a raudales, sexo celtibérico y homenajes-plagio a las
producciones Hammer. Los delirios de Nascy desprenden un bizarro tufillo
peninsular. Aparte de los referidos perpetradores de susto hispánico, hay
escasas incursiones en las proposiciones fantásticas. Como la de Jorge Grau (Ceremonia Sangrienta) o Narciso Ibáñez
Serrador (La Residencia , ¿Quién puede matar a un niño?), preñada de guiños hitconianos. El ecléctico argentino Leon Klymovsky, perpetra La Noche de Walpurgis,
casquería hispana en estado puro, y alguna obrilla con húmedas vampiras correteando en
negligé. La amalgama de caspa ibérica, creo esta variedad de cine
de pipas, apropiado para que
la parienta se arrimara a la pareja en la fila de los mancos. Producciones
creadas para cines de sesión doble que despiden un tufillo naif. Sus
presupuestos grotescos, sus interpretes infumables, constituyeron la cantera de
esta calaña nacional de pata negra con aroma a tebeo rancio, capaz de los
mayores dislates narrativos. Zombis gallegos, monstruos cañís, vampiras
sexualmente insatisfechas, afanadas en la mostración de unos encantos nada
autóctonos. La censura de la época se encargaba de dar tijeratazo. La doble
versión estaba destinada a países menos civilizados y decadentes (esos
perdidos). Aquí nos digeríamos el folklore nacional o la grandeza de la raza,
regalada por rubicundas y recatadas señoritas de varios refajos. Destacables son
las aportaciones de Edgar Neville con su notable La Torre de los Siete Jorobados y una rareza en
nuestro terruño como la bienintencionada Memorias
de un Ángel Caído, que destacan en el panorama infértil del fantástico
patrio. Fueron nombres como Alex de la Iglesia , Balagueró o Amenazar quienes enriquecieron
este panorama aportando películas como Los sin Nombre, Los Otros, El Día de la Bestia , Darkness o
Frágiles. Se agradece en El Orfanato la evitación del elemental
recurso del higadillo y la casquería. La
apuesta por la elegancia en la puesta en escena. Lo agradecen los seguidores
del cine que insinúa, y no desean ver una tropa de despiezados, sorbiendo con
una pajita los sesos de Belen Rueda. Si algo define al fantastique, es la
capacidad de mantener la tensión argumental in crescendo, no necesariamente en base a la puesta en escena
(sustos, gritos, hemoglobina o mutilaciones variadas) Se aprecia en estas
incursiones la ausencia de modelos en ropa interior de diseño, masacradas por
un fulano con una máscara, que frecuentemente suceden en la ducha (no hay como
la higiene hispánica). También se muestra gratitud por la ausencia de algún fulano
papeándose un píloro como aperitivo (aunque la bohemia cinéfila considere estos detallitos el summun de la
transgresión) No proceden las críticas para El Orfanato por falta de calidad
técnica. La fotografía es apreciable. El ritmo narrativo correcto. La
interpretación de Belen Rueda, notable (eclipsando al resto del elenco) Tampoco
se le puede achacar el presunto fusilamiento de otros argumentos. Desde que los
hermanos Lumiére rodaron: La
Salida de los Obreros de la Fábrica , la historia del
cine (también se puede aplicar a la literatura) es la de un plagio recurrente
con pequeñas aportaciones personales. Dar palos de ciego a una obra apreciable,
en el agrietado panorama español, lleno de comedia
urbana, con salidillos que no
mojan, preñado de actores recién escapados de series teenagers, que balbucean
y gesticulan como posesos, no sería nada
positivo. Es la aceptación de que nos encontramos con una coctelera de escenas
y situaciones ya vistas. Esto mismo lo hace Tarantino y en lugar de llamarlo
fusilamiento, lo denominan “guiños y homenajes cinéfilos”. Hay un sector de
espectadores que prefiere ver una historia con final pasteloso, antes que
visionar una joven con una ametralladora ortopédica en la pierna recién
amputada y llamarlo “homenaje” a la Serie Z. Y un cuerno. Si
nos detenemos en otra gran obra multipremiada como El Laberinto del Fauno, la pregunta es: Si el epílogo (también
sumamente pasteloso) y previsible, habría recibido tantos parabienes del crítico
cañero, de no existir unos fascistones
de tomo y lomo, que reciben lo suyo al final. El director de El Orfanato, no ha tratado de
coquetear con el cine de autor, no tenía entre sus objetivos la innovación, ni
arriesgar o transgredir, para eso ya
están otros autores, que concibiendo todas estas cabriolas, no terminan de
transmitir al respetable. Bayona únicamente pide al espectador que se
introduzca en su mundo. Lo tomas o lo dejas. Crees en lo que está pasando y te
dejas arrastrar, o te dedicas a contar cabezas de espectadores. Así de simple.
El mensaje para el cine español es transparente. Nada de cuotas de pantalla.
Nada de obligar a películas patrias. Hagan buen cine. El Orfanato es una
película apreciable en su género, de corrección formal y cuidada estética que
se ve con agrado, aunque sea sospechosamente parecida a la francesa Saint Ange, producto rutinario que no levanta, ni apoyándose en la presencia neumática de Virginie Ledoyen. Para el resto de espectadores, aficionados a otras latitudes propongo un final
alternativo: Imaginemos que en la última secuencia; en el interior de La Casita de Tomas;se escucha
un sonoro regüeldo (eructo). Primer plano del niño relamiéndose, mientras da
buena cuenta del páncreas de Belén Rueda. Esto si que es de un transgresor que
te rilas.
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